miércoles, 15 de diciembre de 2010

Lo que está detrás de Bush (II): Masonería

Viene de aquí.

El origen de la masonería americana

Los orígenes de la presencia masónica en EEUU son vidriosos. Se dice que había logias en 1620, cuando llegan los «Padres Peregrinos». No está confirmado; más verosímil parece, sin embargo, la presencia de maestros masones entre los colonos holandeses que llegaron a Newport (Massachusets) en 1650. Las crónicas de la propia masonería difunden una versión diferente. En 1704, Jhonatan Belcher, nacido en Boston, fue iniciado en una logia de Londres. Jorge II lo nombró en 1730 gobernador de Massachusets y New Hampshire. Se suele citar a tres hermanos escoceses de Aberdeen que se establecieron en New Jersey constituyendo allí una «logia madre», pero es posible que se trate de figuras legendarias. Lo que sí parece cierto, en cualquier caso es que entre 1730 y 1750 proliferaron logias masónicas en toda la franja colonizada.

No eran los únicos movimientos de este estilo que habían penetrado en el Nuevo Mundo. En 1694 Johanes Kelpius llegó a Pensilvania junto a sus seguidores. Era tenido como mago y cabalista, astrólogo y alquimista y había constituido en la vieja Inglaterra la «Orden de los Pietistas». Se conoce poco de esta organización, pero todo induce a pensar que se trataba de una secta rosacruciana más o menos alejada del espíritu de los orígenes. Los pietistas figuran entre las primeras organizaciones cuyas actividades son parecidas a las desarrolladas por el ocultismo contemporáneo: técnicas de desdoblamiento astral, hipnosis y escritura automática. Posteriormente, este tipo de sectas, harán fortuna en EEUU.

Igualmente incuestionable es que la masonería americana considera a la Logia de Filadelfia como su primera Logia Madre. En ella fue iniciado Benjamin Franklin que llegó a ser su Gran Maestre. Se dispone de un documento escrito de esta logia que data de 1731. Dos años después Henri Price, gran amigo de Franklin, funda en Boston la «St. John’s Lodge». Un año después el propio Franklin, imprimirá el libro de «Las Constituciones» de Anderson, que es mencionado como primer libro masónico publicado en el Nuevo Mundo. Hacia 1749 la logia de Filadelfia trabajaba ya sin reconocer una autoridad superior a la suya.



Este crecimiento estaba en razón directa a la influencia de la masonería en la sociedad americana. Probablemente el éxito de la masonería se debió a la coincidencia de sus ideales con los del puritanismo y con la mentalidad de los colonos. La tolerancia, que en las logias inglesas eran sólo un principio de orden interno, pasó en las americanas a ser un valor extensible a toda la sociedad. No todas las logias participaron del lado de los rebeldes en la guerra de independencia. Está históricamente demostrado que sólo las más antiguas tomaron partido por los rebeldes, mientras que las fundadas inmediatamente después de iniciarse el conflicto, lo hicieron a favor de los ingleses. Se conocen a la perfección los nombres y las logias que se decantaron hacia uno y otro bando.

El episodio que históricamente es considerado como el detonante de los acontecimientos se sitúa en Boston en 1773. La Compañía de las Antillas, dependiente del gobierno británico, atravesaba una grave crisis; Lord North, primer ministro inglés, hizo que se votara un impuesto sobre el té. Los colonos de Boston, protestaron por este gravamen y asaltaron por sorpresa tres navíos británicos arrojando 340 cajas de té por la borda. La totalidad, sin excepción alguna, de los colonos que, disfrazados de indios, perpetraron la acción pertenecían a la Logia de San Andrés de la ciudad, dirigida por Joseph Warren.

Boston era, sin duda, la ciudad de mayor implantación masónica en la época; su famosa logia estaba compuesta por una amplia representación de la sociedad de su tiempo: abogados, clérigos protestantes y mercaderes. Warren, destacó desde los primeros momentos como uno de los líderes de la rebelión de las colonias y murió en la batalla de Bunker Hill luchando como voluntario. En 1825, contando con la presencia del legendario Lafayette, la Gran Logia de Boston logró reunir a 5000 masones conmemorando la muerte de Warren.

La independencia americana: triunfo del ideal masónico


El episodio del té de Boston muestra la importancia de la masonería americana; pero no se trata de un caso aislado, sino de una línea de tendencia que seguirá afianzándose en años sucesivos hasta alcanzar su cenit en el momento en que, una vez iniciado el movimiento independentista, los Estados Unidos debieron forjar sus símbolos: la Declaración de Independencia, el Congreso, el Gran Sello, la concepción misma del poder y, finalmente, décadas después, el dólar.

En la Biblioteca del Congreso de Washington está expuesta la Declaración de Independencia en la que se resumen los fundamentos ideológicos de la Nación Americana. Pues bien, dicha Declaración fue aprobada por 56 compromisarios rebeldes, que eran francmasones, aunque para algunos la cifra es sensiblemente menor. Un tercio de los 74 generales de George Washington fueron igualmente francmasones; idéntica proporción se encuentra entre los firmantes de la Constitución.

Existen varios grabados en los que se representa la colocación de la primera piedra del Congreso por parte de George Washington. En todos se puede ver al primer presidente de los EE.UU. luciendo su mandil de maestro francmasón y otros atributos de su cargo en la logia. Washington fue iniciado en la logia «Fredeksburg» de Virginia en 1734; durante la guerra frecuentó logias militares, en particular la «American Union». La historiografía masónica destaca el hecho de que fue propuesto como Gran Maestre de la Gran Logia Nacional, rechazando tal honor. La Biblia sobre la que juró lealtad a los ideales masónicos es la misma sobre la que aún hoy juran su cargo los presidentes de los EEUU.

La historia del Gran Sello y del Escudo americano permanece envuelta en brumas pero conserva, en las distintas versiones, un inequívoco aroma masónico. En 1775, Washington y Franklin se reunieron en la casa del líder rebelde de Cambridge (Massachusets) quien les presentó a un anciano, muy erudito y versado en historia antigua, vegetariano, no bebía vino ni cerveza, sólo se alimentaba de cereales, nueces, frutas y miel. Guardaba en un cofre de roble varios libros antiguos y extraños. Al parecer ya se había entrevistado con Franklin –que lo llamaba «El Profesor»– en alguna ocasión anterior. Parecía tener más de setenta años y se le ha descrito como alto, de porte digno y distinguido, extremadamente cortés. Visiblemente actuaba como si fuera representante, de alguna sociedad secreta de carácter místico e iniciático. Daba la sensación –o quería darla– de haber estado presente en acontecimientos antiguos que describía con enorme precisión. Un hombre extraño, en definitiva.

En el libro de R.A. Campbell, «Our flag» se explica que al discutirse el diseño de la bandera americana, Franklin rogó a los presentes que escucharan a «su nuevo amigo, «el Profesor», quien había accedido amablemente a repetir ante ellos aquella noche lo esencial de lo que había dicho por la tarde a propósito de la nueva bandera para las colonias». Predijo la futura independencia y grandeza de los EEUU. Fue a este desconocido al que se deben las orientaciones sobre las que Washington y Franklin diseñaron la bandera de las barras y estrellas.

El 4 de julio de 1776 tuvo lugar otra aparición de «el Profesor» al producirse una discusión sobre la oportunidad de que las colonias rompieran completamente o bajo ciertas condiciones con la metrópoli. «¡Dios ha dado América para que sea libre!» concluyó su alocución a la que siguió la firma de la Declaración de la Independencia. Nunca pudo conocerse la identidad de «el Profesor», se marchó sin que nadie pudiera despedirse de él.

La elaboración del gran sello de los EEUU fue, sin embargo, más laboriosa. Franklin, Adams y Jefferson fueron comisionados para diseñar el sello. Cada uno de ellos aportó su visión mesiánica particular: para Franklin la imagen de Moisés conduciendo a los judíos a través del Mar Rojo era el episodio bíblico que mejor sintonizaba con el sentir fundacional del nuevo país; Jefferson, por su parte, siguió en la misma línea representando a los judíos marchando hacia la tierra prometida. Adams, más clásico, pintó a Hércules blandiendo su maza, y «eligiendo entre la virtud y la pereza» (tema característico) cuya filacteria remitía a «The New Atlantis» de Bacon: EEUU era la nueva Atlántica como indicaba la inscripción «Más allá de las columnas de Hércules».

El congreso rechazó los tres proyectos en 1782 y optaron por un escudo en el que el número 13 era el leit–motiv. Este número en el mundo anglosajón es signo de buen augurio. La superstición procede del mito artúrico. La Tabla Redonda tenía 12 asientos para cada uno de los caballeros que habían mostrado méritos suficientes para merecerlo. Existía, sin embargo, un decimotercer asiento, llamado en algunos relatos «el asiento peligroso»; cuando un caballero que no lo merecía se sentaba en él, la tierra se abría a sus pies y se lo tragaba. Solamente un caballero «perfecto» –Gawain en unos relatos, Lancelot en otros– predestinado, con una dignidad casi «pre–natal», pudo sentarse en el asiento y ser reconocido como el «caballero elegido». De ahí que el número 13 que para la mayoría está asociado a la desgracia, para el afortunado elegido (de nuevo aquí aparece el tema mesiánico) es fuente de dicha.

Por ello el escudo de los EEUU nos muestra a un águila con 13 estrellas de cinco puntas en torno a su cabeza, ostentando en su pecho 13 rayas rojas, blancas y azules, en sus garras el olivo con 13 hojas y 13 flechas, mientras que en su reverso puede verse una pirámide escalonada de 13 escalones coronada por el Delta Luminoso (otro viejo símbolo masónico) similar al «ojo que todo lo ve» aceptado por cierta iconografía católica.

El sello sería completado por Charles Thomsom, francmasón y amigo de Franklin, que añadió el águila, las flechas y rama de olivo que ostenta en sus garras y que simbolizan las dualidades en conflicto. De Thomson proceden igualmente las tres leyendas que figuran en el sello: «Novus ordo Seculorum» (Nuevo Orden de los Siglos), «Annuit coeptis» (13 letras, textualmente, «Él favorece nuestra empresa») y «E pluribus unum» (13 letras de nuevo, «unidad en la pluralidad»). Salvo el tercero que corresponde a la estructura federal americana, los dos primeros son verdaderas muestras de la mentalidad escatológica y del mesianismo americanos.

La concepción del poder en los Estados Unidos está inspirada igualmente en la iconografía masónica y en una de las interpretaciones de los tres órdenes arquitectónicos clásicos: el
dórico, jónico y corintio, cada uno de los cuales representa
respectivamente a los poderes judicial, ejecutivo y legislativo.

El orden corintio se considera como expansivo, de ahí que fuera asociado al poder legislativo; el orden jónico, cuyo capitel está rematado por las volutas que recuerdan los cuernos del morueco, es el poder de coordinación y liderazgo; finalmente, el orden dórico, en su simplicidad y ausencia de aditamentos, indica un poder restrictivo, esto es, judicial. Las tres partes de cada columna, la base, el vano y el capitel, corresponden respectivamente a los niveles local, estatal y federal. Todo el conjunto comporta nueve divisiones orgánicas: Tribunal Municipal, Tribunal Estatal y Corte Suprema; Alcalde, Gobernador y Presidente; y Ayuntamiento, Asamblea Legislativa Estatal y Congreso Federal.

Estas tres columnas, con sus distintos órdenes figuran en varios grabados masónicos de la época. El hecho de que en la iconografía figure sobre los capiteles el Delta Luminoso es una muestra añadida del mesianismo que condujo desde los orígenes la política americana: una nación bajo Dios.

El mismo símbolo se repetirá en el dólar. Fue durante el gobierno de Roosevelt cuando el Secretario de Agricultura, Henry Wallace, tuvo la idea de incluir el Gran Sello en el reverso del billete de dólar. Tanto Roosevelt como Wallace tenían años de militancia masónica a sus espaldas. Roosevelt pertenecía a la Orden de los Shiners con el grado de Caballero de Pitias; Wallace, por su parte, estaba interesado en el ocultismo y las «búsquedas psíquicas» o espiritismo. Escribió: «Todo ser es un Galahad en potencia». Ambos estaban persuadidos que tras la gran depresión de 1929 América entraría en la «era futura» que aseguraría un despertar espiritual y un gobierno mundial. Con la inclusión del Delta Luminoso en el papel moneda pretendía dar un paso adelante en esa tendencia que consideraba ineluctable y marcada por los astros.

La masonería americana a finales del siglo XX

La masonería jugó pues un papel de primer orden en la formación de la mentalidad y de los grandes mitos norteamericanos. Aún hoy, sin ser la fuerza decisiva y tratándose más bien de una red de círculos de apoyo mutuo, la masonería sigue teniendo cierto peso en la sociedad americana.

Al iniciarse el siglo XIX existían en Estados Unidos 387 logias con 16.000 miembros. Veinticinco años después se habían duplicado y en 1850 eran ya 66.000 los masones afectos a las logias; 800.000 en 1900 y 4 millones a principios de los años 80. Para algunos, la mayoría de los presidentes norteamericanos fueron masones, otros, más comedidos los sitúan en docena y media: Washington, Monroe, Jackon, Knox Polk, Buchanan, Jhonson, Gardfield, Mc Kinley, Taft, Harding, Teddy y Franklin Roosevelt, Harry Truman, Johnson y Gerald Ford.

Existe una masonería paralela constituida por altos grados, a partir del grado 32 del Rito Escocés: la «Antigua Orden Arábiga de Nobles de la Mística Shrin», conocida abreviadamente como «Orden de los Shriners», fundada a finales del siglo XIX. Constituyen un rito de actividad fundamentalmente filantrópica y caritativa para con los niños. Idéntica finalidad asistencial tiene la «Orden de la Estrella del Este», obediencia mixta que agrupa a más de dos millones de miembros. La «Orden de Molay», destinada a hijos de francmasones, menores de 21 años, la «Orden del Arco Iris» y la de las «Hijas de Job», para niñas hijas de francmasones, junto con la «Orden de la Blanca Jerusalén» (más de un millón de miembros) componen el pintoresco mundo francmasónico americano que sigue manteniendo vivas las esencias del período de los pioneros.

Dado que los negros, por tradición, no son admitidos en las logias, existe una masonería especialmente dedicada a ellos. Fundada en Boston en 1791 por un esclavo liberto procedentes de Barbados, junto con otros 13 negros iniciados en una logia militar inglesa, obtuvieron pronto una patente para constituir la African Lodge no 459 que hasta hoy recluta entre la élite negra. Hoy están extendidos a los 51 estados de la Unión y tienen sucursales en Canadá, Hawai, Bahamas y Liberia.

Hombres del ejército, el cine, la industria e incluso entre los cosmonautas, han declarado públicamente su filiación masónica.
Ciertamente, la masonería de hoy es, ante todo, una sociedad
filantrópica y un club social, más que una escuela de pensamiento. Tampoco es un centro de poder oculto; puede ser, como máximo, un lugar de encuentro entre gentes que se ayudan entre sí y, acaso, del que quien pretende ser alguien en la sociedad americana, no puede prescindir. Pero no es desde luego, un centro de poder de primera magnitud.

Por lo demás, los francmasones europeos no ahorran críticas a sus hermanos del otro lado del continente. Dicen de ellos que las discusiones filosóficas están por completo ausentes de las logias –lo cual, en el fondo, corresponde al espíritu norteamericano, fundamentalmente pragmático–, comentan que los altos grados masónicos obtienen sus credenciales por correspondencia y no son, en absoluto, muestra de un trabajo de progresión personal realizado a través de la complicada jerarquía masónica. El título de «Caballero Kadosh» o de «Caballero Templario» o el grado 18 de «Caballero Rosacruz» pueden adquirirse a cambio de unas decenas de dólares que dan derecho al diploma, el uso del título en su tarjeta de visita, y conocimiento a las palabras de paso, signos rituales de reconocimiento, etc. Es decir, algo vacuo y sin significado iniciático.

El papel histórico de la masonería no ha sido otro que el de facilitar la preparación ideológica para las «revoluciones del tercer Estado», es decir, para el advenimiento de la burguesía como clase hegemónica y de los regímenes demoliberales como formas características de organización. Allí donde ha habido una revolución burguesa, allí ha existido un grupo de francmasones creando el fermento intelectual. Hemos visto hasta qué punto su presencia en la Revolución Americana, la primera revolución burguesa de la historia, es notable. También hemos podido percibir hasta qué punto la presencia de uno de sus más conspicuos representantes, Benjamin Franklin, fue importante para el desarrollo de la Revolución Francesa.

Si hoy la masonería ha perdido influencia se debe a que, una vez consumadas las revoluciones liberales, otras estructuras de poder se han mostrado más acordes con el actual momento de desarrollo del sistema: las organizaciones de coordinación de la plutocracia, las estructuras de gestión colegiada de la alta finanza y del capital internacional, los clubs privados de encuentro entre políticos, científicos y señores del dinero, etc. Sus nombres son el Club Bildelberg, la Comisión Trilateral o el Consejo de Relaciones Exteriores norteamericano; pero no tendríamos gran dificultad en encontrar varias decenas de estructuras similares ante las cuales la francmasonería está en la misma relación que la era atómica al pedernal.

Sin embargo en los EEUU se ha conservado el espíritu originario a lo largo de los siglos, y no tanto por estructuras organizativas rígidas, sino por el nacimiento de una especie de mentalidad colectiva que se remonta a los orígenes mismos de la nación americana. Ciertamente, durante unos años, fundamentalmente en el período de la guerra contra Inglaterra y en los momentos posteriores a la independencia, los ideales escatológicos y mesiánicos, fueron perfectamente interpretados por las logias. Pero luego pasaron a ser una especie de infraestructura emotiva del pueblo norteamericano. Y es así como llegamos hasta nuestros días.

En algunas doctrinas masónicas que encontraron arraigo en los Estados Unidos, la fundación de este país, abriría el período de transición hasta la nueva era de Acuario, anunciado por los astrólogos y los profetas. Un período en el cual, se iría conformando el poder de una nación líder –los EEUU– que guiaría a la humanidad a través de ese nuevo período áureo, de forma similar al establecimiento de la Pax Romana, por la ciudad del Lacio. Llama la atención la insistencia con la que algunos miembros del establishment norteamericano intentan comparar la Roma patricia y augusta con los actuales EEUU. Berzezinsky destaca incluso en su libro «El Tablero Mundial» que EEUU tiene hoy desplegados en el extranjero los mismos soldados que Roma tuvo en su mejor momento.

Según esta cosmogonía nos encontramos en el período de transición de la Era de Piscis a la de Acuario. Los 250 años de tránsito entre 1776 (fecha de la independencia Americana) y el 2016, serían el período que los EEUU necesitaban para ponerse al frente de los destinos de la humanidad e inaugurar la «Pax Americana».

Así pueden entenderse algunos desarrollos últimos de la política norteamericana, que no responden sólo a un afán expansionista, sino a una voluntad escatológica y mesiánica de guiar a la humanidad en esa nueva fase iniciada con el advenimiento del tercer milenio. En este contexto hay que incluir las palabras de George Bush al término de la guerra del Golfo: «Hoy podemos ver un nuevo mundo, la perspectiva de un nuevo orden mundial. La guerra del Golfo ha sido el primer desafío a este nuevo mundo y nosotros hemos respondido, mis queridos ciudadanos [...] Oímos tan a menudo hablar del conflicto en el cual están nuestros jóvenes, del fracaso de nuestras escuelas, del hecho que los productos americanos y los trabajadores americanos son de segundo orden. No lo creáis. La América que hemos visto en el Golfo era de primer orden [...] Hemos visto la excelencia incluso encarnada en el missil Patriot y en los patriotas que los han hecho funcionar». Más adelante añadía: «Ningún sistema de desarrollo ha encarnado la virtud tan completa y rigurosamente como el nuestro. Nos hemos convertido en el sistema más igualitario de la historia y uno de los más armoniosos». Y finalmente terminaba pidiendo para los EEUU el liderazgo mundial, dada su «alta talla moral».
***
Sabemos ahora cuál fue el espíritu fundacional de la nación
norteamericana. Sabemos cuáles fueron las corrientes mesiánicas que estuvieron presentes en los primeros pasos de los EEUU. Pero, desde entonces, muchas cosas han cambiado y, aunque el espíritu que se respira entre la población y los mitos que asumen hoy son los mismos que los que movieron a los colonos a independizarse de Gran Bretaña en el siglo XVIII, no es menos cierto que han aparecido nuevas fuerzas ideológicas, religiosas y sociales en escena que han aprovechado este planteamiento y lo han reconducido en beneficio de sus proyectos alucinados. Se diría que en los actuales EEUU el «pensamiento mágico» está presente en las esferas de poder. Intentar elucidar cuáles son las fuentes y las componentes de tal ideología es lo que nos proponemos en la segunda parte de esta pequeña obra.

Continúa aquí.

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