Viene de aquí.
LA INFORMACIÓN ES PODER
-Década de los ochenta. El rey, después del 23-F, coloca a sus peones.
-Alonso Manglano, monárquico y buen amigo, director general del CESID.
-Los servicios secretos y la cúpula militar convierten al monarca en la persona mejor informada del país.
-Un Ejército sin soldados.
-El juicio de Campamento.
-La guerra sucia contra ETA.
-Los GAL.
-La «X» de Garzón debería llevar corona.
Tras el mal trago pasado en la tarde/noche del 23 de febrero de 1981 en la que, al abandonar precipitadamente la llamada «Solución Armada» por la impresentable actuación de Tejero, dejando a sus fieles edecanes de palacio a los pies de los caballos, se rozó la tragedia, pues hubo un peligro auténtico de que los belicosos capitanes generales franquistas adelantaran su terrible órdago contra la Corona, previsto para el 2 de mayo, el rey Juan Carlos decide aprovechar el final feliz de su arriesgada aventura personal y política para hacerse solapadamente con todos los resortes del poder del Estado. Ha pasado miedo, mucho miedo, tanto en los meses anteriores al «tejerazo» (en los que, viendo lo que se le venía encima, no tuvo más remedio que acceder a las «recomendaciones» de Armada autorizando la puesta en marcha de una compleja maniobra político-militar subterránea que desactivara el peligro cierto de involución en el que se debatía el país) como en las horas de tensión y duda que le tocó vivir después cuando, copado el Congreso de los Diputados y con los carros de combate de Milans deambulando sin rumbo por las calles de Valencia, decidió abandonarlo todo, vestirse el uniforme de capitán general y empezar de cero, llamando a la subordinación y a la cordura a los más altos jerarcas del Ejército.
Descabalgados del poder y en prisión sus otrora confidentes y validos, Armada y Milans, y con el único apoyo cierto en aquellos dramáticos momentos de los militares cortesanos destinados en su Casa Real y del capitán general de Madrid, Quintana Lacaci, decide por una parte «consagrar» a su nuevo hombre de confianza, el general Sabino Fernández Campo (que ha sabido estar a la altura de las circunstancias en el 23-F y le ha salvado la corona y hasta la vida) e iniciar una reservada operación política y militar que le permita hacerse con el poder real del Estado, independientemente de lo que diga o deje de decir la Constitución, y evitarse en el futuro sustos tan fuertes y desagradables como los que acaba de vivir.
Para lograrlo, y asesorado siempre por el inteligente Sabino, Juan Carlos I abrirá dos frentes: uno, menos importante, el político, llamando a capítulo a los líderes de los partidos que, como él, habían dado su visto bueno a la fracasada operación de Armada, saliéndose después de la misma por la puerta de atrás; y el segundo, el decisivo, el militar, tratando de hacerse con todos los servicios de Inteligencia de las Fuerzas Armadas y del Estado (CESID), para convertirse en el hombre mejor informado del país y, por ende, con más poder. Todo esto, tras el gran susto de Tejero, le permitiría hacer realidad su antiguo sueño juvenil de ser de verdad el rey de todos los españoles, gobernar (aunque fuera en la sombra) como un monarca a la vieja usanza y ejercer de facto como un pequeño dictador. Lo hará disfrazado, eso sí, de rey constitucional y demócrata, sometiendo siempre a su voluntad, entre sonrisas y abrazos, a los engreídos jerarcas políticos que, agradecidos a su persona por el mero hecho de poder ejercer como tales, no dudarían en tragar con todo con tal de que la endeble democracia que él personificaba acabara asentándose en España.
Recientemente nos han sorprendido los acontecimientos de Túnez que han desembocado en la huida del tirano Ben Alí, tan demócrata para occidente hasta anteayer y alumno ejemplar del FMI. Sin embargo, otra “revolución” que tiene lugar desde hace dos años ha sido convenientemente silenciada por los medios de comunicación al servicio de las plutocracias europeas. Ha ocurrido en la mismísima Europa (en el sentido geopolítico), en un país con la democracia probablemente más antigua del mundo, cuyos orígenes se remontan al año 930, y que ocupó el primer lugar en el informe de la ONU del Índice de Desarrollo Humano de 2007/2008. ¿Adivináis de qué país se trata? Estoy seguro de que la mayoría no tiene ni idea, como no la tenía yo hasta que me he enterado por casualidad (a pesar de haber estado allí en el 2009 y el 2010). Se trata de Islandia, donde se hizo dimitir a un gobierno al completo, se nacionalizaron los principales bancos, se decidió no pagar la deuda que estos han creado con Gran Bretaña y Holanda a causa de su execrable política financiera y se acaba de crear una asamblea popular para reescribir su constitución. Y todo ello de forma pacífica: a golpe de cacerola, gritos y certero lanzamiento de huevos. Esta ha sido una revolución contra el poder político-financiero neoliberal que nos ha conducido hasta la crisis actual. He aquí por qué no se han dado a conocer apenas estos hechos durante dos años o se ha informado frivolamente y de refilón: ¿Qué pasaría si el resto de ciudadanos europeos tomaran ejemplo? Y de paso confirmamos, una vez más por si todavía no estaba claro, al servicio de quién están los medios de comunicación y cómo nos restringen el derecho a la información en la plutocracia globalizada de Planeta S.A.