LA CONJURA
Los elementos de los que disponemos ahora hacen pensar que los atentados del 11 de septiembre fueron patrocinados desde el interior del aparato de Estado norteamericano. Sin embargo, esta conclusión nos impresiona porque estábamos acostumbrados a la leyenda del «complot Bin Laden» y porque nos resulta duro pensar que los norteamericanos pudieron sacrificar cínicamente a cerca de tres mil compatriotas. No obstante, en el pasado, el Estado Mayor Conjunto estadounidense planificó -pero jamás realizó- una campaña de terrorismo contra su propia población. Es preciso recordar la historia.
En 1958, en Cuba, los sublevados encabezados por los comandantes Fidel y Raúl Castro, Che Guevara y Camilo Cienfuegos derrocan el régimen títere de Fulgencio Batista. El nuevo gobierno, que todavía no es comunista, pone fin a la explotación sistemática de la isla ejercida por un grupo de multinacionales estadounidenses (Standard Oil, General Motors, ITT, General Electric, Sheraton, Hilton, United Fruit, East Indian Co) y la familia Bacardí desde hace seis años. Recíprocamente, estas empresas convencen al presidente Eisenhower para expulsar a los castristas.
El 17 de marzo de 1960 el presidente Eisenhower aprueba un «Programa de acciones clandestinas contra el régimen castrista» comparable a la «Matriz» de George Tenet, aunque limitado sólo a Cuba. Su objetivo es «sustituir el régimen de Castro por otro, más fiel a los verdaderos intereses del pueblo cubano y más aceptable para Estados Unidos, con medios que eviten que sea visible la intervención norteamericana» 1.
El 17 de abril de 1961 una brigada de exiliados cubanos y de mercenarios, más o menos discretamente enmarcada en la CÍA, intenta un desembarco en la Bahía de Cochinos. La operación fracasa. El presidente John F. Kennedy, que acaba de llegar a la Casa Blanca, se niega a enviar a la US Air Force para apoyar a los mercenarios. Mil quinientos hombres son hechos prisioneros por las autoridades cubanas. Kennedy condena la operación y destituye al director de la CÍA (Allen Dulles), al director adjunto (Charles Cabell) y al director del stay behind (Richard Bissell). Encarga una investigación interna a su consejero militar, el general Maxwell Taylor, pero no se toma ninguna medida en concreto. Kennedy se pregunta sobre la actitud del Estado Mayor Conjunto que dio el visto bueno a la operación cuando se sabía que estaba condenada al fracaso 2.