viernes, 10 de septiembre de 2010

La gran impostura (II)

Viene de aquí.

TOPOS EN LA CASA BLANCA

Recuperemos la versión oficial de ese terrible dia. Para dar respuesta a los dos atentados ocurridos en Nueva York, el director del FBI, Robert Mueller III, activó el CONPLAN 1: todas las agencias gubernamentales fueron informadas de la catástrofe y se les rogó que estuvieran a disposición del Centro de Operaciones e Información Estratégica (SIOC) del FBI y del Grupo de Respuesta a Situaciones de Catástrofe (CDRG) de la Agencia Federal de Gestión de Crisis (FEMA). Los principales lugares con gente y susceptibles de convertirse en escenario de operaciones terroristas fueron evacuados y cerrados.

De repente, sobre las 10 h, el Servicio Secreto (es decir el Servicio de Protección de Altas Personalidades) da una alerta de un nuevo tipo: la Casa Blanca y el Air Force One están amenazados. El vicepresidente Cheney es conducido al PEOC (Presidential Emergency Operations Center), la sala de mando subterránea situada en el ala oeste de la Casa Blanca. Se activa el Plan de Continuidad del Gobierno (CoG). Los principales dirigentes políticos del país, miembros del Gobierno y del Congreso, son evacuados a lugares seguros. Helicópteros de los Marines los conducen a dos enormes refugios antiatómicos: el High Point Especial Facility (Mount Weather, Virginia) y el Alternate Joint Communication Center, llamado el «Lugar R» (Raven Rock Mountain, cerca de Camp David); verdaderas ciudades subterráneas, vestigios de la Guerra Fría, creados para refugiar a miles de personas.

Por su parte, George W. Bush, que se dirige a Washington, cambia de destino. El avión presidencial, el Air Force One, se orienta primero a la base de Barksdale (Luisiana), luego a la de Orfutt (Nebraska). Esta última es la sede del US Strategic Command, es decir, el emplazamiento nodal desde el que puede activarse la fuerza nuclear de disuasión. Entre las dos bases, el avión presidencial se desplaza a baja altitud, en zigzag, escoltado por cazabombarderos. En las bases, el presidente atraviesa las áreas de tráfico a bordo de vehículos blindados para escapar a los disparos de francotiradores.


Este dispositivo de protección de las altas personalidades no termina hasta las 18 h, cuando George W Bush vuelve al Air Force One para regresar a Washington.

El vicepresidente Dick Cheney, invitado por Tim Russert al programa Meet the Press (NBC) 2, el 16 de septiembre, describe la alerta dada por el Secret Service y la naturaleza de la amenaza (cf. Anexo).

Según su propio testimonio, el vicepresidente habría sido informado súbitamente por oficiales de seguridad de que su vida estaba en peligro y habría sido evacuado a la fuerza al bunker de la Casa Blanca. Un Boeing desviado, que más tarde se comprobaría que era el vuelo 77, daba vueltas sobre Washington. Al no encontrar las referencias de la Casa Blanca, se habría estrellado contra el Pentágono. Mientras se evacúa a todas las personalidades del Gobierno y el Congreso, se informa al Secret Service de otra amenaza contra el Air Force One. Un nuevo avión desviado amenazaría con ir a estrellarse en pleno vuelo contra el avión presidencial.

Una vez más, la versión oficial no se sostiene tras un análisis detallado.

El testimonio del vicepresidente busca identificar la amenaza: aviones suicidas se dirigían hacia la Casa Blanca y el Air Force One. Recupera la mentira aireada en nuestro primer capítulo: la del vuelo 77 que se estrella contra el Pentágono. Incluso exagera al imaginar el avión suicida sobrevolando Washington en busca de un blanco. No obstante, consterna aceptar que el Secret Service, en lugar de activar la defensa antiaérea, pensara sólo en evacuar al vicepresidente a un bunker. Para entretener más, Cheney inventa que un nuevo avión de línea regular perseguía al Air Force One como un jinete en un western y que intenta estrellarse contra éste en pleno vuelo ante la mirada impotente de la US Air Force.

A pesar de esas improbabilidades, esta fábula no basta para explicar tales comportamientos. En efecto, si la amenaza se resume a los aviones suicidas, ¿por qué se protege al presidente de eventuales disparos de francotiradores hasta en el área de tráfico de las bases militares estratégicas? ¿Cómo creer que los fundamentalistas islámicos han podido posicionarse en emplazamientos tan protegidos?

El testimonio de Dick Cheney pretende sobre todo que se olviden las declaraciones del portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, y las revelaciones del secretario general de la Casa Blanca, Karl Rove 3. Los datos que proporcionaron llevaban a preguntarse sobre eventuales pistas internas, ahí donde la propaganda de guerra sólo quiere ver enemigos venidos de fuera.

La prensa 4 de los días 12 y 13 de septiembre afirma que, según el portavoz de la presidencia (Ari Fleischer), el Secret Service habría recibido un mensaje de los atacantes indicando que tenían la intención de destruir la Casa Blanca y el Air Force One. Lo que sorprende es que, según The New York Times, los atacantes dieran credibilidad a su llamada utilizando los códigos de identificación y de transmisión de la presidencia. Más asombroso aún es que, según el World Net Daily 5, citando a oficiales de información, los atacantes habrían dispuesto también de los códigos de la Drug Enforcement Administration (DEA), del National Reconnaissance Office (NRO), del Air Force Intelligencc (AFI), del Army Intelligence (AI), del Naval Intelligence (NI), del Marine Corps íntelligence (MCI) y de los servicios de información del Departamento de Estado y del Departamento de Energía.

Sólo un reducido número de responsables tiene acceso a cada uno de estos códigos. Nadie está habilitado para tener varios. Por otra parte, admitir que los atacantes disponían de ellos significa bien que existe un método para adivinarlos, bien que en cada uno de esos organismos de información existen topos infiltrados. 

Técnicamente parece posible reconstituir los códigos de las agencias norteamericanas mediante el software que haya servido para concebirlos. Eso seguro. Sin embargo, los algoritmos de este software habrían sido robados por el agente especial del FBI Robert Hansen, detenido en febrero de 2001 6 por espionaje. Para el antiguo director de la CÍA, James Woolsey, los códigos habrían sido más bien conseguidos por topos. Y Woolsey, que es hoy en día el lobbista de la oposición a Sadam Hussein, afirma que esta operación seria obra de los peligrosos servicios secretos iraquíes. 

Una tercera hipótesis sería que el Secret Service cuenta con muchos infiltrados y que se habría dejado corromper: los atacantes no dispusieron nunca de esos códigos, pero -gracias a sus cómplices- habrían logrado que así se creyera.

En cualquier caso, el tema de los códigos muestra que existe uno o varios traidores en el más alto nivel del aparato de Estado norteamericano. Estos son los que serían susceptibles de situar a francotiradores para cargarse al presidente hasta en el interior de las bases estratégicas de la US Air Force. Y para protegerse de sus ardides, el presidente Bush utiliza vehículos blindados en las áreas de tráfico de Barksdale y de Offutt.

Otro aspecto de este asunto es revelar la existencia de una negociación paralela. Si los atacantes se pusieron en contacto con el Secret Service y utilizaron códigos secretos para autentificar su llamada, lo hicieron con un objetivo preciso. Su mensaje contenía o una reivindicación o un ultimátum. Por eso, si se admite que la amenaza se disipó al final del día, sólo se puede concluir que el presidente Bush negoció y cedió a un chantaje.

Al disponer de los códigos de autentificación y de transmisión de la Casa Blanca y del Air Force One, los atacantes podían usurpar la potestad del presidente de Estados Unidos. Podían dar instrucciones a los ejércitos a su merced, incluido el de accionar el sistema nuclear. El único medio que podía permitir a George W. Bush seguir dominando a sus ejércitos era estar físicamente en la sede del US Strategic Command, en Offutt, y dar personalmente cualquier orden o contraorden. De ahí que se dirigiera allí personalmente. El trayecto directo resultaba imposible, ya que el avión no disponía de bastante carburante. El Air Force One, que no está hecho para volar a baja altitud, había consumido sus reservas de combustible y no podía aprovisionarse en vuelo sin exponerse. Por lo tanto se programó una escala técnica en Barksdale, uno de los cinco lugares sustitutivos de Offutt.

El asunto de los códigos no es el único aspecto que ha desaparecido de la versión oficial. Se ha olvidado otro hecho debidamente comprobado. El 11 de septiembre, a las 9 h 42', la cadena ABC difundió imágenes en directo de un incendio en el anexo de la Casa Blanca, el Old Executive Building. La cadena de televisión se contentó con mostrar un plano fijo con espirales de humo negro saliendo del edificio. No se filtró ninguna información sobre el origen del siniestro, ni sobre su magnitud exacta. A nadie se le ocurrió atribuir el incendio a un avión kamikaze. Al cabo de un cuarto de hora, el Secret Service sacaba a Dick Cheney de su despacho y ordenaba la evacuación de la Casa Blanca y de su anexo. Tiradores de élite se habían desplegado por los alrededores de la morada presidencial, provistos con lanza proyectiles y capaces de repeler un asalto de tropas aerotransportadas. En resumen, era necesario enfrentarse a una amenaza muy diferente a la descrita posteriormente por el vicepresidente Cheney.

Releamos ahora el texto de la intervención del presidente Bush, grabado en Barksdale y difundido en diferido por el Pentágono a las 13 h 04':

«Quiero tranquilizar al pueblo norteamericano y garantizarle que todos los efectivos del Gobierno federal están trabajando para ayudar a las autoridades locales a salvar vidas y asistir a las víctimas de estos ataques. Que nadie se lleve a engaño: Estados Unidos acorralará y castigará a los responsables de estos actos cobardes. He estado en contacto regular con el vicepresidente, el secretario de Defensa, el equipo de Seguridad Nacional y mi gabinete. Hemos tomado todas las precauciones de seguridad adecuadas para proteger al pueblo norteamericano. Nuestros militares, en Estados Unidos y en todo del mundo, están en estado de alerta máxima, y hemos tomado las precauciones de seguridad necesarias para proseguir las funciones del Estado.

»Nos hemos puesto en contacto con los líderes del Congreso y los principales dirigentes mundiales para asegurarles que haremos todo lo que sea necesario para proteger a Norteamérica y a los norteamericanos.

»Le pido al pueblo norteamericano que se una a mí para dar gracias a todas las personas que -han empleado toda su energía en rescatar a nuestros conciudadanos y para rezar por las víctimas y sus familias.

»La resolución de nuestro gran pueblo norteamericano ha sido puesta a prueba. Pero que nadie se lleve a engaño: demostraremos al mundo que superaremos esta prueba. Dios os bendiga.»

Lo que llama la atención en esta alocución es que el presidente evite cuidadosamente designar a los atacantes. Ya no emplea las palabras «terrorismo» o «terrorista». Da a entender que pueda tratarse del principio de un conflicto militar clásico, o de cualquier otra cosa. Habla de una «prueba» que será superada y parece anunciar nuevas catástrofes. Sorprende que no dé ninguna explicación de su ausencia de Washington, dando la impresión de que ha huido de un peligro ante el que sus conciudadanos permanecen expuestos.

Ari Fleischer, portavoz de la Casa Blanca, dio dos ruedas de prensa improvisadas a bordo del Air Force One durante su largo vagabundeo. Con el mismo cuidado meticuloso que el presidente Bush, él también evitó las palabras «terrorismo» y «terrorista» .

En un contexto así, la activación del procedimiento de Continuidad del Gobierno (CoG) se puede interpretar de dos formas distintas. La explicación más simple es considerar que había que proteger al presidente y a los responsables políticos de la acción de traidores capaces de provocar un incendio en el Old Executive Building y robar los códigos secretos de la presidencia y las agencias de información.

Por otra parte, también se puede considerar que el plan CoG no se estableció para proteger a los dirigentes políticos de los traidores, sino que fue establecido por los traidores para aislar a los dirigentes. En efecto, el testimonio del vicepresidente Cheney resulta extraño. Afirma que los hombres del Secret Service lo sacaron de su despacho y lo condujeron al bunker de la Casa Blanca sin esperar su consentimiento. Da a entender que pasó lo mismo con los principales miembros del Gobierno y el Congreso. ¿Y qué es una operación en la que los servicios secretos raptan a los elegidos por el pueblo y les asignan los búnkers «por su seguridad» sino un golpe de Estado o, al menos, un golpe de palacio?

Recapitulemos los elementos disponibles: en el anexo de la Casa Blanca se declaró un incendio. Los atentados fueron reivindicados entonces por una llamada telefónica al Secret Service. Los atacantes plantearon exigencias, incluso un ultimátum, y dieron credibilidad a su comunicación utilizando los códigos de transmisión y de autentificación de la presidencia. El Secret Service engrasó el procedimiento de Continuidad del Gobierno y refugió a los principales dirigentes políticos. El presidente Bush negoció con los atacantes por la tarde y al atardecer volvió la tranquilidad.

Así pues, los atentados no fueron dirigidos por un fanático que creía impartir un castigo divino, sino por un grupo presente en el seno del aparato del Estado norteamericano que logró dictar su política al presidente Bush. Más que un golpe de Estado que pretendía derrocar las instituciones, ¿no se trataría de una toma de poder por parte de un grupo, determinado oculto en el seno de las instituciones?


EL FBI HACE ASPAVIENTOS

Con ese fascinante sentido de la organización del que se enorgullece Estados Unidos, el FBI lanzó el día 11 de septiembre la mayor investigación criminal de la historia de la humanidad: «Penttbomb» (acrónimo de Pentagon-Twin Towers-Bomb). Requirió a la cuarta parte de su plantilla, movilizando a siete mil funcionarios, de los que cuatro mil eran agentes. A sus propios medios añadió los que fueron destacados por otras agencias del Departamento de Justicia: la División Criminal, las Ofcinas de los Fiscales, el Servicio de Inmigración y de Naturalizaciones. Además, el FBI se apoyó en el conjunto de la «comunidad norteamericana de la información», particularmente la CÍA (Central Intelligence Agency), la NSA (National Security Agency) y la DÍA (Defense Intelligence Agency). Por último, el FBI se benefició en el extranjero de la cooperación policial internacional, ya fuera de la INTERPOL, o bien directamente de la cooperación bilateral con las policías de los Estados aliados.

Para reunir pruebas, el FBI hizo llamamientos a los testigos a partir de la tarde de los atentados. En el transcurso de los tres primeros días recibió tres mil ochocientos mensajes telefónicos, treinta mil correos electrónicos y dos mil cuatrocientas notificaciones de sus agentes de información.

Al día siguiente de los atentados, el FBI ya había logrado establecer el modus operandi de los terroristas 7. Agentes de las redes de Bin Laden se habrían introducido legalmente en territorio norteamericano. Habrían seguido una formación acelerada de pilotos. Agrupados en cuatro equipos de cinco kamikazes, habrían desviado los aviones de línea regular con el objetivo de estrellarse contra blancos importantes. El 14 de septiembre, el FBI publicaba la lista nominal de los presuntos diecinueve piratas aéreos 8.

En el transcurso de las siguientes semanas, la prensa internacional reconstituyó la vida de los kamikazes. Demostró que nada habría permitido a sus amigos y vecinos sospechar de sus intenciones, ni que la policía occidental los descubriera. 

Camuflados entre la población, evitando cuidadosamente desvelar sus convicciones, esos agentes «durmientes» se habrían «despertado» sólo el día de su misión. Otros «agentes durmientes», agazapados en la sombra, estarían esperando probablemente su momento. Una amenaza indetectable planearía sobre la civilización occidental...

En cuanto al aspecto metodológico, es evidente que esta investigación está hecha deprisa y corriendo. En un proceso criminal, con unos hechos tan complejos, la policía habría tenido que sostener multitud de hipótesis y seguir todas las pistas hasta el final, sin menospreciar ninguna. La hipótesis del terrorismo interno se descartó por principio, sin jamás llegarse a estudiar. En su lugar, Osama bin Laden ya había sido señalado con el dedo por «fuentes próximas a la investigación» unas horas más tarde de los atentados. La opinión pública necesitaba culpables; éstos le fueron designados en el acto.

Se supone que en cada uno de los cuatro aviones desviados, los terroristas se organizaron en equipos de cinco hombres, reunidos en el último momento. Sin embargo, en el vuelo 93, que estalló en Pensilvania, sólo había cuatro terroristas: el quinto miembro del comando, Zacharias Moussaoui, fue detenido poco tiempo antes por carecer de permiso de residencia. En un primer momento, el FBI afirmó que los piratas aéreos se habían formado para sacrificarse. 

En un segundo tiempo, tras descubrir un vídeo de Osama bin Laden, éste sugirió que solo los piratas pilotos eran kamikazes, mientras que sus compañeros no fueron informados hasta el último momento del carácter suicida de su misión. Sea como sea, lo que sorprende es la idea de equipos de kamikazes. En efecto, la psicología del suicida es eminentemente individual. Durante la Segunda Guerra Mundial, los kamikazes japoneses actuaban individualmente, aunque sus acciones pudieran estar concertadas en olas. Más recientemente, los miembros del Ejército Rojo japonés (Rengo Segikun) que exportaron esta técnica a Oriente Próximo cuando se produjo el atentado de Lodd (Israel, 1972), actuaron de tres en tres, pero después de seguir una formación particular para poder acoplarse. Es más, uno de los terroristas de Lodd, Kozo Okamoto, fue capturado vivo. No se conocen ejemplos de equipos kamikazes que se hayan formado en el último momento.

Por otra parte, como hizo notar Salman Rushdie 9 con astucia, se puede afirmar que si los piratas eran kamikazes, entonces no eran fundamentalistas islámicos. En efecto, el Corán prohíbe el suicidio. Los fundamentalistas islámicos (talibanes, wahhabís u otros) se habrían expuesto a la muerte, como mártires, sin posibilidad de escapar a ésta, pero no se habrían dado muerte a sí mismos.

No obstante, la teoría de los kamikazes ha sido confirmada por documentos manuscritos en árabe de los que el FBI 10 publicó una traducción inglesa y que fueron recogidos por la prensa internacional. Supuestamente se encontraron tres ejemplares: uno, en una maleta perdida en un enlace, que pertenecía a Mohamed Atta; el segundo, en un vehículo abandonado en el aeropuerto de Dulles por Nawaf Alhamí; y el tercero, entre los restos del avión del vuelo 93 que estalló en Stoney Creek Township (Pensilvania) 11.

Se trata de cuatro páginas de piadosos consejos:

«1) Haz el juramento de moriry renueva tu intención. Afeita tu cuerpo y lávalo con agua de colonia. Dúchate.
2) Asegúrate de que conoces bien todos los detalles del plan y espera la respuesta, una reacción del enemigo.
3) Lee a Al-Tawba yAnfal [surates marciales del Corán), reflexiona sobre su significado y piensa en todo lo que Dios prometió a los mártires», etc.

Redactados en estilo teológico clásico, a menudo impregnados de referencias medievales, estos documentos contribuyeron en gran medida a alimentar la imagen de fanáticos que las autoridades norteamericanas expusieron a la venganza popular. Con todo, se trata de una falsificación de la que cualquier persona que haya estudiado el Islam capta la incongruencia. En efecto, empiezan con la exhortación «en nombre de Dios, de mí mismo y de mi familia» (sic), mientras que los musulmanes -a diferencia de muchas sectas puritanas norteamericanas- no oran jamás en su propio nombre, ni en el de su familia 12. Asimismo, el texto incluye en un recoveco de una frase un tic del lenguaje yanqui que no tiene lugar en el vocabulario coránico: «debes afrontarlo y entenderlo al 100%» (sic).

El FBI presenta a Mohammed Atta como el líder de la operación. En diez años, este egipcio de treinta y tres años habría vivido en Salou (España), luego en Zurich (Suiza) -donde, según los investigadores, habría comprado, claro está, con tarjeta de crédito, los cuchillos suizos para poder desviar los aviones- y por último en Hamburgo (Alemania).

Junto con otros dos terroristas cursó estudios de electrotécnica, sin dar nunca de qué hablar, sin dejar entrever nunca sus convicciones extremistas. Supuestamente, al llegar a Estados Unidos se reunió con sus cómplices en Florida, siguió cursos de pilotaje en Venice e incluso se pagó algunas horas en un simulador de vuelo en Miami. Preocupado por esconder su integrismo, Mohamed Atta se esmeró en frecuentar el Olympic Garden de Las Vegas, el mayor cabaret de topless del mundo. Este agente sin igual se dirigió a Boston el 11 de septiembre, en un vuelo interno. Teniendo en cuenta el poco tiempo de enlace entre ambos vuelos, perdió las maletas durante el tránsito. Al indagar en éstas, el FBI descubrió vídeos de entrenamiento para el pilotaje de Boeing, un libro de plegarias islámicas y una vieja carta en la que anunciaba su intención de morir como mártir. Atta fue identificado como el jefe del comando por un miembro de la tripulación que telefoneó desde su móvil durante el desvío del avión y que indicó su número de asiento: 8D.

¿Debemos tomar en serio estas informaciones? Habría que admitir que Mohamed Atta procuró durante diez años ocultar cuidadosamente sus intenciones y que se comunicó con sus cómplices siguiendo procedimientos estrictos para escapar a los servicios de información. Con todo, en el último momento dejó multitud de indicios tras de sí. Aunque era el líder de la operación, se arriesgó a perder su enlace aéreo el 11 de septiembre y finalmente logró tomar el vuelo de American Airlines 11, pero sin recuperar las maletas. De hecho, ¿quién iría cargado con maletas para suicidarse?

¡Más ridículo aún! ¡El FBI afirma haber descubierto el pasaporte intacto de Mohammed Atta entre las humeantes ruinas del World Trade Center! Se trata de un verdadero milagro: todavía nos preguntamos cómo ese documento pudo «sobrevivir» a tales peripecias...

Sin duda, el FBI presenta pruebas fabricadas por él. Quizás en esto sólo debamos ver la ofuscada reacción de un servicio de policía que ha mostrado su ineficacia para impedir la catástrofe y que intenta por todos los medios volver a sacar brillo a su escudo.

La polémica surgida sobre la identidad de los kamikazes es aún más preocupante. La prensa internacional comentó ampliamente el perfil de los diecinueve terroristas señalados por el FBI. Se trataba de hombres entre veinticinco y treinta y cinco años. Eran árabes y musulmanes, la mayoría saudíes.Tenían educación. Actuaban por ideal y no por desesperación.

La única sombra en el perfil de los kamikazes era que el retrato robot se basaba en una lista discutible. La embajada de Arabia Saudí en Washington confirmó que Abdulaziz Alomari, Mohand Alshehri, Salem Alhazmi y Said Alghamdi estaban más frescos que una rosa y que vivían en su país. Walecd M. Alshehri, que actualmente vive en Casablanca y trabaja como piloto de Royal Air Maroc, concedió una entrevista al periódico de lengua árabe de Londres, Al Qods Al Arabi. El príncipe Saud al-Faisal, ministro saudí de Asuntos Exteriores, declaró a la prensa: «Se ha demostrado que cinco de las personas nombradas en la lista del FBI no tienen relación alguna con lo que pasó». Mientras que el príncipe Nayef, ministro saudí de Interior, declaró a una delegación oficial norteamericana: «Hasta ahora, no existe ninguna prueba de que [los quince ciudadanos saudíes acusados por el FBI] estuvieran relacionados con el 11 de septiembre. No hemos recibido ningún dato de Estados Unidos sobre el tema» 13.

¿Cómo se identificó a estos terroristas? Si se hace referencia a las listas de víctimas publicadas por las compañías aéreas el 13 de septiembre, sorprende que no figuren en éstas los nombres de los piratas aéreos. Es como si los criminales hubieran sido retirados de las listas para dejar sólo a las «víctimas inocentes» y al personal de la tripulación. Si se cuentan los nombres, aparecen setenta y ocho víctimas inocentes en el vuelo 11 de American Airlines (el que se estrelló contra la torre norte del WTC), cuarenta y seis en el vuelo 175 de United Airlines (que se estrelló contra la torre sur), cincuenta y una en el vuelo 77 de American Airlines (supuestamente estrellado contra el Pentágono), y treinta y seis en el vuelo 93 de United Airlines (que estalló en Pensilvania). Estas listas estaban incompletas, ya que varios pasajeros no han sido identificados todavía. Si se hace referencia a los comunicados 14 de las compañías aéreas del 11 de septiembre, puede verse que el vuelo 11 transportaba ochenta y un pasajeros; el vuelo 175, cincuenta y seis; el vuelo 77 transportaba cincuenta y ocho pasajeros, y el vuelo 93, treinta y ocho. Era por lo tanto materialmente imposible que el vuelo 11 transportara a más de tres terroristas y el vuelo 93, a más de dos. La ausencia de los nombres de los piratas aéreos en las listas de pasajeros no significa, por consiguiente, que se hubieran retirado para que éstas fueran «políticamente correctas», sino simplemente porque no se encontraban entre los pasajeros. Adiós a la identificación de Atta por un azafato gracias a su número de asiento, 8D.

En resumen, el FBI inventó una lista de piratas aéreos a partir de la que elaboró un retrato robot de los enemigos de Occidente. Se nos pide que creamos que esos piratas eran fundamentalistas islámicos y que actuaban como kamikazes. Se acabó la pista interna estadounidense. En realidad, no sabemos nada, ni de la identidad de los «terroristas», ni de su modo de operar. Todas las hipótesis siguen abiertas. Como en todos los asuntos criminales, la primera pregunta que uno debe plantearse es: «¿A quién beneficia el crimen?»

Precisamente, al día siguiente de los atentados se comprobó que las maniobras características de los «delitos de iniciados» fueron realizadas en los seis días precedentes al ataque 15. Las acciones de United Airlines (compañía propietaria de los aviones que se estrellaron en la torre sur del World Trade Center y en Pittsburg) cayeron artificialmente un 42%. Las de American Airlines (propietaria del aparato que se estrelló contra la torre norte del World Trade Center y del que se estrelló en el Pentágono) cayeron un 39%. Ninguna compañía aérea en el mundo ha sido objeto de maniobras comparables, salvo KLM Royal Dutch Airlines. Así se puede deducir que un avión de la compañía holandesa quizá habría sido escogido para ser objeto de un quinto desvío.

Idénticas actuaciones fueron constatadas en las opciones de venta de valores de Morgan Stanley Dean Witter & Co, que se habían multiplicado por doce la semana anterior a los atentados. Ahora bien, esta empresa ocupaba veintidós pisos del World Trade Center. Sucedió lo mismo con las opciones de venta de las acciones del primer corredor de bolsa del mundo, Merrill Lynch & Co., cuya sede social está en un edificio vecino que amenaza con derrumbarse, que se multiplicaron por veinticinco. Y, sobre todo, con las opciones de venta de las acciones de los aseguradores implicados: Munich Re, Swiss Re y Axa.

La Comisión de Control de Operaciones Bursátiles de Chicago fue la primera en dar la alerta. Comprobó que, en la Bolsa de Chicago, los iniciados habían realizado 5 millones de dólares en plusvalías con United Airlines, 4 millones de dólares con American Airlines, 1,2 millones de dólares con Morgan Stanley Dean Witter & Co. y 5,5 millones de dólares con Merril Lynch &Co.

Ante la investigación, los iniciados renunciaron prudentemente a percibir 2,5 millones de dólares en plusvalías de American Airlines que no habían tenido tiempo de cobrar antes de que se diera la alerta.

Las autoridades de control de cada gran plaza bursátil censan las plusvalías realizadas por los iniciados. Las investigaciones son coordinadas por la Organización Internacional de Comisiones de Valores (IOSCO) 16. El 15 de octubre tuvo lugar una videoconferencia en la que las autoridades nacionales presentaron sus informes de la temporada. En éstos aparecía que las plusvalías ilícitas implicarían cientos de millones de dólares, constituyendo el «mayor delito de iniciado jamás cometido».

Osama bin Laden, cuyas cuentas bancarias estaban bloqueadas desde 1998, no disponía del dinero necesario para esta especulación. El gobierno talibán del Emirato Islámico de Afganistán tampoco tenía medios financieros.

En efecto, el presidente Bill Clinton ordenó congelar todos los haberes financieros de Osama bin Laden, de sus asociados, de sus asociaciones y empresas, mediante la Executive Order 13099, simbólicamente firmada el 7 de agosto de 1998 (día de la respuesta a los atentados de Nairobi y Daar-es-Salam). Esta decisión se internacionalizó mediante la Resolución 1193 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (13 de agosto de 1998). Bill Clinton extendió la medida a las cuentas bancarias de los talibanes, y a sus asociados y satélites en virtud de la Executive Order 13129 de 4 de julio de 1999. En definitiva, la congelación mundial de los haberes de las personas y organizaciones relacionadas con la financiación del «terrorismo internacional» fue pronunciada en virtud de la Resolución 1269 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (19 de octubre de 1999). A partir de esa fecha, se hizo eminentemente ridículo seguir hablando del «millonario Osama bin Laden», porque ya no tenía acceso posible a su fortuna personal. Los medios de los que disponía sólo podían proceder de una ayuda secreta -estatal o no-, que ya no podía ser la del Emirato Islámico de Afganistán.

Se pudo establecer que la mayor parte de las transacciones fue «efectuada» por el Deutsche Bank y su filial norteamericana de inversiones, Alex.Brownn. Esta sociedad estuvo dirigida, hasta 1998, por un personaje subido de tono, A. B. Krongard. Capitán de marines, amante de las armas y las artes marciales, este banquero se convirtió en consejero del director de la CÍA y, desde el 26 de marzo, número tres de la Agencia de Información norteamericana. Teniendo en cuenta la importancia de la investigación y la influencia de A. B. Krongard, cabría pensar que Alex. Brown cooperó sin dificultades con las autoridades para facilitar la identificación de los iniciados. Pero no sucedió así.

Por muy extraño que parezca, el FBI renunció a explorar esta pista y el IOSCO cerró su investigación sin resolver el asunto. Sin embargo, es fácil «rastrear» los movimientos de capitales, ya que todas las transacciones interbancarias son archivadas por dos organismos de clearing 17.

Se podría admitir que, teniendo en cuenta la importancia de las apuestas, fue posible forzar el secreto bancario y encontrar a los felices beneficiarios de los atentados del 11 de septiembre, pero no fue así 18.

El FBI, en disposición de unos medios de investigación sin precedentes, debería haber aclarado cada una de las contradicciones a las que nos hemos referido. Debería haber estudiado prioritariamente el mensaje de los atacantes del Secret Service para identificarlos. Debería haber establecido lo que verdaderamente ocurrió en el Pentágono. Debería haber rastreado a los financieros iniciados. Debería haber ido hasta el origen de los mensajes de alerta enviados a Odigo para prevenir a los ocupantes del World Trade Center dos horas antes del atentado, etc.

Ahora bien, como hemos señalado, lejos de realizar una investigación criminal, el FBI se esmeró en hacer desaparecer las pruebas y amordazar a los testigos. Apoyó la versión del ataque externo e intentó darle credibilidad divulgando una lista improvisada de piratas aéreos y fabricando pistas falsas a su conveniencia (pasaporte de Mohamed Atta, instrucciones de los kamikazes, etc.).

Esta operación de manipulación fue orquestada por su director, Robert Mueller III. Este hombre indispensable fue nombrado por George W Bush y había empezado sus funciones precisamente la semana anterior al 11 de septiembre.

¿Esta pseudoinvestigación se realizó para instruir un proceso justo o para ocultar las responsabilidades norteamericanas y justificar las operaciones militares venideras?

Continúa aquí.

NOTAS


1.-United States Government Interagency Domestic Terrorism Concept of Operations Plan (CONPLAN), en http://www.fbi.gov/publications/conplan.pdf

2.- Texto íntegro de la entrevista disponible en: http://stack.msnbc.com/news/629714.asp

3.-Léase en particular «The Options» por Nicholas Lemann, en The New Yorker del 25 de septiembre de 2001, http://www.newyorker.com

4.-Por ejemplo: «White House said Targeted», por Sandra Sobieraj en Washington Post del 12 de septiembre de 2001

5.-«Digital Moles inWhite House? Terrorista had top-secret presidencial codes», en World Net Daily del 20 de septiembre de 2001. http://www.worldnetdaily.com

6.-«Bin Laden's Magic Carpet - Secret US Promis Software», por Michael C Ruppert, en From the Wilderness del 20 de noviembre de 2001

7.- Resumen del fiscal general John Ashcroft. el 12 de septiembre de 2001, http://www.usdoj.gov/ap/speeches/2001/0913pressconference.html

8.- Conferencia de prensa del fiscal general John Ashcroft, y del director del FBI, Robert Mueller III, el 14 de septiembre de 2001, http://www.usdoj.gov/ag/agcrisisremarks9_ 14.html

9.- «Fighting the Forces of Invisibility», por Salman Rushdie, en el Washington Post del 2 de octubre de 2001, http://www.washingtonpost.com

10.- Resumen del fiscal general John Ashcroft, y del director del FBI, Robert Mueller III, el 28 de septiembre de 2001, http://www.usdoj.gov/ag/agcrisisremarks9_ 28.html

11.- Varios periódicos europeos indicaron por error el FBI había descubierto este documento en las ruinas del Pentágono.

12.- Curiosamente el periodista estrella Bob Woodward destaca esta anomalía ese mismo día, pero no saca ninguna conclusión. Cf. «In Hijacker's Bags, a Call to Planing, Prayer and Death», en el Washington Post del 28 de septiembre de 2001, http://www.washingtonpost.com

13.- «Saudi Minister Asserts That Bin Laden Is a "Tool" of Al Qaeda, Noc a Mastermind», por Douglas Jehl, en el Washington Post del 10 de diciembre de 2001. http://www.washingtonpost.com

14.- Estos comunicados fueron difundidos por la agencia Associated Press

15.- «Black Tuesday: The World’s largest Insider Trading Scam?», por Don Radlauer, International Policy Institute for Counterterrorism, Israel, 9 de septiembre de 2001

16.- Web oficial de IOSCO: http://www.iosco.prg/iosco.html

17.- Révélations, por Denis Robert y Ernest Backes, Les Arenes éd., 2001, http://www.arenes.fr/livres/page-livrel.php?numero_livre=4&nuin_page=1

18.- El FBI tampoco se interesó por el propietario de unos nombres de dominios de Internet premonitorios: según la empresa de registros VeriSign, un operador no identificado compró durante un año, en 2000, diecisiete nombres de dominios de Internet que caducaban el 14 de septiembre de 2001 y que nunca fueron utilizados. Se trata de: attackamerica.com, attackonamerica.com, attackontwintowers.com, august11horror.com, august11terror.com, horrorinamerica.com, horrorinnewyork.com, nyeterroriststrike.com. pearlharborinmanhattan.com, terrorattack2001.com, towerofhorror.com. tradetowerstrike.com, worldtradecenter929.com, worldtradecenterbombs.com. worldtradertoweratack.com, worldtradetowerstrike.com, wterroristattack2001 .com.
Véase «Internet Domain Names May Have Warned of Attacks». y «Investigators Can Access Internet Domain Data», por Jeff Johnson, en CNSNews.com del 19 y 20 de septiembre de 2001.

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