La pederastia parece abrirse paso con cierta indecisión, pero con firmeza. Pronto asistiremos a una rebaja de la edad para mantener relaciones sexuales, hasta eliminar toda barrera en las “relaciones intergeneracionales” por la vía de los hechos.
Protección desde el poder
Lo cierto es que, de un modo formalmente cauteloso –como siempre sucede en los primeros estadios de este tipo de imposiciones-, la pederastia está siendo promovida desde las mismas instituciones. Un recato en el proceder, dirigido a desactivar toda posible alarma, por la vía de la protección desde el poder. Ni esta afirmación es gratuita ni el asunto es de ahora.
A comienzos de 2012, el gobierno griego pasó a considerar la pedofilia como una “discapacidad”, otorgando pensiones estatales de hasta un 35% a los pederastas. La Confederación Nacional de Personas Discapacitadas de ese país puso el grito en el cielo al considerar como “incomprensible” tal clasificación y su presidente, Yiannis Vardakastanis, ciego, se quejó públicamente de que esta medida iba a crear más problemas a las personas discapacitadas, al verse asociadas a los pederastas.
Los detractores de la medida sostuvieron que el gobierno griego había incluido también a exhibicionistas, cleptómanos, fetichistas sexuales, sadomasoquistas y jugadores compulsivos en esa misma categoría a fin de justificar la inclusión de los pederastas. Y todo ello tuvo lugar en medio de una formidable crisis económica, cuando se produjo el “programa de ajuste macroeconómico”, es decir, en plena intervención de la UE.
El gobierno de Atenas se vio sobrepasado por la polémica, sobre todo porque no estaban tan lejanas las implicaciones de las élites europeas con escabrosos asuntos de pederastia, y parecieron reavivarse algunas sospechas al respecto… ¿Por qué estaba el gobierno griego interesado en favorecer de este modo a los pederastas?
La relación que podía establecerse entre la élite política nacional –un grupo oligárquico al servicio del proyecto unionista de Bruselas- y la pederastia remitía, precisamente, a uno de los mayores escándalos que sacudió Bélgica en su historia, el de los crímenes de Marc Dutroux, nunca convenientemente aclarados.
Dutroux fue detenido en 1996 por crímenes cometidos entre 1986 y 1996. Había iniciado su carrera junto a su mujer violando a cinco niñas, delitos por los que apenas cumplió tres años de cárcel. Al salir de prisión le fue concedida una pensión por discapacidad y disfrutó de una atención farmacológica que le proveía de las píldoras que emplearía en sus subsiguientes crímenes.
La pensión asignada por el gobierno indignó de forma particular a la opinión pública por cuanto, mientras Dutroux se beneficiaba de ella, disponía de una capacidad financiera –gracias al tráfico de coches robados y drogas- que le permitió adquirir hasta siete inmuebles en los que torturaría, violaría y asesinaría a sus víctimas, todas ellas entre los 8 y los 19 años.
Junto a innumerables vídeos pornográficos tomados a su mujer, Dutroux grabó las violaciones y vejaciones a que sometía a las niñas –raptadas camino de la escuela- en la celda que había construido en una de sus casas. Algunas de las chicas murieron de inanición y a uno de sus cómplices lo enterró vivo tras drogarlo.
Los errores de la policía en la investigación fueron tan gruesos que no hicieron sino aumentar de nuevo la ira de la opinión pública. En un principio, se habló de incompetencia policial, pero las cosas tomaron otro cariz cuando el juez de la causa, Jean-Marc Connerotte, confesó públicamente, entre sollozos, las presiones a las que estaba sometido por parte del gobierno, y denunció que “importantes personalidades trataban de detener el juicio”; había recibido, procedentes de la policía, informaciones relativas al peligro que corría su vida. “Nunca antes” –declaró entre sollozos- “se ha desplegado tanta energía en contra de una investigación”.
El juez Connerotte sacó la conclusión de que Dutroux formaba parte de una red mafiosa, y que esta influía en la investigación e incluso en el juicio. Las cosas se complicaron aún más cuando, por esas mismas fechas (diciembre de 1996) al habilitarse una línea para facilitar las denuncias anónimas, un muchacho de veintidós años, llamado Olivier Trusgnach, acusó al ministro conservador de Educación, Jean-Pierre Grafé, de haber mantenido relaciones sexuales con él siete años atrás, cuando el joven contaba quince. Grafé dimitió al saberse que un pederasta arrepentido que colaboraba con la policía le acusaba, igualmente, de haberle proporcionado chicos de unos doce años.
Sin embargo, la imputación de Trusgmach se hizo extensiva al socialista Elio di Rupo. Di Rupo llegaría a ser presidente del gobierno belga durante tres años, desde 2011 y hasta octubre de 2014, y también desempeñó altos cargos en la Internacional Socialista, pero entonces era viceprimer ministro y antecesor de Grafé en la cartera de Educación. El testimonio de Trusgnach no fue considerado definitivo, y otros más que se adujeron se consideraron insuficientes para promover su destitución; él lo negó todo aunque, con una cierta habilidad, admitió su homosexualidad, lo que a mediados de los noventa era aún escandaloso y de este modo consiguió desviar el debate de su culpabilidad.
Durante el juicio, que comenzó en marzo de 2004, más de siete años después de haber sido detenido, Dutroux aseguró innumerables veces que tanto él como sus cómplices formaban parte de una red de pederastia europea que abarcaba a muy destacados miembros de la política, de los estamentos de seguridad y del empresariado. Hasta el día de hoy, el juez Connerotte defiende que la inexplicable actuación de la policía durante la investigación hizo posible la muerte de, al menos, cuatro niñas.
Durante el juicio de uno de los cómplices de Dutroux, Michel Nihoul, una testigo le acusó de formar parte de una trama mucho más amplia y que además abarcaba otras actividades delictivas tales como prostitución infantil, pornografía infantil, violación, zoofilia, abortos y asesinatos. Sin embargo, se prefirió ignorar todo ese cúmulo de indicios y testimonios y cerrar el juicio con la condena a cadena perpetua de Dutroux (después de un rocambolesco intento de fuga de este).
Lo cierto es que, de un modo formalmente cauteloso –como siempre sucede en los primeros estadios de este tipo de imposiciones-, la pederastia está siendo promovida desde las mismas instituciones. Un recato en el proceder, dirigido a desactivar toda posible alarma, por la vía de la protección desde el poder. Ni esta afirmación es gratuita ni el asunto es de ahora.
A comienzos de 2012, el gobierno griego pasó a considerar la pedofilia como una “discapacidad”, otorgando pensiones estatales de hasta un 35% a los pederastas. La Confederación Nacional de Personas Discapacitadas de ese país puso el grito en el cielo al considerar como “incomprensible” tal clasificación y su presidente, Yiannis Vardakastanis, ciego, se quejó públicamente de que esta medida iba a crear más problemas a las personas discapacitadas, al verse asociadas a los pederastas.
Los detractores de la medida sostuvieron que el gobierno griego había incluido también a exhibicionistas, cleptómanos, fetichistas sexuales, sadomasoquistas y jugadores compulsivos en esa misma categoría a fin de justificar la inclusión de los pederastas. Y todo ello tuvo lugar en medio de una formidable crisis económica, cuando se produjo el “programa de ajuste macroeconómico”, es decir, en plena intervención de la UE.
El gobierno de Atenas se vio sobrepasado por la polémica, sobre todo porque no estaban tan lejanas las implicaciones de las élites europeas con escabrosos asuntos de pederastia, y parecieron reavivarse algunas sospechas al respecto… ¿Por qué estaba el gobierno griego interesado en favorecer de este modo a los pederastas?
La relación que podía establecerse entre la élite política nacional –un grupo oligárquico al servicio del proyecto unionista de Bruselas- y la pederastia remitía, precisamente, a uno de los mayores escándalos que sacudió Bélgica en su historia, el de los crímenes de Marc Dutroux, nunca convenientemente aclarados.
Dutroux fue detenido en 1996 por crímenes cometidos entre 1986 y 1996. Había iniciado su carrera junto a su mujer violando a cinco niñas, delitos por los que apenas cumplió tres años de cárcel. Al salir de prisión le fue concedida una pensión por discapacidad y disfrutó de una atención farmacológica que le proveía de las píldoras que emplearía en sus subsiguientes crímenes.
La pensión asignada por el gobierno indignó de forma particular a la opinión pública por cuanto, mientras Dutroux se beneficiaba de ella, disponía de una capacidad financiera –gracias al tráfico de coches robados y drogas- que le permitió adquirir hasta siete inmuebles en los que torturaría, violaría y asesinaría a sus víctimas, todas ellas entre los 8 y los 19 años.
Junto a innumerables vídeos pornográficos tomados a su mujer, Dutroux grabó las violaciones y vejaciones a que sometía a las niñas –raptadas camino de la escuela- en la celda que había construido en una de sus casas. Algunas de las chicas murieron de inanición y a uno de sus cómplices lo enterró vivo tras drogarlo.
Los errores de la policía en la investigación fueron tan gruesos que no hicieron sino aumentar de nuevo la ira de la opinión pública. En un principio, se habló de incompetencia policial, pero las cosas tomaron otro cariz cuando el juez de la causa, Jean-Marc Connerotte, confesó públicamente, entre sollozos, las presiones a las que estaba sometido por parte del gobierno, y denunció que “importantes personalidades trataban de detener el juicio”; había recibido, procedentes de la policía, informaciones relativas al peligro que corría su vida. “Nunca antes” –declaró entre sollozos- “se ha desplegado tanta energía en contra de una investigación”.
El juez Connerotte sacó la conclusión de que Dutroux formaba parte de una red mafiosa, y que esta influía en la investigación e incluso en el juicio. Las cosas se complicaron aún más cuando, por esas mismas fechas (diciembre de 1996) al habilitarse una línea para facilitar las denuncias anónimas, un muchacho de veintidós años, llamado Olivier Trusgnach, acusó al ministro conservador de Educación, Jean-Pierre Grafé, de haber mantenido relaciones sexuales con él siete años atrás, cuando el joven contaba quince. Grafé dimitió al saberse que un pederasta arrepentido que colaboraba con la policía le acusaba, igualmente, de haberle proporcionado chicos de unos doce años.
Sin embargo, la imputación de Trusgmach se hizo extensiva al socialista Elio di Rupo. Di Rupo llegaría a ser presidente del gobierno belga durante tres años, desde 2011 y hasta octubre de 2014, y también desempeñó altos cargos en la Internacional Socialista, pero entonces era viceprimer ministro y antecesor de Grafé en la cartera de Educación. El testimonio de Trusgnach no fue considerado definitivo, y otros más que se adujeron se consideraron insuficientes para promover su destitución; él lo negó todo aunque, con una cierta habilidad, admitió su homosexualidad, lo que a mediados de los noventa era aún escandaloso y de este modo consiguió desviar el debate de su culpabilidad.
Durante el juicio, que comenzó en marzo de 2004, más de siete años después de haber sido detenido, Dutroux aseguró innumerables veces que tanto él como sus cómplices formaban parte de una red de pederastia europea que abarcaba a muy destacados miembros de la política, de los estamentos de seguridad y del empresariado. Hasta el día de hoy, el juez Connerotte defiende que la inexplicable actuación de la policía durante la investigación hizo posible la muerte de, al menos, cuatro niñas.
Durante el juicio de uno de los cómplices de Dutroux, Michel Nihoul, una testigo le acusó de formar parte de una trama mucho más amplia y que además abarcaba otras actividades delictivas tales como prostitución infantil, pornografía infantil, violación, zoofilia, abortos y asesinatos. Sin embargo, se prefirió ignorar todo ese cúmulo de indicios y testimonios y cerrar el juicio con la condena a cadena perpetua de Dutroux (después de un rocambolesco intento de fuga de este).
El círculo de pedófilos de Westminster
A fines de 2014, el Daily Telegraph publicó el testimonio de una agente de policía, de acuerdo al cual la policía y los servicios de información de ese país podrían haber estado encubriendo durante años la comisión de crímenes perpetrados por destacadas personalidades del país sobre niños a los que, además de abusar, habrían asesinado. La detective, Jackie Malton, es una mujer muy conocida en su país por trabajar en televisión y por haber declarado públicamente su condición de lesbiana.
Malton fue contratada por un hombre que sospechaba que su hijo pudiera haber sido víctima de una red de pederastia que proveía de niños a clientes de muy alta posición. Según la detective, el padre habría recibido la llamada de un prostituto, quien le habría relatado cómo fue testigo de la desaparición de un pequeño de unos ocho años en 1981. El relato encajaba con el rapto del niño, Vishal Mehrotra, mientras estaba de compras en el centro de Londres y que había sido conducido al área de Elm Guest House in Barnes, al suroeste de la capital; pero –recuerda Malton- llegados a ese punto, la policía desistió de su investigación.
Alrededor de un año después de su desaparición se encontraron la calavera y algunas costillas de Vishal en una remota zona de marismas muy lejos de Londres. Sin embargo, eso no hizo que la policía reactivase la investigación por aquél entonces, a comienzos de los años ochenta.
Treinta y dos años después de los hechos, la policía volvió a situar la Elm Guest House como objeto de sus pesquisas, al aparecer una presunta víctima que manifestó haber sido testigo de la muerte de varios niños a manos de algunos diputados en esa dirección. La investigación fue bautizada como “Operación Midland”.
La casa de los horrores
El relato de la acusación continúa situando a Elm Guest House, una zona situada a poca distancia del Parlamento y donde muchos diputados tienen sus pisos, en el epicentro de toda esta trama. De acuerdo al mismo, Elm Guest House se convirtió durante años en el destino habitual de niños de entre 10 y 12 años, enviados desde un orfanato de Londres. Uno de esos niños utilizados en las fiestas sexuales de personalidades muy destacadas, “Nick”, aseguró haber estado presente cuando un crío de diez años fue estrangulado delante de varios testigos por uno de estos diputados. Recuerda cómo, durante las orgías en las que eran violados por varios hombres, podía suceder cualquier cosa: “lo vi todo mientras sucedía, no sé cómo es posible que haya sobrevivido”.
Quizá sobrevivió porque fue su propio padre quien le vendió a unos “hombres poderosos” para que abusaran sexualmente de él. Nick -que sospechó desde el primer momento de qué iba todo aquello- llegó junto con la víctima a la fiesta, y en seguida se dio cuenta de que no estaban solos; había más chicos como ellos, y muchos adultos. Según Nick, el más repugnante de todos aquellos sujetos era cierto diputado conservador, el mismo que estrangularía delante de varios miembros de la Cámara de los Comunes a su aterrado acompañante.
También ha revelado al Sunday Times cómo, en cierta ocasión, se deshicieron de un niño de diez años tras haberle violado; le arrojaron desde un coche en marcha a toda velocidad. Y aún fue testigo de un tercer crimen.
Es probable que bastantes más niños hayan sido asesinados de esta u otras formas durante los años ochenta por hombres de elevada posición del Reino Unido. Los asesinos actuaban con impunidad porque estaban protegidos por la policía, según relato de antiguos miembros de Scotland Yard: “se nos ordenó que cesásemos las investigaciones; había un grupo de pedófilos en el parlamento, pero eran intocables”.
Nick entregó a las autoridades una lista de nombres que incluía a doce personalidades relevantes de la vida pública británica. Entre ellos hay tres antiguos parlamentarios conservadores, uno de ellos ex ministro, y otro laborista. La denuncia de los policías de Scotland Yard retirados acerca de la prohibición que se impuso en su día a la policía, ha cobrado más sentido al saberse que en la lista de Nick está incluido Sir Peter Hayman, quien fuera subdirector del MI6, los Servicios Secretos de Inteligencia. Algunos de quienes aparecen en esa lista siguen en activo.
El viaje a ninguna parte
La investigación de este tema comenzó en los primeros ochenta, a partir del llamado “Dossier Dickens”, cuando el parlamentario conservador de igual nombre entregó al ministro del Interior, Leon Brittan, una carpeta con 114 archivos en los que se implicaba a poderosas personalidades del país. Pero en 1984 la carpeta desapareció y jamás se supo de ella. Según Brittan, la entregó a los funcionarios del ministerio, quienes la extraviaron, al parecer. El nombre de Brittan surgiría algo más tarde en la investigación como uno de los asiduos de Elm Guest House. Brittan había sido acusado también de una violación cometida en 1967 sobre una joven de 19 años.
Pero existía una copia, que estaba en manos de una diputada laborista, quien la puso en manos de un periódico local. El director del rotativo fue requerido por agentes del MI6, en el nombre de la seguridad nacional para que entregase el material. Naturalmente, lo entregó.
Empero, el escándalo se reactivó con los nuevos datos, y Scotland Yard tuvo que admitir que “el Reino Unido, entre los años 70 y el 2000, ha sido el escenario de una enorme red de pedófilos”, entre los que se incluyen notorios parlamentarios y lores, todos ellos presuntamente encubiertos durante décadas por el gobierno y los servicios policiales y de seguridad.
Uno de estos ex policías ha señalado los vínculos de Jimmy Saville con el Círculo Pedófilo de Westminter. Saville, un muy popular disc jockey y presentador de la BBC, fue acusado a su muerte, en 2011, de perpetrar todo tipo de abusos con cientos de niños –algunos de ellos hospitalizados- y minusválidos, durante décadas. Las acusaciones que se efectuaron en vida jamás prosperaron.
Lo mismo sucedió con las personalidades más notorias acusadas de participar en las orgías de Elm Guest House. El caso de Edward Heath, premier británico entre 1970 y 1974, y el de Lord Bramall, no llegaron más allá, ya que la investigación los exoneró.
También exonerado de los crímenes pedófilos de Elm Guest House resultó Harvey Proctor. Proctor fue diputado conservador durante ocho años en el parlamento en los ochenta, hasta que hubo de dimitir cuando se le acusó de contratar a chaperos menores de edad. Sin embargo, en cuanto la investigación de la “Operación Midland” no se pudo probar nada, según la policía.
Proctor pidió entonces la dimisión de los responsables porque, explicó, en realidad todo aquello era un montaje para “cazar homosexuales”.
¿Y en España?
En su día se relacionó el triple crimen de Alcasser con este tipo de delitos (pederastia, torturas y asesinato) cuando aún se desconocía la existencia de crímenes de esta naturaleza con la finalidad de ser grabados.
De hecho, en su momento se dieron nombres de algunos cargos públicos de relieve y de personas muy destacadas, pero nada se pudo probar y, tras la excarcelación de Miguel Ricart gracias a la doctrina Parot –y dado que continúa Antonio Anglés en paradero desconocido- no ya hay nadie en la cárcel por aquel crimen que un día estremeció a España.
Fuente.
El 2011 “El País” publicaba un artículo en el que se cuestionaban las 'desviaciones' sexuales. ¿Cómo se ha llegado aquí?
En las últimas décadas han proliferado las acusaciones de pederastia dirigidas a distintos colectivos, desde profesores a instructores militares o deportivos pasando, no faltaba más, por sacerdotes. Y es de justicia reconocer que, en mayor o menor medida, las acusaciones han tenido su razón de ser.
Por supuesto, ninguno de esos colectivos ha justificado los delitos que cualesquiera de sus componentes pudiera haber cometido. Antes o después, todos ellos han reaccionado tomando las medidas que han creído más oportunas -frecuentemente eficaces- para evitar que tales cosas sigan sucediendo aunque, obviamente, existe algo llamado “tasa de inevitabilidad”.
Desde luego, lo que nunca ha sucedido es que nadie haya teorizado acerca de la bondad de las relaciones pedófilas. ¿Nadie?
Un pasado que olvidar
Lo que viene a continuación no es un simple eco del pasado: es el relato de unos antecedentes. Antecedentes que revelan toda su trascendencia a la luz de lo que empezamos a saber está sucediendo: el rapto de nuestros hijos a manos de ciertos grupos organizados, que han adoptado una filosofía pansexualista por toda convicción. A estos, hoy como ayer, ningún precio les parece excesivamente oneroso si eso les acerca a la consecución de sus objetivos.
Los años setenta vieron el despliegue de ciertas ideas que, durante décadas, habían venido circulando únicamente en ambientes restringidos del progresismo marginal. Las propuestas radicales de los que más tarde serían consagrados como “ideólogos de género” empezaron a abrirse paso en aquellos años -de acuerdo a una estrategia muy eficaz- entre la opinión pública. Enfocados como “extensión de derechos”, pocos se atrevieron a cuestionar el reconocimiento legal de asuntos como la homosexualidad –hasta entonces considerada una patología- o el aborto –hasta entonces considerado un crimen-.
Después de los grandes temas sexuales, la normalización de la pederastia fue el lógico corolario del Mayo francés y su pansexualismo. Liberados de ese prejuicio burgués en que dieron en considerar a la conciencia, proclamaron la sola validez de la voluntad humana. Resurgieron los fantasmas de Reich y de Kinsey: mientras que la promiscuidad y la homosexualidad pasaron a ser prácticas reconocidas y habituales, la pedofilia debía ser reivindicada como “actividad natural, reprimida por dos mil años de cultura judeocristiana”, ya que era, junto al incesto, el último tabú sexual.
Comenzó entonces una campaña de agitación que rebasó los límites de la mera reclamación académica: en enero de 1977, Le Monde mostraba su indignación porque tres hombres habían sido condenados a una prisión “excesivamente larga” por haber mantenido relaciones con menores a los que, además, habían fotografiado. El artículo era una suerte de manifiesto pedófilo, firmado por los intelectuales “comprometidos” más destacados de Francia: Louis Aragon, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Roland Barthes, Jack Lang y André Glucksmann, entre otros. Los abajo firmantes –cuyas opiniones disfrutaban de una singular aura de respetabilidad- eran considerados como parte del patrimonio nacional francés, de modo que no fue desdeñable su efecto sobre la opinión pública.
Pero la campaña no había hecho más que empezar. Cuatro meses más tarde, dirigieron una petición al parlamento francés pidiendo la derogación del concepto de minoría de edad sexual y la despenalización de las relaciones sexuales con menores hasta los 15 años. Esta vez, a los habituales, se les sumaban otros tres intelectuales de peso como eran Michel Foucault, Jacques Derrida y Louis Althusser. Y además, el líder homosexual Guy Hocquenghem, el escritor Philip Sollers y la pediatra Francoise Dolto.
En pleno, el Estado Mayor del progresismo galo
Por esas mismas fechas de 1977, el diario de izquierdas “Liberation” publicaba un artículo en el que daba cuenta de la formación del FLIP (Frente de Liberación de los Pedófilos). En dicha información, no ocultaba su simpatía por los miembros de la organización, protagonistas de lo que la prensa progresista consideraba “la aventura pedófila” (sic). Y en 1981, el propio “Liberation” llegaría a ceder sus páginas para que un pederasta relatase sus actos sexuales con una criatura de apenas cinco años. “Mimosos infantiles”, se permitió titular, regocijado.
Con anterioridad, en la propia Francia, uno de los líderes de la revuelta estudiantil sesentayochista, Daniel Cohn-Bendit, no había sentido ninguna restricción a la hora de publicar alguna de sus hazañas en este terreno. En su obra Le Grand Bazar, de 1975, escribió acerca de la época en la que trabajó en una guardería:
“Muchas veces me ocurrió que algunos chavales abrían mi bragueta y comenzaban a hacerme cosquillas. Yo reaccionaba de manera distinta según las circunstancias, pero su deseo me planteaba un problema. Les preguntaba: ‘¿Por qué no jugáis juntos, entre vosotros? ¿Por qué me habéis elegido a mí y no a los otros chavales?’ Pero si ellos insistían, yo les acariciaba”.
La liberación de los niños
Se crearon guarderías en las que se pretendía que los niños tuvieran derechos sexuales. Se iniciaba a los niños para que tuvieran relaciones entre ellos, y se debatió la posibilidad de que los adultos tuvieran acceso sexual a los niños. El libro de cabecera de estos progresistas era “La Revolución en la Educación”, en el que se podían leer cosas como que
Se crearon guarderías en las que se pretendía que los niños tuvieran derechos sexuales. Se iniciaba a los niños para que tuvieran relaciones entre ellos, y se debatió la posibilidad de que los adultos tuvieran acceso sexual a los niños. El libro de cabecera de estos progresistas era “La Revolución en la Educación”, en el que se podían leer cosas como que
“la deserotización de la vida de familia, desde la prohibición de la vida sexual entre niños hasta el tabú del incesto, es funcional para la preparación del tratamiento hostil del placer sexual en la escuela y la consecuente deshumanización y sumisión del sistema laboral.”Entre tanto, por las mismas fechas, en las filas del feminismo radical comenzó a abrirse paso la idea de que, junto a la liberación de la mujer, había que propiciar la de los homosexuales y los niños. Ambos eran víctimas por igual de los varones heterosexuales y del patriarcado.
Los niños podían no sólo ser aliados en la lucha por la liberación del macho, sino incluso compañeros de juegos sexuales que reemplazaran a los varones adultos (Simone de Beauvoir había mantenido un par de relaciones lésbicas con menores en las que, al menos en uno de los casos, veía un sustitutivo de sus patéticos fracasos sentimentales con Sartre).
Y una de las feministas más destacadas, y reverenciada desde hace cuarenta años por los grupos radicales, Kate Millet, en su “Política Sexual” (1969), escribió que “puede existir tanto una relación erótica entre un hombre y un niño como entre una niña y una mujer mayor”. En su particular y orwelliano lenguaje, este tipo de relaciones recibe la denominación de “relaciones intergeneracionales no explotadoras”.
Desde su concepción feminista radical, Millet considera que hay que liberar al sexo de los límites represivos que se le han impuesto. Y, en consecuencia, el siguiente paso debe darse en la dirección del incesto:
“Siempre me he preguntado por el poder del tabú del incesto, porque al mismo tiempo que la sexualidad de los niños y de los adultos alcanza más y más libertades, la proximidad de miembros de la familia le hace a uno experimentar y desafiar este tabú. El tabú del incesto ha sido siempre una de las piedras angulares del pensamiento patriarcal. Hemos de proclamar la emancipación de los niños…”Casi por las mismas fechas, mediados los setenta, el Libro rojo del cole, traducción de una obra danesa elaborada desde una óptica marxista declarada, reputaba comprensivamente como “hombres faltos de amor” a los pederastas. También por entonces, refiriéndose a un pederasta francés, la prensa de ese país se deshacía en efusiones sentimentales: “cuando Benoît habla de los niños, sus ojos de pastor griego se preñan de ternura” (Liberation, 20-junio-1981).
A fines de 1979, la revista berlinesa Zittu, de orientación radicalmente progresista, titulaba “Amor con niños ¿se puede?” Como minorías perseguidas, los medios de izquierda consideraron a los pedófilos víctimas del sistema capitalista.
Dichas relaciones intergeneracionales fueron apoyadas por el conocido izquierdista Reinhard Röhl, editor de la revista Konkret, más tarde acusado por su hija, Anja, de haber abusado de ella cuando tenía entre 5 y 14 años.
Dispuestos a todo
No se puede ocultar la presión que el lobby gay ha efectuado a fin de conseguir una rebaja de la edad de aprobación legal para las relaciones homosexuales. En el Reino Unido consiguieron que la administración laborista disminuyese dicha edad hasta los 16 años. En los Estados Unidos, el movimiento pedófilo NAMBLA –que ha proclamado en numerosas ocasiones su opción por la abolición de todo establecimiento de edad legal cualquiera para las relaciones sexuales-, encontró igualmente numerosos apoyos entre la comunidad gay.
En España, Jaime Mendía, portavoz de la Coordinadora Vasca para el Día del Orgullo Gay en el año 2008, declaró al diario “El Mundo”:
“Todas las personas tienen que tener derecho a disfrutar de la sexualidad, también un niño de ocho añitos (…) Las relaciones intergeneracionales cada día están más perseguidas penal y socialmente, despertándonos un día sí y otro también con más que dudosos éxitos policiales…cuando una persona tiene algún tipo de relación con cualquier persona, aunque sean menores, no tiene por qué hacer daño a nadie”.En ocasiones, confiados en el respaldo de todo género del que gozan, no se resisten al sarcasmo. Así, Jorge Corsi, psicólogo procesado por la justicia argentina por pederastia, jugando con los tradicionales roles de la infancia en familia, sentencia que
“si el niño debe respeto y obediencia a los mayores, cuando un mayor propone a un niño una actividad sexual, lo que corresponde es que el niño acepte, obedezca y respete”.Cada día, de un modo casi imperceptible, se va incorporando al debate una tímida, aunque creciente, actitud de comprensión hacia la pedofilia. El 1 de diciembre de 2011, el diario “El País” publicaba un artículo del catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona, Manuel Cruz, en el que se leían las siguientes reflexiones:
“La referencia a la pederastia en el contexto de los debates acerca de la sexualidad en nuestra sociedad parece jugar un papel análogo al que desempeña Auschwitz en las discusiones éticas contemporáneas (…) es obvio que hoy ya no se sataniza sin más el sexo, pero sí parecen estar siendo satanizadas lo que se consideran formas desviadas del mismo”. Y concluye, pleno de lógica: “Desviadas, por cierto ¿respecto a qué?