Solzhenitsyn

“Los dirigentes bolcheviques que tomaron Rusia no eran rusos, ellos odiaban a los rusos y a los cristianos. Impulsados por el odio étnico torturaron y mataron a millones de rusos, sin pizca de remordimiento… El bolchevismo ha comprometido la mayor masacre humana de todos los tiempos. El hecho de que la mayor parte del mundo ignore o sea indiferente a este enorme crimen es prueba de que el dominio del mundo está en manos de sus autores“. Solzhenitsyn

Izquierda-Derecha

El espectro político Izquierda-Derecha es nuestra creación. En realidad, refleja cuidadosamente nuestra minuciosa polarización artificial de la sociedad, dividida en cuestiones menores que impiden que se perciba nuestro poder - (La Tecnocracia oculta del Poder)

jueves, 3 de marzo de 2011

Post 23-F: La información es poder. Los GAL y el Rey

Viene de aquí.

LA INFORMACIÓN ES PODER

-Década de los ochenta. El rey, después del 23-F, coloca a sus peones.
-Alonso Manglano, monárquico y buen amigo, director general del CESID.
-Los servicios secretos y la cúpula militar convierten al monarca en la persona mejor informada del país.
-Un Ejército sin soldados.
-El juicio de Campamento.
-La guerra sucia contra ETA.
-Los GAL.
-La «X» de Garzón debería llevar corona.

Tras el mal trago pasado en la tarde/noche del 23 de febrero de 1981 en la que, al abandonar precipitadamente la llamada «Solución Armada» por la impresentable actuación de Tejero, dejando a sus fieles edecanes de palacio a los pies de los caballos, se rozó la tragedia, pues hubo un peligro auténtico de que los belicosos capitanes generales franquistas adelantaran su terrible órdago contra la Corona, previsto para el 2 de mayo, el rey Juan Carlos decide aprovechar el final feliz de su arriesgada aventura personal y política para hacerse solapadamente con todos los resortes del poder del Estado. Ha pasado miedo, mucho miedo, tanto en los meses anteriores al «tejerazo» (en los que, viendo lo que se le venía encima, no tuvo más remedio que acceder a las «recomendaciones» de Armada autorizando la puesta en marcha de una compleja maniobra político-militar subterránea que desactivara el peligro cierto de involución en el que se debatía el país) como en las horas de tensión y duda que le tocó vivir después cuando, copado el Congreso de los Diputados y con los carros de combate de Milans deambulando sin rumbo por las calles de Valencia, decidió abandonarlo todo, vestirse el uniforme de capitán general y empezar de cero, llamando a la subordinación y a la cordura a los más altos jerarcas del Ejército.

Descabalgados del poder y en prisión sus otrora confidentes y validos, Armada y Milans, y con el único apoyo cierto en aquellos dramáticos momentos de los militares cortesanos destinados en su Casa Real y del capitán general de Madrid, Quintana Lacaci, decide por una parte «consagrar» a su nuevo hombre de confianza, el general Sabino Fernández Campo (que ha sabido estar a la altura de las circunstancias en el 23-F y le ha salvado la corona y hasta la vida) e iniciar una reservada operación política y militar que le permita hacerse con el poder real del Estado, independientemente de lo que diga o deje de decir la Constitución, y evitarse en el futuro sustos tan fuertes y desagradables como los que acaba de vivir.

Para lograrlo, y asesorado siempre por el inteligente Sabino, Juan Carlos I abrirá dos frentes: uno, menos importante, el político, llamando a capítulo a los líderes de los partidos que, como él, habían dado su visto bueno a la fracasada operación de Armada, saliéndose después de la misma por la puerta de atrás; y el segundo, el decisivo, el militar, tratando de hacerse con todos los servicios de Inteligencia de las Fuerzas Armadas y del Estado (CESID), para convertirse en el hombre mejor informado del país y, por ende, con más poder. Todo esto, tras el gran susto de Tejero, le permitiría hacer realidad su antiguo sueño juvenil de ser de verdad el rey de todos los españoles, gobernar (aunque fuera en la sombra) como un monarca a la vieja usanza y ejercer de facto como un pequeño dictador. Lo hará disfrazado, eso sí, de rey constitucional y demócrata, sometiendo siempre a su voluntad, entre sonrisas y abrazos, a los engreídos jerarcas políticos que, agradecidos a su persona por el mero hecho de poder ejercer como tales, no dudarían en tragar con todo con tal de que la endeble democracia que él personificaba acabara asentándose en España.