Continuación del interrogatorio de Cristian Gueorguievich Rakovski, se inició aquí. Ver las anteriores partes empezando aquí.
R. No hay absurdos ni tampoco imposibles en política.
G. Imaginemos en hipótesis: Hitler y Stalin atacan a Polonia…
R. Permítame interrumpirle: su ataque solo puede provocar esta alternativa: guerra o paz… Debe admitirla.
G. Sí, pero ¿y qué?...
R. ¿Estima usted a Inglaterra y a Francia, con su inferioridad en ejército y aviación frente a Hitler, capaces de atacar a Hitler y a Stalin unidos?...
G. En efecto, me parece difícil…, a no ser que América…
R. Deje usted por el momento a los EEUU. ¿Me concede que no puede haber guerra europea por un ataque de Hitler y Stalin a Polonia?
G. En lógica, no parece muy posible.
R. En ese caso, el ataque, la guerra, sería casi inútil. No provocaría la destrucción de las naciones burguesas entre sí, la amenaza hitleriana contra la URSS, realizando el reparto de Polonia, seguiría subsistiendo, teóricamente más, porque ni tierra ni materias primas necesita la URSS para fortalecerse más y Alemania sí.
G. Está bien visto…; pero no parece haber otra solución.
R. Sí hay solución.
G. ¿Cuál?
R. Que las democracias ataquen y no ataquen al agresor.
G. ¡Desvaría usted!... Atacar y no atacar a la vez…, eso sí que es un imposible absoluto.
R. ¿Cree usted?... Serénese… ¿No serían dos los agresores?... ¿No hemos convenido que no se producirá el ataque, precisamente por ser dos?... Bien… ¿qué inconveniente hay para que solo ataquen a uno de los dos?...
G. ¿Qué quiere usted expresar?...
R. Sencillamente, que las democracias solo declaran la guerra a un agresor; precisamente a Hitler.
G. Solo es una hipótesis gratuita.
R. Hipótesis, pero gratuita no. Reflexione usted: toda nación que debe luchar contra una coalición de estados enemigos tiene como su máxima aspiración estratégica el batirlos separadamente, uno a uno. Es regla tan conocida y racional, que sobra toda demostración. Pues bien: esa oportunidad, convendrá usted conmigo, no hay ningún inconveniente de brindarla. Con que Stalin no se sienta ofendido con el ataque a Hitler y/o se una con él, creo resuelta la cuestión. ¿No es así?... Además, la geografía lo impone y, por tanto, la estrategia. Por estúpidas que fueran Francia e Inglaterra pretendiendo luchar a la vez contra dos potencias, una de las cuales quiere ser neutral y la otra por sí sola ya es mucho adversario para ellas… ¿por dónde iban ellas a realizar el ataque contra la URSS?... No tienen frontera, si no la atacan por el Himalaya… Sí, queda la frontera aérea…; pero, ¿con qué y desde dónde podrían atacar a Rusia?... Están en inferioridad en el aire frente a Hitler. Todo esto que arguyo no es ningún secreto, es demasiado público. Como ve, todo se simplifica mucho.
G. Sí, circunscribiendo el conflicto a las cuatro potencias parecen lógicas sus deducciones, pero no son cuatro sino muchas, y la neutralidad no es cosa muy fácil en una guerra de tal envergadura.
R. Desde luego, pero la posible intervención de más naciones no modifica la correlación de fuerzas. Haga su balance mental y verá cómo subsiste el equilibrio aunque intervengan más o todas las naciones europeas. Además, y esto es lo importante, ninguna otra nación que pudiera entrar en la guerra junto a Inglaterra y Francia les podría quitar a ellas la dirección; por tanto, seguirán siendo válidas las razones que les impidan atacar a la URSS.
G. Olvida usted a los EEUU.
R. Ya verá usted cómo no los olvido. Limitándome a estudiar su función en el programa previo que ahora nos ocupa, le diré que América no podrá obligar a que ataquen Francia e Inglaterra simultáneamente a Hitler y a Stalin. Para lograrlo tendrían los EEUU que entrar en la guerra desde el primer día. Y ello es imposible. Primero, porque América no ha entrado ni entrará jamás en una guerra si no es agredida. Pueden sus dirigentes lograr que sean agredidos cuando les convenga. Esto se lo concedo. Cuando no ha tenido éxito la provocación y el enemigo la ha encajado, la agresión ha sido inventada. En su primera guerra internacional, la guerra contra España, cuya derrota no era dudosa, ya fingieron la agresión, o se la fingieron “Ellos”. En el 1914, tuvo éxito la provocación. Se discutirá técnicamente si la hubo, es cierto; pero es regla sin excepción que quien comete agresión sin convenirle, la comete por provocación. Ahora bien; esta magnífica táctica americana, que yo aplaudo, se subordina siempre a una condición: a que la agresión ocurra “oportunamente”, cuando conviene al agredido, a los EEUU; es decir, cuando están militarmente armados. ¿Estamos hoy en ese caso?... Evidentemente no. América tiene hoy poco más de cien mil hombres en armas y una mediocre aviación militar; solo posee una respetable escuadra…, pero comprenderá que no podría convencer con ella a los aliados para un ataque a la URSS, cuando Inglaterra y Francia en lo único que tienen superioridad es en el mar. He vuelto a demostrar que no puede haber por ese lado alteración en la correlación de fuerzas en presencia.
G. Aún admitido, explíqueme la realización técnica.
R. Como ha visto, dada la coincidencia de intereses entre Stalin y Hitler para su ataque a Polonia, todo se reduce a lograr formalizar la coincidencia y a pactar su doble agresión.
G. ¿Y lo cree usted cosa muy fácil?...
R. Sinceramente, no. Sería necesaria una diplomacia más experta que la staliniana. Tendría que hallarse en servicio la que ha decapitado Stalin o la que se pudre ahora en la Lubianka. Litvinov, en pasados tiempos, con ciertas dificultades, hubiera sido capaz, aunque su raza hubiera sido un gran handicap para tratar con Hitler; pero ahora es un hombre acabado, lo consume un pánico espantoso, le tiene un miedo cerval, más que a Stalin a Molotov. Todo su talento está embargado en lograr que no lo crean trotskista… Oír él que debería iniciar una aproximación a Hitler, sería tanto como decirle que fabricase por sí mismo la prueba de su trotskismo. No veo el hombre capaz; desde luego, debería ser un ruso puro. Yo me ofrecería para orientar. De momento, sugiero que quien inicie las conversaciones, que deberán ser en un terreno estrictamente confidencial, derroche sinceridad… Solo con la verdad, dado el muro de prejuicios existente, se podrá engañar a Hitler.
G. Vuelvo a no entender su lenguaje paradójico.
R. Perdone, pero solo en apariencia lo es; me obliga la síntesis a ello. Quería decir que debe jugarse limpio con Hitler en lo concreto e inmediato. Hay que demostrarle que no se trata de una jugada de provocación para envolverle en una guerra de dos frentes. Por ejemplo, se le puede prometer y demostrar en el momento pertinente que nuestra movilización se limitará solo a las pocas fuerzas necesarias para la invasión de Polonia, que, en realidad, serán pocas. Nuestro dispositivo real deberá situar sus gruesos dispuestos a repeler una supuesta agresión anglo-francesa. Stalin deberá ser espléndido en los abastecimientos previos que Hitler solicite, principalmente en petróleo. Esto es lo que se me ocurre de momento. Surgirán mil cuestiones más del mismo género, que deberán ser resueltas dando a Hitler la seguridad práctica de que solo vamos a tomar nuestra parte de Polonia. Y como así ha de ser en el orden práctico, será engañado con la verdad.
G. Pero en ese caso, ¿dónde se halla el engaño?...
R. Le dejo unos instantes para que usted mismo descubra dónde se halla el engaño a Hitler. Antes quiero subrayar, y usted debe anotarlo, que hasta el instante yo he dibujado un plan lógico, normal, por el cual se puede llegar a conseguir que se destruyan entre sí las naciones capitalistas, haciendo chocar a sus dos alas, a la fascista contra la burguesa. Pero, repito, es normal y lógico mi plan. Como ha visto, no intervienen factores misteriosos ni extraños. En una palabra, no intervienen “Ellos” para que sea posible su realización… Desde luego, creo adivinar su pensamiento: está usted pensando en este mismo momento que ha sido estúpido el haber perdido el tiempo en demostrar la indemostrable existencia y potencia de “Ellos”, ¿no es así?
G. En efecto.
R. Séame sincero. ¿De verdad no ve usted su intervención?... Le advierto, en ayuda de usted, que su intervención existe y es decisiva, tanto, que la lógica y naturalidad del plan solo es apariencia pura… ¿No los ve a “Ellos” de verdad?
G. Francamente, no.
(Continúa aquí).
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