Por Ernesto Milá – Nuestra época es hija directa del nuevo equilibrio mundial de fuerzas generado en 1945 y en 1989 al concluir la Guerra Fría. Sin embargo, las fuerzas que en esos momentos eran hegemónicas e indiscutibles han perdido cohesión y hoy se encuentran en crisis. A partir de 1973, cuando concluyeron “los 30 años gloriosos”, las crisis cíclicas del capitalismo, la pérdida del poder adquisitivo de los salarios, los procesos inflacionarios, la primera crisis del petróleo, supusieron una primera etapa en la crisis. Era el período marcado por el capitalismo multinacional. Cuando cayó el Muro de Berlín y el capitalismo entró en su fase globalizadora se inició un viaje sin retorno a nivel mundial. Todo esto repercutió en la “calidad” de las democracias: la dominante de todo este largo proceso fue la preeminencia de la economía sobre la política, es decir, de los intereses de las oligarquías económicas sobre la soberanía y el poder político. Los partidos que en 1945 eran solamente la expresión de intereses de las distintas fuerzas económicas que actuaban en cada país, se orientaron en dos direcciones: partidos de centro-derecha, herederos de los antiguos partidos conservadores, y partidos de centro-izquierda, derivado de partidos socialdemócratas y socialistas. A medida que el capitalismo mundial se fue transformando, estos partidos fueron corrigiendo sus posiciones y acentuando cada vez más su carácter de dos caras de la misma moneda. Sin embargo, a partir de los años 80, el sistema de partidos políticos empezó a sufrir una rápida erosión y el agotamiento de las fórmulas que se venían utilizando desde 1945 impuso correcciones al sistema de fuerzas económico-político: el Sistema, en definitiva, se defiende. Y cuanto más agónica es su situación, esta defensa se convierte en más agresiva.
La erosión del sistema tiene varias vertientes. Algunas son inocuas en relación a la supervivencia del sistema y no implican riesgo: las bajas cotas de afiliación política y sindical, el desinterés de las masas por la política (generada por el propio sistema a partir de mediados de los años 70 mediante el aumento auspiciado por Brzezinsky del “entertaintment”), el aumento del abstencionismo electoral. Pero otras pueden ser consideradas como peligrosas: el voto de protesta, especialmente el voto a partidos y a gentes que presentan un modelo político-económico diferente e irreductible a los programas de los partidos “homologados” por el capital internacional.
Para conjurar a estas fuerzas consideras “peligrosas”, el Sistema ha habilitado una serie de tácticas que han mostrado su eficacia mientras que las crisis han sido breves y alternadas por períodos de progreso más o menos ilusorio (“ilusorio” en la medida en que la concentración de capital mundial y su transformación en capital especulativo ha ido aumentando en las últimas décadas, paralelamente a la pérdida de poder adquisitivo de la población).
La novedad es que la actual crisis es sostenida (“sostenida” en la medida en que dura ya seis años y que hoy, cuando aún no se ha resuelto la crisis iniciada en EEUU y en Europa en 2007 y 2008, se preparan nuevos focos de crisis en Brasil primero y posteriormente en China) y no se percibe de qué forma el sistema económico mundial logrará superarla sin que ocurra una convulsión sin precedentes.
Vale la pena, pues, realizar una breve excursión a las tácticas utilizadas por el Sistema para liquidar los focos de oposición y resistencia, intuyendo al mismo tiempo, que a medida que la crisis del sistema político se vaya acentuando, esas tácticas ganarán en brutalidad.
1. Modificaciones legislativas
Desde los Procesos de Nuremberg quedó de manifiesto que el nuevo equilibrio de fuerzas creado excluía a determinadas opciones políticas y que solamente alcanzarían carta de legitimidad aquellas fuerzas que aceptaran: el capitalismo como sistema económico, la partidocracia como sistema político y el consumismo como hábito social. Cualquier otra forma de considerar las relaciones político-económico-sociales, sería considerada como herética y arrojada extramuros del sistema. Esto se tradujo inmediatamente en la introducción de cláusulas excluyentes, bien en los textos constitucionales o bien en leyes orgánicas en toda Europa.
Estas modificaciones legislativas tenían dos vertientes: en algún caso se trataba de modificaciones de gran calado como los cambios en las legislaciones electorales. Así, por ejemplo, el 16 de marzo de 1986, el Front National francés entra en la Asamblea Nacional con 35 escaños… Inmediatamente después, como respuesta, el gobierno Mitterand aprobó una modificación legislativa que implantaba la elección a “doble vuelta” que, a la vista de sus buenos resultados, se implantó también en todos los niveles electorales. Tal sistema implicaba que si una tercera fuerza, ajena a los partidos “oficialistas” de centro-derecha y de centro-izquierda, era el partido más votado sin alcanzar la mayoría absoluta en la primera vuelta, el “oficialismo” se coaligaría contra él en la segunda vuelta, imponiéndose casi de manera inevitable. Desde entonces, el “oficialismo” galo ha respetado esta regla bloqueando el ascenso de terceras fuerzas.
En España, este sistema ya ha sido propuesto por algunos dirigentes del PP, mientras que el PSOE, mientras estuvo en el poder, impuso la recogida de un porcentaje de firmas en cada circunscripción electoral para aquellas fuerzas que no tenían representación, reduciendo drásticamente el número de candidaturas a presentar. Por otra parte, el mantenimiento de la Ley D’Hont (en lugar de la representación proporcional pura), significa, de partida, una desnaturalización de la democracia y una alteración de la voluntad popular en beneficio de los partidos “oficialistas”: ayer UCD y hoy PP por el centro-derecha y el PSOE por el centro-izquierda.
En otros casos se trataba de simples modificaciones que tienden a limitar la libertad de expresión, no solamente de los grupos a los que van dirigidos, sino de cualquier fuerza disidente. En efecto, después 1945, el gobierno alemán se tomó particular interés en demostrar su “lealtad democrática” y la eficacia de los “procesos de desnazificación”, aprobando una legislación antifascista particularmente dura. Esta legislación se puso en vigor en los años 50 en varias ocasiones deteniendo el crecimiento de varias formaciones nacidas a la derecha de los partidos “oficialistas” y en varias ocasiones ha puesto al NPD en peligro de prohibición. El papel determinante y locomotor de Alemania en la Unión Europea ha hecho que una de las exigencias de Angela Merkel (democristiana) para que Alemania colabore en la resolución de la crisis en terceros países, ha sido la aplicación del “modelo alemán” (prohibición de cualquier cosa que recuerde incluso remotamente al nazismo) se extienda a toda la Unión Europea. Fruto de esta exigencia ha sido la reciente ley Gallardón para perseguir este tipo de opiniones.
El hecho de que en Grecia –país particularmente sacudido por la crisis económica y, por tanto, en riesgo de saqueo por parte del capital internacional- haya despuntado un partido considerado como neo-nazi (en realidad, se trata de un partido de derecha-nacional anti-inmigración y anti-crisis) que recoja a una parte sustancial del electorado, y que este partido no oculte en su programa su intención de ofrecer resistencia al saqueo, ha sido el detonante para que Alemania, “sugiriera” la extensión de su legislación “anti-nazi” especialmente a los países más afectados por la crisis.
2. Programas de “contra-inteligencia interior”.
COINTELPRO eran las siglas de Counter Intelligence Programa (Programa de Contrainteligencia) creado por el FBI norteamericano, destinado, no solamente a investigar, sino a sabotear la acción de las organizaciones políticas disidentes en el interior de los Estados Unidos. Hoy se conocen suficientemente todos los aspectos de ese programa y se sospecha de otros que todavía no han sido revelados. El programa, aparentemente, se dirigía “contra las organizaciones extremistas”, pero, como siempre, esta calificación es excesivamente elástica. El programa implicaba una infiltración masiva y una manipulación para “desbaratar, descarriar, desacreditar o neutralizar” a estos movimientos y a sus líderes.
Se sabe que el proyecto comenzó en 1956 y se prolongó hasta 1970. Los objetivos fueron el Partido Comunista de los EEUU, el Socialist Worker’s Party de carácter trotskista, las distintas fracciones del Ku Klux Klan, los grupos radicales negros (incluido Nation of Islam), y los grupos de la Nueva Izquierda y, por supuesto, el ANP y la Iglesia de la Identidad Cristiana. Con posterioridad al desarrollo de este plan, el Congreso de los EEUU y el Tribunal Supremo declaró que el proyecto violaba las garantías y libertades constitucionales…. Pero ya era tarde. El programa fue secreto hasta que en 1971, un grupo de radicales de izquierda (seguramente informados por algún otro servicio de inteligencia rival), se llevó varios documentos de una oficina del FBI; una comisión de investigación del Senado investigo exhaustivamente el COINTELPRO en 1976.
Aparte de los métodos policiales habituales para investigar y mantener bajo control a los grupos radicales, lo que aportaba el COINTELPRO eran elementos de lo que se ha dado en llamar “War at home” (guerra en casa), cuyas tácticas eran: infiltración sistemática (pero a diferencia de la infiltración clásica, no se trataba de obtener informaciones que permitieran un control de los grupos radicales, sino que esos infiltrados debían sabotear, crear confusión, avivar polémicas interiores, generar conflictos y desbarajustes), guerra psicológica desde el exterior (que implicaba en hacer llegar a los medios de comunicación cientos de informaciones falsas, falsear documentos interiores, enviar sistemáticamente cartas anónimas, generar movimientos inexistentes para crear confusión, lograr que los grupos ya constituidos fueran dirigidos por agentes infiltrados), hostigamiento legal (que no se refería a los habituales recursos de la fiscalía para acosar a quienes infringieran la ley, sino que tanto los policías encargados de la investigación, como los agentes infiltrados, debían y podían mentir bajo juramento, presentar pruebas falsas elaboradas ad hoc, intimidar a los dirigentes de la manera que fuera, directamente o a través de sus familias y silenciar a los simpatizantes) y, finalmente, fuerza extralegal y violencia (los propios agentes del FBI, infiltrados o no, realizaban actos de vandalismo que firmaban con las siglas de los grupos a los que querían desprestigiar, incluyendo asalto, palizas, hasta el punto de que, una vez conocidos, fueron calificados como “terrorismo oficial”). Todo esto se realizaba por iniciativa del FBI, sin autorización judicial, y en completa clandestinidad.
Pues bien, este programa COINTELPRO, en unos países de manera limitada (España) y en otros de manera calcada (Italia) se fue extendiendo por todos los servicios de seguridad del mundo y hoy, sus enseñanzas siguen siendo aplicadas. Muchos de los episodios que ocurrieron en el tardo-franquismo y con mucha más frecuencia durante la transición, son altamente tributarios de las enseñanzas del COINTELPRO.
3. Creación de “partidos trampa”
En el año 2000, el FPÖ austríaco era el partido que recogía mayor intención de voto. Sin embargo, al producirse las elecciones tres años después, éste partido recogió el 20,55% de los votos, obteniendo el partido vencedor, los socialdemócratas, el 26,86% y los democristianos el 24%. Este resultado se hubiera visto completamente desequilibrado si a última hora, deprisa y corriendo, los medios de comunicación apoyaron masivamente la candidatura del llamado Team Stronach, fundado por el millonario Frank Stronach, quien invirtió 25 millones de euros en una campaña de carácter ultra populista, sin más contenido que el euroescepticismo y el nacionalismo, que le reportó casi un 10% de votos… que de otra manera hubieran ido a parar a un FPÖ irreductible. No ha sido el único caso.
En Francia, la escisión que tuvo lugar en el interior del Front National en 1998 y que puso en peligro su continuidad, contó –como otras iniciativas fraccionalistas anteriores de que fue objeto este partido- con el apoyo de los medios vinculados al Sistema político “oficialista”. Hay que señalar que esta escisión se produjo cuando el partido se encontraba en su apogeo. Los disidentes pasaron a formar el Movimiento Nacional Republicano.
En Italia, en 1977, después del XI Congreso del Movimiento Social Italiano, un grupo de diputados y senadores, todos ellos pertenecientes al “ala más centrista” del partido, es decir aquella que aspiraba a pactar con la Democracia Cristiana, se escindieron constituyendo Democracia Nacional (que contactó en España con Alianza Popular en 1979 para responder a la “eurodestra” que estaba intentando crear entonces Giorgio Almirante, secretario general del MSI… También en esta ocasión, la escisión se produjo cuando el partido había roído una parte sustancial de la DC y después de que se intentaran contra él provocaciones, más o menos frustradas, que lo implicaban en actos de terrorismo (detención de Pino Rauti, diputado del MSI en 1973… poco antes de las elecciones generales).
La homogeneidad de esta táctica, permite pensar que es universal y que cuando un partido disidente ha alcanzado un cierto número de escaños, votos o peso político real, inmediatamente, los partidos “oficialistas” o las fuerzas de seguridad encargadas de la defensa del “sistema”, generan una escisión que se traduce inmediatamente en un estancamiento de la fuerza disidente, en una merma en su capacidad política o, simplemente, en una escisión destructora de su imagen y, por tanto, de su futuro político.
4. Presión mediático-política
El papel de los medios de comunicación en los regímenes partidocráticos no es otro que el de servir de cajas de resonancia a determinadas opciones “oficialistas” y sabotear a otras para mantener así el equilibrio de fuerzas que conviene a los grupos económicos que detentan la propiedad de tales medios. Conviene no olvidar que la naturaleza del capitalismo multinacional y globalizado tiende a la existencia de grandes consorcios económicos dedicados a múltiples actividades o bien grandes fondos de inversión interesados por áreas muy distintas pero siempre complementarias. Así mismo, tampoco hay que olvidar que tanto la Comisión Trilateral, como el Club Bildelberg, son estados mayores del poder económico, político y mediático.
En las últimas décadas se ha visto como en cualquier operación política de envergadura el poder mediático juega un papel capital decantando en determinada dirección a la opinión pública (excepcionalmente receptiva y mutable). En España, por ejemplo, la transición no hubiera sido posible sin el concurso de tres grupos mediáticos: Cadena 16 (ya desaparecida), PRISA (en graves dificultades) y Grupo Z (absolutamente en crisis). Así mismo, no hay que olvidar que las “cadenas nacionales” son altamente tributarias de las “agencias de prensa internacionales” que, históricamente, siempre han sido un reflejo interesado de la opinión de sus respectivos gobiernos nacionales.
En la actualidad, los medios de comunicación son el principal elemento de estabilización del sistema partidocrático en toda Europa en la medida en que la prensa libre ha dejado de existir, las crisis económicas y la crisis derivada de la transmisión digital de la información, cada vez hacen más dependientes a los medios del sistema de subvenciones y subsidios habilitados por los regímenes políticos.
Es a través de los medios de comunicación como cualquier operación de “guerra en casa” se hace creíble, como se atribuye la paternidad de cualquier atentado a quien interesa y cómo unas opciones quedan marcadas con el descrédito y otras se prestigian. Mediante los titulares de prensa se legitiman o se justifican asesinatos (recientemente el asesinato de dos miembros de Amanecer Dorado y hace 35 años, los asesinatos reiterados de miembros del MSI o de otros grupos italianos, eran presentados como respuestas a la “violencia de la extrema-derecha”), grupos poco menos que inexistentes aparecen en primera página confundiendo a la opinión pública sobre su peligrosidad (véanse los titulares generados por la irrupción de un grupo en la librería Blanquerna), se siembra la confusión entre actos promovidos por insolventes políticos y manifestaciones de calado político (los restos del Grupo Z, intentaron confundir el pasado 12-O la minúscula manifestación de extrema-derecha en Barcelona convocada por varios grupos, con la gran manifestación ciudadana anti independentista que se celebraba el mismo día en la plaza de Cataluña).
Durante la transición esta táctica se puso de manifiesto con un añadido particularmente desagradable: una pequeña pelea de bar provocada por miembros de la extrema-derecha era denunciada a grandes titulares, el mismo día en que cualquier grupo terrorista de extrema-izquierda asesinaba a una o a varias personas. En Italia ocurrió el mismo fenómeno y en la misma época.
La táctica consiste, en definitiva, en tomar la parte por el todo, responsabilizando a todo un sector político de las acciones irresponsables cometidas por unos pocos.
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Estas tácticas no aparecen nunca aisladas. Generalmente suelen interactuar y aplicarse a modo de “alfombra apisonadora” en un mismo período y en un mismo país. La novedad estriba en que, a medida que avanza la crisis, cada vez hace falta aplicar medidas más severas para impedir que los grupos de oposición al “oficialismo” avancen. Es difícil saber hasta donde aguantará el sistema político-económico-social sin desplomarse víctima, bien de la oposición interior, bien de un desplome en el interior del mismo. Lo que es previsible es que, a medida que vaya aumentando la fragilidad del sistema y su debilidad, irá aplicando estas tácticas de manera cada vez más brutal.
Vale la pena pues seguir los casos francés (en donde antes de las próximas elecciones presidenciales el Sistema deberá hacer algo… y rápidamente, si quiere evitar que el FN se consolide como el gran partido de oposición), el caso griego (en donde se corre el riesgo de llegar a una espiral de violencia y en donde las enseñanzas que obtenga el Sistema serán actualizadas y aplicables a otros países), el caso austriaco (en donde parece poco probable que el “partido trampa” pueda prolongar su existencia).
Las tácticas utilizadas por el Sistema para compensar su debilidad creciente, tienen un problema: no garantizan su subsistencia en el tiempo eternamente, ni tampoco bloquean completamente los “sarpullidos” anti-sistema que inevitablemente surgen en tiempos de crisis. El Sistema se revela, como el perro del hortelano, como una entidad que “ni come ni deja comer”.
El Sistema puede neutralizar mediante estas tácticas, la aparición de focos de oposición, pero nunca podrá superar la ley interna del capitalismo: la búsqueda del máximo beneficio para el capital en el menor tiempo posible, y esto es, precisamente, lo que provocará antes o después su desplome interior: hoy no hay en el mundo dinero suficiente para cubrir toda la deuda mundial y el hecho de que las imprentas sigan imprimiendo papel-moneda y que la economía financiera siga anotando asientos electrónicos y ganancias virtuales en la nube informática, no impiden apreciar que los desajustes interiores del Sistema son de tal calibre que lo convierten en una estructura diamantina: excepcionalmente dura y resistente, pero, al mismo tiempo, extremadamente sensible al estallido en cuanto se encuentra el punto de fractura. Encontrar ese punto de fractura en el cual, aplicando una pequeña fuerza, el Sistema estalla, es el quid de la cuestión de todo movimiento de oposición al sistema.
© Ernesto Milà