Solzhenitsyn

“Los dirigentes bolcheviques que tomaron Rusia no eran rusos, ellos odiaban a los rusos y a los cristianos. Impulsados por el odio étnico torturaron y mataron a millones de rusos, sin pizca de remordimiento… El bolchevismo ha comprometido la mayor masacre humana de todos los tiempos. El hecho de que la mayor parte del mundo ignore o sea indiferente a este enorme crimen es prueba de que el dominio del mundo está en manos de sus autores“. Solzhenitsyn

Izquierda-Derecha

El espectro político Izquierda-Derecha es nuestra creación. En realidad, refleja cuidadosamente nuestra minuciosa polarización artificial de la sociedad, dividida en cuestiones menores que impiden que se perciba nuestro poder - (La Tecnocracia oculta del Poder)

jueves, 28 de mayo de 2009

Sinfonía en Rojo Mayor: Parte XII (Bases del ataque a Polonia)

Continuación del interrogatorio de Cristian Gueorguievich Rakovski, se inició aquí. Ver las anteriores partes empezando aquí.

R. No hay absurdos ni tampoco imposibles en política.
G. Imaginemos en hipótesis: Hitler y Stalin atacan a Polonia…
R. Permítame interrumpirle: su ataque solo puede provocar esta alternativa: guerra o paz… Debe admitirla.
G. Sí, pero ¿y qué?...
R. ¿Estima usted a Inglaterra y a Francia, con su inferioridad en ejército y aviación frente a Hitler, capaces de atacar a Hitler y a Stalin unidos?...
G. En efecto, me parece difícil…, a no ser que América…
R. Deje usted por el momento a los EEUU. ¿Me concede que no puede haber guerra europea por un ataque de Hitler y Stalin a Polonia?
G. En lógica, no parece muy posible.
R. En ese caso, el ataque, la guerra, sería casi inútil. No provocaría la destrucción de las naciones burguesas entre sí, la amenaza hitleriana contra la URSS, realizando el reparto de Polonia, seguiría subsistiendo, teóricamente más, porque ni tierra ni materias primas necesita la URSS para fortalecerse más y Alemania sí.
G. Está bien visto…; pero no parece haber otra solución.
R. Sí hay solución.
G. ¿Cuál?
R. Que las democracias ataquen y no ataquen al agresor.
G. ¡Desvaría usted!... Atacar y no atacar a la vez…, eso sí que es un imposible absoluto.
R. ¿Cree usted?... Serénese… ¿No serían dos los agresores?... ¿No hemos convenido que no se producirá el ataque, precisamente por ser dos?... Bien… ¿qué inconveniente hay para que solo ataquen a uno de los dos?...
G. ¿Qué quiere usted expresar?...
R. Sencillamente, que las democracias solo declaran la guerra a un agresor; precisamente a Hitler.
G. Solo es una hipótesis gratuita.
R. Hipótesis, pero gratuita no. Reflexione usted: toda nación que debe luchar contra una coalición de estados enemigos tiene como su máxima aspiración estratégica el batirlos separadamente, uno a uno. Es regla tan conocida y racional, que sobra toda demostración. Pues bien: esa oportunidad, convendrá usted conmigo, no hay ningún inconveniente de brindarla. Con que Stalin no se sienta ofendido con el ataque a Hitler y/o se una con él, creo resuelta la cuestión. ¿No es así?... Además, la geografía lo impone y, por tanto, la estrategia. Por estúpidas que fueran Francia e Inglaterra pretendiendo luchar a la vez contra dos potencias, una de las cuales quiere ser neutral y la otra por sí sola ya es mucho adversario para ellas… ¿por dónde iban ellas a realizar el ataque contra la URSS?... No tienen frontera, si no la atacan por el Himalaya… Sí, queda la frontera aérea…; pero, ¿con qué y desde dónde podrían atacar a Rusia?... Están en inferioridad en el aire frente a Hitler. Todo esto que arguyo no es ningún secreto, es demasiado público. Como ve, todo se simplifica mucho.
G. Sí, circunscribiendo el conflicto a las cuatro potencias parecen lógicas sus deducciones, pero no son cuatro sino muchas, y la neutralidad no es cosa muy fácil en una guerra de tal envergadura.
R. Desde luego, pero la posible intervención de más naciones no modifica la correlación de fuerzas. Haga su balance mental y verá cómo subsiste el equilibrio aunque intervengan más o todas las naciones europeas. Además, y esto es lo importante, ninguna otra nación que pudiera entrar en la guerra junto a Inglaterra y Francia les podría quitar a ellas la dirección; por tanto, seguirán siendo válidas las razones que les impidan atacar a la URSS.
G. Olvida usted a los EEUU.
R. Ya verá usted cómo no los olvido. Limitándome a estudiar su función en el programa previo que ahora nos ocupa, le diré que América no podrá obligar a que ataquen Francia e Inglaterra simultáneamente a Hitler y a Stalin. Para lograrlo tendrían los EEUU que entrar en la guerra desde el primer día. Y ello es imposible. Primero, porque América no ha entrado ni entrará jamás en una guerra si no es agredida. Pueden sus dirigentes lograr que sean agredidos cuando les convenga. Esto se lo concedo. Cuando no ha tenido éxito la provocación y el enemigo la ha encajado, la agresión ha sido inventada. En su primera guerra internacional, la guerra contra España, cuya derrota no era dudosa, ya fingieron la agresión, o se la fingieron “Ellos”. En el 1914, tuvo éxito la provocación. Se discutirá técnicamente si la hubo, es cierto; pero es regla sin excepción que quien comete agresión sin convenirle, la comete por provocación. Ahora bien; esta magnífica táctica americana, que yo aplaudo, se subordina siempre a una condición: a que la agresión ocurra “oportunamente”, cuando conviene al agredido, a los EEUU; es decir, cuando están militarmente armados. ¿Estamos hoy en ese caso?... Evidentemente no. América tiene hoy poco más de cien mil hombres en armas y una mediocre aviación militar; solo posee una respetable escuadra…, pero comprenderá que no podría convencer con ella a los aliados para un ataque a la URSS, cuando Inglaterra y Francia en lo único que tienen superioridad es en el mar. He vuelto a demostrar que no puede haber por ese lado alteración en la correlación de fuerzas en presencia.
G. Aún admitido, explíqueme la realización técnica.
R. Como ha visto, dada la coincidencia de intereses entre Stalin y Hitler para su ataque a Polonia, todo se reduce a lograr formalizar la coincidencia y a pactar su doble agresión.
G. ¿Y lo cree usted cosa muy fácil?...
R. Sinceramente, no. Sería necesaria una diplomacia más experta que la staliniana. Tendría que hallarse en servicio la que ha decapitado Stalin o la que se pudre ahora en la Lubianka. Litvinov, en pasados tiempos, con ciertas dificultades, hubiera sido capaz, aunque su raza hubiera sido un gran handicap para tratar con Hitler; pero ahora es un hombre acabado, lo consume un pánico espantoso, le tiene un miedo cerval, más que a Stalin a Molotov. Todo su talento está embargado en lograr que no lo crean trotskista… Oír él que debería iniciar una aproximación a Hitler, sería tanto como decirle que fabricase por sí mismo la prueba de su trotskismo. No veo el hombre capaz; desde luego, debería ser un ruso puro. Yo me ofrecería para orientar. De momento, sugiero que quien inicie las conversaciones, que deberán ser en un terreno estrictamente confidencial, derroche sinceridad… Solo con la verdad, dado el muro de prejuicios existente, se podrá engañar a Hitler.
G. Vuelvo a no entender su lenguaje paradójico.
R. Perdone, pero solo en apariencia lo es; me obliga la síntesis a ello. Quería decir que debe jugarse limpio con Hitler en lo concreto e inmediato. Hay que demostrarle que no se trata de una jugada de provocación para envolverle en una guerra de dos frentes. Por ejemplo, se le puede prometer y demostrar en el momento pertinente que nuestra movilización se limitará solo a las pocas fuerzas necesarias para la invasión de Polonia, que, en realidad, serán pocas. Nuestro dispositivo real deberá situar sus gruesos dispuestos a repeler una supuesta agresión anglo-francesa. Stalin deberá ser espléndido en los abastecimientos previos que Hitler solicite, principalmente en petróleo. Esto es lo que se me ocurre de momento. Surgirán mil cuestiones más del mismo género, que deberán ser resueltas dando a Hitler la seguridad práctica de que solo vamos a tomar nuestra parte de Polonia. Y como así ha de ser en el orden práctico, será engañado con la verdad.
G. Pero en ese caso, ¿dónde se halla el engaño?...
R. Le dejo unos instantes para que usted mismo descubra dónde se halla el engaño a Hitler. Antes quiero subrayar, y usted debe anotarlo, que hasta el instante yo he dibujado un plan lógico, normal, por el cual se puede llegar a conseguir que se destruyan entre sí las naciones capitalistas, haciendo chocar a sus dos alas, a la fascista contra la burguesa. Pero, repito, es normal y lógico mi plan. Como ha visto, no intervienen factores misteriosos ni extraños. En una palabra, no intervienen “Ellos” para que sea posible su realización… Desde luego, creo adivinar su pensamiento: está usted pensando en este mismo momento que ha sido estúpido el haber perdido el tiempo en demostrar la indemostrable existencia y potencia de “Ellos”, ¿no es así?
G. En efecto.
R. Séame sincero. ¿De verdad no ve usted su intervención?... Le advierto, en ayuda de usted, que su intervención existe y es decisiva, tanto, que la lógica y naturalidad del plan solo es apariencia pura… ¿No los ve a “Ellos” de verdad?
G. Francamente, no.

(Continúa aquí).

lunes, 25 de mayo de 2009

Sinfonía en Rojo Mayor: Parte XI (Líneas generales del acuerdo con "Ellos")

Continúa Rakovsky estableciendo las líneas fundamentales del posible acuerdo entre "Ellos" y Stalin. Se fundamentan en tres:

1..-El sistema financiero ideado por Hitler es una amenaza para el monopolio del crédito que poseen "Ellos", solo por esta razón Hitler debía ser destruido.
2.- La guerra puede ayudar a aplastar el nacionalismo europeo, obstáculo para un Gobierno Mundial.
3.-"Ellos" ven el Cristianismo como el mayor obstáculo a sus planes, con la guerra esperan destruirlo de una vez por todas.

Ver las anteriores partes empezando aquí.

R. Uno, que, como yo enuncié, Hitler, ese inculto elemental, por intuición natural y hasta en contra de la opinión técnica de Schacht, ha instaurado un sistema económico de tipo peligrosísimo. Analfabeto en toda teoría económica, obedeciendo solo a la necesidad, eliminó, como nosotros hicimos en la URSS, a la Finanza Internacional y a la privada. Es decir, recobró para sí el privilegio de fabricar moneda, no solo física, sino la financiera; tomó la máquina intacta de la falsificación y la hizo funcionar en beneficio del estado. Nos aventajó, porque nosotros la suprimimos en Rusia y no se ha sustituido aún más que con ese grosero aparato llamado capitalismo de estado; fue un triunfo muy caro pagado a la necesaria demagogia prerrevolucionaria. Estas son las dos realidades comparadas. Hasta favoreció la suerte a Hitler, se halló casi exhausto de oro, por lo cual no cayó en la tentación de crear su “patrón”. Como solo disponía por toda garantía monetaria de la técnica y del trabajo colosal de los alemanes, técnica y trabajo fueron su “encaje oro”…, algo tan genuinamente contrarrevolucionario, que, ya lo ve usted, suprimió radicalmente aquel paro de más de siete millones de técnicos y obreros como por arte de magia.
G. Por el rearme acelerado.
R. ¿Qué más da su objeto?… Si Hitler ha llegado a eso en contra de todos los economistas burgueses que lo rodean, sería muy capaz, sin peligro de guerra, de aplicar su sistema a la producción de paz. ¿Es usted capaz de suponer lo que sería ese sistema contagiando a un número de naciones y llevándolas a formar un ciclo autárquico? Por ejemplo, a la Commonwealth. Imagínelo en función contrarrevolucionaria, si es usted capaz. El peligro no es inminente aún, porque hemos tenido la suerte de que, no habiendo instaurado Hitler su sistema sobre ninguna teoría precedente, sino empíricamente, no se ha formulado de manera científica. Es decir, que, como él no ha discurrido por ningún proceso racional deductivo, no hay ni siquiera tesis científica, ni se formuló doctrina. Pero el peligro está latente, porque puede surgir en cualquier instante una formulación gracias a la deducción. Esto es muy grave… Mucho más que todo lo espectacular y lo cruel del Nacional-Socialismo. Nuestra propaganda no lo ataca, porque con la controversia teórica podríamos nosotros mismos provocar la formulación y la sistematización de tan decisiva doctrina económica contrarrevolucionaria. Solo hay un recurso: la guerra.
G. ¿Y el segundo motivo?
R. Si triunfó el Termidor de la Revolución soviética fue por la existencia de un nacionalismo ruso anterior. Sin tal nacionalismo, hubiera sido imposible el bonapartismo. Y si ocurrió así en Rusia, donde el nacionalismo solo era embrionario, personal, el Zar, ¿qué obstáculo no hallara el marxismo en el nacionalismo en plena forma de la Europa occidental?... Marx llegó a equivocarse respecto a la prelación del triunfo revolucionario. No triunfó el marxismo en la nación más industrializada, y sí en la Rusia casi carente de proletariado. Se debe nuestro triunfo aquí, entre otros motivos, a que Rusia carecía de un nacionalismo verdadero y las demás naciones lo tenían en su pleno apogeo. Véase cómo resurge en ellas con esa potencia extraordinaria del fascismo y cómo se contagia. Comprenderá que, sin mirar si hoy ha de beneficiar a Stalin, la yugulación del nacionalismo en Europa bien merece una guerra.
G. En resumen: ha expuesto usted Rakovsky, una razón económica y una razón política, ¿cuál es la tercera?
R. Es fácil de adivinar. Tenemos una razón religiosa. Sin abatir al Cristianismo superviviente le ha de ser imposible triunfar al Comunismo. La Historia es elocuente: costó a la Revolución permanente dieciséis siglos lograr su primer triunfo parcial, al provocar la primera escisión de la Cristiandad. En realidad, el Cristianismo es nuestro único enemigo, porque lo político y económico en las naciones burguesas tan solo es su consecuencia. El Cristianismo, rigiendo al individuo, es capaz de anular por asfixia la proyección revolucionaria del estado neutral, laico o ateo, y, como vemos en Rusia, hasta lograr crear ese nihilismo espiritual que reina en las masas dominadas, pero aún cristianas; obstáculo no superado aún en veinte años de marxismo. Concedemos a Stalin que no ha sido bonapartista en lo religioso. Nosotros no hubiéramos hecho ni más ni otra cosa que él… ¡Ah!..., si Stalin también se atreve como Napoleón a cruzar el Rubicón del Cristianismo, su nacionalismo y su potencia contrarrevolucionaria se habría multiplicado por mil. Y sobre todo, si así fuera, una incompatibilidad tan radical hubiera hecho imposible toda coincidencia entre nosotros y él, aunque fuera temporal y objetiva… como la que ya debe usted ver que ante nosotros se perfila.
G. En efecto, mi opinión personal es que ha definido usted los tres puntos fundamentales sobre los cuales pudiera trazarse la línea de un plan… Esto es cuanto hasta el momento le concedo. Pero le ratifico mis reservas mentales, exactamente, la incredulidad absoluta mía sobre cuanto ha expuesto en el terreno de hombres, entidades y hechos. Pero, en fin, sugiera ya de una vez las líneas generales de su plan.
R. Sí, ahora sí, es el momento. Solo una salvedad previa: que yo hablo bajo mi propia responsabilidad. Yo respondo de interpretar en los tres puntos precedentes el pensamiento de “Ellos”, pero admito que “Ellos” pueden estimar más eficaz a los tres fines propuestos un plan de acción actual totalmente distinto al que voy a sugerir. Tenga esto en cuenta.
G. Se tendrá. Diga ya.
R. Simplifiquemos. Carente ya del objeto para el que fue creada la potencia militar alemana –darnos el Poder en la URSS-, ahora se trata de lograr una inversión de frentes; dirigir del oriental al occidental el ataque hitleriano.
G. Exactamente. ¿Ha pensado en un plan práctico de realización?
R. Sobraban muchas horas en la Lubianka. He pensado. Vea usted:Si lo difícil ha sido entre nosotros hallar un punto de coincidencia, y lo demás ha fluido de manera natural, el problema se reduce a descubrir algo donde Stalin y Hitler coincidan también.
G. Sí, pero reconocerá que es todo un problema.
R. No tan insoluble como cree. En realidad, solo hay problemas insolubles cuando implican oposición dialéctica subjetiva…y, aún así, nosotros creemos siempre posible y necesaria la síntesis, superando el “imposible moral” de los metafísicos cristianos.
G. Vuelve a teorizar.
R. Es en mí necesario por mi disciplina mental. La gran cultura prefiere venir a lo concreto desde la generalización y no lo contrario. Hitler y Stalin pueden coincidir, porque, aun siendo muy distintos, son idénticos en su raíz; si Hitler es un sentimental en grado patológico y Stalin es normal, ambos son egoístas; ninguno es un idealista, por eso son ambos bonapartistas, es decir, imperalisas clásicos. Y siendo así, ya es fácil una coincidencia entre ambos…¿Por qué no si también fue posible entre una Zarina y un Rey prusiano?...
G. Rakovsky, es usted incorregible…
R. ¿No adivina?... Si Polonia hizo coincidir a Catalina y a Federico, cada uno modelo del “Zar y del Rey” actual de Rusia y Alemania, ¿por qué no puede Polonia ser causa de coincidencia entre Hitler y Stalin? La línea histórica zarista-bolchevique y monárquico-nazi así como la personal de Hitler y Stalin pueden coincidir en Polonia. La nuestra, la de “Ellos”, también: es una nación cristiana y, para mayor agravante, católica.
G. ¿Y dada la triple coincidencia?...
R. Si hay coincidencia, es posible un acuerdo.
G. ¿Entre Hitler y Stalin? …¡Absurdo! ¡Imposible!

(Continúa aquí)