
Tras la revolución rusa y ante los estrepitosos fracasos cosechados por el marxismo en sus intentos revolucionarios en Europa occidental, sus principales teóricos como Antonio Gramsci o los judeomarxistas de la Escuela de Frankfurt, empezaron a pensar que se imponía un cambio de estrategia.
Según Gramsci, en lugar de intentar tomar el poder por la fuerza para posteriormente iniciar una revolución cultural desde arriba, en Occidente se imponía la estrategia contraria: se debía cambiar primero la cultura y a continuación el poder caería en manos del marxismo como fruta madura, educando al pueblo que terminaría aceptando e incluso anhelando la revolución.
Para llevar a cabo un lavado de cerebro es bien conocido que antes de crear la nueva personalidad del individuo habrá que destruir primero todo lo que es y todo en lo que cree. La psicología de masas no es muy distinta, antes de inculcar en las masas nuevas creencias y valores uno debe tomarse la laboriosa tarea de destruir todo cuanto constituye una seña de identidad de dicha cultura, todas sus creencias y principios. En este caso había que destruir la civilización occidental.
Y de esta forma se emprendió una tarea ingente que comenzó con la toma de las instituciones en el mundo del arte, el cine, el teatro, la prensa, la televisión... La estrategia propuesta por Gramsci se ha demostrado correcta, los ataques a cualquier principio en el que sustentar la civilización occidental han sido llevado a cabo con éxito: libertad sexual, destrucción de la familia, religión, el valor del esfuerzo frente a la gratificación inmediata, la excelencia, etc. Pero esto no era suficiente, aún había que conseguir que odiáramos todo cuanto durante siglos habíamos sido, en definitiva, que nos odiáramos a nosotros mismos y a todo lo que representábamos en el mundo.
Es mi intención recalcar y denunciar en este artículo cómo con medias verdades o con abiertas mentiras, a los hijos de Occidente se nos está induciendo a odiarnos y a despreciar los frutos de una cultura como la nuestra, que una vez fue considerada por propios y extraños como la más desarrollada y la que más aportaciones había hecho a la humanidad.
Según Gramsci, en lugar de intentar tomar el poder por la fuerza para posteriormente iniciar una revolución cultural desde arriba, en Occidente se imponía la estrategia contraria: se debía cambiar primero la cultura y a continuación el poder caería en manos del marxismo como fruta madura, educando al pueblo que terminaría aceptando e incluso anhelando la revolución.
Para llevar a cabo un lavado de cerebro es bien conocido que antes de crear la nueva personalidad del individuo habrá que destruir primero todo lo que es y todo en lo que cree. La psicología de masas no es muy distinta, antes de inculcar en las masas nuevas creencias y valores uno debe tomarse la laboriosa tarea de destruir todo cuanto constituye una seña de identidad de dicha cultura, todas sus creencias y principios. En este caso había que destruir la civilización occidental.
Y de esta forma se emprendió una tarea ingente que comenzó con la toma de las instituciones en el mundo del arte, el cine, el teatro, la prensa, la televisión... La estrategia propuesta por Gramsci se ha demostrado correcta, los ataques a cualquier principio en el que sustentar la civilización occidental han sido llevado a cabo con éxito: libertad sexual, destrucción de la familia, religión, el valor del esfuerzo frente a la gratificación inmediata, la excelencia, etc. Pero esto no era suficiente, aún había que conseguir que odiáramos todo cuanto durante siglos habíamos sido, en definitiva, que nos odiáramos a nosotros mismos y a todo lo que representábamos en el mundo.
Es mi intención recalcar y denunciar en este artículo cómo con medias verdades o con abiertas mentiras, a los hijos de Occidente se nos está induciendo a odiarnos y a despreciar los frutos de una cultura como la nuestra, que una vez fue considerada por propios y extraños como la más desarrollada y la que más aportaciones había hecho a la humanidad.