El experto en maquinaria británico Chris Dunn lleva años estudiando el trabajo de la piedra en el Antiguo Egipto y ha quedado maravillado por el altísimo nivel de calidad y precisión del tallado, perforación o pulido de muchos monumentos arqueológicos, por no hablar de otros temas anexos como el transporte y colocación de grandes piezas, con un volumen y peso enorme. En su cualificada opinión, los egipcios disponían de una tecnología similar o superior a la nuestra y está convencido de que muchas obras fueron realizadas total o parcialmente con avanzadas máquinas y herramientas. Como era de esperar, para la arqueología ortodoxa esta propuesta no es más que pura fantasía y ganas de llamar la atención. No obstante, cabe recordar que a los arqueólogos no se nos instruye para que seamos técnicos o expertos en cuestiones de ingeniería, arquitectura, geología, etc., con lo cual el conflicto está servido cuando se trata de valorar aspectos específicos que van más allá del campo estrictamente antropológico o histórico.
En todo caso, lo que afirma Dunn no es nada nuevo. Desde hace bastantes décadas, varios investigadores alternativos han puesto el dedo en esa misma llaga, pues las pruebas están ahí sobre el terreno (o en museos) y siguen poniendo en aprietos a los egiptólogos, que –para salir del paso– se remiten a los argumentos de siempre, basados en la documentación histórica, los hallazgos arqueológicos y algunas escasas prácticas de arqueología experimental, como las que llevó a cabo Denys A. Stocks hace unos pocos años. Aunque a decir verdad, las primeras dudas, sorpresas y conjeturas surgieron a finales del siglo XIX nada menos que de la mano del considerado padre de la egiptología moderna: Sir William Flinders Petrie (1853-1942). Vayamos por partes.
Vaso de diorita (época predinástica)
En todo caso, lo que afirma Dunn no es nada nuevo. Desde hace bastantes décadas, varios investigadores alternativos han puesto el dedo en esa misma llaga, pues las pruebas están ahí sobre el terreno (o en museos) y siguen poniendo en aprietos a los egiptólogos, que –para salir del paso– se remiten a los argumentos de siempre, basados en la documentación histórica, los hallazgos arqueológicos y algunas escasas prácticas de arqueología experimental, como las que llevó a cabo Denys A. Stocks hace unos pocos años. Aunque a decir verdad, las primeras dudas, sorpresas y conjeturas surgieron a finales del siglo XIX nada menos que de la mano del considerado padre de la egiptología moderna: Sir William Flinders Petrie (1853-1942). Vayamos por partes.
Vaso de diorita (época predinástica)
Flinders Petrie ya había apreciado la sorprendente calidad de los vasos de diorita –una piedra extremadamente dura– que databan de los primeros tiempos de la civilización egipcia (desde incluso la época predinástica) y se preguntó cómo habían podido perforar y vaciar dichos vasos, si la tecnología atribuida a los egipcios de aquella época era relativamente modesta. Para realizar tales piezas se debería haber empleado un torno con una punta de enorme dureza, dadas las espaciadas marcas circulares y paralelas en el interior de estos objetos. Pero... ¿qué tenían los egipcios a su disposición hace 5.000 años? Lo que nos dice la arqueología es que en aquel momento los egipcios recurrieron básicamente a la madera, la piedra y a los primeros metales, esto es, el cobre y el bronce. Los utensilios empleados para el trabajo de la piedra eran cinceles o escoplos metálicos, martillos de madera o piedra (normalmente dolerita), serruchos de cobre con dientes de esmeril [1], taladros en forma de varilla con una cuerda enrollada, y unos arcos que se empleaban para mejorar la eficacia de los citados taladros. Todo ello fue desarrollado a inicios de la civilización egipcia y no se aprecia ninguna mejora técnica más allá de la dinastía IV.
El problema, pues, consistía en casar tal tecnología con lo que se podía observar en los propios vasos así como algunos bloques de piedra de la meseta de Guiza y otros lugares. Por ejemplo, el propio Petrie advirtió que en algunos bloques de granito se apreciaba una enorme presión ejercida por la sierra en el corte, lo cual resulta difícil de explicar con materiales como el bronce y el esmeril. Y esto mismo se podía trasladar a una buena colección de tarugos [2] y trépanos sobre piedras de gran dureza –como el granito, el basalto o la diorita– cuyo aspecto y acabado daban mucho que pensar. De hecho, el arqueólogo británico dedicó un capítulo de su magna obra The Pyramids and Temples of Gizeh (1883, 1ª edición) al tema de la maquinaria. En dicho capítulo, titulado “Los métodos mecánicos de los constructores de las pirámides”, Petrie exploraba los indicios de esos métodos más destacados a través de una serie de restos diversos que había hallado en Guiza.
Sir William M. Flinders Petrie
El problema, pues, consistía en casar tal tecnología con lo que se podía observar en los propios vasos así como algunos bloques de piedra de la meseta de Guiza y otros lugares. Por ejemplo, el propio Petrie advirtió que en algunos bloques de granito se apreciaba una enorme presión ejercida por la sierra en el corte, lo cual resulta difícil de explicar con materiales como el bronce y el esmeril. Y esto mismo se podía trasladar a una buena colección de tarugos [2] y trépanos sobre piedras de gran dureza –como el granito, el basalto o la diorita– cuyo aspecto y acabado daban mucho que pensar. De hecho, el arqueólogo británico dedicó un capítulo de su magna obra The Pyramids and Temples of Gizeh (1883, 1ª edición) al tema de la maquinaria. En dicho capítulo, titulado “Los métodos mecánicos de los constructores de las pirámides”, Petrie exploraba los indicios de esos métodos más destacados a través de una serie de restos diversos que había hallado en Guiza.
Sir William M. Flinders Petrie
Para empezar, Petrie reconocía que los métodos empleados por los egipcios seguían estando en gran parte sin determinar, y que tampoco se habían hallado trazas de las herramientas ni de cómo se emplearon. En opinión de Petrie, el aspecto de las piezas trabajadas delataba la presencia de sierras rectas y circulares y también de taladros tubulares y tornos. Petrie aludía a que la forma de trabajar piedras duras habría pasado seguramente por el uso de herramientas de bronce con puntas cortantes de materiales muy duros, como el berilo, el topacio, el corindón, el zafiro, etc. pero excluyendo la presencia del diamante. Con todo, la clara evidencia de los vasos de diorita indicaba que los egipcios deberían haber tenido a su disposición una punta perforante o broca más dura que el cuarzo, e incluso los propios jeroglíficos inscritos sobre tales vasos no hubiesen podido ser grabados empleando las piedras preciosas recién citadas, dada la gran dureza de la diorita.
Aparte, Petrie daba por hecho que posiblemente se habrían empleado arenas abrasivas (polvo de esmeril principalmente) para facilitar la tarea, una técnica conocida desde antiguo. Básicamente el trabajo de perforación habría consistido en el giro constante –a cargo de artesanos especializados– de esos materiales abrasivos dentro de un tubo metálico colocado sobre una vara de madera que se apoyaba directamente sobre la roca o bloque a trepanar. Con las repetidas vueltas de este utensilio se iría formando el tarugo de piedra dentro del cilindro, que luego sería objeto de extracción. Todo este proceso comportaría sin duda mucha destreza por parte de los operarios, aparte de esfuerzo físico, paciencia y tiempo, según la interpretación convencional.
Bloque de granito con dos perforaciones
Sea como fuere, lo más interesante para Petrie eran las muestras de taladro sobre piedra dura, tanto en los agujeros realizados como en los propios tarugos. El egiptólogo inglés destacaba la calidad de las perforaciones, con los surcos en perfecta circularidad, lo que sugería un avance regular y potente del taladro. Asimismo, era muy de destacar la cantidad de presión ejercida por el taladro empleado, dada la notable profundidad del avance de la herramienta en cada giro. Y por si fuera poco, no sólo se hacían perforaciones de unos escasos centímetros de diámetro (el mínimo hallado fue de un centímetro), sino que en un caso Flinders Petrie identificó un tarugo de nada menos que 70 cm. de diámetro, lo cual habla por sí solo del tremendo tamaño de la herramienta empleada.
Con estos precedentes, Petrie quedó tan impresionado que invitó a sus excavaciones a Benjamin Baker, un reconocido ingeniero y experto en maquinaria, inventor del torno moderno, que por entonces estaba trabajando en la presa de Aswan. Del trabajo de Baker y su equipo (más de 20 ingenieros) nació el famoso “informe Baker”, que fue incluido en la edición revisada de The Pyramids and Temples of Gizeh de 1901. Lo que Baker apreció sobre las piezas facilitadas por Petrie le dejó estupefacto, hasta el punto de afirmar sin tapujos lo siguiente: “Si un ingeniero moderno fuera capaz de reproducir la herramienta antigua no solamente se haría millonario, sino que revolucionaría la industria moderna.” Vamos pues a repasar sucintamente qué había de extraordinario en dichos trépanos.
Tarugo de granito hallado por Petrie [foto: (c) Annies / Dunn]
El examen de las piezas taladradas así como de los tarugos extraídos dejó bien patente un hecho: que la capacidad de la herramienta egipcia era realmente portentosa para el nivel de tecnología que se atribuía a esa época. Así, los tarugos examinados eran de una gran calidad, lisos, bien recortados y con la inequívoca huella de la herramienta empleada. Pero, como ya hemos citado, lo más asombroso era la constatación de la enorme capacidad perforadora del taladro. Por ejemplo, en un trépano realizado sobre un bloque de granito, con un diámetro de 5,6 cm., se apreciaba un perfecto surco en espiral de cinco vueltas, y en cada una de ellas la herramienta había avanzado 2,5 mm.
Con la tecnología actual los trépanos mecánicos consiguen un avance por vuelta de alrededor de 0,04-0,05 mm., y ello con cilindros de acero y con puntas hechas de diamante o widia (carburo de tungsteno), los elementos más duros disponibles. De hecho, la widia está justo por encima del límite de la escala de dureza de Mohs (11 sobre 10). Entonces, ¿qué clase de material emplearon los antiguos egipcios?
Por otra parte, Baker concluyó que el avance del antiguo trépano egipcio era unas 50 veces superior al de las modernas herramientas, con lo que la presión ejercida sobre la roca debió ser descomunal. Mientras que una herramienta moderna podía actuar con una presión máxima de unos 50 kilos, el taladro egipcio debió haber aplicado una presión de... ¡2.000 kilos! En su opinión, esta era la única manera de explicar los resultados observables sobre la piedra. Como comenta el físico argentino José Álvarez López, Petrie y los técnicos estudiaron otras posibilidades que explicaran el fenómeno y las fueron descartando una a una:
“Petrie analizó y descartó minuciosamente una por una las alternativas propuestas para explicar el funcionamiento de estos taladros. Por ejemplo, la idea de que pudieran operar por golpes y escoriaciones es rechazada pues no hay ninguna huella de semejante proceder en los tarugos y perforaciones que poseemos. La posibilidad del empleo de dos herramientas aplicadas alternativamente una de las cuales se limitaría ensanchar el surco dejado por la otra es descartada pues se conocen algunos taladrados con el tarugo todavía dentro y en donde el paralelismo entre las huellas internas y externas es perfectamente homogéneo. Otro procedimiento sugerido basado en la remoción alternativa de la herramienta no es viable en la práctica pues el polvo producido hace que la herramienta se deslice o se atranque. No queda, concluye Petrie, otra alternativa que aceptar que estos instrumentos trabajaban bajo una presión de 2.000 kgs. y éste fue el parecer unánime de todos los mecánicos consultados.” [3]
En resumidas cuentas, ya en los tiempos de Petrie se tuvo que admitir que no había buenas explicaciones para ese trabajo extraordinario de la piedra, que parecía sugerir el uso de una maquinaria avanzada y de materiales desconocidos. Esta perplejidad quedó más o menos aparcada durante muchos años hasta que la arqueología alternativa rescató esas observaciones de Petrie y empezó a preguntarse qué estaba pasando allí y por qué la egiptología no había investigado la cuestión a fondo y sin prejuicios. Vamos pues a realizar algunos comentarios sobre esta controversia y a exponer los argumentos de unos y otros para que el lector extraiga algún fundamento para opinar en consecuencia.
Herramientas de los antiguos egipcios
Herramientas de los antiguos egipcios
Como acabamos de mencionar, la egiptología corrió un discreto velo sobre esta cuestión, aceptando sin muchos problemas que el fabuloso trabajo de la piedra era perfectamente explicable a partir de los pocos utensilios hallados y de algunas pinturas que representaban ciertas labores técnicas. Sin embargo, cuando la polémica arreció a finales del siglo XX, el ingeniero y profesor de tecnología e historia Denys A. Stocks (Universidad de Manchester) se propuso reproducir los resultados obtenidos por los egipcios recurriendo a la tecnología propia de la época, a fin de demostrar a los críticos que no había ningún misterio (o sea, ninguna “maquinaria”), sino mucha habilidad y trabajo. Así pues, Stocks reprodujo las herramientas que utilizaron supuestamente los egipcios y con las pocas referencias pictóricas disponibles se lanzó a un proyecto de arqueología experimental que duró varios años. Su labor quedó reflejada en el libro Experiments in Egyptian Archaeology: Stoneworking technology in Ancient Egypt, publicado en 2003.
No se puede negar que el trabajo de Denys Stocks fue exhaustivo y bien fundamentado en el contexto arqueológico egipcio, y en su empeño trató de explicar todos los “problemas” de las perforaciones añadiendo ingenio y sentido común. Básicamente, su aportación consistió no sólo en replicar las herramientas sino también proponer métodos de trabajo eficaces que dieran los resultados esperados. En este sentido, Stocks dio importancia al uso del pedernal como material de gran dureza empleado en el trabajo de la piedra y probó un “novedoso” sistema de perforación con un trépano de doble arco. Así pues, en vez de producir un giro continuo con el trépano, experimentó con un doble arco que giraba alternativamente en uno y otro sentido (a izquierda y derecha), con lo cual se conseguía una buena capacidad de perforación.
Experimento sobre vaso de caliza (D. Stocks)
En su libro, Stocks detalla una prueba de perforación de una vasija de piedra caliza con las herramientas antiguas y con el citado sistema. Así, a partir de una forma exterior ya tallada con utensilios de cobre y pedernal, procedió a realizar una perforación central con un taladro cilíndrico de cobre (de 4 cm. de diámetro) y, una vez extraído el tarugo, pasó a ampliar la cavidad interior mediante un bastón alargado con la punta bifurcada, la cual sostenía una piedra de gran dureza que hacía las veces de barrena. Este proceso consistía en rotar la barrena –con el giro alternativo ya mencionado– sobre el interior de la vasija para que fuera desgastando el interior, con la ayuda de polvos abrasivos. Lógicamente, se irían cambiando las piedras-barrena según se iba trabajando el diámetro deseado y se desgastaba la propia piedra. Finalmente, se obtendría el vaciado deseado con la forma de la vasija y sólo faltaría realizar un trabajo de pulido.
Para la comunidad académica, los ensayos realizados por Denys Stocks resultaban más que satisfactorios y daban carpetazo a la polémica, pero para algunos críticos no fueron de ningún modo determinantes. Las pruebas se hicieron sobre alabastro y caliza, que son piedras relativamente fáciles de trabajar y que no resultarían un gran reto para los artesanos egipcios bien equipados. Desde esta perspectiva, se debe reconocer que los egipcios eran muy capaces y tenían los utensilios y métodos adecuados para trabajar y perforar la piedra, pero determinados logros –a la vista de las huellas dejadas en las propias piezas– resultan muy complicados de explicar. En efecto, la experimentación de Stocks no acaba de demostrar cómo se pudo trabajar de forma tan expeditiva y precisa piedras mucho más duras como el granito y la diorita.
La Gran Pirámide de Guiza
En el fondo, es algo similar al tema de la orientación a los cuatro puntos cardinales de la Gran Pirámide. Los defensores de la ortodoxia alegan que los críticos alternativos no saben realmente de arqueología, pues parecen ignorar que las civilizaciones antiguas podían orientar perfectamente sus edificios a los cuatro puntos cardinales gracias a sus conocimientos astronómicos y a sus instrumentos de observación. Por supuesto, ahí está la trampa, ya que este punto no está en duda. En verdad, el quid de la cuestión radica en la extremada precisión de orientar al norte geográfico una mole de piedra de 230 metros de lado con un error de 3’ 6’’ de arco, lo cual es extraordinario teniendo en cuenta que su instrumento topográfico de observación era un simple bastón de madera (el merjet) y que esa precisión aplicada sobre el terreno apenas es accesible a nuestros más modernos aparatos y métodos [4]. En otras palabras, el estándar de calidad de los antiguos egipcios era igual o superior al de nuestra avanzada civilización tecnológica.
Ahora bien, desde las posiciones alternativas tampoco se han podido ofrecer mejores argumentos, ya que no existe la más mínima traza de esas máquinas de “ciencia-ficción” que supuestamente poseían los egipcios. Los cortes y las perforaciones de alta calidad están ahí, pero no hay forma de demostrar que se hicieron con una tecnología propia de nuestra época (o más bien superior). Lo único que se puede apreciar es que, a la vista de las piezas taladradas y los tarugos, las herramientas egipcias serían bastante similares en su funcionamiento a las actuales, pero con una excepcional potencia. El citado Chris Dunn llegó más lejos y se atrevió a sugerir que los egipcios habían empleado una increíble tecnología de ultrasonidos (basándose en las propuestas de John Reid, un ingeniero acústico), si bien más tarde se retractó ante las pruebas aportadas por otros investigadores.
Concluyendo: para la egiptología no hay ninguna cosa rara, ni alienígenas ni atlantes ni tecnologías prodigiosas. Según la ortodoxia, en los tiempos de Petrie los arqueólogos simplemente no estaban muy preparados en cuestiones técnicas y subestimaron las capacidades de los antiguos egipcios. Dicho de otro modo, interpretaron mal las pruebas y se dejaron llevar por un cierto sensacionalismo, cuando buena parte de la civilización egipcia estaba aún por descubrir y valorar en su justa medida. Es la vieja historia de que los “ignorantes” desconocen la grandeza de esas primeras culturas históricas y enseguida recurren a la imaginación y la exageración para desacreditar los logros de los humanos de hace miles de años. Ellos lo hacían de otro modo, con otras herramientas, quizás empleando más tiempo y esfuerzo, pero lo hacían de forma magistral. Y en cierto modo yo podría estar de acuerdo con esto, viendo –por ejemplo– el trabajo impecable de los ingenieros y constructores romanos, cuyas obras públicas fueron sin duda un prodigio de solidez, funcionalidad y durabilidad.
La gran obra de F. Petrie
Dicho esto, debemos reconocer que Petrie no era un indocumentado, sino una persona bien versada en temas científicos y en mediciones (a él se deben los primeros estudios metrológicos modernos de la Gran Pirámide y de la meseta de Guiza). Además, todavía podríamos citar la opinión de B. Baker, que en calidad de experto ingeniero sabía bien de lo que hablaba. Y tampoco son de desmerecer las múltiples observaciones realizadas por el físico argentino Álvarez López hace medio siglo, que no se explicaba cómo casaban las huellas arqueológicas disponibles con las herramientas usadas por los egipcios. Asimismo, en tiempos más recientes varios investigadores independientes, que no acaban de creerse el “trabajo manual” de los egipcios, han incidido en la posible intervención de una maquinaria desconocida capaz de producir resultados de máxima precisión sobre la piedra [5].
Por otro lado, un asunto que resulta bastante paradójico es que ese magnífico trabajo de la piedra –trépanos incluidos– se llevó a cabo en las primeras dinastías y luego decayó hasta desaparecer [6], lo cual nos remite a una especie de involución o retroceso, algo semejante a lo que ocurre con la construcción de pirámides. Esto tampoco resulta ser nada nuevo, pues enlaza con las múltiples muestras de un trabajo colosal de la piedra en varios lugares del planeta, lo que podría indicar la huella del legado tecnológico de una civilización ignota, que tal vez perduró en los primeros tiempos dinásticos de Egipto y luego acabó por difuminarse con el paso de los siglos y la pérdida de los altos conocimientos o poderes para manejar la materia. Recordemos ahora que para algunos especialistas, como el académico Walter Emery o el alternativo John A. West, la civilización egipcia apareció en sus inicios ya plenamente formada o desarrollada y luego se fue marchitando durante unos 3.000 años en un lento proceso de decadencia. Esto es, no hubo realmente progreso o evolución, sino el mantenimiento de una herencia ancestral que se remontaba casi a épocas mitológicas.
Este concepto, desde luego, no es más que una conjetura o hipótesis de trabajo, pero ante este despliegue de tecnología antigua tan similar –o superior– a la nuestra cabría empezar a abrir a la mente y no refugiarse en los tópicos y salidas por la tangente que suele aplicar el mundo académico. Estamos, evidentemente, delante de un problema puramente técnico que se debe aclarar con argumentos y pruebas de ingeniería y en este campo Stocks tal vez se conformó con cumplir el expediente sin abordar las mayores incógnitas. Eso no implica que los autores alternativos estén en lo cierto, pues carecen de las pruebas necesarias, pero por lo menos ya existen suficientes indicios para enfocar la controversia sin prejuicios de ningún tipo. En este sentido, las ideas preconcebidas del ámbito arqueológico o histórico sobre las antiguas civilizaciones no acostumbran a ayudar.
© Xavier Bartlett 2018
Fuente imágenes: archivo del autor / Wikimedia Commons
Imagen de experimento: (c) Denys Stocks, de su libro Experiments in Egyptian Archaeology: Stoneworking technology in Ancient Egypt (pág. 164)
Fuente.
NOTAS
[1] El esmeril es un mineral excepcionalmente duro que se ha utilizado desde antiguo en labores de cantería y pulido.
[2] El tarugo es la prueba o probeta que se extrae de la piedra perforada con el trépano cilíndrico.
[3] ÁLVAREZ LÓPEZ, J. El enigma de las pirámides. Ed. Kier. Buenos Aires, 1976. (10ª edición)
[4] En este campo puedo aportar mi experiencia personal, pues trabajé una época de mi vida con aparatos topográficos modernos de alta precisión (las “estaciones totales”) capaces de calcular ángulos y distancias con gran exactitud gracias a una óptica excepcional y a la medición electrónica. Un error de orientación de 3’ de arco en un edificio tan grande es un estándar actual aceptable, pero resulta sorprendente para la tecnología de hace 4.500 años, aunque siempre podemos decir que la precisión obtenida pudo ser fruto del azar.
[5] Por ejemplo, el investigador independiente español Manuel J. Delgado, que ha estudiado en particular el tema de la tecnología en el Antiguo Egipto, no tiene duda de que los egipcios emplearon maquinaria avanzada para cortar o perforar la piedra y afirma seriamente que muchos cortes “limpios” sobre piedra sólo pudieron haber sido realizados con radiales.
[6] Flinders Petrie menciona al respecto que encontró tarugos de pórfido blanco y negro, de gran dureza, datados en la 1ª dinastía, y que ya no se volvieron a realizar en dinastías posteriores.
Publicado por Xavier Bartlett