Madre Rusia
Y, en su seno, Crimea.
El entusiasmo me desborda. Si tuviese veinte años me iría allí, y no excluyo la posibilidad de hacerlo con setenta y siete.
La historia, una vez más, vuelve a dar la razón a Spengler: es un pelotón de soldados lo que siempre, en el último momento, salva la civilización.
Kiev es un enclave sagrado de la santa Rusia (y Crimea, ni les cuento). Por ese punto de fuga escapó de la barbarie comunista el gran Nabokov. Allí, una vez más, después de lo de Serbia, lo de Kosovo, lo de Iraq, lo de Afganistán, lo de Egipto, lo de Libia y lo de Siria, el decrépito imperialismo occidental -dos patas en ese banco: la europea y la estadounidense- ha sembrado las semillas de lo que podría haber sido (y aún no ha pasado ese riesgo) la tercera guerra mundial. ¡Bonito ejercicio de precalentamiento para las elecciones del 25 de mayo!
Patético resulta Obama, ese pelele de las multinacionales, ese monigote de la Reserva Federal, ese don Tancredo invertebrado, ese quintacolumnista del integrismo musulmán (véase lo que hizo en Egipto), cuando se enfrenta a un político como Putin, con el que se puede estar o no estar de acuerdo, y yo lo estoy, pero que tiene todo lo que un líder debe tener.
Déjense de cuentos los señoritingos de Bruselas que han abierto en el Maidán, para defender los turbios intereses económicos de Francia y Alemania, una caja de Pandora en la que cabe y de la que sale lo peor de lo peor: extremistas neonazis, energúmenos antisistema, matones de gatillo fácil, ultranacionalistas de belfo hidrófobo, francotiradores asalariados, plutócratas avariciosos, gobernantes golpistas... Hablaré de eso con más calma en el futuro. Lo haré, por ejemplo, en la Universidad Juan Carlos, el próximo día veintisiete. Ya he puesto título a ese debate:¡Adiós, Europa, adiós! (para asistir, en la medida en que el aforo de la sala lo consienta, es conveniente inscribirse enviando un correo a javier_wrana@hotmail.com).
El regreso de Crimea al regazo de la Magna Máter rusa es el acontecimiento histórico más significativo desde que el Muro de Berlín se convirtió en cascotes. Sí, sí, ya sé que tuvimos la guerra de la antigua Yugoslavia, la de Iraq, la masacre de las Torres Gemelas, el tsunami del Índico, la primavera árabe, el terremoto de Fukushima... Pero todos esos acontecimientos fueron negativos. Yo me refería a los positivos. El de Crimea lo es. ¡Por fin una buena noticia! La revolución conservadora se ha puesto en marcha.
Lo que en ese conflicto se ventila es el encontronazo entre dos modelos de sociedad: el de la Unión Europa, que no es una zona geopolítica, sino ideológica, puesta al servicio de la socialdemocracia (en ella confluyen los dos grandes partidos), y el de Moscú, que es el de los conservadores, el de la responsabilidad individual, el del mérito y la excelencia, el de la recuperación del sentido común, el de los altos valores morales, el de las viejas palabras que, según Machado, han de volver a sonar.
Parafraseemos a Dostoievsky... Crimea y castigo. Ése sería un buen título para describir lo que acaba de suceder en Ucrania. Lo de "castigo" se refiere a ésta y, por supuesto, a Europa. Merecido lo tiene la última. La primera, también, por prestarse a los manejos colonialistas de Bruselas.
Y, además, ¿a santo de qué tendría yo (y usted, lector) que financiar con las migajas de mi cada vez más magro bolsillo el dineral que nos costaría incorporar Ucrania al contubernio europeo? ¿Adónde quieren llegar los derrochones de éste en su afán expansionista? ¿Al Paso del Khyber? ¿Al Karakorum? ¿A Ulán Bator? ¿A las islas Fidji? Si todo fuese Europa, nada lo sería. El Viejo Mundo está a punto de incorporarse al Tercero.
Las isobaras de la meteorología política son, hoy como ayer, las religiones, por más que de ellas hayan desaparecido la fe, la superstición y la liturgia. Los europeos, aunque no vayan a misa, son católicos o protestantes, y de ahí procede la socialdemocracia y su hijo predilecto: el Estado de Bienestar. Ucrania es ortodoxa, como lo son todas las Rusias. Y aunque las tres religiones se proclamen cristianas, la tercera no es compatible con las dos primeras, que tampoco lo son del todo entre sí.
Este es un buen momento -mejor, imposible- para leer el libro que Daniel Utrilla, ex corresponsal de este periódico en Moscú durante más de una década y dueño de una de las plumas más afiladas, ingeniosas y divertidas de este país, publicó a finales de noviembre: A Moscú sin Kaláshnikov (Libros del K.O). ¡Fantástico recorrido el suyo por una nación que conoce al dedillo! Léalo, con una sonrisa en los labios y un destello en los ojos, todo el que quiera entender el alma de la Santa Rusia, y lea también de paso, y para lo mismo, la mejor novela escrita en los últimos años: Limónov (Anagrama), de Emmanuel Carrère.
El protagonista de ese relato existe y lidera un partido político opuesto a Putin, que lo metió en la cárcel. No importa. Son, Limónov y él, tal para cual: personajes de Tolstói, de Puchkin, de Turgueniev, de Gogol, de Dostoievski, de Solzhetnitsyn... Héroes de Carlyle. Vuelve el gran Berdiaeff de la mano de Putin. ¡Que los dioses ortodoxos bendigan la heterodoxia de éste frente a la ortodoxia keynesiana, igualitarista, buenista, retroprogresista y tontorrona de la Unión Europea!
El entusiasmo me desborda. Si tuviese veinte años me iría allí, y no excluyo la posibilidad de hacerlo con setenta y siete.
La historia, una vez más, vuelve a dar la razón a Spengler: es un pelotón de soldados lo que siempre, en el último momento, salva la civilización.
Kiev es un enclave sagrado de la santa Rusia (y Crimea, ni les cuento). Por ese punto de fuga escapó de la barbarie comunista el gran Nabokov. Allí, una vez más, después de lo de Serbia, lo de Kosovo, lo de Iraq, lo de Afganistán, lo de Egipto, lo de Libia y lo de Siria, el decrépito imperialismo occidental -dos patas en ese banco: la europea y la estadounidense- ha sembrado las semillas de lo que podría haber sido (y aún no ha pasado ese riesgo) la tercera guerra mundial. ¡Bonito ejercicio de precalentamiento para las elecciones del 25 de mayo!
Patético resulta Obama, ese pelele de las multinacionales, ese monigote de la Reserva Federal, ese don Tancredo invertebrado, ese quintacolumnista del integrismo musulmán (véase lo que hizo en Egipto), cuando se enfrenta a un político como Putin, con el que se puede estar o no estar de acuerdo, y yo lo estoy, pero que tiene todo lo que un líder debe tener.
Déjense de cuentos los señoritingos de Bruselas que han abierto en el Maidán, para defender los turbios intereses económicos de Francia y Alemania, una caja de Pandora en la que cabe y de la que sale lo peor de lo peor: extremistas neonazis, energúmenos antisistema, matones de gatillo fácil, ultranacionalistas de belfo hidrófobo, francotiradores asalariados, plutócratas avariciosos, gobernantes golpistas... Hablaré de eso con más calma en el futuro. Lo haré, por ejemplo, en la Universidad Juan Carlos, el próximo día veintisiete. Ya he puesto título a ese debate:¡Adiós, Europa, adiós! (para asistir, en la medida en que el aforo de la sala lo consienta, es conveniente inscribirse enviando un correo a javier_wrana@hotmail.com).
El regreso de Crimea al regazo de la Magna Máter rusa es el acontecimiento histórico más significativo desde que el Muro de Berlín se convirtió en cascotes. Sí, sí, ya sé que tuvimos la guerra de la antigua Yugoslavia, la de Iraq, la masacre de las Torres Gemelas, el tsunami del Índico, la primavera árabe, el terremoto de Fukushima... Pero todos esos acontecimientos fueron negativos. Yo me refería a los positivos. El de Crimea lo es. ¡Por fin una buena noticia! La revolución conservadora se ha puesto en marcha.
Lo que en ese conflicto se ventila es el encontronazo entre dos modelos de sociedad: el de la Unión Europa, que no es una zona geopolítica, sino ideológica, puesta al servicio de la socialdemocracia (en ella confluyen los dos grandes partidos), y el de Moscú, que es el de los conservadores, el de la responsabilidad individual, el del mérito y la excelencia, el de la recuperación del sentido común, el de los altos valores morales, el de las viejas palabras que, según Machado, han de volver a sonar.
Parafraseemos a Dostoievsky... Crimea y castigo. Ése sería un buen título para describir lo que acaba de suceder en Ucrania. Lo de "castigo" se refiere a ésta y, por supuesto, a Europa. Merecido lo tiene la última. La primera, también, por prestarse a los manejos colonialistas de Bruselas.
Y, además, ¿a santo de qué tendría yo (y usted, lector) que financiar con las migajas de mi cada vez más magro bolsillo el dineral que nos costaría incorporar Ucrania al contubernio europeo? ¿Adónde quieren llegar los derrochones de éste en su afán expansionista? ¿Al Paso del Khyber? ¿Al Karakorum? ¿A Ulán Bator? ¿A las islas Fidji? Si todo fuese Europa, nada lo sería. El Viejo Mundo está a punto de incorporarse al Tercero.
Las isobaras de la meteorología política son, hoy como ayer, las religiones, por más que de ellas hayan desaparecido la fe, la superstición y la liturgia. Los europeos, aunque no vayan a misa, son católicos o protestantes, y de ahí procede la socialdemocracia y su hijo predilecto: el Estado de Bienestar. Ucrania es ortodoxa, como lo son todas las Rusias. Y aunque las tres religiones se proclamen cristianas, la tercera no es compatible con las dos primeras, que tampoco lo son del todo entre sí.
Este es un buen momento -mejor, imposible- para leer el libro que Daniel Utrilla, ex corresponsal de este periódico en Moscú durante más de una década y dueño de una de las plumas más afiladas, ingeniosas y divertidas de este país, publicó a finales de noviembre: A Moscú sin Kaláshnikov (Libros del K.O). ¡Fantástico recorrido el suyo por una nación que conoce al dedillo! Léalo, con una sonrisa en los labios y un destello en los ojos, todo el que quiera entender el alma de la Santa Rusia, y lea también de paso, y para lo mismo, la mejor novela escrita en los últimos años: Limónov (Anagrama), de Emmanuel Carrère.
El protagonista de ese relato existe y lidera un partido político opuesto a Putin, que lo metió en la cárcel. No importa. Son, Limónov y él, tal para cual: personajes de Tolstói, de Puchkin, de Turgueniev, de Gogol, de Dostoievski, de Solzhetnitsyn... Héroes de Carlyle. Vuelve el gran Berdiaeff de la mano de Putin. ¡Que los dioses ortodoxos bendigan la heterodoxia de éste frente a la ortodoxia keynesiana, igualitarista, buenista, retroprogresista y tontorrona de la Unión Europea!