Solzhenitsyn

“Los dirigentes bolcheviques que tomaron Rusia no eran rusos, ellos odiaban a los rusos y a los cristianos. Impulsados por el odio étnico torturaron y mataron a millones de rusos, sin pizca de remordimiento… El bolchevismo ha comprometido la mayor masacre humana de todos los tiempos. El hecho de que la mayor parte del mundo ignore o sea indiferente a este enorme crimen es prueba de que el dominio del mundo está en manos de sus autores“. Solzhenitsyn

Izquierda-Derecha

El espectro político Izquierda-Derecha es nuestra creación. En realidad, refleja cuidadosamente nuestra minuciosa polarización artificial de la sociedad, dividida en cuestiones menores que impiden que se perciba nuestro poder - (La Tecnocracia oculta del Poder)

jueves, 22 de febrero de 2018

La comida ultraprocesada puede provocar cáncer (en general y de mama en particular)

Mucho se ha publicado sobre los daños que provoca en nuestra salud la mala alimentación y en concreto la comida ultraprocesada. Su consumo no para de crecer. Ahora la revista British Medical Journal (BMJ) publica un estudio que documenta que ese tipo de dieta puede provocar cáncer.

Este gran estudio prospectivo, lo que viene a concluir es que un aumento del 10% en la proporción de alimentos ultraprocesados ​​en la dieta se asocia con un incremento significativo de más del 10% en el riesgo de cáncer en general y de mama en concreto. Para llegar a tales conclusiones se hizo un sondeo entre casi 105.000 personas de Francia que tenían una media de edad de 43 años y para saber qué comieron se estudiaron 3.300 comidas diferentes que realizaron.

El asunto es preocupante pues hay países según ese trabajo -el primero que investiga el incremento del riesgo general de cáncer y en concreto el de mama asociado con el consumo de comida ultraprocesada- en que la mitad de la dieta se basa en ese tipo de “comida basura”.

Por otra parte, el consumo de alimentos frescos y poco tratados como verduras, frutas, arroz, pasta o carne fresca, se asoció con un menor riesgo de contraer cáncer.

Los alimentos fueron agrupados de acuerdo con el nivel en que estaban procesados y se pidió a los adultos que indicasen si en algún momento habían sido diagnosticados de cáncer. Los investigadores también tuvieron en cuenta factores de riesgo como la edad, el género o si eran fumadores y había antecedentes familiares de cáncer, agrega el BMJ.

La comida ultraprocesada, como refrescos, cereales, tartas industriales, pizzas, salchichas y otras comidas cárnicas preparadas, suele contener altos niveles de grasa saturada, azúcar y sal y menos cantidad de fibra que suele hacer las delicias de nuestras bacterias buenas que componen la microbiota intestinal y si las tenemos en equilibrio con las “malas” nos ayudan en los procesos digestivos y en la prevención de las enfermedades la reforzar el sistema inmunitario.

Los investigadores puntualizan, no obstante, que se trata de un estudio solo de observación y no hay conclusiones definitivas sobre el vínculo entre estas comidas y el cáncer.


Sería interesante también conocer cómo afecta a nuestra psique y emociones ese tipo de comida porque nuestra mente está principalmente controlada por el cerebro pero la importancia de la microbiota o microbioma es tal que el 95% de la serotonina y el 50% de la dopamina se producen en el intestino delgado.

Por eso los estudios recientes documentan que en parte la irritación, la ansiedad, la depresión o la llamada hiperactividad están relacionados con la salud intestinal.

La diferencia entre comida y ultraprocesado es sustancial y la explica Carlos Ríos:
"Estos productos son preparaciones industriales comestibles elaboradas a partir de sustancias derivadas de otros alimentos. Realmente no tienen ningún alimento completo, sino largas listas de ingredientes. Además, estos ingredientes suelen llevar un procesamiento previo como la hidrogenación o fritura de los aceites, la hidrólisis de las proteínas o la refinación y extrusión de harinas o cereales.

En su etiquetado es frecuente leer materias primas refinadas (harina, azúcar, aceites vegetales, sal, proteína, etc) y aditivos (conservantes, colorantes, edulcorantes, potenciadores del sabor, emulsionantes…). En este grupo -prosigue Ríos- podemos encontrar, desgraciadamente, el 80% de los comestibles que venden en los supermercados: las bebidas azucaradas, precocinados, bollería, carnes procesadas, galletas, lácteos azucarados, postres, dulces, cereales refinados, pizzas, nuggets, barritas energéticas o dietéticas, etc”.
Hay otros productos procesados (sin el ultra) que sí son saludables, porque o no interfieren o mejoran la calidad del alimento: buenos ejemplos serían el aceite de oliva, los quesos artesanos, las conservas de pescado, verduras o legumbres, además de las hortalizas o pescados congelados.

A veces basta con poner la televisión a la hora de comer o de la cena para saber qué es lo que no debemos comprar y menos ingerir con regularidad. Los anuncios que te salen al paso en las paredes del metro, en periódicos y revistas y en las vallas publicitarias de la calle son un catálogo de comida ultraprocesada, comodidad a cambio de baja calidad y precios bajos aunque no tanto. La población por suerte está cada vez más sensibilizada con esto. Estudios como el que comentamos de BMJ son otro acicate para la conciencia colectiva.

lunes, 19 de febrero de 2018

Si puede no vaya al médico




Las grandes farmacéuticas, en el ojo del huracán de la epidemia de heroína.

Las demandas se acumulan por el agresivo y engañoso 'marketing' de los opiáceos que engancharon a muchos ciudadanos.

Los reguladores empiezan a endurecer los controles tras asumir "complicidad".



En la crisis de los opiáceos que consume Estados Unidos y ante la que Donald Trump ha anunciado que declarará la emergencia nacional, no en balde las sobredosis de heroína y de estos fármacos causan unas 140 muertes al día, hay tantas responsabilidades que es difícil exculpar a alguien. El consenso, no obstante, es que la industria farmacéutica ha desempeñado un papel clave puesto que contribuyó a inundar el mercado de adictivos fármacos con agresivas y engañosas tácticas de 'marketing' por las que ahora acumula demandas. Los medicamentos, además, allanaron el camino al caballo: cuatro de cada cinco adictos a la heroína fueron antes consumidores de opiáceos de receta. Varios estados, condados y ciudades lideran la campaña en los tribunales y se acusa a las farmacéuticas de gastar millones en campañas que "trivializan el riesgo de los opioides a la vez que exageran los beneficios de usarlos para el dolor crónico".

Ninguna farmacéutica está más señalada que Purdue, que en 1996 sacó al mercado OxyContin, una pastilla de oxicodona pura. Aseguró que permitía aliviar el dolor durante 12 horas y que representaba menor riesgo de abuso y adicción que otros fármacos. Realizó también una intensa campaña de promoción entre médicos. Y solo en el 2001, cuando se comprobó que la adicción y el crimen relacionados con el uso de su medicamento se habían disparado en partes del país, retiró sus afirmaciones fraudulentas.

En el 2007, Purdue y tres de sus directivos se declararon culpables en un caso federal penal por falso 'marketing' y la farmacéutica acordó pagar 635 millones de dólares. Se calcula que la compañía ha ingresado 35.000 millones desde que lanzó OxyContin.

El modelo del tabaco

En las demandas se intenta seguir el modelo usado contra las tabacaleras, pero las posibilidades de éxito son más reducidas. En los casos planteados por demandantes individuales los tribunales han apuntado a la responsabilidad personal en la adicción o la sobredosis, a que a diferencia del tabaco a menudo se usa el fármaco de forma distinta a como está indicado o a que el 'marketing' agresivo se dirigió a los médicos, no a los pacientes. Y aunque los estados han tenido hasta ahora algo más de éxito al poder alegar que las farmacéuticas han provocado una "molestia pública" con costes para los servicios de salud, no ha habido aún una gran victoria.

Otros responsables

En la crisis de los opiáceos, no obstante, hay más responsables, incluyendo doctores que cedieron a la presión y prescribieron a diestro y siniestro. También la comunidad científica y médica de EEUU (el único país que vio el dolor crónico no tratado como una epidemia) que publicó y se apoyó en documentos que minimizaban el riesgo de adicción a los opiáceos. El más llamativo es una carta de cinco frases aparecida en una publicación médica. Aunque hablaba de baja adicción en una pequeña muestra de pacientes medicados durante su hospitalización, los detalles fueron perdiéndose y el párrafo acabó siendo citado repetidamente como "un estudio de referencia".

También empiezan a aceptar su responsabilidad los reguladores y, en especial, la Agencia del Medicamento (FDA), que relajó las normas de pruebas y aprobó un opiáceo tras otro, incluso los que sus propios expertos desaconsejaban por su alto riesgo de adicción. Su nuevo director, Scott Gottlieb, reconoció en febrero que fueron "cómplices" en la crisis, aunque matizó que fue de forma "involuntaria". Y la agencia en junio inició el primer intento de retirar un opiáceo del mercado por las "consecuencias del abuso en la salud pública".

La crisis es también resultado de un sistema de salud que es más industria que servicio

Farmacéuticas, proveedores médicos y aseguradoras tienen capacidad de influir en la política. El foco en el beneficio económico contribuyó a que se diera prioridad a la prescripción de opiáceos frente a tratamientos más caros y complejos para mitigar o controlar el dolor. Se lo decía el año pasado a 'The Guardian' Joe Manchin, senador de Virginia Occidental: 
"Es una epidemia porque tenemos un modelo de negocio para ello. Sigan la pista del dinero".