Solzhenitsyn

“Los dirigentes bolcheviques que tomaron Rusia no eran rusos, ellos odiaban a los rusos y a los cristianos. Impulsados por el odio étnico torturaron y mataron a millones de rusos, sin pizca de remordimiento… El bolchevismo ha comprometido la mayor masacre humana de todos los tiempos. El hecho de que la mayor parte del mundo ignore o sea indiferente a este enorme crimen es prueba de que el dominio del mundo está en manos de sus autores“. Solzhenitsyn

Izquierda-Derecha

El espectro político Izquierda-Derecha es nuestra creación. En realidad, refleja cuidadosamente nuestra minuciosa polarización artificial de la sociedad, dividida en cuestiones menores que impiden que se perciba nuestro poder - (La Tecnocracia oculta del Poder)

martes, 10 de julio de 2018

¿La espada de un samurai gigante?


La cuestión de la hipotética existencia de gigantes en un pasado remoto sigue siendo una asignatura pendiente para la arqueología alternativa. Yo mismo he investigado este tema a partir de la documentación disponible, e incluso pude realizar una investigación de campo en Tenerife, pero reconozco que las pruebas siguen siendo ambiguas o débiles y todavía hay mucho trecho por recorrer. También es cierto que los prejuicios suelen rechazar esta hipótesis –sobre todo cuando se habla de gigantes de muchos metros de altura– porque nos parece algo estrambótico o exagerado que sólo existe en el campo de la leyenda.

Y desde luego se echan en falta los restos físicos de gigantes, a pesar de que existe una amplia documentación (casi toda ella antigua) sobre el hallazgo de huellas, esqueletos y huesos humanos de gran tamaño en diversas partes del mundo. ¿Dónde están todos esos restos? En su día ya traté de esta polémica en los tres artículos sobre gigantes y no volveré a reincidir en los argumentos.



¿Tamaño desmesurado?

Sin embargo, no es menos cierto que –además de esa escurridiza evidencia directa– existe también un importante cuerpo de pruebas indirectas en forma de objetos de enormes dimensiones que difícilmente tienen una explicación o encaje en una escala de humanos de tamaño “normal”. Esto nos lleva a la hipótesis de que dichos objetos serían en verdad utensilios –generalmente de piedra– que usarían los gigantes, como lo que se intuye en Tenerife y otros lugares (por ejemplo los enormes picos de mano hallados en el desierto de Kalahari, en África, o las colosales vasijas de Laos que ya abordé en un artículo el pasado año). Dejo aparte otras hipotéticas pruebas como grandes edificios o monumentos, porque sería muy difícil demostrar que fueron hechos por y para gigantes, sólo atendiendo al tamaño en sí de la construcción o de los bloques empleados.

Con todo, de vez en cuando van apareciendo algunos objetos extraños que llaman la atención y que parecen encajar más en un escenario de gigantes que en uno de Homo sapiens convencionales. En esta línea me voy a referir ahora a un peculiar objeto conocido ya desde hace años, pero que ciertamente me ha asombrado a falta de una buena explicación ortodoxa. En este caso no estamos hablando de un confuso resto arqueológico de hace milenios, sino de un objeto histórico que bien podríamos calificar de mera antigüedad, pues se trata de una espada de una época relativamente próxima, concretamente finales de la Edad Media.

El objeto en cuestión es una tradicional espada de hoja curva que durante siglos usaron los guerreros samuráis del Japón. Esta espada, empero, no es la típica katana, conocida por muchos y empleada por los samuráis en el combate a pie, a corta distancia. En este caso hemos de hablar de una espada ôdachi, que se usaba para el combate a caballo y que tenía una larga empuñadura, pues se blandía con ambas manos. Las ôdachi eran relativamente largas; su longitud habitual estaba alrededor de 1,65-1,75 metros.

No obstante, esta particular espada ôdachi, llamada Norimitsu Ôdachi, mide nada menos que 3,77 metros de largo (siendo 2,26 metros de filo), por 2,34 centímetros de grosor. Lógicamente, su peso también es muy notable: 14,5 kilos. A partir de este punto ya podemos entender la mención a los gigantes. El apelativo Norimitsu se debe a Bishu Osafune Norimitsu, el artesano que forjó la espada en 1447, durante el periodo Muromachi de la historia del Japón. Los Norimitsu fueron una famosa dinastía de herreros forjadores de espadas que surgió en la escuela Oei Bizen en 1394 y que perduró hasta el fin de dicha escuela.



La enorme espada Ôdachi expuesta en Okayama

En cuanto a las circunstancias concretas y localización del hallazgo, lamentablemente no ha trascendido ningún dato a la opinión pública (cosa que no es nada inusual cuando se habla de objetos anómalos). Tampoco se sabe con precisión cuándo se produjo el descubrimiento ni quién es el actual propietario de la espada. Lo que sabemos con certeza es que la espada se encontró insertada en su respectiva vaina o funda –igualmente conservada– y que la hoja estaba recubierta de una fina capa de óxido, por lo que precisó de una cuidadosa restauración, que fue llevada a cabo en 1992 por el experto Okisato Fujishiro. Actualmente la Norimitsu Ôdachi está en exposición en el santuario Kibitsu Jinja, en Okayama.

Y por cierto, este trabajo de recuperación confirmó la autenticidad y datación de la espada, que de ningún modo puede ser un fraude o réplica moderna. Lo que se pudo comprobar también en la restauración fue la gran calidad de la obra, una hoja formada de una sola pieza, que no debió ser fácil de templar y que exigió una perfecta gestión de las altas temperaturas y posteriormente una cuidadosa tarea de pulido. En cualquier caso, una típica muestra de la forja tradicional de espadas japonesas de la época, pero a un tamaño desmesurado, que habla mucho de la habilidad del artesano.

Dicho todo esto, es fácil lanzarse a la especulación de que este artefacto fuera realizado para un humano de enorme altura, pues sólo así se explicaría su extraordinario tamaño. Lógicamente, todas las versiones ortodoxas que he podido consultar sonríen ante esta hipótesis y se limitan a recordarnos que los gigantes nunca existieron y que la espada fue forjada con fines puramente ceremoniales u ornamentales. Posiblemente habría sido encargada por un personaje poderoso que habría querido impresionar a sus pares con una pieza de gran calidad y belleza, y desde luego fuera de lo común. En este sentido, la espada sería un símbolo de prestigio y fuerza para una figura gigantesca no en lo físico, pero sí en sus cualidades y capacidades. Asimismo, estas versiones convencionales suelen referirse a la existencia en otras culturas de espadas o armas de gran tamaño cuyo fin no sería el uso en combate real sino la mera exposición de poder. Lamentablemente, a la hora de poner ejemplos, no se citan casos concretos ni la medida de tales armas.

Vayamos ahora a una visión del todo heterodoxa, desde la perspectiva de la arqueología alternativa. El investigador independiente Alex Putney nos propone el siguiente escenario: Si tomamos como referencia una altura de 1,80 metros (ya más que apreciable para personas de etnia asiática) para un guerrero que pudiera manejar una espada de 1,70 metros, tenemos que la Norimitsu Ôdachi es 2,2 veces superior en longitud, y en proporción eso supone que el hombre que la empuñó debía medir más o menos sobre los 4 metros, lo que ya nos obligaría a emplear la expresión “gigante”. En su caso, Putney prefiere emplear el término bíblico Nefilim referido al supuesto guerrero samurai que empuñó la espada.


Armadura de un samurai
Lo que es evidente es que si alguien pretendía utilizar esta arma debería sujetarla bien (con ambas manos lógicamente) y moverla con agilidad para asestar golpes a un rival. En este sentido, el problema del peso quizá sería superable pero no así el de la longitud de la hoja. Un hombre alto, incluso cercano a los dos metros, apenas sería capaz de hacer nada con semejante objeto, que más bien le parecería una pica en vez de una espada. Asimismo, no resulta factible pensar que esta espada fuese utilizada por un caballero de enorme altura y peso sobre un caballo, por muy grande y robusto que fuera el animal. Para solucionar esta objeción, Putney alude a que el guerrero podría ir montando no en un caballo sino en un robusto elefante, y de hecho sabemos del uso de elefantes en las guerras asiáticas desde tiempos muy remotos que incluso se pierden en los límites de la mitología. Por lo demás, Putney se introduce en el confuso terreno de la Atlántida y las lecturas de Edgar Cayce y atribuye esta magnífica espada a la tradición atlante de trabajar con avanzadas aleaciones metálicas que producirían objetos cortantes de gran dureza, resistencia y afilado.

Visto este panorama, más de uno podría decir que “hasta aquí hemos llegado” y que no hay por donde coger las elucubraciones alternativas, sobre todo si se invocan temas míticos como los Nefilim o la Atlántida. Sin embargo, antes de dar carpetazo a este asunto, me gustaría realizar un par de reflexiones.

En primer lugar, es bien cierto que en Japón no consta que se haya hallado un solo resto humano –ni reconocido ni “oculto”– que la arqueología alternativa haya podido atribuir a gigantes. Otra cosa es referirnos a la rica mitología asiática y del Pacífico que nos habla insistentemente de gigantes, semidioses o héroes de un pasado indefinido, al igual que en otras partes del planeta, si bien más allá de los relatos de leyenda no tenemos apenas nada realmente tangible. No obstante, vale la pena citar que los ancestros de los actuales japoneses explicaban en su tradición que ellos llegaron a las islas en tiempo inmemorial y que se toparon con una raza de gigantes de largas piernas llamados Ainu [1]. Los antiguos japoneses perdieron su primera batalla con tales seres, pero en el segundo encuentro los vencieron y sometieron.

Si saltamos ahora de la mitología a la historia, podríamos citar algunas escasas noticias históricas sobre “avistamientos” de gigantes asiáticos. En el caso específico de Japón no hay tales testimonios, pero sí en la cercana China, aunque las referencias son más bien pobres o difusas. Así, disponemos de las cartas del siglo XVI de un español llamado Melchor Núñez que, aun viviendo en la India, hablaba de unos enormes guardianes de las Puertas de Pekín vistos por visitantes occidentales en aquella época, y que alcanzarían una altura de hasta cuatro metros y medio. (Por cierto, en 1627 un viajero inglés llamado George Hakewill incidía en el mismo tema). Asimismo, Núñez relataba que en 1555 el emperador de China mantenía en su guardia personal a 500 arqueros de tamaño gigantesco. Lamentablemente, no existen datos concretos –o más sólidos– que nos permitan corroborar estas historias.



El experto restaurador O. Fujishiro

En segundo lugar, tenemos el propio objeto como prueba, aunque sea indirecta. Dado que la visión ortodoxa sostiene que la espada era un artefacto decorativo, sería todo un reto intentar averiguar si hubo algo más que una pura “exhibición”. En este sentido, pienso que quizá sería posible estudiar la espada de forma muy minuciosa para observar tenues trazas o restos de mella o uso que fueran más allá de la corrosión metálica o el deterioro natural de otros componentes con el paso del tiempo. No soy experto en el tema, pero creo factible el estudio del filo de la hoja con técnicas avanzadas (incluyendo análisis microscópicos) para comprobar si hubo un uso o desgaste de la hoja, por pequeño que sea, lo cual podría indicar que pudo ser empleada por alguien como arma, a falta de una opción mejor. Con todo, es bien posible que el propio proceso de restauración acabara por borrar cualquier huella apreciable de ese hipotético desgaste. De cualquier modo, esto no deja de ser una mera especulación y tampoco vamos a entrar en terrenos conspirativos, sobre todo sin conocer el método específico de las técnicas de restauración implementadas.

Concluyendo, estamos ante otra de esas piezas que nos deja atónitos pero que no resulta ser una prueba determinante para justificar la existencia de gigantes. Sólo en un plano hipotético, y dando crédito a los testimonios históricos, podríamos especular con la supervivencia de un reducido grupo de gigantes en ciertas regiones de Asia hasta la Edad Moderna y que dado su enorme potencial físico podrían ejercer el rol de poderosos guerreros en su comunidad, empleando armas adecuadas a su peso y tamaño. De hecho, muchas leyendas de gigantes en todo el mundo se refieren a individuos de gran corpulencia, fuerza y habilidad con las armas, guerreros agresivos y hasta a veces salvajes y despiadados. Por supuesto, no sabemos nada sobre el supuesto samurai gigante –si es que existió– pero cabría esperar que quedara alguna crónica japonesa de esa época que mencionara la excepcionalidad de ese individuo, lo que no es el caso. Por lo tanto, sería prudente aparcar las conjeturas a la espera de que en el futuro puedan aparecer pruebas más convincentes.

© Xavier Bartlett 2018