DESCUBRO Y ACUSO
ELISEO BAYO
PLAZA & JANES EDITORES S.A.
© 1984, Eliseo Bayo
PRIMERA PARTE
EL GRAN JUEGO DE LOS INNOMBRABLES
1. LA CRECIENTE DEBILIDAD NORTEAMERICANA, UNA PROVOCACIÓN
La siguiente observación podrá llenar de satisfacciones a los que consideran que el imperialismo norteamericano es la principal amenaza que pesa hoy sobre el mundo: los Estados Unidos están perdiendo influencia en todas las partes del planeta donde llegaron a ejercer su hegemonía desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial.
Poseyendo en la actualidad no más del 24% del Producto Nacional Bruto mundial —en comparación con 1945, en que les correspondía más del 52%—, los Estados Unidos han perdido peso y condiciones para seguir siendo la potencia dirigente del mundo.
Una interpretación más profunda de este hecho enfriaría el optimismo inicial que hubiera provocado la noticia de la creciente debilidad norteamericana.
La mayoría de los países que recientemente se han liberado del «yugo americano» no ha encontrado una vía independiente propia, ni están en el camino de hallarla. Al contrario, se hallan en un proceso acelerado de desintegración económica y política y de destrucción de la población más cualificada.
Los regímenes aliados de los Estados Unidos han sido sustituidos por tiranías antipopulares que con el pretexto de barrer toda huella del influjo norteamericano están destruyendo las bases científico-técnicas, productivas y culturales que los acercaban a los estándares de vida modernos.
Los fundamentalismos religiosos, al estilo de Jomeini y de Gaddafi, que se extienden por todos los países árabes y africanos de los que está desapareciendo la presencia norteamericana, no son otra cosa que la aparición del viejo rostro del colonialismo anterior al influjo de los Estados Unidos. La destrucción de Estados-nación surgidas después de la Segunda Guerra Mundial con el apoyo norteamericano hay que entenderla también como un retroceso en la Historia, propiciado por los movimientos separatistas.
Quizá la disolución del sueño del presidente Roosevelt, en las vísperas de la terminación de la Segunda Guerra Mundial, pueda ser saludado como un triunfo del antiimperialismo, pero Franklin Delano Roosevelt, al hablar del «siglo americano» que se iniciaba con aquélla, no pensaba en reconstruir bajo la idea imperial el mundo dañado por la guerra, sino, por el contrario, en eliminar los vestigios del colonialismo y en ayudar a los países colonizados a recuperar su independencia y a caminar, en un régimen internacional de colaboración, por la vía del desarrollo económico y cultural. En íneas generales, el sueño de Roosevelt fue suplantado por la decisión de Winston Churchill de meter en cintura a aquellos países. Pero Churchill —y el poderoso stablishment que administraba— sabía que no era posible recomponer el esquema del viejo colonialismo sin una complicada política a largo plazo que pasaba por el dominio sobre la política exterior de la Casa Blanca y por la propia descomposición de la economía norteamericana.
La pérdida de la hegemonía norteamericana en el mundo, reflejada en aquellas cifras sobre su escasa participación en el Producto Nacional Bruto mundial, es consecuencia del «paso a paso» en que ha ido desintegrándose la economía norteamericana. En 1946, en los Estados Unidos un 60% de la fuerza del trabajo estaba empleada en la producción de bienes. En la actualidad, de acuerdo con las estadísticas de la Oficina del trabajo, menos del 25% de la fuerza de trabajo se ocupa en la producción de bienes, mientras que más del 75% se dedica a los servicios. Esta es la causa más importante de la inflación.
AL BORDE DE LA BANCARROTA
Los problemas norteamericanos no deberían ser causa de regocijo en Europa que, por cierto, está haciendo frente a la crisis más grave habida en los últimos seis siglos en el viejo continente. Alguna gente cree que la gravedad del endeudamiento público es una pintoresca peculiaridad de los países latinoamericanos. La totalidad de la deuda externa de los países en vías de desarrollo, que puede provocar un colapso financiero internacional, se acerca a los 700.000 millones de dólares. Esta impresionante suma afecta al sistema bancario de las instituciones monetarias internacionales y a los Bancos privados internacionales. Mientras que la magnitud de la crisis de la deuda asciende a 10 billones de dólares, la mitad de ellos corresponde a la deuda interna de los Estados Unidos. La mayor parte del resto está localizada en Europa Occidental. El problema que representa la deuda iberoamericana, reflejado gravemente por la decisión mexicana de negarse a pagarla en 1982, es tan sólo un aspecto del riesgo de falta de liquidez inanciera que, por una especie de reacción en cadena, puede hacer saltar el sistema financiero de Europa y de los Estados Unidos. El peligro no reside, pues en la crisis de deuda de Iberoamérica o de los países en vías de desarrollo. Está latente en el sistema bancario europeo y norteamericano. En un plazo corto, Francia estará en peor situación que los países latinoamericanos, al entrar en el «Sexto Mundo», entre los países al borde de la bancarrota. Alemania Federal, que ha visto caer sus principales núcleos industriales, tiene una deuda superior a los 2,5 billones de marcos. Italia, como se ha evidenciado con los recientes escándalos financieros, ha pervertido su estructura industrial y se halla también a las puertas de la bancarrota. A pesar de las declaraciones optimistas de su ministro de Hacienda, España está drenando los pocos recursos que le quedaban, vendiendo a precio de saldo sus exportaciones industriales y sus servicios, comprando a precios cada vez más caros sus abastecimientos energético y de materias primas y endeudándose con el exterior en límites insostenibles.
Importa saber cómo y por qué se ha llegado a esta situación y que posibilidades hay de encontrar una salida, si es que existe.
QUÉ HAY DETRÁS DEL «IMPERIALISMO NORTEAMERICANO»
Podría ocurrir que el nombre no definiera ya a la cosa y que el «imperialismo norteamericano» sirviera para encubrir las maquinaciones de centros oligárquicos que tratan de recomponer la situación mundial a la medida de sus intereses, que no se corresponden con los de la mayoría de la población. Resulta, en principio, sospechoso que el análisis se detenga precipitadamente con el enunciado de la crítica al «imperialismo norteamericano», sin esforzarse en investigar en qué consiste tal abstracción. En especial, el intelectual de izquierda y la variada constelación de organizaciones de izquierda y «contestatarias» creen haber encontrado las causas de la crisis moderna en una simple definición probablemente vacía de contenido. Hablar del «imperialismo norteamericano», ahorra otros esfuerzos y puede servir de carta de presentación del que utiliza el término, pero no conduce a apresar la compleja realidad de factores políticos y económicos, ni a entender las enconadas luchas internas que se desarrollan en el núcleo del poder. Utilizar las expresiones acuñadas es una forma de enmascarar la realidad o, en el mejor de los casos, resignarse a la desinformación y no someterse a la fatiga ni al riesgo de la investigación.
Mientras se mantiene la hipotética ficción del «imperialismo norteamericano» pueden estar actuando otras fuerzas estratégicamente más reaccionarias. Utilizarían el «imperialismo norteamericano» para lograr sus objetivos y existen numerosos datos que demuestran que el «imperialismo norteamericano» no es un producto típicamente norteamericano, sino una provocación orientada precisamente a desintegrar la estructura básica, republicana y creadora, de la nación norteamericana.
Esta provocación, como veremos más adelante, iría lanzada al mismo tiempo con la Unión Soviética. A este respecto, resulta también sospechoso comprobar que la mayoría de los textos políticos soviéticos se limitan a denunciar machaconamente la amenaza del «imperialismo norteamericano», pero no añaden nada nuevo al análisis.
Difícilmente se puede entender lo que ha ocurrido en las dos últimas décadas en el mundo sin analizar cómo y por qué se ha producido la crisis económica, el endeudamiento de la mayoría de los países, la desindustrialización y, en consecuencia, la paralización del crecimiento, y sin investigar la labor organizadora de instituciones internaciones y de sociedades secretas como la logia «Propaganda-2», el lobby internacional de la droga, los movimientos de capital, la especulación del oro, las programadas suspensiones de pagos en cadena, la asociación mafia-política y los «cerebros bancarios» conectados para hundir y levantar países, constituyen auténticas fuerzas motoras de una estrategia bien determinada que poco tiene que ver con el «imperialismo norteamericano» si no es como pieza de utilización. El asalto frontal de estos lobbys internacionales contra el proceso de desarrollo ha sido tan espectacular, han utilizado procedimientos tan ruidosos y han provocado tantos escándalos, que han tenido al menos la ventaja de su conocimiento y desenmascaramiento.
Algunas sociedades secretas que venían actuando sin interrupción desde hace casi dos siglos —y, a veces más— discretamente, están apareciendo a la luz pública y ponen en entredicho a viejas y «honorables» familias. Su ambición máxima era lograr ejercer una influencia determinante sobre la política exterior norteamericana y minar las bases de la propia sociedad norteamericana. Si conseguían destruirla, habrían eliminado el principal obstáculo para reconducir la situación internacional a la medida de sus intereses.
En 1977 —recuerda Vivian Freyre Zoakos—, el presidente de Chipre hizo una confidencia política que se salía de las interpretaciones usuales del tema. Se refirió a la existencia de un grupo, al que denominó «brujos internacionales», que estaba manejando aspectos cada vez más importantes de la política de los estados. No pretendía dar una explicación esotérica de la crisis, al estilo de la que aparece en cierta prensa especializada en desinformar a la población. Había en el ambiente demasiados hechos y demasiadas interrelaciones para dejarlos sin esclarecer.
Durante la década de los setenta habían ocurrido hechos capitales que merecían una interpretación ajustada. ¿O no eran importantes el asesinato unos años antes de un presidente de los Estados Unidos, varios atentados contra De Gaulle, el chantaje del petróleo que aumentó de precio en un 400%, el endeudamiento de los países del Tercer Mundo y la caída de estados industriales? Más adelante, cuando se hicieran públicos los resultados de las investigaciones de varios jueces italianos, se vería que la confidencia del presidente de Chipre no era una boutade.
Hasta que se reveló el escándalo de la logia masónica «Propaganda-2», con implicaciones nacionales e internacionales al más alto nivel de la política y las finanzas, todas las convulsiones políticas que habían sacudido negativamente al mundo habían sido cargadas en la cuenta del «imperialismo norteamericano». Sin embargo, el proyecto de la «Propaganda-2» era una estrategia fundamentalmente antinorteamericana en dos sentidos: pretendía alterar los acuerdos de Yalta y se proponía recuperar Europa para la «vieja causa». El progresismo o la izquierda europea había caído en su propia trampa: creía que lo que era malo para los Estados Unidos favorecía su causa. Sin embargo, era un triunfo de la propaganda subterránea nazi trabajando en varios frentes a la vez, uno de los cuales, el más actualizado, era su reencarnación en los nuevos «partidos verdes» y en las corrientes de los «nuevos filósofos». También los rusos habían caído en la misma trampa, creyendo que el creciente grito europeo del «Go Home» para los norteamericanos en Europa iba a dejarles las manos libres en el viejo continente, sin advertir que era una antigua consigna nazi... elaborada, como siempre, en círculos londinenses.
La famosa, por tópica, «ingenuidad norteamericana» debe ser interpretada como
una incapacidad norteamericana para comprender la asombrosa disposición para la
maniobra de las viejas familias que controlan la City londinense. Esta incapacidad —que como veremos más adelante, se convierte en histeria— se refleja también en la consideración de sus asuntos internos.
Mientras la corriente de opinión progresista internacional cargaba las tintas sobre el «imperialismo norteamericano», se alzaba una cortina de humo para proteger las maquinaciones internacionales de los «brujos» que pretendían la desmembración del estado italiano, la desindustrialización de Alemania, la
desestabilización de Europa y la pérdida de la influencia norteamericana en el Oriente Medio.
Los «brujos» a los que se refería el presidente de Chipre, son las familias nobiliarias europeas que dominan instituciones bancarias, el comercio de la droga y de armamento y conspiran para restablecer el «orden perdido» en Europa. Estas familias, como veremos más adelante, se suceden a sí mismas sin variar sus objetivos estratégicos.
A veces, las coincidencias son demasiado evidentes para dejarlas de lado. Por ejemplo, el distinguido Robert Morghentau, fiscal de Distrito en Nueva York, es tenido por un personaje que utiliza su enorme influencia para proteger la entrada de droga en Nueva York, dentro de un contexto de lobbys que amparan el tráfico como un proyecto político de minar las bases republicanas de los Estados Unidos. Robert es hijo del célebre autor del «Plan Morghentau» en el que se proponía la reducción de la Alemania derrotada a un estado rural completamente desindustrializado. Al parecer, es una obsesión de familia, pues el abuelo de Robert Morghentau había ideado un proyecto similar, siendo embajador en Turquía, para arrasar industrialmente a la joven revolución soviética.
El descubrimiento de los objetivos estratégicos de la logia «Propaganda-2» permitió no solo su parcial interrupción, sino que dio la oportunidad de esclarecer algunas pistas sobre la cuestión más secreta de todas: cómo la red europea de familias oligárquicas había conseguido infiltrarse poderosamente en la propia Administración norteamericana.
El primer cabo había aparecido en Turquía, cuyo ejemplo es sumamente revelador. Antes del golpe militar, el Estado turco había sido conquistado desde dentro según una estrategia similar a la emprendida en Italia y en España. En los tres casos se había pervertido la estructura industrial, aunque el de Turquía fue el más completo. Hubo suspensiones de pago programadas que arrasaron la plataforma industrial turca y el país se convirtió en un centro para organizar las operaciones de contrabando industrial, según el modo de operar triangular que los acereros españoles conocían tan bien. Durante una década, millones de toneladas de productos siderúrgicos circularon de contrabando por Europa, destruyendo las fábricas integrales y llevando la especulación a todos los terrenos. Una vez que la estructura económica turca hubo sido destruida, los militares aparecieron para hacer el resto. Los progresistas europeos se precipitaron a denunciar la «maniobra norteamericana» de militarizar aquel enclave estratégico, sin tener en cuenta que lo que iba a ocurrir a continuación en Turquía era una operación de largo alcance para arrojar a los norteamericanos del Oriente Medio. Los aliados de éstos serían sustituidos por regímenes tiránicos desindustrializadores. El aparato militar turco iba a amparar las operaciones de contrabando de armas y el tráfico de narcóticos que estimularían la guerra en el Oriente Medio y la desestabilización en Europa.
Las investigaciones hechas en Italia y en la propia Turquía a raíz del escándalo de la logia «Propaganda-2», revelaron la existencia de una «Mafia mediterránea», especializada en el intercambio de drogas por armas que agrupaba no sólo a delincuentes clásicos sino a poderosos ciudadanos «más allá de toda sospecha»: políticos, banqueros y otras figuras públicas. Las redes de esta Mafia se extienden desde Líbano, Egipto, Israel, Siria e Irán, hasta Turquía, Bulgaria, Grecia, Italia y España, colaborando estrechamente con las redes que desde Libia pasan a Italia y a Alemania.
La plataforma antiimperialista —que estimula los movimientos separatistas y terroristas—contempla la «liberación de los pueblos», no para hacerlos avanzar en el sentido de la Historia sino para desindustrializarlos y fragmentarlos.
¿Cómo —se pregunta Nancy Coker— puede existir un mercado negro de tales proporciones, manejando miles de millones de dólares en armas y en drogas que ransitan por varios países? La respuesta empezó a ser obvia con el resultado de las investigaciones de varios jueces italianos, algunos de los cuales pagaron con su vida el empeño de descubrir la conspiración. Observemos, al paso, que la mafia en su estado «puro» —es decir, antes de que se completara el ciclo con la incorporación de personajes políticos— no se había atrevido, salvo en contadas excepciones, a asesinar a jueces y a destacados políticos que se le oponían. El asesinato del juez Alessandrini marcó una nueva era para tener más que sospechas de lo que estaba ocurriendo realmente. Alessandrini había descubierto que la prestigiada casa de seguros londinense Lloyds suscribía pólizas secretas de seguro contra posibles secuestros. El problema estaba en que más del 30% de las personalidades secuestradas habían firmado pólizas con la Lloyds y, sobre todo, en que trabajaban para la aseguradora ex funcionarios de os servicios secretos británicos, «algunos de los cuales habían mediado incluso con los secuestradores». Se revelaba que la «industria del secuestro», aliada con el tráfico de estupefacientes, contaba con distinguidos managers que no se recataban a la hora de divulgar sus conexiones con altas personalidades políticas. Así ocurrió con Torri, un mafioso que viajaba con pasaporte diplomático de la Orden de Malta. Detenido en Nueva York, se jactó de su inmunidad derivada de la amistad que le unía a Loris Fortuna, vicepresidente de la Cámara de Diputados del Parlamento italiano, ministro de Protección civil y uno de los miembros más destacados del Partido Socialista italiano.
Los amigos de Loris Fortuna se encuentran entre los miembros y partidarios del «Club de Roma» y del Partido Radical italiano. Efectivamente, el honorable mafioso, extraditado a Italia, fue puesto en libertad. Aún no había llegado la hora del escándalo definitivo, cuando se sabría que ministros de la democracia cristiana y del Partido Socialista estaban metidos hasta el cuello en el cenagal de la mafia.
Importa señalar que los más distinguidos «antinorteamericanos» socialistas italianos y griegos tienen el cordón umbilical de sus finanzas unido a las conspiraciones de la desestabilización industrial y del tráfico de armas y de narcóticos.
Varios jueces italianos, más el general Della Chiesa, siguieron el trágico ejemplo de Alessandrini, pero el terremoto que sacudió a Italia, con las revelaciones del escándalo de la «Propaganda-2», creó las condiciones para que las investigaciones fueran imparables. Se acercan horas de amargura para políticos europeos —y en especial españoles— que no pueden sacar los pies del bloque de cemento de sus connivencias mafiosas.
Surgieron algunos datos que empezaban a arrojar luz sobre los acontecimientos en el Oriente Medio. Las autoridades italianas encontraron el papel realizado por el Banco Ambrosiano, el mayor banco privado de Italia, en una operación aparentemente nexplicable: la entrega de material bélico norteamericano a Irán desde Israel, a cambio de petróleo iraní a Israel. En varias ocasiones, aviones camuflados partieron del aeropuerto de Lod, en Tel Aviv, escoltados por cazas israelíes, con destino a Teherán, en la más inusitada operación provocativa contra la política estadounidense. Los efectos de esta transacción secreta, en la que la reaparición de Kissinger en el Departamento de Estado tiene mucho que ver, no han sido insignificantes: el armamento clandestino norteamericano ayudó a Jomeini a sostener la guerra en el Golfo, mientras que el petróleo iraní alimentó, literalmente, la invasión del Líbano por Israel.
La «expulsión» de los norteamericanos del Líbano deber ser entendida como un triunfo de la facción de los «señores de la guerra» que controlan los negocios de la droga y del contrabando de armamento.
CONSPIRACIÓN ANTINORTEAMERICANA EN WASHINGTON
No se comprendería la confección de este complicado «Gran Juego», si no se tuvieran en cuenta que la Administración Norteamericana está siendo objeto de una maniobra de «captura» por parte de políticos que no sirven a los intereses básicos de los Estados Unidos, sino los de la red de familias oligárquicas europeas.
El investigador Richard Cohen ha elaborado un explosivo documento confidencial que explica el paso a paso de aquel «Gran Juego». A partir de unas declaraciones hechas por Kissinger, en mayo de 1981, en una reunión del Royal Institute for International Affairs, en Londres, en la que el «mago» Kissinger confesaba que durante el período en que estuvo al frente de la política exterior norteamericana había mantenido constantemente informado de sus pasos al Foreign Office, se pudo establecer el «calendario» de las presiones sobre la Administración norteamericana.
El establecimiento de la firma «Kissinger Associates», en estrecha colaboración con Lord Carrington, emerge como un centro operativo de la oligarquía europea. Fuentes de la Comisión parlamentaria italiana que investiga las actividades de la logia «Propaganda-2» y el «suicidio» de Roberto Calvi en Londres, señalan que Calvi, poco antes de su muerte, había canalizado fuertes sumas de dinero a Bancos de Panamá, para hacerlo llegar a elementos de la extrema derecha en beroamérica. El lazo entre Calvi y Panamá fue una organización conocida como «Comité de Montecarlo», otra logia masónica. Entre los miembros del Comité de Montecarlo figuran Kissinger, el fundador de la P-2 Licio Gelli y Aurelio Peccei, fundador del «Club de Roma» y veterano ejecutivo de la familia Agnelli. A través de su equipo bien situado en la Administración norteamericana —George Shultz, Helmut Sonnefeldt, Joseph Sisco, Thomas Enders y Lawrence Eagleburger, entre otros—, Kissinger trabajaría para establecer unos nuevos acuerdos, modificando los de Yalta, que se concretan en dictar los términos de una desintegración continua y controlada de la economía mundial.
Laestrategia del grupo se orientaría a hallar la manera de mantener simultáneamente un control político efectivo sobre una reorganización financiera, mundial, con nuevos plazos para el problema de la deuda exterior de los países, mientras se conceden nuevos «créditos de choque» y se dicta una política de austeridad genocida.
El BIS (Bank for International Settlements) y otros Bancos centrales están de acuerdo en que el proceso de programación de nuevos plazos de pago se sincronizará con una drástica restricción de créditos al sector privado, en especial en los países en vías de desarrollo altamente endeudados. Los nuevos créditos a estos países caerán bajo el control estricto de los Bancos centrales, el BIS y el FMI.
El programa de Kissinger, como el de su antiguo asesor económico, C. Fred Bergsten, presidente del Institute for International Economics y el de su protector David Rockefeller, pretende la creación de una pequeña política de «zanahoria» bajo la forma de más liquidez o de cuotas más altas para el FMI. La «zanahoria» sería el premio para aquellos países que aceptaran colaborar estrechamente con el FMI.
La Administración Reagan —en contra de los criterios personales y «antineomalthusianos» del presidente— representaría el «palo», esgrimido por el Subsecretario del Tesoro, Beryl Spinkel, que no quiere oír hablar de incrementar las cuotas del Fondo.
Kissinger y sus asociados —abandonando los principios de crecimiento industrial y de liderazgo de los Estados Unidos— están forzando a los países del Tercer Mundo, a
la Unión Soviética e incluso a los países industrialmente avanzados, a que renuncien a la política estatal de economía dirigida y se entreguen al de «desintegración controlada», bajo el supuesto de que esta perspectiva conduce a soluciones genocidas extremas. Si alguien piensa que esto es desorbitado, debería reflexionar sobre la conducta de Kissinger en la última fase de la guerra del Vietnam, cuando en connivencia con Pekín ayudó a instalar un auténtico régimen fascista en la vecina Camboya. El régimen de Pol Pot, ostensiblemente izquierdista, eliminó a más del 35% de la población del país, empezando por los individuos más preparados.
La política de «desintegración controlada» animada por el New York Council on Foreign Relations (CFR) persiguió, bajo la forma del «neomercantilismo» la destrucción económica de la India, México, Irán.
La India está sometida a un severo cerco lo mismo que México. En 1979, el régimen del Sha fue destronado por la fascista Revolución Iraní. La «Revolución iraní» combina fundamentalismo derechista islámico con la izquierda maoísta, modelo de un nuevo fascismo propiciado por la derecha radical y por la izquierda extremista. La derecha radical incluye los fundamentalismos religiosos musulmanes, judíos, católicos («Solidaridad») y protestantes en combinación con la Internacional Nazi (centrada en el Munich de Franz Joseph Strauss y en la Venecia de la «Propaganda-2»). La izquierda radical abarca a los maoístas, a los trotskistas de la Cuarta Internacional, a la extrema izquierda, a los círculos socialistas relacionados con la «Propaganda-2» y a los movimientos ecologistas. Junto a los grupos separatistas, alentados por las familias oligárquicas, todos ellos forman la base del fascismo internacional. Todos ellos son enemigos declarados de los gobiernos centrales, del dirigismo y del desarrollo científico y promueven de manera directa o indirecta la doctrina de «libre empresa» de Milton Friedman y de W. Allen Wallis, Subsecretario de Asuntos Económicos.
No es accidental que los amigos de Kissinger, Schultz y Wallis, fundadores del monetarismo de «libre empresa», lo fueran también del Center for the Advanced Study of the Behavioural Sciencies, de Palo Alto, California. Fue en este centro donde se lanzó el escandaloso programa MK-Ultra, del que hablaremos más adelante, y otros programas similares de uso de drogas y de técnicas de lavado de cerebro para corromper a la juventud norteamericana.
NUEVA TÁCTICA DEL GOLPE
Según la documentación aportada por Richard Cohen, de la que existe constancia en la oficina del Fiscal de la República de Italia, Henry Kissinger es miembro del Comité de Montecarlo. (El miembro Celso Ello). Ciolini aportó una lista de 400 nombres de personas que pertenecían a la logia. «Entre otros miembros, figuran secretarios de partidos políticos, grandes industriales e importantes políticos, además de miembros de la trilateral —donde se menciona también a Kissinger— y de la Masonería.» El hecho de ue figure Kissinger en la nueva logia masónica organizado por Licio Gelli —el jefe de la «Propaganda-2» en Montecarlo, es coherente con las actividades del ex secretario de Estado, Alexander Haig, y sobre todo, con su relación con la logia «Propaganda-2».
La logia masónica Comité de Montecarlo fue una continuación directa de la «Propaganda-2», cuando el jefe de ésta, Licio Gelli, empezó a encontrarse en dificultades y a trasvasar a una nueva logia los nombres de grandes industriales y políticos que debían mantenerse en secreto. La nueva estrategia consiste en propiciar el llamado golpe de Estado «frío», mediante la captación, desde dentro, de los principales personajes políticos. Repitiendo la experiencia en otros países europeos, se llegaría a recomponer la vieja causa de las familias oligárquicas que no sólo no tienen nada que ver con el «imperialismo americano», sino que saben que la estructura básica republicana de los Estados Unidos es el principal obstáculo para el logro de sus objetivos.
PROVOCACIONES CONTRA RUSOS Y NORTEAMERICANOS
En una época de profundos cambios científico-técnicos que impulsan la producción y el comercio, el concepto de división internacional del trabajo dejaría de pasar por las viejas relaciones colonialistas para hacerse más interdependientes.
Existirían países más avanzados que otros y, por supuesto, durante un período muy largo los inductores del desarrollo seguirían siendo los Estados Unidos y la Unión Soviética. El punto crucial que podría explicar el ataque frontal al desarrollo científico-técnico, y simultáneamente el lanzamiento de la contracultura y de las tendencias irracionalistas, es que la ciencia y la técnica suponen el mayor desafío al que han debido enfrentarse durante siglos las familias oligárquicas reaccionarias que controlan redes financieras mundiales. De ahí su prisa en montar una serie de provocaciones, empezando por los Estados Unidos, que cayó en la trampa del Sudeste asiático en la década de los sesenta, en la del Oriente Medio en la de los setenta y en la de Centroamérica en la de los ochenta. Una vez conseguido su objetivo de minar la estructura de la sociedad norteamericana y eliminada su influencia en el mundo, el hundimiento norteamericano —político, industrial y financiero— coincidiría
simultáneamente con la esperada desintegración del poderío soviético.
Obsérvese que la pérdida de la hegemonía norteamericana coincide con el surgimiento de graves conflictos en los países socialistas que circundan la Unión Soviética. Es casi del dominio público que buena parte del dinero «evaporado» tras algunas crisis bancarias relacionadas con la actividad de la logia «Propaganda-2», fue invertido en operaciones de desestabilización de Polonia.
El objetivo estratégico de los lobbys mencionados —que estudiaremos en detalle— sería destruir el concepto mismo de las dos superpotencias. El mantenimiento de la «paz activa» —basada en el desarrollo de la población mediante la utilización de los recursos de cada país y los intercambios con otros— sólo puede lograrse, por el momento, con el equilibrio dinámico de las dos superpotencias. El desarrollo de cada una de ellas no lleva necesariamente a que ejerzan la rapiña sobre sus zonas de influencia y en todo caso es una cuestión que no invalida la tendencia de ambas a reproducir las condiciones de su existencia como tales.
El objetivo natural —de necesidad dialéctica— de las superpotencias es seguir siéndolo y desde esta perspectiva debe contemplarse el tema de la carrera de armamento. Todos los intentos que se hagan por mantener la paz serán pocos, pero la dificultad del diálogo arranca de aquella necesidad dialéctica, que no es nueva sino encarnada en la corriente de la Historia. La investigación y el desarrollo de armamentos cada vez más sofisticados, cuya última expresión son las armas de rayo láser basadas en el espacio, no son una manifestación «diabólica», ni «monstruosa» de
las superpotencias, sino el resultado de aquella necesidad dialéctica. Lo que sería diabólico y monstruoso es la creación de situaciones políticas —causadas por la provocación— que condujeran irremediablemente al uso de las armas.
Una consecuencia de la necesidad dialéctica es el desarrollo de sistemas cada vez más perfeccionados por ambas partes, que no puede ser impedido por razonamientos «morales», «éticos» o «idealistas». Ninguna de las partes estará dispuesta a renunciar al
desarrollo de aquellos sistemas que son la consecuencia de su propia estructura y, al mismo tiempo, la condición de su avance. Equivaldría a su propia negación. Surge entonces una alternativa: que cada una de las partes mantenga el equilibrio armamentístico respecto de la otra —en equilibrio cambiante, pero siempre igualado— y que, al final, el desarrollo de la sofisticación llegue a un punto que haga imposible la confrontación. Los rayos láser basados en el espacio, capaces de interceptar en vuelo uno o múltiples cohetes intercontinentales y de destruirlos, podrían acabar con la política de «terror atómico», definida por la Destrucción Mutua Asegurada —que ha sido el eje de la política internacional durante los últimos veinte años— y empezar una nueva era de Supervivencia Mutua Asegurada. El sistema de rayos láser en el espacio — tendenciosamente presentado a la opinión pública como una moderna «guerra de las galaxias»— rompe cualitativamente el concepto de la carrera de armamentos, pues por primera vez se pone el acento en la defensa más que en el ataque, al ser capaz de
destruir entre el 96 y el 99 por ciento de todos los misiles lanzados por una potencia contra la otra en los pocos minutos en que tendría oportunidad de hacerlo.
Es frecuente oír las quejas de los ciudadanos contra los gastos crecientes que supone el desarrollo armamentístico y es habitual obtener en lugar de gastar el dinero en armamento. La cantidad de escuelas, hospitales, pantanos y carreteras que se podrían construir con el coste de unos cuantos misiles o de un submarino nuclear. Es cierto. Pero es un planteamiento idealista. La desaparición de cualquier posibilidad de guerra es un supuesto racional y por tanto tenderá a hacerse real, pero a condición de que se produzca el desarrollo de la necesidad dialéctica que abra las puertas a unas relaciones sociales nuevas. Mientras tanto, los ciudadanos deben esforzarse en impedir que se den las posibilidades políticas de la guerra, no en frenar el desarrollo de los sistemas que al desnivelar el equilibrio podría alimentar el aventurerismo bélico.
Esa necesidad dialéctica ha llevado a ambas superpotencias a desarrollar el sistema de rayos láser en el espacio.
Surgen dos situaciones de inestabilidad que están en el origen de la grave tensión internacional. Por una parte, la unión Soviética denuncia el sistema armamentístico de ayos láser, propone la desmilitarización del espacio y acusa a la administración norteamericana de preparar un clima de guerra. Es obvio que quiere mantener la supremacía en el espacio, pues la Unión Soviética dispone de capacidad científico-técnica para colocar tales sistemas en el espacio. No quiere reconocer la «necesidad dialéctica» de los Estados Unidos de impulsar su propio sistema y no advierte que el desequilibrio entre ambas superpotencias es el ingrediente principal del conflicto.
Por otra parte, la desestabilización actual se origina en los esfuerzos políticos por destruir el equilibrio basado en la igualdad de las dos superpotencias y sustituirlo por fuerzas multipolares. Esta teoría aparentemente neutral y pacifista, tan extendida en algunos círculos europeos, difícilmente puede esconder el perfume de la provocación.
El doctor Horst Afheldt, del Max Planck Institute, contrario a la construcción del sistema de rayos láser en el espacio, resume así el criterio: «No debería haber superpotencias. Los europeos saben que sólo un mundo multipolar, sin superpotencias, sin bipolaridad, puede ser pacífico. Si se introduce el sistema de rayos láser se crea la posibilidad de que las superpotencias se defiendan por sí solas y se hagan la guerra en nuestro propio territorio...».
Es un poco el cuento de la zorra y las uvas. Los franceses y los ingleses —que después de haber «eliminado» a los alemanes no se resignan a perder sus antiguas posiciones colonialistas— pretenden reconquistar la hegemonía en Europa, salvando su mutua rivalidad histórica, pero saben que no podrán alcanzar el nivel científico-técnico de las dos superpotencias. El plan de Londres pretende la creación de una defensa europea dominada por los ingleses y no pierde ocasión de crear dificultades a los norteamericanos.
La plataforma financiera de Londres, dirigiendo
gigantescas operaciones especulativas que han llevado a la ruina a decenas de países, se revela como el «estado mayor» de donde surge la estrategia de la provocación como práctica política secular. Su capacidad de infiltrarse en la Administración norteamericana es tan grande que ha dado frutos espectaculares, captando a numerosos políticos norteamericanos de primera fila.
MacNamara se distancia de las posiciones norteamericanas para defender abiertamente la estrategia inglesa. Como artífice en su día del «campo nuclear en Europa» sabe muy bien que los rusos no tienen intención de lanzar un ataque convencional en Europa para medirse con las fuerzas convencionales de la OTAN. No está preocupado por la defensa de Europa. Reconoce que el teatro principal del conflicto pasa por las áreas de los países en vías de desarrollo. Al proponer el no uso de armamento nuclear, MacNamara está buscando permiso sin límites para llevar la guerra convencional fuera del territorio de la OTAN, como así ha ocurrido. Para engatusar a los rusos en esta proposición, MacNamara y sus padrinos ingleses deben frenar el desarrollo de nuevas generaciones de tecnología de misiles, incluido el sistema dirigido ABM. Lo que se pretende en realidad es destruir los países en vías de desarrollo —como sucede con la proliferación de guerras— y al mismo tiempo eliminar la influencia norteamericana en ellos. El sistema de guerras convencionales favorece la producción de armas de escasa tecnología que no tienen repercusión cualitativa en el desarrollo técnico, pero que son un buen negocio para ingleses y franceses.
Para robustecer esta posición, MacNamara y el general Taylor propugnan que los Estados Unidos estructuren sus fuerzas al estilo de la guerra de Vietnam contra las poblaciones del Tercer Mundo. En el informe «Airland Battle 2000», confeccionado por la Air Force de los Estados Unidos, se recogen los resultados de la intoxicación de MacNamara, al proponer las siguientes conclusiones equivocadas:
-Hacia el final del siglo, o antes, el sistema se superpotencias quedará colapsado, para ser remplazado por una proliferación global de potencias dotadas de armamento sofisticado, en algunos casos nuclear.
-El principal teatro de la guerra se situará en los países en vías de desarrollo y requerirá una capacidad convencional y móvil, con bases en los lugares del conflicto y actividades de guerrilla.
-Habrá un importante número de guerras regionales en que no estarán implicadas sólo las superpotencias.
- Proliferará el terrorismo mundial.
- La recesión económica requerirá un sucesivo recorte de los programas de inversión para la defensa.
-Los Estados Unidos deberían gastar sus fondos de desarrollo en escasa investigación.
Sospechosamente, los ataques contra la existencia de las dos superpotencias y la obsesión por mantener el viejo equilibrio del terror nuclear —al que tienen acceso otros países, en especial Gran Bretaña y Francia— están creando un clima de guerra. Por el contrario, sólo un desarrollo ruso y norteamericano de los sistemas defensivos capaces de derribar en pleno vuelo los misiles armados con cabezas nucleares puede neutralizar la amenaza de guerra nuclear.
Esta cuestión, además no es exclusivamente militar. Los sistemas de defensa de rayos láser son una especie de «conductores de ciencias» en la tradición de los proyectos norteamericanos «Manhattan» y «Apollo», susceptibles de generar olas económicas de choque a través de necesidades tecnológicas que pueden remover las economías de los Estados Unidos y de Europa.
Los que están en contra de proseguir «el equilibrio por el desarrollo científico» consiguieron acelerar la desindustrialización
norteamericana bajo la Administración de Johnson. A partir de 1966 se decidió desmantelar el proyecto espacial de la NASA, que suponía un gran desarrollo científico-técnico, en favor del vago concepto de la great society. El desarrollo sólo puede venir concentrando las nuevas inversiones de capital en áreas de gran capacidad tecnológica, en lugar de disiparlo en proyectos de productividad inmediata. El armamento convencional obedece a un concepto parasitario de la industria.
2. MÁS PODEROSOS QUE LAS MULTINACIONALES: LOS VERDADEROS AMOS SECRETOS DEL MUNDO
La masa de capital «errático» que se mueve de un país a otro en operaciones especulativas y en transacciones bancarias encubiertas —créditos a países con comisiones astronómicas que se «evaporan» a través de cuentas numeradas, compras de oro de las que sólo tienen noticia los bancos que intervienen en ellas y que encubren operaciones ilegales, financiación de la droga y de su intercambio por armas y «lavado» en general procedente de actividades delictivas— es superior al que se forma con las operaciones industriales y comerciales de las compañías transnacionales o multinacionales. El comportamiento del capital «errático» y la elección de su emplazamiento, a través de una red bancaria internacional fuera del control de los Gobiernos, han creado una espiral especulativa que acelera el proceso de desindustrialización y crea las condiciones de la depresión económica más grave de la Historia.
En la época de formación de las tendencias monopolistas se podía decir con relativo acierto que «lo que era bueno para la General Motors, era bueno para Norteamérica». Y así, sucesivamente, las grandes compañías siderúrgicas, metalúrgicas, mineras, de telecomunicación, alimentarias y de producción de bienes de equipo intervenían en la política mediante la captación de personalidades públicas y colocaban emisarios en los puestos más altos de la Administración.
La «política de la cañonera» era un recurso habitual para obligar a determinados países a respetar los intereses de las multinacionales que operaban en ellos y aun para exigir el pago de empréstitos. Con independencia de que la «política de la cañonera» es hoy más sutil y que los Gobiernos poderosos disponen de procedimientos tan enérgicos como aquélla, las empresas multinacionales no representan hoy la amenaza mayor contra la soberanía de un país. En primer lugar, no se puede hablar estrictamente de situación de monopolio. La mayoría de las multinacionales ha visto nacer y desarrollarse competidoras en su propio país y en otros y casi todas ellas cuentan con una o varias rivales de parecido tamaño.
Cada vez es más difícil sostener acuerdos para el dominio del mercado y de las fuentes de aprovisionamiento de materias primas. En segundo lugar, las multinacionales deben ealizar un esfuerzo muy serio en inversiones para no quedar rezagadas en el campo de la investigación. Por último, el producto que ofrecen es la mayoría de las veces imprescindible para el funcionamiento económico de los países. Es cierto que los países madre de las multinacionales se benefician prioritariamente del producto de éstas y que los países secundarios contribuyen, mediante la compra de tecnología de generación anterior, al perfeccionamiento y abaratamiento de los procesos de fabricación, pero también es cierto que los países secundarios no tienen otra salida para emprender su propio desarrollo. Algunos de estos países han entendido la situación, aceptando la obligatoriedad de los hechos, y han asimilado rápidamente una serie de conocimientos importados que les permiten iniciar una vía propia de desarrollo.
Las multinacionales, por su parte, han aprendido otra lección, conscientes de que no es posible ya, en términos generales, recurrir a la «política de la cañonera», ni proceder a una explotación abusiva de la fuerza de trabajo. En este sentido, es preciso señalar que muchas industrias indígenas practican una política laboral sin comparación más sangrante que la de las multinacionales.
Y en el aspecto de la protección del medio ambiente, éstas incorporan al proceso de producción sistemas que no suelen emplear
aquéllas. Por último, las empresas multinacionales de producción y de servicios vuelven a invertir en actividades productivas buena parte de sus beneficios y cumplen sus
obligaciones fiscales con la severidad requerida.
Continúa aquí.
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