En el Consejo de Seguridad, precisamente, Rusia ha presentado un borrador de resolución en el que pedía una investigación “urgente y civilizada” sobre el envenenamiento del ex doble agente Sergei Skripal en Salisbury. En palabras de Fedor Strzhizhovskiy, portavoz de la misión rusa en Naciones Unidas, el proyecto propone una investigación “en línea con las normas de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas”. Gran Bretaña ha interpuesto su ‘nyet’.
Visto desde fuera, no parece que haya excesivo interés en resolver el asunto de forma negociada y pacífica. Estados Unidos, cuyo cesado secretario de Estado, Rex Tillerson, ya dijo que no tenía la menor duda de que el asesinato era cosa de los rusos, ya ha anunciado una ampliación de las sanciones. Y el objetivo parece ser el aislamiento definitivo de Rusia, su conversión en un ‘Estado paria’ en la comunidad internacional. Al gobierno alemán de Angela Merkel le ha faltado tiempo para cerrar filas con Londres. Su ministra de Defensa, Ursula von der Leyen, ha declarado que “ahora es fundamental posicionarse firmemente con Gran Bretaña”. Macron, tres cuartos de lo mismo.
Pero nada cuadra. Si, como aseguran, se sabe que el agente químico utilizado era el equivalente a dejar un made in Russia sobre el cadáver, ¿por qué lo usó el Kremlin? Ni siquiera es algo que mate rápidamente o sin dejar rastro. ¿No valía una puñalada, ahogarle con una bufanda, envenenarle con una sustancia más inmediata y menos sofisticada que no llevara el sello ruso? ¿Y Yulia, la hija de Skrigal? Vive en Moscú. Los hombres de Putin han tenido todas las oportunidades del mundo para deshacerse de ella de mil discretas maneras. ¿Por qué hacerlo en Salisbury?
Tampoco es cierto, como se está diciendo, que el misterioso ‘novichk’, la sustancia de la discordia, solo se conozca en Rusia. Su inventor, Vil Mirzayanov, que por cierto vive en Estados Unidos, describe su elaboración en un libro publicado en forma de memorias en 2008. Cualquiera con conexión de Internet y conocimientos de química puede reproducirlo. En Salisbury, lugar de los dos decesos, por cierto, está el suburbio de Porton Down, que alberga el vigiladísimo Laboratorio de Tecnología y Ciencia para la Defensa.
Las nuevas sanciones americanas, oficialmente, no tienen nada que ver con este asunto, sino que son consecuencia de la investigación de Robert Mueller sobre la ‘trama rusa’. Recordarán que, después de tanto tiempo, Mueller se descolgó con una acusación contra trece particulares y organizaciones rusas por ‘injerencia’ en las pasadas elecciones presidenciales. Pero todo parece parte de un mismo -y peligrosísimo- intento de marginar a Rusia en la escena internacional.
La apuesta es mayúscula. Si Putin la pierde, Rusia pasaría a ser una especie de gigantesca Corea del Norte o Irán, y todo alineamiento con Moscú sería sospechoso. Si Estados Unidos y Europa pierden, si el resto del mundo no reacciona prietas las filas ni les sigue en esto, podría simbolizar el canto del cisne de la hegemonía americana en solitario. Veamos quién parpadea primero.
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