Solzhenitsyn

“Los dirigentes bolcheviques que tomaron Rusia no eran rusos, ellos odiaban a los rusos y a los cristianos. Impulsados por el odio étnico torturaron y mataron a millones de rusos, sin pizca de remordimiento… El bolchevismo ha comprometido la mayor masacre humana de todos los tiempos. El hecho de que la mayor parte del mundo ignore o sea indiferente a este enorme crimen es prueba de que el dominio del mundo está en manos de sus autores“. Solzhenitsyn

Izquierda-Derecha

El espectro político Izquierda-Derecha es nuestra creación. En realidad, refleja cuidadosamente nuestra minuciosa polarización artificial de la sociedad, dividida en cuestiones menores que impiden que se perciba nuestro poder - (La Tecnocracia oculta del Poder)

viernes, 17 de abril de 2015

Los cartuchos de Khufu: la sombra del fraude

El coronel inglés Richard Howard-Vyse, uno de los pioneros de la Egiptología del siglo XIX, realizó una extensa tarea en varios yacimientos arqueológicos de Egipto, pero especialmente en la meseta de Guiza. Sin duda alguna, Vyse será recordado como el descubridor de una serie de inscripciones pintadas en las llamadas cámaras de descarga de la Gran Pirámide entre las cuales se identificaron unos cartuchos [1] con el nombre del faraón “titular” de la pirámide: Khnum-Khuf o Khufu (Keops). Esta prueba física permitió confirmar las noticias históricas sobre la atribución de esta pirámide a Khufu y de hecho representó un hallazgo excepcional porque se consideraba que las pirámides eran monumentos prácticamente mudos, exentos de la famosa escritura jeroglífica, omnipresente en otras muchas construcciones. (Esta visión no cambió sustancialmente hasta finales de siglo XIX, cuando se hallaron los llamados Textos de las Pirámides en pirámides de dinastías posteriores.)

No obstante, la ausencia de jeroglíficos en las pirámides más antiguas y la extraña localización de estas inscripciones (en un lugar casi inaccesible y apartado de la vista) llamó la atención del famoso autor alternativo Zecharia Sitchin, que lanzó la osada teoría de que tal vez los jeroglíficos descubiertos por Howard-Vyse fueran en realidad un vulgar fraude cometido para darse relevancia. La argumentación de Sitchin, presentada en su libro Stairway to Heaven (“Escalera al cielo”), se basaba en los siguientes hechos:
  1. La llamada “Estela del inventario” indica que la Gran Pirámide ya estaba allí en tiempos de Khufu, y que pertenecía a la diosa Isis, no al faraón.
  2. Vyse llevaba cierto tiempo en Egipto sin hallar nada particularmente notable y necesitaba un golpe de efecto, más aún por la apremiante necesidad de obtener más fondos para proseguir sus trabajos.
  3. Resulta curioso que en la cámara de Davison, la única que no descubrió Howard-Vyse, no se hallase rastro de escritura. Además, no hubo testigos locales (capataces u obreros) en el momento de descubrirse los jeroglíficos.
  4. Sí habría marcas de cantera auténticas, en posiciones naturales, en contraste con los jeroglíficos que parecían haber sido pintados en postura difícil, tratando de ocupar todo el espacio disponible. Además, casualmente, no había ninguna inscripción en las paredes este, que habían resultado dañadas (al ser el lado por el que Howard-Vyse había accedido a las cámaras).
  5. Los cartuchos con el nombre “Khufu” ya fueron polémicos en aquella misma época. Algunos expertos, como Samuel Birch, creían que el tipo de escritura era más bien hierática, de datación bastante posterior. Además, hacia 1830 no se sabía con seguridad cuál era la escritura jeroglífica correspondiente al faraón citado por Heródoto, que era conocido como Keops o Sufis.
  6. Al parecer, el presunto falsificador –un colaborador de Vyse llamado Hill– empleó para el fraude un manual de jeroglíficos (Materia Hieroglyphica, de John G. Wilkinson) que contenía ciertos errores; uno de ellos afectaría al nombre del propio Khufu, pues escribió un círculo con un punto en el centro (el símbolo del dios Ra), para representar el sonido “j” (o “kh”) cuando debería haber trazado un círculo con tres líneas horizontales a modo de tamiz (la auténtica “j”). El resultado es que el jeroglífico se leería como “Ra-u-f-u” en vez de “Kh-u-f-u”.
  7. Howard-Vyse seguramente cometió otro sonado fraude: el de sarcófago de madera de época saíta con el cartucho del faraón Menkaure, hallado en la cámara sepulcral de su pirámide.
No hace falta señalar que la argumentación de Sitchin fue duramente criticada y rebatida por el estamento académico, pero también fue perdiendo fuerza entre las posiciones alternativas, fundamentalmente por el dudoso asunto de la escritura incorrecta del nombre del faraón. No obstante, Sitchin ya había abierto la caja de los truenos y consiguió avivar la polémica, lo que fue atrayendo la atención de más y más investigadores alternativos sobre las famosas inscripciones.

Así, en los pasados números 5 y 8 de la revista Dogmacero aparecieron sendos artículos del investigador británico Scott Creighton centrados en la figura de Vyse, su modus operandi y su supuesto fraude. Y lo que podemos decir es que Creighton, tras investigar en la vida pública y profesional de Vyse, ha llegado a la conclusión de que más bien era un aventurero que andaba escaso de espíritu científico y que no dudaba en emplear métodos ilícitos para alcanzar sus metas. Creighton ya ha presentado varios artículos sobre la cuestión ­–que analizará a fondo en su próximo libro– y ha generado no poca controversia en los foros especializados de Internet.

Dado el gran interés que suscita este tema, por cuanto podría desmontar un axioma fuertemente asentado en la Egiptología, he creído oportuno retomar este material y presentarlo en forma resumida –en dos partes– para que el lector se pueda hacer una idea general de los elementos básicos de la polémica y las argumentaciones ofrecidas por el investigador británico.

Pirámide de Khufu (Keops)
El 30 de marzo de 1837, el aventurero, anticuario y coronel británico Richard William Howard-Vyse y su equipo consiguieron abrirse paso –gracias a un uso liberal de la pólvora– hasta la primera de una serie de cámaras de descarga selladas en el interior de la Gran Pirámide de Guiza. Este primer descubrimiento, una cámara que Howard-Vyse bautizaría más tarde como “Cámara de Wellington”, había estado sellada desde el momento de la construcción de la pirámide.

El coronel describe en su diario el primer momento en que entró en la Cámara de Wellington:
«Siendo practicable el agujero en la Cámara de Wellington, la examiné con el Sr. Hill. El suelo era desigual, ya que estaba compuesto por la parte superior de los bloques de granito que formaban el techo de la Cámara de Davison [Cámara situada por debajo de la Cámara de Wellington, descubierta en 1765 por Nathaniel Davison]. Estaba completamente vacía a excepción de un fragmento de piedra arrojado allí por la voladura. No apareció ningún insecto ni murciélago, ni rastros de cualquier animal vivo. No había, de hecho, ninguna puerta o entrada, y aunque algunos de los bloques de granito de las paredes norte y sur tenían patas o proyecciones, las piedras que componen la cubierta se apoyaban sobre éstas, de modo que era imposible que pudieran haberse movido como un rastrillo. Esta cámara, en efecto, como la de Davison y las restantes que se descubrieron posteriormente, no era más que una estancia vacía, o cámara de construcción, para aliviar el peso de la estructura de la Cámara del Rey. Habiendo llegado el Sr. Perring y el Sr. Mash, nos fuimos por la noche a la Cámara de Wellington, y tomamos varias medidas, y al hacerlo, encontramos las marcas de cantera.» (Col. Richard W. Howard-Vyse, Operations Carried on at Gizeh. Vol. 1, p.205-207)
Estas “marcas de cantera” eran de gran importancia, ya que representaban la primera muestra de escritura hallada en el interior de las primeras grandes pirámides. Estas marcas de cantera no eran inscripciones oficiales, sino más bien marcas no oficiales pintadas sobre las piedras con ocre rojo, un tipo de pintura utilizada por los antiguos egipcios y que todavía existía en 1837. Los egiptólogos creen que las marcas de ocre rojo en estas piedras fueron realizadas por los hombres que cortaron las piedras en las canteras; de ahí la expresión “marcas de cantera”.

Richard W. Howard-Vyse
Al proseguir sus exploraciones, Howard-Vyse descubrió otras tres cámaras similares por encima de la Cámara de Wellington y en cada una de ellas halló una serie de inscripciones escritas en la misma pintura ocre rojo, algunas de las cuales incluían el cartucho real de “Khufu” (Keops) y “Khnum-Khuf”, el rey que según los egiptólogos había construido la Gran Pirámide. El descubrimiento de estas inscripciones dio a los egiptólogos algo que habían deseado durante largo tiempo: un vínculo directo entre la Gran Pirámide y el rey al que consideraban (según los escritos de Herodoto, de dos mil años de antigüedad) su constructor.

Lamentablemente, nunca se han realizado pruebas científicas para determinar la antigüedad y la composición química de estas marcas. Así pues, los egiptólogos han aceptado la autenticidad de este descubrimiento de Howard-Vyse con poco más que buena fe y la creencia de que a Howard-Vyse y su equipo les hubiera resultado imposible falsificar estas inscripciones. Sin embargo, todavía persisten algunas preguntas incómodas en relación con el descubrimiento de estas marcas que han llevado a algunos comentaristas, sobre todo al autor Zecharia Sitchin, a cuestionar su autenticidad. Pero primero sería conveniente considerar las razones por las que la egiptología cree que las inscripciones presentadas por Howard-Vyse son auténticas inscripciones de la cuarta dinastía y no el resultado de un simple fraude, como algunos han afirmado.

El primer elemento sobre el cual los egiptólogos basan la veracidad de estas inscripciones es el idioma en que fueron escritos. Así, sostienen que en 1837 ni siquiera el mejor egiptólogo o lingüista estaba plenamente familiarizado con las sutilezas de la antigua escritura egipcia y nadie en ese momento sabía que Khufu era conocido por otro nombre, por no hablar de cómo se debía escribir dicho nombre, el llamado “nombre de Horus” del rey. No fue hasta más tarde que se supo que los antiguos reyes egipcios podían tener hasta cinco nombres diferentes.

Y así, teniendo en cuenta que los mejores egiptólogos en 1837 no conocían este hecho, ¿cómo alguien como Howard-Vyse –que tenía un conocimiento muy limitado sobre el tema– podría haber sabido qué inscripciones iba a escribir en estas cámaras? ¿Cómo podrían Howard-Vyse y su equipo haber pintado el nombre Horus de Khufu (Mjedu) en estas cámaras cuando este nombre era totalmente desconocido en ese momento? Se consideró una tarea imposible y, como tal, parecía perfectamente lógico y razonable concluir por tanto que las inscripciones presentadas por Howard-Vyse debían ser auténticas.

Estatuilla de Khufu
Pero, según este criterio, ¿era realmente tan imposible falsificar estas inscripciones? Al parecer, no sería una tarea demasiado difícil; tan sólo requería de un conocimiento básico de los jeroglíficos y un poco de pensamiento lateral. A fin de perpetrar semejante fraude, la única comprensión de jeroglíficos egipcios antiguos que precisaba Howard-Vyse era la capacidad de reconocer el nombre de Keops, y se da la circunstancia de que el nombre del rey, de hecho, ya había sido publicado en 1832 por el egiptólogo y erudito italiano Rosellini, ​​unos cinco años antes de que Howard-Vyse hubiera puesto el pie en Egipto.

Durante muchos meses, Howard-Vyse había estado examinando cuidadosamente los escombros que rodeaban la base de cada pirámide de Guiza. De haber encontrado una inscripción completa de Keops en estos escombros, tal vez inscrita en una piedra pequeña, muy probablemente hubiera reconocido este nombre real. Cualquier otra cosa que pudiera aparecer escrita junto con el cartucho Khufu (por ejemplo, el nombre de Horus, lo que no sería un acontecimiento inusual), seguramente no habría sido comprendida por Howard-Vyse. La cuestión, sin embargo, es que en realidad no importa si Howard-Vyse entendía o no las inscripciones adicionales, dado que con el reconocimiento de la inscripción Khufu podía concluir lógicamente que cualquier inscripción adicional que encontrase en esa piedra debía estar claramente relacionada con Khufu y, como tal, se podría copiar con seguridad en un lugar adecuado de la pirámide, es decir, un lugar en el que ninguna otra persona hubiera estado nunca antes. Todo lo que tenía que hacer Howard-Vyse era encontrar ese lugar y, de hecho, encontró cuatro. Y vale la pena destacar que, entre los escombros de la cara norte de la Gran Pirámide, también encontró un pequeño artefacto de piedra con una inscripción parcial del nombre real de Khufu.

Esto no quiere decir, por supuesto, que tal fraude se produjera en realidad. El propósito aquí es simplemente demostrar que la reivindicada “imposibilidad de fraude” no era una tarea tan imposible como han afirmado los egiptólogos. Como se ha dicho, Howard-Vyse sólo necesitaba la capacidad de reconocer el cartucho de Khufu y tal cosa se conocía mucho antes de que él fuera a Egipto.

El segundo punto que los egiptólogos plantean para señalar la imposibilidad del fraude es el hecho de que muchas de estas marcas están situadas entre bloques de granito de 50 toneladas, siendo la separación tan estrecha (aproximadamente 2,5 cm.) que ningún embaucador podría haber introducido ahí un pincel.

Sobre este punto, el autor Graham Hancock, basándose seguramente en los argumentos de Sitchin, se había manifestado crítico ante la versión oficial, pero cuando pudo inspeccionar sin restricciones las cámaras en cuestión cambió su parecer y no vio posibilidad de fraude. Sin embargo, más adelante admitió que tal vez se había precipitado al retractarse y comentó lo siguiente:
«A diferencia de las marcas de cantera infalsificables situadas entre los bloques, el cartucho de Khufu está a la vista y podría haber sido falsificado fácilmente por Vyse. No remarco que así fue, sólo afirmo que podría haber sido así, y que han surgido algunas interesantes dudas sobre su autenticidad. Estoy a la espera de futuras pruebas, en uno u otro sentido.» (Graham Hancock, GMBH, 4 de abril de 2011)
En una consulta posterior a Graham Hancock, le formulé la siguiente cuestión:
«Cuando usted dice que hay marcas de cantera en los estrechos espacios entre los bloques, quiere decir que éstas son marcas de albañil o bien que son auténticos signos jeroglíficos? Si son jeroglíficos, ¿sabe usted si alguno de ellos dice Khufu?» (Scott Creighton, en correo electrónico privado a Graham Hancock)
Graham Hancock respondió a mi pregunta de la siguiente manera:
«Fue hace mucho tiempo, pero estoy al cien por cien seguro de que ninguna decía Khufu. Tampoco son líneas o registros de jeroglíficos. Son [marcas] sencillas y están aisladas y –aunque no soy un experto en estas cosas– a mí me parecen típicas marcas de cantera.» (Graham Hancock, en correo electrónico privado a Scott Creighton)

Cartucho con el nombre de Khufu. Crédito foto cartucho: WGBH Educational Foundation
Graham Hancock admite que él no es experto en la materia, pero que, según su experiencia, las marcas en estas estrechas brechas entre los bloques se parecían más a “...típicas marcas de cantera...” que a escritura jeroglífica. Esto, por supuesto, necesita ser comprobado y confirmado pero puede sugerir que la única escritura jeroglífica inscrita dentro de estas cámaras sólo aparece en lugares abiertos y de fácil acceso, como sin duda es el caso de los tres cartuchos de Khufu y Khnum-Khuf que se han encontrado.

Pero incluso si se admite que existen jeroglíficos del Imperio Antiguo en esos estrechos espacios entre los firmes bloques de granito de estas cámaras, sigue siendo muy posible que incluso esas marcas pudieran haber sido falsificadas. De hecho, sí existe un medio por el cual incluso esta tarea aparentemente imposible se pudo haber llevado a cabo.

El investigador independiente Dennis Payne nos informa de que lo que se requiere en este caso no es ningún tipo de pincel del pintor, sino más bien una simple cuerda y un par de finas tablas de madera. La cuerda (a la que se da la forma de los jeroglíficos requeridos) se fija con adhesivo a una de las tablas de madera; luego se pinta la “cuerda jeroglífica” con pintura ocre rojo. Esta tabla con jeroglíficos recién pintados se desliza con cuidado en el estrecho intervalo de 2,5 cm entre dos bloques de granito. Una vez hecho esto, se desliza entonces una segunda tabla por detrás de la primera, apretándola e imprimiendo los jeroglíficos pintados en la primera tabla sobre la cara del bloque de granito en el estrecho hueco. Cuando se ha realizado la impresión, se retira la segunda tabla, seguida de la primera. Los jeroglíficos falsos se presentan ahora en un lugar aparentemente imposible, un estrecho hueco donde ningún falsificador podría aplicar un pincel. Y así, una vez más, se demuestra que lo que los egiptólogos consideraron tarea imposible, no es tan imposible después de todo.

El tercer aspecto que, según afirman los egiptólogos, Howard-Vyse y su equipo no hubieran podido falsificar es el estilo de algunos signos escritos en las cámaras. Pero con una rápida mirada al diario manuscrito de Howard-Vyse, así como a los dibujos facsímiles creados por el Sr. Hill (un miembro del equipo de Howard-Vyse), está claro que ambos hombres eran muy buenos a la hora de copiar un estilo de escritura. Y así, de nuevo, los argumentos de los egiptólogos no se sostienen.

En resumen, no habría sido del todo imposible para Howard-Vyse y su equipo la realización de un fraude dentro de la Gran Pirámide, si así lo hubieran deseado. La pregunta a la que ahora nos enfrentamos es si Howard-Vyse y su equipo realmente llegaron o no a perpetrar semejante fraude. ¿Qué pruebas hay, en su caso, para indicar que tal hecho podría haber ocurrido?

Curiosamente, cuando Nathaniel Davison abrió la primera de estas pequeñas cámaras (la cámara inmediatamente debajo de la Cámara de Wellington), casi 100 años antes de que Howard-Vyse accediera a la Cámara de Wellington, no se encontró ni una sola marca en esta sala. Y en tiempos más recientes, se descubrió un pequeño rebaje en el extremo del conducto sur de la Cámara de la Reina que contenía marcas de ocre rojo. Sin embargo, estas marcas son totalmente ambiguas y nadie parece saber a ciencia cierta si representan jeroglíficos reales o si son meramente sencillas marcas de albañil; realmente constituyen un enigma.

Lo que tenemos entonces es una situación en la que las cámaras del interior de la Gran Pirámide a las que accedieron Howard-Vyse y su equipo por primera vez sí contienen jeroglíficos claros e inequívocos, pero las cámaras a las que accedieron los demás por primera vez (incluidas las modernas prospecciones robóticas) no contienen ningún jeroglífico claro e inequívoco. Por tanto, si bien pudieron existir marcas de albañil en todas las cámaras, parece bastante peculiar que sólo las cámaras descubiertas por Howard-Vyse y su equipo sean las únicas que contienen jeroglíficos inequívocos y reconocibles, que también incluyen el nombre del rey en sus diversas formas.

La ironía de esta situación, sin embargo, es que Sitchin, al defender en sus primeros libros la teoría de la falsificación centrándose en una infundada falta de ortografía del nombre del rey, llevó el tema a la atención del mundo y, en particular, a un tal Walter Martin Allen de Pittsburgh, Pennsylvania. Walter Allen, que había leído los libros de Sitchin en los años 80, contactó con Sitchin afirmando que él tenía la verdadera prueba (el testimonio de un testigo ocular) de que realmente se habían producido tales falsificaciones en la Gran Pirámide por parte del equipo de Howard-Vyse en 1837. De hecho, la familia de Walter Allen al parecer tuvo conocimiento de este gran fraude durante casi 150 años, mucho antes de Zecharia Sitchin hubiera tenido noticia de tal hecho.

El testimonio escrito del Sr. Allen declara que su bisabuelo, Humphries Brewer, estuvo trabajando con Howard-Vyse y que había sido testigo directo de las falsificaciones que tuvieron lugar en la Gran Pirámide a cargo del equipo de Howard-Vyse. El breve relato de Allen (escrito en su cuaderno de radioaficionado) parece estar basado en una tradición oral de la familia y, posiblemente, en una serie de cartas familiares escritas en 1837 por Humphries Brewer y su padre, William Jones Brewer. Estas cartas, junto con la tradición oral, fueron presuntamente transmitidas a través de la bisnieta de Humphries Brewer, Helen Brewer (“tía Nell”) hasta que en 1954 la historia finalmente llamó la atención de Walter Allen, quien durante muchos años había estado investigando el origen de su familia. El breve relato de Walter Allen sobre este episodio de Egipto en 1837 dice lo siguiente:
«Humfrey recibió un premio por el puente que diseñó en Viena sobre el Danubio. H. fue a Egipto 1837 con el Servicio Médico Británico... Nell dijo que iban a construir un hospital en El Cairo para los árabes con afecciones oculares graves. El Dr. Naylor llevó consigo a Humfrey. El tratamiento no tiene éxito, el hospital no se construye. Se unió a un tal coronel Visse para explorar las pirámides de Gizeh. Comprobaron las dimensiones de 2 [sic] pirámides. Tuvo una disputa con Raven y Hill acerca de las marcas pintadas en la pirámide. Las marcas tenues fueron repintadas, algunas eran nuevas. No encontraron ninguna tumba... Tuvo unas palabras con un señor Hill y Visse antes de irse. Estuvo de acuerdo con el coronel Colin Campbell y un tal Geno Cabilia. Humfrey regresó a Inglaterra a finales de 1837.» (Sitchin, Journeys to the Mythical Past , p.30, Bear & Co, 2007)
Manuscrito del Sr. Allen sobre la estancia de H. Brewer en Egipto. Crédito foto cuaderno Allen: http://www.abovetopsecret.com/forum/thread946324/pg
El relato de Walter Allen nos dice que, como parte del Servicio Médico Británico, su bisabuelo viajó a Egipto con el Dr. Naylor. Aparentemente, este médico deseaba construir un hospital para personas con problemas graves en los ojos, pero dado que el tratamiento no fue exitoso, el hospital no se construyó y el Dr. Naylor regresó a su casa. ¿Hay alguna evidencia de tal médico o de que estos hechos tuvieran lugar en Egipto en 1837? Pues bien, existe y se trata precisamente del diario del propio Howard-Vyse:
«Como varios de los árabes padecían de oftalmía, acudí a Naylor Bey, que había llegado de Inglaterra con el propósito de establecer un hospital oftálmico: el Pachá no sólo le dio inmediatamente el rango y los atributos de un Bey, y una casa llamada El Ater Nebbi, cerca de Fostat, para un establecimiento, sino que también envió un barco de guerra para traer a su familia desde Europa. Por una u otra razón, sin embargo, el establecimiento se desechó, y, creo que el Sr. Naylor regresó a Europa.» (Col. Richard W. Howard-Vyse,Operations Vol. 1, p.182)
Aquí, pues, tenemos un relato de Howard-Vyse en persona que corrobora, en parte, la tradición que se había transmitido en la familia de Brewer hasta llegar al conocimiento de Walter Allen, casi 150 años más tarde. No obstante, siendo Howard-Vyse conocido por ser muy meticuloso al citar en su diario a todos los que trabajaban para él en las pirámides, es curioso que el nombre de Humphries Brewer brille por su ausencia, y seguramente nos tendremos que preguntar que si Brewer afirma más adelante en las cartas a su padre que había trabajado para el coronel en Egipto en ese momento, ¿por qué no se le menciona en el diario del coronel? La respuesta a esta pregunta podría tener que ver con la siguiente parte de la narración de la familia de Walter Allen, la parte más explosiva de todas: las marcas pintadas.

En este episodio, una vez más tenemos los nombres de las personas del relato de Walter Allen (aunque mal escritos) que trabajaban de facto en las pirámides de Guiza, en la fecha especificada: Visse (o sea, Howard-Vyse), Raven, Hill, el coronel Colin Campbell y Geno Cabilia (esto es, Giovanni Caviglia). Se puede entender perfectamente que la ortografía de los nombres de los implicados fuese incorrectamente recordada y transmitida hasta la época de Walter Allen, que puso por escrito la historia familiar en la década de 1950.

En este pasaje particular de las notas de Walter Allen, su bisabuelo, Humphries Brewer, alude a la disputa que tenía con dos de los ayudantes de Howard-Vyse, el Sr. Raven y el Sr. Hill, sobre alguna actividad relacionada con la pintura en la Gran Pirámide. De lo que nos ha llegado (a través del testimonio de Walter Allen), parece ser que Brewer se opuso a Raven y a Hill a repintar las tenues marcas de la pirámide y también a pintar nuevas marcas. Aquí hay un par de puntos importantes que destacar.

El primer punto es que se sabe que Hill entró en la pirámide y pintó con pintura de color negro los nombres de varias figuras históricas británicas (Wellington, Nelson, etc.) en una pared de cada cámara superior, a medida que iban siendo descubiertas y abiertas. Algunos objetores a la teoría del fraude apuntan a esta actividad del Sr. Hill como la referencia de Brewer a que “... las marcas tenues fueron repintadas, algunas eran nuevas”. Pero esto tiene poco sentido, ya que los nombres recién pintados de “Wellington”, “Nelson” etc. difícilmente podían describirse como tenues si acababan de ser pintados. ¿Y por qué Brewer había de tener una disputa por el hecho de nombrar las cámaras con héroes nacionales británicos? Es evidente que cualquiera que fuese el tema de disputa con Raven y Hill, parece que tal disputa llevó a Brewer a adoptar una firme posición, y todo apunta a que el asunto de la pintura que se traían entre manos Raven y Hill debió ser algo a lo que Brewer se opuso firmemente; de hecho, tanto como para acabar siendo despedido por ello. Ciertamente, toda persona cabal desaprobaría el hecho de perpetrar un fraude en la Gran Pirámide, y probablemente el mantenimiento de los principios a este respecto supondría el despido por parte de los perpetradores de tal fraude.

En segundo lugar, en el relato de Walter Allen vemos que el término “marcas” se utiliza para describir lo que Raven y Hill fueron repintando y pintando. En el contexto de la frase, parece que las palabras reales de Brewer fueron las que se citan. Es muy poco probable que Brewer emplease este término para referirse a lo que era claramente el nombre de una figura histórica importante (es decir, Wellington, Nelson, etc.) que Hill acababa de pintar en las cámaras. La utilización del término “marcas” por parte de Brewer implica algo que es incomprensible o desconocido y, de hecho, es la misma palabra usada por el mismo Howard-Vyse para describir las inscripciones jeroglíficas ininteligibles que supuestamente encontró en estas cámaras, es decir, “marcas de cantera”. Simplemente, no es creíble que Brewer se refiriese a un nombre conocido como “Wellington” o “Nelson” como “marcas”; está claro que las “marcas” por las que tuvo la disputa eran otra cosa.

Así pues, por lo que se deduce del relato de Brewer que pasó de generación en generación hasta su bisnieto, Walter Allen, pudieron haber existido algunas “marcas” sobre los bloques de estas cámaras (“marcas tenues repintadas, algunas eran nuevas”), pero seguimos sin saber qué clase de marcas eran en realidad. Podrían haber sido inscripciones jeroglíficas o tal vez sólo simples marcas de albañil como las marcas que se encuentran en la pequeña cavidad en el extremo del conducto sur de la Cámara de la Reina.

Libro de Vyse basado en su diario de trabajo
Para Humphries Brewer, sin embargo, su evidente rectitud de principios le había costado la expulsión de Guiza, y nunca más se supo de él en Egipto, ni en el diario publicado por Howard-Vyse. En efecto, se puede entender por qué Howard-Vyse no habría tenido ningún deseo de hacer mención alguna de Brewer, dado que las acusaciones eran muy serias y desagradables. No obstante, los objetores a la teoría del fraude suelen afirmar que Howard-Vyse no habría eliminado a Brewer de su diario simplemente por haber tenido un “desacuerdo”, y en apoyo de este punto de vista citan a Caviglia como un ejemplo de alguien con quien Howard-Vyse estaba en constante desacuerdo (hasta el punto de que la relación entre ambos se rompió totalmente) y sin embargo, Howard-Vyse aun así menciona a Caviglia en su diario publicado. El argumento es que si podía hacer esto con Caviglia –con quien discutía constantemente– entonces también habría hecho lo mismo con Brewer, después de cualquier desacuerdo.

Sin embargo, el enfoque de tal comparación es muy simplista y resulta totalmente inadecuado. Así, mientras que Caviglia era una personalidad muy relevante y como explorador era muy respetado en Egipto en ese momento, Brewer era el chico recién llegado, y apenas era conocido por unos pocos. Y dado que muchas personas influyentes del Egipto de entonces, como el Pachá y el coronel Colin Campbell, conocían a Caviglia (mucho antes de que Howard-Vyse entrara en escena), y que tales personas influyentes sabían que había estado trabajando con Howard-Vyse –en constante desacuerdo– durante muchos meses, a Howard-Vyse le habría resultado casi imposible borrar a Caviglia de su diario publicado. Pero no así a un desconocido ingeniero civil que había llegado bajo la dirección de un tal doctor Naylor, que ya había regresado a Europa y que probablemente sólo había trabajado durante un corto periodo con Howard-Vyse. ¿Quién iba pues a conocer a Brewer o, incluso a preocuparse de él? La naturaleza misma del “desacuerdo” de Brewer, esto es, la acusación de fraude a Howard-Vyse y su equipo sin duda garantizó el anonimato de Brewer en el diario publicado por Howard-Vyse y más aún si tales acusaciones tenían algún fundamento de verdad.

Por supuesto, la historia que sostiene Allen no puede ser considerada como prueba de fraude. En el mejor de los casos, se puede considerar como algo poco mejor que rumores. Pero, ¿y si fuera cierto el núcleo de esos rumores? ¿Por qué se adopta por defecto la duda automática acerca de la veracidad de esta tradición familiar sobre lo que sucedió en la Gran Pirámide en 1837?

En resumen, ¿por qué este testimonio familiar se ha descartado sumariamente sólo porque su fuente original (Humphries Brewer) ya no está presente para declarar sobre su veracidad? ¿Debe desestimarse el registro escrito de Walter Allen de la historia que le fue transmitida simplemente porque su contenido no puede ser verificado por la fuente original? Lo contrario aquí es sugerir que Walter Allen urdió todo esto él solo y entonces nos tendríamos que preguntar, ¿qué le podría haber motivado a montar esa historia en 1954 y luego no decir nada sobre ella durante más de 30 años? Por desgracia, sin embargo, parece que el testimonio de Allen está destinado a ser rechazado, como Ian Lawton y Chris Ogilvie-Herald atestiguan en su libro de Guiza: La Verdad:
«... A menos que Sitchin pueda aportar una prueba mejor que ésta [el testimonio de Walter Allen], por lo menos el contenido del cuaderno, certificado por un testigo independiente y preferiblemente probado científicamente para autenticar la fecha, es inadmisible.»
Sin embargo, lo que Lawton y Ogilvie-Herald omiten aquí es que no es tarea de Sitchin, o de Allen (o de cualquier otro) demostrar que las inscripciones del interior de estas cámaras no son auténticas, sino que es la egiptología la que ha de demostrar que son auténticas. No se puede refutar algo que aún no se ha demostrado de manera concluyente. Eso es una falacia lógica, y así pues el peso de la prueba recae aquí directamente sobre los hombros de la egiptología. En definitiva, es responsabilidad de la egiptología probar su propio caso y no de Sitchin, Allen o cualquier otra persona, desmentirlo.
Y así, en ausencia de un escrutinio científico de estas inscripciones, lo que en definitiva tenemos aquí es un callejón sin salida: la palabra de Walter Allen (a través de su bisabuelo, Humphries Brewer) contra la palabra escrita del coronel Howard-Vyse. ¿Cómo podría romperse este estancamiento? ¿Qué datos existen acerca de estos dos hombres que pudieran arrojar alguna luz sobre su carácter, lo que nos podría dar alguna pista acerca de la clase de personas que eran en vida? De Humphries Brewer todo lo que tenemos es su obituario, que sólo dice amables palabras de él, si bien difícilmente puede ser considerado imparcial, ya que probablemente fue redactado por su cónyuge o sus hijos. Con todo, no hay pruebas en ningún otro lugar que muestren tacha en el carácter de Humphries Brewer. El Coronel Howard-Vyse, por el contrario, tiene una historia bastante diferente.

Dejando de lado, por el momento, la acusación de Humphries Brewer contra Howard-Vyse y su equipo en 1837, se dieron otras dos ocasiones en la vida del coronel Howard-Vyse en las que sabemos que su carácter moral fue cuestionado por otras personas. La primera de estas alegaciones se remonta al inicio de la carrera de Howard-Vyse como político en el Reino Unido según la cual, después de ganar las elecciones de 1807 en la circunscripción de Beverley, uno de sus rivales, el Sr. Staple, acusó a Howard-Vyse de perpetrar fraude. Posteriormente, se llevó a cabo una diligencia en el Parlamento para investigar las alegaciones de fraude del Sr. Staple contra Howard-Vyse, a saber:
“A petición del Señor Philip Staple, se leyó: estableciendo que en las últimas elecciones a diputado para servir en el Parlamento por el distrito de Beverley, en el condado de York, el Señor John Wharton, el Señor Richard William Howard Vyse, [...] eran candidatos para representar a dicho Municipio, [...] y que cada uno de ellos era culpable de soborno y corrupción y prácticas corruptas para conseguir ser elegidos diputados por dicho distrito en el presente Parlamento...”
Por supuesto, podríamos intentar disculpar Howard-Vyse de estos cargos, pues a principios del siglo XIX tales prácticas eran moneda corriente. Sin embargo, esto no niega el hecho de que esta práctica en la época de Howard-Vyse era ilegal, y que Howard-Vyse lo sabía perfectamente. Howard-Vyse habría sido muy consciente del tremendo riesgo que estaba corriendo. Y, sin embargo, a pesar de la posibilidad de una sentencia de cárcel y la deshonra familiar, Howard-Vyse seguía dispuesto a correr el riesgo a fin de lograr su objetivo. Esto no quiere decir, por supuesto, que Howard-Vyse fuese una mala persona; es muy posible que hiciera muchas cosas buenas en su vida. Lo que demuestra este episodio, no obstante, es su total disposición a recurrir a la infracción. E incluso aunque esta particular práctica corrupta estuviera aparentemente generalizada en aquellos tiempos, seguía siendo ilegal, y lo que es más, era completamente inmoral. Y aun así Howard-Vyse no se resistió a ella.

El segundo cargo contra el personaje de Howard-Vyse viene de su propio diario publicado, a saber:
“Hoy mismo me mostraron un párrafo difamatorio, destinado a ser insertado en los periódicos ingleses, que acusaba al coronel Campbell de haberse puesto él mismo indebidamente al servicio del Pachá mediante la obtención del firmán [concesión o permiso oficial expedido por la autoridad otomana], y que implicaba que el coronel y yo mismo teníamos la intención de hacer nuestras fortunas bajo el pretexto de [realizar] investigaciones científicas... " (Col. RW Howard-Vyse, Operations, p.225.)
Howard-Vyse no hace mención directa aquí en cuanto a la naturaleza precisa de las acusaciones que se hacen contra él, ni revela quién las estaba haciendo. Es evidente, sin embargo, que alguien creía que las actividades de Howard-Vyse en Egipto eran inadecuadas y amenazó con exponer lo que estaba haciendo, quedando así, una vez más, el carácter moral de Howard-Vyse en entredicho.

Y por último está el descubrimiento reivindicado por Howard-Vyse y su equipo de los restos de Menkaure (Micerino), que resultaron ser totalmente falsos. En este sentido, el famoso egiptólogo británico Sir I.E.S. Edwards escribe:
“En la cámara funeraria original, el coronel Vyse había descubierto algunos huesos humanos y la tapa de un sarcófago antropoide de madera con el nombre inscrito de Micerino. Esta tapa, que está ahora en el Museo Británico, no pudo haberse realizado en época de Micerino, pues se trata de un tipo no usado antes del período Saíta. Las pruebas de radiocarbono han demostrado que los huesos datan de los primeros tiempos cristianos.” (Sir I.E.S. Edwards: Las Pirámides de Egipto.)

Pirámide de Menkaure
Así pues, lo que tenemos aquí son unos artefactos arqueológicos de dos períodos diferentes que mágicamente se encontraron juntos en la pirámide de Menkaure (G3), habiendo sido hallados por el equipo de Howard-Vyse sólo después de que otros exploradores anteriores de algún modo los hubieran pasado por alto. ¿Por qué los huesos y el sarcófago no eran de la misma época? ¿Hemos de creer que había dos enterramientos intrusivos de dos períodos diferentes? ¿Por qué entonces no hemos encontrado fragmentos del sarcófago o de los huesos de la otra sepultura intrusiva (suponiendo que había dos tumbas de este tipo)? ¿Acaso este hecho por sí solo no apesta a un intento de engaño por parte de Howard-Vyse y de su equipo, tratando de hacer pasar una cosa como algo que más adelante se descubrió que no era tal? Y si tenemos motivos para sospechar de un intento de fraude, tenemos que preguntarnos, ¿de qué modo repercute esto en la credibilidad de Howard-Vyse y sus descubrimientos en cualquier otro lugar de Guiza?

Si bien todo lo anterior puede dejar un mal olor, un aire de sospecha, no es una prueba real que Vyse perpetrara un fraude dentro de la Gran Pirámide. Sin embargo, la prueba más incriminatoria de todas viene de la propia mano de Vyse, y muestra –más allá de toda duda razonable– que él perpetró un engaño dentro de la Gran Pirámide.

Me parecía que, en ausencia de pruebas científicas oficiales sobre estas marcas pintadas, la única vía que quedaba por explorar sería el diario manuscrito de Vyse. Me di cuenta de que si podía localizar este documento, entonces por lo menos sería posible determinar si Humphries Brewer había estado en Egipto con Vyse en 1837, según nos dice la historia de la familia de Walter Allen. Quizás Vyse había escrito sobre él en su diario escrito a mano (cuando estaban en buenos términos al inicio) y simplemente eliminó su presencia en su obra publicada. Ese era mi pensamiento, y si resultaba ser correcto, entonces por lo menos corroboraría un poco ese relato en particular. Y así, en marzo de 2014, me puse a buscar el diario manuscrito de Vyse.

Gracias a Internet, no tardé mucho tiempo. Estaba seguro de que había hecho búsquedas en el pasado sobre este documento y había resultado en vano, pero esta vez conseguí dar con la ubicación de estos documentos de cerca de 200 años de antigüedad. El Centro de Estudios de Buckinghamshire en Aylesbury está a unos 600 kilómetros de mi casa, por lo que sería un viaje de alrededor de 1.200 kilómetros para mi esposa y para mí para poder echar un vistazo al diario manuscrito de Vyse. No sabíamos qué podíamos esperar, o si íbamos a encontrar algo de gran relevancia para nuestra búsqueda. Cuando llegamos al Centro a principios de abril de 2014, no nos decepcionó.

El diario manuscrito de Vyse se compone de alrededor de 600 páginas de color amarillento de tamaño folio dobladas, unidas con una cinta blanca y delgada y todo ello contenido en una carpeta bastante corriente. Aunque algunas de las páginas son muy claras, la tinta en muchas de las páginas es extremadamente débil y se ha vuelto marrón con el tiempo. Lo que nos planteó más problemas, sin embargo, fue la caligrafía de Vyse, que era muy difícil, si no completamente imposible, de leer. Considerando esto, pregunté si podíamos fotografiar digitalmente las páginas para que pudiéramos llevarlas a casa para analizarlas en nuestro tiempo libre. Esto no resultó ser problema (siempre y cuando no empleáramos la fotografía con flash). Y así, durante los dos días siguientes, mi esposa y yo nos dedicamos a la tarea nada despreciable de fotografiar cada página del diario manuscrito de Vyse, más algún otro material de su archivo. Éramos bien conscientes que la tarea de encontrar algo significativo en estas páginas podría suponer meses, si no años, de profunda investigación.

Pero siempre suele ser el caso –al menos en mi experiencia– que justo cuando tu investigación parece haber llegado a una vía muerta, el "ángel de la biblioteca” aparece y te conduce exactamente hacia lo que necesitas, precisamente cuando lo necesitas. Y así resultó ser aquí. Los dioses de la casualidad estaban de nuestro lado. Cuando mi esposa pasó una de las páginas para que yo la fotografiara, ya estaba a punto de pasar a la página siguiente cuando vi algo bastante peculiar en la página que estaba ante mí. Entonces puse la cámara sobre la mesa y le eché un vistazo más de cerca a la página escrita a mano y señalé algo a mi esposa. Nos miramos el uno al otro en un silencio impresionante, pues la comprensión y la enormidad de lo que estábamos viendo nos abstrajo, ya que estábamos observando una prueba convincente de que el cartucho de Khufu que Vyse afirmó haber descubierto dentro de la Gran Pirámide de hecho debió haber sido falsificado por él, tal como habían sospechado bastantes personas durante años.

Decir que estábamos estupefactos por lo que habíamos descubierto sería decir poco. Cuando regresamos a nuestro hotel esa noche, algo cansados ​​de nuestro día de trabajo, nos sentamos y miramos pasmados la prueba en la pantalla de nuestro ordenador. La ironía de lo que habíamos encontrado no nos pasó desapercibida. Aquí estábamos, apenas capaces de leer unas palabras de la escritura garabateada de Vyse y sin embargo la antigua escritura egipcia que había copiado con tanto cuidado en su diario nos revelaba la verdad de las inscripciones en disputa en la Gran Pirámide, que muchos habían estado buscando durante décadas, si no más.

Fig.1 Reproducción de los jeroglíficos con cartucho de la Cámara de Campbell de la Gran Pirámide. Dibujos de Scott Creighton a partir del diario manuscrito de Howard-Vyse. 
Fig.2 Reproducción de los jeroglíficos con cartucho de una página del diario manuscrito de Vyse. Dibujos de Scott Creighton a partir del diario manuscrito de Howard-Vyse.
A simple vista, estos dos cartuchos (dentro de las formas ovaladas a la derecha de las imágenes de arriba) parecen comunes y corrientes. Sin embargo, cuando miramos más de cerca, la simple verdad que atesoran habla por sí misma. El cartucho de la Fig. 1 es una copia del cartucho que Vyse afirmó que había encontrado en la Gran Pirámide. El segundo cartucho (Fig. 2), también hallado por Vyse, se presenta solamente en su diario escrito a mano (éste no lo publicó) y claramente fue encontrado en otro lugar, ya que es un poco diferente al cartucho de la Gran Pirámide; es decir, no tiene líneas horizontales en el pequeño círculo de la derecha. De haber sido copiado el cartucho de la Fig. 2 del cartucho en la Cámara de Campbell, entonces Vyse seguramente habría copiado las pequeñas líneas en el círculo simple que observamos en el círculo de la Figura 1. El hecho de que no copiara estas líneas nos revela que él no observó esas líneas en el círculo de este cartucho en la Figura 2, lo cual implica, por supuesto, que este cartucho de la Figura 2 es de una fuente diferente a la de la Cámara de Campbell (Figura 1).

Hasta el momento, todo bien. Ahora, si miramos debajo del jeroglífico de la pequeña serpiente (entre los dos glifos de polluelo de ambos cartuchos) podemos observar dos pequeños puntos, uno al lado del otro. Y aquí está el meollo del tema: estos dos puntos son un error; no forman parte del nombre del rey, y son probablemente el resultado de salpicaduras de pintura al azar que cayeron accidentalmente de la brocha del escriba. De hecho, incluso en su último libro (publicado unos cinco años después de que dejara Egipto), Vyse, presumiblemente después de haber observado ahora este hecho por sí mismo, elimina este error del cartucho de Khufu supuestamente encontrado en la Gran Pirámide (Figura 3):


Fig.3. El cartucho de Khufu publicado en el libro de Vyse ya no muestra los puntos bajo la serpiente
La pregunta que ahora debemos hacernos es, por supuesto, ¿cómo es posible que un error aleatorio idéntico se encuentre en dos cartuchos de Khufu de dos fuentes aparentemente diferentes? Seguramente se está estirando la credibilidad hasta un punto de ruptura al considerar que estos dos cartuchos bastante separados de Khufu tendrían las mismas marcas aleatorias que cayeron al azar en el mismo lugar exacto de cartucho del rey, presentando de este modo la prueba convincente de que uno fue copiado del otro. Dado que ya hemos eliminado la posibilidad de que la Figura 2 (con el círculo en blanco) se pudiera haber copiado de la cámara de Campbell (Figura 1), entonces sólo nos queda suponer que la Figura 2 era el original y que éste fue utilizado para copiar el cartucho (con algunas mejoras de menor importancia), junto con los demás jeroglíficos de la Cámara de Campbell.

Pero ¿qué hay de los otros jeroglíficos a la izquierda de los cartuchos? ¿Es que nos dicen algo? Claramente podemos ver que los dos textos son muy similares entre sí, con algunas pequeñas variaciones. Si consideramos los dos jeroglíficos de aspecto de bastón (Figura 2), parece que simplemente han sido duplicados en el otro texto (Figura 1), con la parte superior del segundo bastón (a la derecha) truncada y más retorcida (así, la Egiptología académica interpreta este glifo como un cincel, aunque sobre tal interpretación planea una serie de interrogantes). Esta ligera diferencia entre estos dos glifos pudo deberse simplemente a una mala copia de este glifo por parte de la persona a quien Vyse encargó realizar esta tarea en la Cámara de Campbell, posiblemente el señor Hill. De hecho, incluso existe la polémica de si esta pequeña diferencia pudo haberse efectuado para introducir deliberadamente un elemento de vaguedad. Dado que Vyse no podía entender lo que decían estos glifos en realidad, si se presentaban de forma lo suficientemente ambigua, entonces surgía la posibilidad de ser interpretados de muchas maneras, siendo una de ellas probablemente significativa en el contexto de Khufu y la Gran Pirámide.

Sin embargo, que se trate del mismo glifo de bastón mal copiado (o deliberadamente falseado) de un lugar a otro es sugerido por el hecho de que en las dos imágenes podemos observar un pequeño trazo horizontal más o menos en la mitad de la línea vertical. Nuevamente, estamos ante un error y no ante un elemento de la escritura jeroglífica. Si este pequeño trazo horizontal fuera realmente parte del jeroglífico de cincel –como sostiene la Egiptología académica– entonces este pequeño guión está en el lugar equivocado; debería estar en el cuello de lo que es el mango del cincel (el bucle) en el lado opuesto y no abajo, a media barra del cincel. Este trazo aparece replicado sólo porque Vyse no habría sabido que se trataba de un error y, al igual que hizo con los dos puntos en el cartucho, simplemente lo copió todo. Y así tenemos que preguntarnos de nuevo: en este fragmento de antigua escritura egipcia, ¿cuáles son las posibilidades de encontrar el mismo error en el mismo lugar en lo que son (ostensiblemente) dos fuentes diferentes?

La explicación más sencilla de todo esto, por el momento, es reconocer sin más que Vyse descubrió un fragmento de texto jeroglífico con el cartucho de Khufu (Figura 2) durante sus excavaciones en algún lugar fuera de la pirámide, y reconoció el nombre de Khufu (Rossellini lo había establecido correctamente y publicado cinco años antes de que Vyse fuera a Egipto). Luego copió directamente de esa fuente el texto jeroglífico entero –con sus errores– en la Cámara de Campbell, incluyendo los caracteres muy similares a la izquierda del cartucho que no habría sido capaz de leer, excepto una ligera modificación del pequeño círculo para incluir tres líneas horizontales. Del mismo modo, copió mal o falseó deliberadamente el segundo glifo de aspecto de bastón.

Vyse habría añadido estas líneas horizontales en el círculo en blanco (de la Figura 2), ya que en 1837 no estaba claro que un simple círculo representase el sonido “Kh” (j). La creencia de que un círculo en blanco (a menudo con un punto central) sólo podía ser pronunciado “Ra” (como en Ra-ufu) habría impulsado a Vyse a colocar las líneas rayadas en el círculo simple para presentar de manera inequívoca el glifo del círculo “Kh” (como en Kh-ufu). De hecho, en la misma página de su diario manuscrito (Fig. 4) podemos ver que Vyse delibera sobre el uso de estas tres líneas horizontales para el círculo simple del cartucho Khufu y que también ha colocado una cruz (X) justo encima de los dos discos por fuera de los cartuchos:


Fig.4. Reproducción de una página del diario manuscrito de Vyse que muestra los comentarios de Vyse y los dos puntos bajo el jeroglífico de la serpiente de ambos cartuchos. (Nota: Hay mucho más texto manuscrito en la página original de lo que aquí se presenta). Dibujos de Scott Creighton a partir del diario manuscrito de Howard-Vyse.

En la misma página Vyse también comenta:
"Los cartuchos en la tumba al W. [oeste] de la primera pirámide son diferentes a los de Suphis [Keops / Khufu]."
A partir de este comentario es evidente que Vyse ya sabe cómo debería ser el cartucho correcto de Khufu. Junto a este comentario (Fig. 4) observamos que ha dibujado un pequeño círculo con un punto en el centro, el sonido fonético "Ra", y por debajo de este, otro pequeño círculo con tres pequeños trazos horizontales en el centro, el sonido fonético "Kh". Esto parece casi como si Vyse –habiendo encontrado el texto Khufu con un disco en blanco (Fig. 2)– estuviese deliberando sobre si debería o no dibujarse con líneas rayadas. Incluso podemos ver que ha hecho una referencia cruzada de estos círculos mediante la colocación de un '1 ' en la parte superior derecha de éstos. Finalmente, se decide y dibuja, en la parte inferior de la página en el margen izquierdo, un cartucho de Khufu completo con los dos puntos (errores) bajo el glifo de la serpiente y ahora con los tres trazos horizontales en el –hasta el momento– disco en blanco. Debajo de éste escribe: "Cartucho en [la cámara de] Campbell", como si se apuntase lo que había decidido colocar allí. La ironía aquí es que si Vyse no se hubiese molestado en colocar las líneas rayadas en el disco en blanco, el engaño habría sido mucho más convincente, ya que nadie sabía en 1837 que Khufu también podía escribirse, de hecho, con un disco en blanco. Vyse quiso rizar el rizo y le salió mal.

Lo que aquí se nos presenta es la prueba del delito que apunta a un fraude perpetrado por parte de Vyse y su equipo en la Gran Pirámide en 1837. El hecho de haber encontrado en la misma página del diario manuscrito de Vyse dos cartuchos de Khufu ligeramente diferentes –ostensiblemente pertenecientes a dos fuentes diferentes– pero con los mismos errores aleatorios (los dos puntos por debajo del glifo de la serpiente) nos habla a las claras de lo que ocurrió realmente en Guiza hace tantos años.

A este escritor más bien le parece que a dondequiera que fue Howard-Vyse y en cualquier campo de la actividad humana en que se implicó, el tufo del escándalo y de la comisión de algún tipo de fraude nunca estuvo demasiado lejos. Y así ahora nos tenemos que preguntar: ¿Fue Howard-Vyse un hombre en el que se podía tener plena confianza? ¿No hay acaso dudas suficientes acerca de este hombre, de tal modo que nos lleve a cuestionar lo que él afirmó haber descubierto en la Gran Pirámide? En suma, lo que tenemos aquí se parece a lo que en el lenguaje jurídico británico se considera “sospecha razonable”: ¿existe base suficiente para dudar razonablemente de la veracidad de los testimonios publicados de Howard-Vyse en relación con sus descubrimientos en la Gran Pirámide y otros más?

Y así, tenemos que preguntarnos: ¿por qué la egiptología es tan reacia a examinar científicamente ni una sola de estas inscripciones? ¿A qué responde ese reparo? Incluso la Iglesia Católica ha sido más atrevida, al haber dado el audaz paso de hacer analizar científicamente un pequeño fragmento de la Sábana Santa de Turín. Al hacer esto, la Iglesia Católica ha demostrado infinitamente más voluntad de aceptar la ciencia y el método científico para llegar a la verdad absoluta de una cuestión que la “ciencia” de la egiptología con respecto a las inscripciones de estas cámaras. ¿A qué teme tanto la egiptología?

Si aceptamos la idea de que en realidad existen suficientes dudas sobre el carácter de Howard-Vyse, ¿cómo impacta esto en la egiptología y qué debe hacer la egiptología a partir de ahora? La respuesta es simple: la egiptología debe hacer lo que debería haber hecho en primer lugar con estas inscripciones: considerarlas como no probadas hasta que la ciencia propiamente dicha pueda autentificarlas. La egiptología debe dejar a un lado todos los testimonios escritos referentes a estas cámaras y sus inscripciones y volver a las pruebas físicas reales, aplicando las ciencias exactas para tratar de determinar la autenticidad de estas inscripciones, pues éste parece ser el único medio adecuado por el cual se puede establecer la verdad de estas marcas. Y puede haber una manera de hacer esto.

Como se dijo anteriormente, en su urgencia para acceder a estas cámaras selladas, Howard-Vyse recurrió al uso de la pólvora para abrirse camino hasta ellas. Lo que sucede con la pólvora es que deja un finísimo residuo sobre las superficies que se encuentran en las proximidades de la explosión y también puede dejar trazas de explosión específicas (salpicaduras). El residuo resultante puede ser microscópico, pero se podría someter a pruebas forenses para hallar proporciones específicas de nitratos y plomo en las superficies afectadas por la explosión (el suelo, las paredes y el techo de estas cámaras). Si el patrón de los residuos es significativamente más bajo –o nulo– en las inscripciones, esto sugeriría en consecuencia que dichas inscripciones fueron escritas después de la explosión de la pólvora y no antes, reivindicando así la palabra de Humphries Brewer. Si el residuo sobre la superficie de las marcas es el mismo que en otras partes de la cámara, entonces, creo yo, esto reivindicaría a Howard-Vyse. Aunque algunas de estas pequeñas cámaras se han limpiado en los últimos años, las pruebas científicas todavía podrían resultar válidas, ya que deberían poder detectar lo que se encuentra debajo de la pintura, tal vez mediante tests de restos microscópicos de polen, de pincel o de fibras de caña atrapados en la pintura. También existe la posibilidad de que la pintura ocre rojo utilizada pueda ser datada mediante radiocarbono, ya que el agente aglutinador de esta pintura era a menudo extracto de clara de huevo, goma o miel.

Sin embargo, como ya se ha dicho anteriormente, no es tarea de nadie desmentir la autenticidad de estas inscripciones; es responsabilidad de la egiptología afrontar estas cuestiones seriamente y demostrar científicamente que estas inscripciones son auténticas, en lugar de aceptar informalmente el testimonio de un hombre cuyas acciones han llevado a muchos otros a cuestionar seriamente su carácter moral. Negarse a mantener una actitud científica sobre estas inscripciones simplemente ya no es una opción sostenible. El mundo merece saber la verdad.

Pero, ¿están los egiptólogos preparados para llevar a cabo este tipo de pruebas? ¿O ya les va bien dejar que este debate se degrade de forma indefinida con el fin de mantener el statu quo? ¿Desean realmente conocer la respuesta? ¿Están realmente interesados en la verdad? Bueno, deberían.

(C) Scott Creighton 2013-2014 
© Scott Creighton 2013-2014


NOTAS

[1] Los llamados cartuchos eran unos óvalos que rodeaban siempre los jeroglíficos con los nombres de los faraones, que así quedaban destacados en el conjunto de un texto. La existencia de los cartuchos fue clave para el desciframiento de la escritura jeroglífica por parte de Champollion.

lunes, 13 de abril de 2015

Mitos sobre el derecho a la tenencia y uso de armas

Un tema controvertido donde los haya a lo largo de la historia, que no por ello ha dejado de estar de actualidad. Los partidarios de la libertad de armas y los que están a favor de su restricción son las dos partes irreconciliables de este interminable debate.

De unos, los partidarios de la restricción del porte de armas a particulares, ya conocemos sobradamente sus argumentos. Hablan de la necesidad de restringirlas al común de los mortales para evitar un escenario digno de película de Sergio Leone con todos disparándose por cualquier discusión de bar. Sin embargo, pocas veces mencionan datos que respalden sus opiniones.

En este artículo vamos a exponer los argumentos a favor de la libertad de llevar armas, con datos. Vamos a hablar de la situación de lugares donde existe y donde no, de su vigencia y las implicaciones sociales que ha tenido históricamente, y de quiénes y por qué están detrás de la prohibición




Armas y libertad individual



Estos dos conceptos, el porte de armas y la libertad individual, siempre han ido unidos. Porque uno de los hechos diferenciales entre el hombre libre y el esclavo, y el privilegiado y el no privilegiado, ha sido precisamente el derecho a llevar armas. Es por esta razón que en la mentalidad ancestral, el individuo libre consideraba la posesión de armas como símbolo indiscutible de su estatus social. Y esto no es simple simbolismo, son las armas las que les permitían ser un contrapeso al poder y defenderse no solamente de invasores externos sino también de los abusos de los gobiernos, y es por eso que los sectores sociales dominantes siempre han tendido a controlar y reducir el número de armas entre sus potenciales enemigos a la vez que tratan de asegurarse para ellos el monopolio de las armas, es decir, de la fuerza.

En algunos casos la motivación es más obvia que en otros. Según la sharia islámica los no musulmanes tiene prohibido llevar armas, y en la Alemania nazi los judíos tampoco podían. En la URSS se requisaron todas las armas a los campesinos. Está claro que la motivación en estos casos era mantener a los enemigos potenciales desarmados.

Pero ahora, bajo la aureola de legitimidad que da el llamado Estado de Derecho y la democracia, se supone que todos somos iguales ante la Ley así que para justificar el monopolio de las armas se utilizan argumentos que aluden a la seguridad ciudadana, a pesar de que el objetivo real sea el mismo: mantener a los enemigos potenciales desarmados.

El derecho a llevar armas lo largo de la Historia



En la Edad Media europea normalmente solo la aristocracia podía legalmente llevar armas, excepto en lugares y épocas concretas. Por eso los escudos heráldicos de armas, pertenecientes a la nobleza, significan que su portador descendía por línea paterna de un ancestro que tenía derecho a llevar armas, algo propio de nobles. 

En la sociedad estamental medieval era el aristócrata guerrero, el caballero, quien no solamente tenía derecho sino obligación de llevar armas y estar listo para la guerra. Llevar espada no solamente era símbolo de poderío económico debido a su desorbitado precio, sino también social, ya que solamente la nobleza tenía permitido llevarla. Esta restricción a la plebe de llevar armas tenía como objetivo asegurar la preeminencia del estamento privilegiado. El pueblo llano, con un acceso a un armamento mucho más pobre, que en la mayoría de los casos se reducía a utensilios agrarios, apenas tenía oportunidad de tener éxito en una rebelión contra los habituales excesos de los nobles.

Sin embargo, hubo excepciones a esto, como la España cristiana durante la Reconquista. Para hacer más atractiva y así asegurar la repoblación de las zonas fronterizas con las tierras de los musulmanes, extremadamente peligrosas por estar sujetas a continuos ataques del enemigo musulmán, los reyes concedían fueros, es decir, cartas de derechos, obligaciones y privilegios a los repobladores que se establecían allí. Entre estos derechos estaba el de llevar armas y formar milicias, las milicias concejiles.
Infante de una milicia concejil
Es aquí donde empiezan a surgir figuras como el hidalgo, el caballero villano o el almogávar, una especie de baja nobleza militar, a veces aristocracia de iure y otra de facto, que se caracterizaba por tener estatus libre, estar armada, organizada y exenta del pago de impuestos, así como del control de la alta nobleza. Esta “clase media” medieval no solo fue la punta de lanza de la Reconquista, sino que también actuó como contrapeso frente al poder nobiliario, impidiendo que se formase una sociedad rígida basada en el poderío absoluto de la alta aristocracia y la servidumbre del pueblo llano como en la mayor parte de la Europa de entonces. Es posible que el carácter arrogante, orgulloso y completamente intolerante con los abusos de cualquier superior que caracterizaba a los españoles a los ojos del resto de europeos tenía mucho que ver con el que se consideraran hombres libres.

"Espada tengo, lo demás Dios lo remedie." Miguel de Cervantes
Esta tradición tuvo su eco en los siglos posteriores. Cuando en 1525 el rey francés Francisco I fue apresado después de perder en la batalla de Pavía y enviado a la corte de Madrid, le llamó la atención una cosa en especial: en el mundo medieval del que provenía, ya en sus últimas, solo los caballeros podían llevar espada. Mientras que en la capital de España todo el mundo la llevaba. No solamente los caballeros, hasta los sastres, los juglares, los capellanes e incluso los niños llevan espada, que practicaban con ellas a todas horas igual que hoy en día hacen los niños de las favelas de Brasil con un balón. Poetas, abogados y obispos llevaban espada y sabían usarla, entre ellos Quevedo, un gran esgrimista.

De ahí viene la espada ropera, una espada destinada al uso civil que se caracterizaba por tener más adornos que las militares (por eso se llamaban roperas, porque acabaron siendo como un complemento más a la ropa). La espada era la prolongación de la mano de un español, y aquí nacieron escuelas de esgrima como la Verdadera Destreza, basada en la defensa, que llegaron a influir tan lejos como en Filipinas –algo visible en la eskrima, un arte marcial de allí- e incluso en Japón.

En los siglos posteriores, la espada acabó siendo sustituida por la navaja plegable, cuyo uso también se aprendía desde joven. Había numerosas escuelas de pelea con cuchillo, las mejores en Andalucía, y sus tácticas pasaron a Hispanoamérica con el nombre de “legado andaluz”. Estas navajas, conocidas como “siete muelles” o popularmente como “de Curro Jiménez” por su aparición en la serie setentera de tve, fueron el terror de los ocupantes franceses durante la Guerra de Independencia.




Finalmente, cuando las armas de fuego se hicieron lo suficiente baratas como para que hasta un jornalero pudiese comprarlas, comenzó a haber una colgada en la pared del salón de cada casa, a pesar de la Pragmática de Armas Prohibidas promulgada en tiempos de Carlos III para ilegalizar su tenencia. Es bien sabido que al acabar la Guerra Civil, para evitar posibles represalias mucha gente se deshizo de auténticos arsenales de armas que habían ido pasando de generación en generación, incluso de épocas tan antiguas como de principios del XIX.



¿Más armas, más muertes?

Hasta aquí hemos hablado de las implicaciones sociales de la libertad de armas, de su existencia a lo largo de la historia y de la motivación real que hay tras su prohibición. Pero no hemos hablado en absoluto de las repercusiones que tienen la libertad y la restricción de armas. ¿Aumentan o reducen la tasa de delincuencia y los homicidios? En definitiva ¿las armas salvan más vidas de las que quitan, o es al revés? Todo esto lo vamos a ver a continuación.

La introducción de las armas de fuego

Las armas de fuego de pequeño tamaño, en concreto el arcabuz, comenzaron a usarse en grandes números por los Tercios españoles a principios del XVI, algo rápidamente copiado por los otros grandes ejércitos europeos. Sin embargo, no fue hasta un siglo más tarde cuando se convirtieron en lo suficientemente baratas como para poder ser adquiridas por pequeños propietarios. Para el año 1700, hasta los campesinos tenían armas de fuego.

Para entonces, las tasas de crímenes violentos lejos de subir tuvieron una bajada drástica (el aumento de los crímenes en el XIX se debe a unos mejores registros, no a una subida real del crimen):



Estados Unidos

Fuente: Would Banning Firearms Reduce Murder and Suicide?. Harvard Journal of Law & Public Policy. 2007

La 2ª Enmienda: Una milicia bien regulada, siendo necesaria para la seguridad de un estado libre, el derecho del pueblo para portar armas no será infringido
País paradigmático de la libertad de armas, a menudo se pone como ejemplo de la peligrosidad a la que lleva el tener fácil acceso a ellas. ¿Qué hay de cierto en ello? El derecho a llevar armas es constitucional, la famosa Segunda Enmienda, aunque su origen es incluso anterior a la independencia de EEUU y la constitución se limitó a recogerlo y asegurarlo.

Ya en el XVIII los colonos estadounidenses eran la población más armada del mundo, y también aquí, lejos de ser un caos los crímenes violentos eran raros y la mayoría de asesinatos ni siquiera se hicieron con armas de fuego, a pesar de lo extendidas que estaban. Las tasas de homicidio subieron por primera vez hacia 1840, lo que coincide con una época en la que mucha menos gente llevaba armas ya que una parte importante de la población estaba asentada en zonas pacíficas y además no necesitaba cazar.



Después de la guerra civil el uso de armas vuelve a popularizarse y extenderse, con la novedad de que esta vez se extienden armas con mayor cadencia de tiro como el revólver, y a finales de siglo las armas baratas son ya una realidad, incluyendo las llamadas “pistolas de dos dólares”. En este periodo (1866 – 1900), las tasas de homicidio volvieron a bajar.

Entre 1965 y 1975, la tasa de asesinatos se duplicó, una época que coincide con un importante aumento de la compra de armas, lo cual se usó por los opositores a la libertad de armas como prueba de que más armas implica más asesinatos. Sin embargo, en la URSS durante la misma época la tasa de asesinatos aumentó de manera similar, con la diferencia de que en la URSS las armas estaban muy restringidas a los civiles.

Desde 1973 a 1997, el número de armas de fuego aumentó en un 160%, pero la tasa de asesinatos bajó en un 27,7% y continuó bajando los años siguientes, a pesar de que cada año se compraban 5 millones de armas, y a finales del 2000 la tasa de asesinatos había regresado a niveles anteriores a 1960-1975.

En resumen, no hay ninguna prueba de que más armas impliquen más muertes. El número de armas por cápita no ha hecho más que aumentar sin que ello haya llevado a un aumento de la violencia, lo que significa que la posesión de armas no tiene un impacto (positivo o negativo) en las tasas de crímenes violentos. Para explicar la delincuencia habrá que buscar otras causas, ya sean sociales, económicas o etno-culturales.

A nivel geográfico, se repite el mismo patrón:

En verde, estados donde se puede llevar armas sin licencia.
En azul, estados donde se puede llevar armas con licencia (necesario un curso de un día y no tener antecedentes penales)
En amarillo, estados donde para llevar armas es necesario justificar una necesidad para ello o ser famoso.
En rojo, estados donde no existe el derecho a llevar armas, excepto policías.
Las jurisdicciones donde las armas están más restringidas tienen las tasas más altas de crímenes violentos, y aquellas con menos restricciones tienen las más bajas. Y las tasas de robo con violencia son las más altas en aquellas más restrictivas.

En encuestas de opinión realizadas a encarcelados por delitos violentos, tanto menores como adultos, un gran porcentaje de ellos respondió que temían que sus víctimas potenciales pudiesen estar armadas e incluso llegaron a abortar sus crímenes por ello. Y los delincuentes más temerosos de enfrentarse a una víctima que pudiese estar armada eran aquellos de estados con el mayor porcentaje de armas entre la población. De hecho, las matanzas multitudinarias (principal argumento esgrimido para prohibir las armas) se han cometido en “Gun Free Zones”, es decir, lugares como universidades o colegios donde las armas están prohibidas.

¿Y Europa?

Por lo general, los países de Europa tienen una legislación mucho más restrictiva que la de EEUU y menos armas legales en circulación. Esto, de ser ciertos los argumentos de los partidarios de la restricción del acceso a las armas, significaría unas tasas de crímenes violentos más bajas. ¿Es así? Incorrecto otra vez. En Europa, al igual que en EEUU, vemos que más armas no implican más muertes:





Tampoco más armas por habitante implican más muertes. Serbia, Suiza, Chipre, Suecia y Noruega por este orden están entre los 10 países del mundo con mayor cantidad de armas por cápita.

En esta tabla se puede ver como los países europeos con legislaciones más restrictivas tienen tasas de asesinato más altas que sus vecinos más permisivos con las armas:



Esto no demuestra que la restricción de armas cause tasas de asesinato más altas, pero sí parece que los países con problemas de delincuencia tienden a restringir mucho el acceso a las armas y ello no sirve para reducirla.

España es uno de los países de Europa con mayor número de armas legales, y los incidentes son mínimos:



Tampoco las armas cortas, más fáciles de llevar y de esconder y por tanto más proclives de usar en agresiones callejeras o atracos, juegan un papel en ello:



En definitiva, ha quedado claro que mayor número de armas (ya sea total o por cápita) no implica más crímenes violentos y que la restricción del porte de armas no redunda en una disminución de éstos. Por tanto, los argumentos a favor del control de armas basados en la seguridad no tienen ninguna validez.

Armas y defensa propia

Otro de los argumentos en contra de la libertad de armas es que su uso es principalmente ofensivo, no defensivo. Pero en EEUU, donde más amplias estadísticas hay, por cada muerte causada por armas hay 65 vidas protegidas cada año. 35.000 personas mueren por armas de fuego, pero 2.5 millones se salvan gracias al uso de armas. Cinco cada minuto.

En cuanto a su seguridad como forma de defensa, las estadísticas muestran que las armas son el método defensivo más seguro y efectivo. Usar armas para la defensa personal es el medio menos lesivo de defenderse y es incluso más seguro que no resistirse.

El control de las armas no va sobre las armas, sino sobre el control

George Soros
El multimillonario especulador George Soros en 10 años entregó 7 millones de dólares a las organizaciones contrarias a la libertad de armas en EEUU

A estas alturas debería quedar claro que el gobierno no es tu amigo, y en lo que se refiere al asunto de las armas, tampoco. La motivación de su restricción según las autoridades obedece a una cuestión de seguridad, pero ¿seguridad para quien? De los ciudadanos no, como hemos visto, sino del propio gobierno y de sus allegados. Asegurarles el monopolio de la fuerza y en última instancia, del control sobre la población, impidiendo que nos podamos defender y que dependamos de ellos incluso aunque no hagan bien su trabajo.

Esto en España ha llegado a cotas surrealistas. Gente que ha ido a prisión por defender su casa de asaltantes armados usando su escopeta de caza, siendo denunciada por los mismos ladrones.

Agricultores que se organizan en patrullas nocturnas para que no les roben la maquinaria y el cobre, y que tienen prohibido llevar armas e incluso deben avisar a las autoridades de la hora y ruta.

El control de armas es algo que solo sirve para impedir que el ciudadano común pueda defenderse de forma legal. Porque para el delincuente sigue siendo muy fácil conseguirlas (se calcula que en España hay 300.000 armas ilegales en el mercado negro), y ya no digamos para las mafias y bandas organizadas, que tienen auténticos arsenales inclusive de armas de guerra. Tampoco políticos, famosos o grandes empresarios, a menudo relacionados con los anteriores, tienen problemas en conseguirlas sin que nadie les diga nada.

Estas armas ilegales en manos de mafias y lumpen son las que causan problemas, y estando el ciudadano honrado desarmado, no tienen a nadie que les ponga un límite. Pensamos que hemos avanzado mucho, sin darnos cuenta de que la sociedad sigue estando formada por privilegiados y no privilegiados a los que se les aplican diferentes baremos, y nosotros estamos en el último grupo por mucha palabrería de democracia, igualdad y Estado de Derecho.

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