Capítulo 1: Capitalizando el Holocausto
Hace algunos años, en una controversia memorable Gore Vidal acusó a Norman Podhoretz – editor en aquel momento de Commentary, la publicación del Comité Judío Norteamericano – de ser poco americano.[7] La prueba era que Podhoretz le daba menos importancia a la Guerra de Secesión – “el gran evento unitario que le continúa dando resonancia a nuestra República” – que a los problemas judíos. Sucedía que, en aquel entonces, era la “Guerra Contra los Judíos” y no “La Guerra Entre los Estados” lo que figuraba de un modo más central en la vida cultural norteamericana. La mayoría de los profesores universitarios pueden confirmar que hay más alumnos capaces de ubicar al holocausto nazi en el siglo correcto y citar el número de muertos, que alumnos capaces de responder con igual exactitud respecto de la Guerra de Secesión. De hecho, el holocausto nazi es casi la única referencia histórica que resuena hoy en las aulas universitarias. Las encuestas revelan que hay más alumnos que pueden identificar al Holocausto, que alumnos capaces de identificar Pearl Harbour o el bombardeo atómico del Japón.
Sin embargo, hasta hace bastante poco, el holocausto nazi apenas si figuraba en la vida norteamericana. Entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y fines de los 1960, sólo un puñado de libros y películas tocó el tema. Había sólo un curso universitario en los EE.UU. dedicado al asunto.[8] Cuando Hannah Arendt publicó Eichmann in Jerusalem en 1963, tuvo a su disposición solamente dos estudios académicos en inglés sobre los cuales basarse: The Final Solution de Gerald Reitlinger y The Destruction of the European Jews de Raul Hilberg.[9] La obra principal de Hilberg, por su parte, apenas si había visto la luz. Su mentor de la Universidad de Columbia, el teórico social judeo-alemán Franz Neumann lo quiso disuadir enérgicamente de escribir sobre el tema (“es tu funeral”), y no hubo universidad ni editor conocido que quisiera tocar el manuscrito. Cuando terminó siendo publicado, The Destruction of the European Jews recibió sólo unas pocas, mayoritariamente críticas, reseñas.[10]
No sólo los norteamericanos sino hasta los judíos norteamericanos, incluyendo a los intelectuales judíos, le prestaron poca atención al holocausto nazi. En un fiable análisis de 1957, el sociólogo Nathan Glazer informó que la Solución Final nazi (al igual que Israel) “tenían notoriamente poca influencia en la vida interior de la judería norteamericana”.
En 1961, en un simposio organizado por Commentary sobre “Judeidad y los intelectuales más jóvenes”, sólo dos de treinta y un participantes subrayaron su impacto. De modo similar, el tema fue casi completamente ignorado por una mesa redonda convocada por el diario Judaism de 21 judíos norteamericanos religiosos sobre el tema “Mi afirmación judía”.[11] No había ni monumentos ni recordatorios que hiciesen referencia al holocausto nazi en los Estados Unidos. Por el contrario, las principales organizaciones judías se oponían a una monumentalización de esa clase. La pregunta es ¿por qué?
La explicación estándar es que los judíos estaban traumatizados por el holocausto nazi y, por lo tanto, reprimieron el recuerdo del mismo. De hecho, no hay pruebas que apoyen esta conclusión. Sin duda, algunos sobrevivientes – ya sea entonces o en años posteriores – no querían hablar de lo que sucedió. Sin embargo, muchos otros sí deseaban hablar – y mucho – y no cesaban de hablar de ello cada vez que se daba la ocasión.[12] El problema era que los norteamericanos no querían escuchar.
La verdadera razón para el silencio público sobre el exterminio nazi fueron las políticas conformistas de la clase dirigente judía norteamericana y el clima político de los Estados Unidos de postguerra. Tanto en cuestiones domésticas como internacionales, las élites judías norteamericanas[13] acompañaban muy de cerca la política oficial de los EE.UU. Al hacerlo, facilitaban de hecho los tradicionales objetivos de asimilación y acceso al poder. Con el comienzo de la guerra fría, las principales organizaciones judías saltaron a la lucha. Las élites judías norteamericanas “olvidaron” el holocausto nazi porque Alemania – Alemania Occidental para 1949 – se convirtió en un aliado norteamericano de postguerra crucial para el enfrentamiento entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. El desenterrar el pasado no servía a ningún propósito útil; de hecho, sólo complicaba las cosas.
Con reticencias menores (pronto descartadas) las principales organizaciones judías norteamericanas rápidamente se alinearon con los EE.UU. en el apoyo a una Alemania rearmada y apenas des-nazificada. El Comité Judío Norteamericano (AJC = American Jewish Committee), fue el primero en predicar las virtudes del alineamiento, temeroso de que “cualquier oposición organizada por parte de los judíos norteamericanos a la nueva política exterior, o al rumbo estratégico, pudiese aislarlos a los ojos de la mayoría no-judía y poner en peligro sus logros de postguerra en el ámbito local”. El pro-sionista Congreso Mundial Judío (WJC = World Jewish Congress) y su filial norteamericana dejaron de oponerse después de firmar un acuerdo de indemnizaciones con Alemania a principios de los años 1950, mientras que la Liga Anti-Difamación (ADL = Anti-Defamation League) fue la primer organización judía importante en enviar una delegación oficial a Alemania en 1954. En conjunto, estas organizaciones colaboraron con el gobierno de Bonn para contener la “ola antialemana” del sentimiento popular judío.[14]
Hubo aún otra razón adicional para que la Solución Final fuese un tema tabú para las élites judías norteamericanas. Los judíos izquierdistas, quienes se oponían al resultado de la Guerra Fría que fue el alineamiento con Alemania en contra de la Unión Soviética, no cesaban de insistir con el tema. El recuerdo del holocausto nazi terminó etiquetado de causa comunista. Atrapados por el estereotipo que identificaba a los judíos con la izquierda – de hecho, los judíos representaron un tercio de los votos obtenidos por el candidato presidencial progresista Henry Wallace en 1948 – las élites judías norteamericanas no vacilaron en sacrificar a congéneres judíos sobre el altar del anticomunismo. Ofreciendo sus archivos de supuestos judíos subversivos a las agencias del gobierno, el AJC y la ADL colaboraron activamente en la caza de brujas de la era McCarthy. El AJC apoyó la pena de muerte para el matrimonio Rosenberg mientras su publicación mensual, Commentary, editorializaba diciendo que los Rosenberg no eran realmente judíos.
Temiendo una asociación con la izquierda, tanto dentro como fuera de los EE.UU., las principales organizaciones judías se opusieron a una cooperación con los socialdemócratas antinazis alemanes, así como al boicot de la industria alemana y a las manifestaciones públicas contra ex-nazis de viaje por los EE.UU. Por otro lado, prominentes disidentes alemanes como el pastor Martin Niemöller, que había pasado ocho años en campos de concentración y que se oponía a la cruzada anticomunista, sufrieron la humillación de los líderes judíos norteamericanos cuando visitaron los EE.UU. Ansiosos de agrandar sus credenciales anticomunistas, las élites judías hasta apoyaron financieramente y se inscribieron en organizaciones de extrema derecha como el All-American Conference to Combat Communism y miraron para otro lado cuando veteranos nazis de las SS entraron en el país.[15]
La judería norteamericana organizada, constantemente ansiosa de congraciarse con las élites gobernantes norteamericanas y disociarse de la izquierda judía, sólo invocó el holocausto nazi en un contexto especial: para denunciar a la URSS. Un memorandum del AJC citado por Novick notaba con entusiasmo: “La política (antijudía) soviética abre oportunidades que no deben ser pasadas por alto para reforzar ciertos aspectos del programa local del AJC”. En forma típica, esto implicaba asociar la Solución Final nazi con el antisemitismo ruso. “Stalin tendrá éxito allí dónde Hitler fracasó” – predijo lúgubremente el Commentary – “Terminará eliminando a los judíos de Europa Central y del Este . . . El paralelo con la política de exterminio nazi es casi perfecto”. Las principales organizaciones judías norteamericanas hasta denunciaron la invasión soviética de Hungría en 1956 como “solamente la primera estación en el camino hacia un Auschwitz ruso”.[16]
NOTAS
[7] )- Gore Vidal, "The Empire Lovers Strike Back" en Nation (22 de Marzo 1986).
[8] )- Rochelle G. Saidel, Never Too Late to Remember (New York 1996),32
[9] )- Hannah Arendt, Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil, edición revisada y ampliada (Nueva York 1965), 282. La situación en Alemania no fue muy distinta. Por ejemplo, la biografía justamente famosa de Hitler por Joachim Fest, publicada en Alemania en 1973, dedica tan sólo cuatro de sus 750 páginas al exterminio de los judíos y un simple párrafo a Auschwitz y otros campos de la muerte. Joachim Fest, Hitler (Nueva York, 1975), 679-82.
[10] )- Raul Hilberg, The Politics of Memory (Chicago, 1996) 66, 105-37. Aparte de lo académico, la calidad de las escasas películas sobre el holocausto nazi fue, sin embargo, bastante impresionante. De modo sorprendente, Judgment at Nuremberg (1961) de Stanley Kramer se refiere explícitamente a la sentencia del Juez Oliver Wendell Holmes de la Corte Suprema de Justicia sancionando la esterilización de los “mentalmente incapaces”, como precursor de los programas eugenésicos nazis; el elogio de Winston Churchill a Hitler en una fecha tan tardía como 1938; los codiciosos industrialistas norteamericanos que ayudaron a Hitler a armarse; y la oportunista absolución de los industriales alemanes después de la guerra por parte del tribunal militar norteamericano.
[11] )- Nathan Glazer, American Judaism (Chicago: 1957), 114. Stephen J. Whitfield, "The Holocaust and the American Jewish Intellectual," en Judaism (Otoño 1979)
[12] )- Para un comentario sensible sobre estos dos tipos de sobreviviente, véase Primo Levi, The Reawakening, with a new afterword (New York: 1986),207
[13] )- En este texto “élites judías” se refiere a individuos destacados en la vida organizativa y cultural de la comunidad judía mayoritaria.
[14] )- Shlomo Shafir, Ambiguous Relations: The American Jewish Community and Germany Since 1945 (Detroit 1999), 88, 98, 100 - 1, 111, 113, 114, 177, 192, 215, 231, 251
[15] )- Ibid., 98,106,123-37,205,215-16,249. Robert Warshaw, "The 'Idealism' of Julius and Ethel Rosenberg," en Commentary (Noviembre 1953). ¿Fue pura coincidencia que, simultáneamente, las principales organizaciones judías crucificaran a Hannah Arendt por señalar la colaboración de las henchidas élites judías durante la era nazi? Recordando el pérfido papel de la fuerza policial del Jewish Council , Yitzhak Zuckerman, un líder del Ghetto de Varsovia, observó: “No hubo ningún policía “decente”, porque las personas decentes se quitaron el uniforme y se convirtieron en simples judíos” (A Surplus of Memory [Oxford 1993], 244).
[16])- Novick, The Holocaust, 98-100. Aparte de la Guerra Fría, hubo otros factores que desempeñaron un papel complementario en la minimización del Holocausto por parte de la judería norteamericana – por ejemplo el miedo al antisemitismo y la actitud optimista del asimilacionismo norteamericano durante los años 1950. Novick explora estas cuestiones en los capítulos 4-7 de The Holocaust.
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