@DerBlaueMond
Los “Lobbies” son muy populares en el sistema socioeconómico estadounidense, pero el debate sobre la conveniencia de su existencia y su regulación nunca ha dejado de acompañarles. No al menos en otros países como España que, a veces con recelo, a veces con intenciones de imitación, miran hacia unas figuras que algunos sectores llegan a considerar una suerte de institucionalización de la corrupción política.
Pero independientemente del eterno debate en torno a estas figuras que desempeñan su papel a la sombra del poder político, lo cierto es que hay casos y casos. En concreto el caso que analizamos hoy inclina la balanza hacia lo perjudicial para la sociedad en su conjunto, y apunta a las noticias que están surgiendo en torno al papel que han jugado los lobbies favoreciendo la dramática epidemia de opiáceos que asola EEUU.
De predicar los beneficios a sufragar la propaganda
Lo cierto es que, según publicó el canal de internet de negocios de FOX, cinco grupos farmacéuticos, que fabricaban analgésicos que incluían opiáceos entre sus principios activos, realizaron pagos por importes que superaban los 10 millones de dólares a médicos y grupos que apoyaban el uso de este tipo de medicamentos.
El origen de la información no era ninguna investigación periodística llevada a cabo por la propia cadena, sino que fue el mismo senado de Estados Unidos el que publicó un informe hace unos días en el que sacaba a la luz estas siniestras conexiones. El senador por Missouri, Claire McCaskill, afirmó que los destinatarios de estos pagos se alinearon con los objetivos del sector farmaceútico, y pueden haber desempeñado un papel determinante en la epidemia de opiáceos que asola el país norteamericano, y que sólo en 2016 provocó más de 40.000 víctimas.
Según McCaskill, estos grupos subvencionados por los pagos de la industria guiaron y realizaron labores de orientación para promocionar la prescripción de opiáceos como medicamentos paliativos para tratar el dolor crónico, y además ejercieron influencia para atajar las leyes que pretendían limitar su uso.
En medio del escándalo que ya agita el sector desde hace bastantes semanas, es muy significativo que el movimiento de las farmacéuticas involucradas en este turbio asunto haya sido el de empezar a anunciar, hace unos días, que dejaban de promocionar el uso de opiáceos entre el colectivo médico. Entre ellas está Purdue Pharma, que hasta el momento había ocupado la censurable primera posición en estas acciones de "divulgación con incentivo", y siendo el mayor donante de fondos a la adictiva causa.
Fiscales federales ya han acusado a varios ejecutivos y empleados del sector de estar involucrados en un entramado que pagaba sobornos a facultativos médicos, a cambio de que prescribiesen a sus pacientes sus medicamentos. Estas acusaciones han afectado incluso al millonario John Kapoor, fundador de uno de los grupos farmacéuticos afectados, si bien esta acusación finalmente no se ha traducido en una condena en firme.
En todo caso, las farmaceúticas involucradas en todo este entramado al más puro estilo "lobby", en ningún caso han optado por negar las acusaciones ni demandar a los denunciantes. Esa reacción estarán de acuerdo en que es la que procedía si hubiese sido el caso de que tuviesen que lavar su imagen de acusaciones falsas y/o infundadas, pues son acusaciones que dañan enormemente su imagen pública. Pero no ha sido así, lo cual supone ya de por sí una aceptación total o parcial de las tesis de los fiscales federales.
Los “Lobbies” son muy populares en el sistema socioeconómico estadounidense, pero el debate sobre la conveniencia de su existencia y su regulación nunca ha dejado de acompañarles. No al menos en otros países como España que, a veces con recelo, a veces con intenciones de imitación, miran hacia unas figuras que algunos sectores llegan a considerar una suerte de institucionalización de la corrupción política.
Pero independientemente del eterno debate en torno a estas figuras que desempeñan su papel a la sombra del poder político, lo cierto es que hay casos y casos. En concreto el caso que analizamos hoy inclina la balanza hacia lo perjudicial para la sociedad en su conjunto, y apunta a las noticias que están surgiendo en torno al papel que han jugado los lobbies favoreciendo la dramática epidemia de opiáceos que asola EEUU.
De predicar los beneficios a sufragar la propaganda
Lo cierto es que, según publicó el canal de internet de negocios de FOX, cinco grupos farmacéuticos, que fabricaban analgésicos que incluían opiáceos entre sus principios activos, realizaron pagos por importes que superaban los 10 millones de dólares a médicos y grupos que apoyaban el uso de este tipo de medicamentos.
El origen de la información no era ninguna investigación periodística llevada a cabo por la propia cadena, sino que fue el mismo senado de Estados Unidos el que publicó un informe hace unos días en el que sacaba a la luz estas siniestras conexiones. El senador por Missouri, Claire McCaskill, afirmó que los destinatarios de estos pagos se alinearon con los objetivos del sector farmaceútico, y pueden haber desempeñado un papel determinante en la epidemia de opiáceos que asola el país norteamericano, y que sólo en 2016 provocó más de 40.000 víctimas.
Según McCaskill, estos grupos subvencionados por los pagos de la industria guiaron y realizaron labores de orientación para promocionar la prescripción de opiáceos como medicamentos paliativos para tratar el dolor crónico, y además ejercieron influencia para atajar las leyes que pretendían limitar su uso.
La epidemia que empezó ingiriendo analgésicos y acabó inyectándose heroína
Hace algunos meses, desde estas líneas analizamos ya el tema de la epidemia de opiáceos en USA desde un prisma económico, y cómo incluso la Reserva Federal de Estados Unidos estaba mostrando su honda preocupación por un tema que empezaba ya a afectar a las cifras macroecónomicas del país. Entonces ya les pusimos en contexto sobre las hondas raíces del problema, que ya les decíamos que se remontaban a la popularización de unos medicamentos que se volvieron de uso generalizado, cuando no deberían haber pasado nunca del uso excepcional.
Como les explicamos, muchos ciudadanos de la América interior fueron poco a poco y sin darse cuenta generando una adicción por estos fármacos, y cuando ya no podían conseguir más prescripciones médicas, pasaron a comprarlos en el mercado negro. Pero el coste de estos medicamentos en ese mercado es muy elevado, y muchos fueron pasándose a la heroína, que produce una sensación placentera similar.
Al principio la mortífera heroína resulta más barata, puesto que se puede conseguir un efecto estupefaciente similar al de los medicamentos por un coste mucho menor. Pero esta sustancia también opiácea es fuertemente adictiva, y el cuerpo además se acostumbra rápidamente a la dosis, que el adicto no puede parar de incrementar para mantener el mismo nivel de éxtasis sensorial y emocional.
Así Estados Unidos acabó viendo tristemente cómo de costa a costa sus pueblos y ciudades se poblaban de heroinómanos, que muchas veces eran personas ya maduras, padres y madres de familia, que caían en la telaraña de la adicción a las drogas más severa, dejando de lado sus obligaciones familiares y laborales, e inyectándose incluso en presencia de sus hijos pequeños.
Muchas zonas del país han sido finalmente devastadas por la droga, superando incluso las letales cifras de fallecimiento por sobredosis de la convulsa década de los ochenta, y alcanzando en ciudades como Baltimore la terrible marca de tener un 10% de su población convertida en heroinómanos. Analizamos esta y otras cuestiones ya en el artículo "El plan de Trump puede no funcionar: repatriar producción tal vez no cree tantos puestos de trabajo".
Hace algunos meses, desde estas líneas analizamos ya el tema de la epidemia de opiáceos en USA desde un prisma económico, y cómo incluso la Reserva Federal de Estados Unidos estaba mostrando su honda preocupación por un tema que empezaba ya a afectar a las cifras macroecónomicas del país. Entonces ya les pusimos en contexto sobre las hondas raíces del problema, que ya les decíamos que se remontaban a la popularización de unos medicamentos que se volvieron de uso generalizado, cuando no deberían haber pasado nunca del uso excepcional.
Como les explicamos, muchos ciudadanos de la América interior fueron poco a poco y sin darse cuenta generando una adicción por estos fármacos, y cuando ya no podían conseguir más prescripciones médicas, pasaron a comprarlos en el mercado negro. Pero el coste de estos medicamentos en ese mercado es muy elevado, y muchos fueron pasándose a la heroína, que produce una sensación placentera similar.
Al principio la mortífera heroína resulta más barata, puesto que se puede conseguir un efecto estupefaciente similar al de los medicamentos por un coste mucho menor. Pero esta sustancia también opiácea es fuertemente adictiva, y el cuerpo además se acostumbra rápidamente a la dosis, que el adicto no puede parar de incrementar para mantener el mismo nivel de éxtasis sensorial y emocional.
Así Estados Unidos acabó viendo tristemente cómo de costa a costa sus pueblos y ciudades se poblaban de heroinómanos, que muchas veces eran personas ya maduras, padres y madres de familia, que caían en la telaraña de la adicción a las drogas más severa, dejando de lado sus obligaciones familiares y laborales, e inyectándose incluso en presencia de sus hijos pequeños.
Muchas zonas del país han sido finalmente devastadas por la droga, superando incluso las letales cifras de fallecimiento por sobredosis de la convulsa década de los ochenta, y alcanzando en ciudades como Baltimore la terrible marca de tener un 10% de su población convertida en heroinómanos. Analizamos esta y otras cuestiones ya en el artículo "El plan de Trump puede no funcionar: repatriar producción tal vez no cree tantos puestos de trabajo".
La respuesta de las farmacéuticas involucradas parece confirmar una relación (como poco) contaminada
En medio del escándalo que ya agita el sector desde hace bastantes semanas, es muy significativo que el movimiento de las farmacéuticas involucradas en este turbio asunto haya sido el de empezar a anunciar, hace unos días, que dejaban de promocionar el uso de opiáceos entre el colectivo médico. Entre ellas está Purdue Pharma, que hasta el momento había ocupado la censurable primera posición en estas acciones de "divulgación con incentivo", y siendo el mayor donante de fondos a la adictiva causa.
Fiscales federales ya han acusado a varios ejecutivos y empleados del sector de estar involucrados en un entramado que pagaba sobornos a facultativos médicos, a cambio de que prescribiesen a sus pacientes sus medicamentos. Estas acusaciones han afectado incluso al millonario John Kapoor, fundador de uno de los grupos farmacéuticos afectados, si bien esta acusación finalmente no se ha traducido en una condena en firme.
En todo caso, las farmaceúticas involucradas en todo este entramado al más puro estilo "lobby", en ningún caso han optado por negar las acusaciones ni demandar a los denunciantes. Esa reacción estarán de acuerdo en que es la que procedía si hubiese sido el caso de que tuviesen que lavar su imagen de acusaciones falsas y/o infundadas, pues son acusaciones que dañan enormemente su imagen pública. Pero no ha sido así, lo cual supone ya de por sí una aceptación total o parcial de las tesis de los fiscales federales.
El asunto de los opiáceos en USA reabre el clásico debate de los Lobbies
Independientemente de cuales sean las condenas finales (en caso de que las hubiere) a las farmacéuticas afectadas por estos procesos judiciales, hay que tener claro un punto: los tribunales están juzgando estrictamente si estas compañías cometieron algún delito con sus actuaciones promocionando los opiáceos. Pero lo cierto es que, fuesen ilegales sus actividades o no, no fueron éticas, especialmente tras sus graves consecuencias en la socioeconomía estadounidense.
La cuestión de fondo del análisis de hoy es si, a la vista de la sangría de muertes, desgracias personales, dramas familiares, y adicciones a una sustancia ilegal, si esas actividades de los lobbies, que buscan meramente un beneficio empresarial a toda costa, deberían ser ilegales o no. Está claro que, en este punto, la socioeconomía de USA y la europea son muy diferentes, y cada posición tiene sus puntos fuertes y débiles.
En todo caso, la dimensión política del tema en Estados Unidos está clara, pues los políticos deberían haber parado todo esto a tiempo, antes de que algunos pocos dramas personales se volviesen un drama social a gran escala. Pero ya expuso McCaskill que las farmaceúticas además ejercieron también influencia para atajar las leyes que pretendían limitar el uso de estos opiáceos.
Un punto fuerte de los estadounidenses es que allí la rentabilidad es una máxima que a veces falla a este lado del Atlántico. Sin embargo el siniestro lado negativo de esta máxima capitalista es que, a veces, se pasa del encomiable "buscar siempre la rentabilidad económica" al degenerado "todo vale para rentabilizar cuanto más mejor". Porque ese "todo vale" debería ser un simple "vale de rentabilidad a costa de todo". Una vez más la justa medida está en un equilibrado punto medio fácil de exponer y difícil de alcanzar.
No sabría decirles desde estas líneas si hay que prohibir los lobbies o no. Pero lo que tengo muy claro es que, para nuestra desgracia, su actividad es inherente a la naturaleza de (siempre) demasiados de nuestros políticos. Salvando las grandes distancias, el hecho es que la dicotomía teórica a la que nos enfrentamos tiene en este aspecto concreto similitudes con la de la prostitución: se prohiba o no se prohiba, siempre va a seguir existiendo de una manera u otra.
Y podemos afirmar sin ambages que, al igual que la prostitución es el oficio más viejo del mundo, la actividad de los lobbies es el oficio más antiguo de las sociedades con sistema político. Al fin y al cabo, la corrupción es la prostitución de la profesión política, que vende sus favores al mejor postor: demasiados casos de "influencia" de los lobbies acaban en ese oscuro taller de engrasado a discreción.
Que eso se legalice y se regule o no es una mera cuestión de estética social y política. Pero al que cojan pasando de la raya del marketing, y entrando en la del engrasado de un entramado, debería sentir sobre sus hombros todo el aplastante peso de la ley. Y así sirve también de aviso a otros navegantes corsarios. Pero claro, como ese peso viene muchas veces de los mismos a los que engrasan, ahí está precisamente la raíz del problema. Y el coste de todo esto, puede una carísima dimensión humana como en el caso de la epidemia de opiáceos.
Independientemente de cuales sean las condenas finales (en caso de que las hubiere) a las farmacéuticas afectadas por estos procesos judiciales, hay que tener claro un punto: los tribunales están juzgando estrictamente si estas compañías cometieron algún delito con sus actuaciones promocionando los opiáceos. Pero lo cierto es que, fuesen ilegales sus actividades o no, no fueron éticas, especialmente tras sus graves consecuencias en la socioeconomía estadounidense.
La cuestión de fondo del análisis de hoy es si, a la vista de la sangría de muertes, desgracias personales, dramas familiares, y adicciones a una sustancia ilegal, si esas actividades de los lobbies, que buscan meramente un beneficio empresarial a toda costa, deberían ser ilegales o no. Está claro que, en este punto, la socioeconomía de USA y la europea son muy diferentes, y cada posición tiene sus puntos fuertes y débiles.
En todo caso, la dimensión política del tema en Estados Unidos está clara, pues los políticos deberían haber parado todo esto a tiempo, antes de que algunos pocos dramas personales se volviesen un drama social a gran escala. Pero ya expuso McCaskill que las farmaceúticas además ejercieron también influencia para atajar las leyes que pretendían limitar el uso de estos opiáceos.
Un punto fuerte de los estadounidenses es que allí la rentabilidad es una máxima que a veces falla a este lado del Atlántico. Sin embargo el siniestro lado negativo de esta máxima capitalista es que, a veces, se pasa del encomiable "buscar siempre la rentabilidad económica" al degenerado "todo vale para rentabilizar cuanto más mejor". Porque ese "todo vale" debería ser un simple "vale de rentabilidad a costa de todo". Una vez más la justa medida está en un equilibrado punto medio fácil de exponer y difícil de alcanzar.
No sabría decirles desde estas líneas si hay que prohibir los lobbies o no. Pero lo que tengo muy claro es que, para nuestra desgracia, su actividad es inherente a la naturaleza de (siempre) demasiados de nuestros políticos. Salvando las grandes distancias, el hecho es que la dicotomía teórica a la que nos enfrentamos tiene en este aspecto concreto similitudes con la de la prostitución: se prohiba o no se prohiba, siempre va a seguir existiendo de una manera u otra.
Y podemos afirmar sin ambages que, al igual que la prostitución es el oficio más viejo del mundo, la actividad de los lobbies es el oficio más antiguo de las sociedades con sistema político. Al fin y al cabo, la corrupción es la prostitución de la profesión política, que vende sus favores al mejor postor: demasiados casos de "influencia" de los lobbies acaban en ese oscuro taller de engrasado a discreción.
Que eso se legalice y se regule o no es una mera cuestión de estética social y política. Pero al que cojan pasando de la raya del marketing, y entrando en la del engrasado de un entramado, debería sentir sobre sus hombros todo el aplastante peso de la ley. Y así sirve también de aviso a otros navegantes corsarios. Pero claro, como ese peso viene muchas veces de los mismos a los que engrasan, ahí está precisamente la raíz del problema. Y el coste de todo esto, puede una carísima dimensión humana como en el caso de la epidemia de opiáceos.