Solzhenitsyn

“Los dirigentes bolcheviques que tomaron Rusia no eran rusos, ellos odiaban a los rusos y a los cristianos. Impulsados por el odio étnico torturaron y mataron a millones de rusos, sin pizca de remordimiento… El bolchevismo ha comprometido la mayor masacre humana de todos los tiempos. El hecho de que la mayor parte del mundo ignore o sea indiferente a este enorme crimen es prueba de que el dominio del mundo está en manos de sus autores“. Solzhenitsyn

Izquierda-Derecha

El espectro político Izquierda-Derecha es nuestra creación. En realidad, refleja cuidadosamente nuestra minuciosa polarización artificial de la sociedad, dividida en cuestiones menores que impiden que se perciba nuestro poder - (La Tecnocracia oculta del Poder)

jueves, 22 de agosto de 2013

Las causas generales del antisemitismo

Por Bernard Lazare (anarquista judío) 

Si se quiere redactar una historia completa del antisemitismo – abarcando todas las manifestaciones de este sentimiento y siguiendo sus fases diversas y sus modificaciones – hay que considerar la historia de Israel desde su dispersión o, mejor dicho, desde los tiempos de su expansión fuera del territorio de Palestina.

En todos los lugares en los cuales los judíos, dejando de ser una nación dispuesta a defender su libertad y su independencia, se han establecido, en todos ellos se ha desarrollado el antisemitismo, o más bien el antijudaísmo, pues antisemitismo es una palabra mal elegida, que sólo ha tenido razón de ser en nuestro tiempo, cuando se ha querido ampliar la lucha del judío y de los pueblos cristianos y darle una filosofía al mismo tiempo que una razón más metafísica que material.

Si la hostilidad y hasta la repugnancia sólo se hubieran manifestado con respecto a los judíos en una época y en un país, sería fácil desentrañar las causas limitadas de estas cóleras; pero por el contrario, la raza judía ha sido objeto del odio de todos los pueblos en medio de los cuales se ha establecido. Ya que los enemigos de los judíos pertenecían a las razas más diversas, vivían en países muy apartados los unos de los otros, estaban regidos por leyes diferentes y gobernados por principios opuestos, no tenían ni el mismo modo de vivir ni las mismas costumbres y estaban animados por espíritus disímiles que no les permitían juzgar de igual modo todas las cosas, es necesario, por lo tanto, que las causas generales del antisemitismo siempre hayan residido en el mismo Israel y no en quienes lo han combatido,

Esto no significa afirmar que los perseguidores de los israelitas siempre tuvieron el derecho de su lado, ni que no se entregaron a todos los excesos que comportan los odios profundos, sino asentar como principio que los judíos provocaron – por lo menos en parte – sus propias desgracias.

Ante la unanimidad de las manifestaciones antisemitas, es difícil admitir – como ha habido una tendencia abusiva a hacerlo – que se debieron simplemente a una guerra de religión, y sería un grave error ver en las luchas contra los judíos la lucha del politeísmo contra el monoteísmo y la lucha de la Trinidad contra Jehová. Tanto los pueblos politeístas como los pueblos cristianos han combatido, no la doctrina del Dios Uno, sino al judío.

¿Qué virtudes o qué vicios valieron al judío esta universal enemistad? ¿Por qué ha sido, sucesiva e igualmente, maltratado y odiado por los alejandrinos y los romanos, los persas y los árabes, los turcos y las naciones cristianas? Porque en todos lados, y hasta nuestros días, el judío ha sido un ser insociable.

¿Por qué era insociable? Porque era exclusivo, y su exclusivismo era a la vez político y religioso. Para decirlo mejor: porque estaba apegado a su culto político-religioso: a su ley.

Si en la historia, consideramos a los pueblos conquistados, los vemos someterse a las leyes de los vencedores, conservando sin embargo su fe y sus creencias. Lo podían hacer fácilmente porque, en ellos, el deslinde era muy claro entre las doctrinas religiosas venidas de los dioses y las leyes civiles emanadas de los legisladores, leyes éstas que se podían modificar con las circunstancias, sin que los reformadores corrieran el riesgo del anatema o de la execración teológica: lo que el hombre había hecho, el hombre podía deshacerlo. Por eso los vencidos se sublevaban contra los conquistadores por patriotismo y no los empujaba ningún otro motivo que el deseo de recuperar su suelo y su libertad. Fuera de tales sublevaciones nacionales, pocas veces pidieron no estar sometidos a las leyes generales. Cuando protestaban, era contra disposiciones particulares que los colocaban con respecto a los dominadores, en una situación de inferioridad. En la historia de las conquistas romanas, vemos a los conquistados inclinarse ante Roma cuando Roma les impone estrictamente la legislación que rige el imperio.

Para el pueblo judío, el caso era muy distinto. En efecto, como ya lo hizo notar Spinoza, "las leyes reveladas por Dios a Moisés no fueron otra cosa que las leyes del gobierno particular de los hebreos". Moisés, profeta y legislador, confirió a estas disposiciones judiciarias y gubernamentales la misma virtud que a sus preceptos religiosos, vale decir la revelación. Iahvé no solamente había dicho a los hebreos: "No creeréis sino en el Dios Uno y no adoraréis ídolos" sino que también les había prescripto normas de higiene y de moral. No solamente les había asignado Él mismo, minuciosamente, el territorio donde debían consumarse los sacrificios, sino que había determinado las modalidades según las cuales este territorio sería administrado. Cada una de las leyes dadas, fuera agraria, civil, profiláctica, teológica o moral, se beneficiaba con la misma autoridad y tenía la misma sanción, de tal suerte que estos distintos códigos constituían un todo único, un haz riguroso del que no se podía apartar nada so pena de sacrilegio.

En realidad, el judío vivía bajo la dominación de un amo, Iahvé, que nadie podía vencer ni combatir, y sólo conocía una cosa: la Ley, vale decir el conjunto de las normas y prescripciones que Iahvé, cierto día, había querido dar a Moisés. Ley divina y excelente, propia para conducir a los que la seguían a la felicidad eterna; ley perfecta que sólo el pueblo judío había recibido.

Con semejante idea de su Thorah, el judío difícilmente podía admitir las leyes de los pueblos extranjeros. Por lo menos, no podía ni soñar en que le fuesen aplicadas. No podía abandonar las leyes divinas, eternas, buenas y justas, para seguir leyes humanas fatalmente manchadas de caducidad e imperfección. ¡Si hubiera podido elegir en esta Thorah; si por un lado, hubiera podido colocar las ordenanzas civiles y por otro, las ordenanzas religiosas! ¿Pero no tenían todas ellas un carácter sagrado y no dependía de su observancia total la felicidad de la nación judía?

Estas leyes civiles, que convenían a una nación y no a colectividades, los judíos no las querían abandonar al incorporarse a los otros pueblos, pues, por más que fuera de Jerusalén y del reino de Israel estas leyes no tuviesen más razón de ser, no por ello dejaban de constituir, para todos los hebreos, obligaciones religiosas que se habían comprometido a cumplir por un pacto antiguo con la Divinidad.

Por ello, en todas partes donde los judíos establecieron colectividades y en todas partes adonde fueron transportados pidieron no sólo que se les permitiese practicar su religión sino también que no se les impusiesen las costumbres de los pueblos en medio de los cuales estaban llamados a vivir y que se los dejase gobernarse por sus propias leyes.

En Roma, en Alejandría, en Antioquía y en la Cirenaica, pudieron actuar libremente. No se los citaba el sábado ante los tribunales y hasta se les permitió tener sus tribunales especiales y no ser juzgados según las leyes del imperio. Cuando las distribuciones de trigo caían un sábado, se reservaba su parte para el día siguiente. Podían ser decuriones, con exención de las prácticas contrarias a su religión. Se administraban a sí mismos como en Alejandría, con sus jefes, su senado y su etnarca, y no estaban sometidos a la autoridad municipal.

En todas partes querían seguir siendo judíos y en todas partes conseguían privilegios que les permitían fundar un Estado dentro de otro Estado. Merced a estos privilegios, estas exenciones y estas desgravaciones impositivas, se encontraban rápidamente en mejor situación que los propios ciudadanos de las ciudades en las cuales vivían. Tenían más facilidad para traficar y enriquecerse. Así suscitaron envidia y odio.

El apego de Israel a su ley fue, por lo tanto, una de las causas primeras de su reprobación, sea que cosechara, gracias a la ley misma, beneficios y ventajas susceptibles de producir envidia, sea que arguyera de la excelencia de su Thorah para considerarse por encima y fuera de los demás pueblos.

Si por lo menos los israelitas se hubieran limitado al mosaísmo puro, sin duda habrían podido, en determinado momento de su historia, modificar dicho mosaísmo de tal modo que sólo subsistiesen los preceptos religiosos o metafísicos. Más aún, si no hubieran tenido como libro sagrado sino la Biblia, tal vez se hubiesen fundido en la Iglesia naciente, que encontró a sus primeros adeptos entre los saduceos, los esenios y los proselitas judíos. Una cosa impidió tal fusión y mantuvo a los hebreos aislados entre los pueblos: fue la elaboración del Talmud: la dominación y autoridad de los doctores que enseñaron una supuesta tradición. Pero esta acción de los doctores, sobre la cual volveremos, hizo también de los judíos los seres huraños, poco sociables y orgullosos de quienes Spinoza, que los conocía muy bien, pudo decir: "No es de extrañar que, después de permanecer dispersos durante tantos años, hayan persistido sin gobierno, puesto que se han separado de todas las demás naciones, a tal punto que han levantado contra ellos el odio de todos los pueblos, no sólo por sus ritos exteriores, contrarios a los ritos de las demás naciones, sino también por el signo de la circuncisión".

Así, decían los doctores, la meta del hombre en la tierra es el conocimiento y la práctica de la Ley, y sólo se puede practicarla plenamente escapando de las leyes que no son la verdadera. El judío que seguía estos preceptos se aislaba del resto de los hombres; se atrincheraba detrás de los setos que habían levantado alrededor de la Thorah Esdras y los primeros escribas y luego los fariseos y los talmudistas herederos de Esdras, deformadores del mosaísmo primitivo y enemigos de los profetas. No se aisló solamente negándose a someterse a las costumbres que establecían vínculos entre los habitantes de las comarcas en las cuales se había radicado sino también rechazando toda relación con estos habitantes mismos. A su asociabilidad el judío agregó el exclusivismo.

Sin la Ley, sin Israel para practicarla, el mundo no sería: Dios lo devolvería a la nada. Y el mundo sólo conocerá la felicidad cuando esté sometido al imperio universal de esta ley, vale decir al imperio de los judíos. Por lo tanto, el pueblo judío es el pueblo elegido por Dios como depositario de sus voluntades y de sus deseos; es el único con el cual la Divinidad hizo un pacto: el elegido del Señor. En el momento en que la serpiente tentó a Eva, dice el Talmud, la corrompió con su veneno. Israel, al recibir la revelación del Sinaí, se liberó del mal. Las demás naciones no pudieron curarse. Por ello, si cada una de ellas tiene su ángel de la guarda y sus constelaciones protectoras, Israel está colocado bajo el ojo mismo de Jehová. Es el hijo predilecto del Eterno, el que tiene derecho exclusivo a su amor, su benevolencia y su protección especial. Los demás hombres están colocados por debajo de los hebreos. Sólo por piedad tienen derecho a la munificencia divina, puesto que sólo las almas de los judíos descienden del primer hombre. Los bienes que se deleguen en las naciones pertenecen en realidad a Israel, y vemos al mismo Jesús contestar a la mujer griega: "No es bueno tomar el pan de los niños para tirarlo a los cachorros".

Esta fe en su predestinación, en su elección, ha desarrollado en los judíos un inmenso orgullo. Llegaron a mirar a los no judíos con desprecio y a menudo con odio cuando se mezclaron, a estas razones teológicas, razones patrióticas.

Cuando la nacionalidad judía se encontró en peligro bajo Juan Hyrcán, los fariseos declaraban impuro el suelo de los pueblos extranjeros e impuras, las frecuentaciones entre judíos y griegos. Más tarde, los chamaitas, en un sínodo, propusieron establecer una separación completa entre israelitas y paganos y elaboraron un compendio de prohibiciones, titulado Las Dieciocho Cosas, el que a pesar de la oposición de los hilelitas, acabó por predominar. Por ello, en los consejos de Antiochus Sidetes se empieza a hablar de la insociabilidad judía, vale decir "del firme propósito de vivir exclusivamente en un medio judío, fuera de toda comunicación con los idólatras, y del ardiente deseo de hacer estas comunicaciones cada vez más difíciles, si no imposibles". Y se ve, ante Antiochus Epifanio, el gran sacerdote Menelaus acusar la ley de "enseñar el odio del género humano, de prohibir sentarse en la mesa de los extranjeros y demostrarles benevolencia".

Si tales prescripciones hubieran perdido su autoridad al desaparecer las causas que las habían motivado y, de algún modo, justificado, el daño no habría sido muy grande. Pero se las ve reaparecer en el Talmud, y la autoridad de los doctores les dio nueva sanción. Cuando cesó la oposición entre los saduceos y los filisteos, cuando estos últimos salieron vencedores, estas prohibiciones adquirieron fuerza de ley, Fueron enseñadas y sirvieron así a desarrollar y exagerar el exclusivismo de los judíos.

También un temor, el de la mácula, separó a los judíos del mundo e hizo más riguroso su aislamiento. Sobre la mácula los fariseos tenían ideas de un rigor extremo. Las prohibiciones y prescripciones de la Biblia no bastaban, según ellos, para preservar al hombre del pecado. Ya que el menor contacto contagiaba los vasos de los sacrificios, llegaron a estimarse manchados ellos mismos por un contacto extranjero. De este miedo salieron innumerables normas relativas a la vida diaria: normas sobre la vestimenta, la vivienda y la alimentación, todas ellas establecidas con el propósito de evitar a los israelitas la mácula y el sacrilegio y, una vez más, susceptibles de ser observadas en una nación independiente o en una ciudad, pero imposible de respetar en los países extranjeros. Pues implicaban la necesidad, para los que querían someterse a ellos, de rehuir la convivencia con los no judíos y, por consiguiente, de vivir solos y hostiles a todo acercamiento.

Los fariseos y los rabanitas fueron aún más lejos. No se limitaron a querer preservar el cuerpo: trataron de salvaguardar la mente. La experiencia había mostrado cuán peligrosas eran, para lo que consideraban su fe, las importaciones helénicas o romanas. Los nombres de los grandes sacerdotes helenizantes, Iasón, Menelaus, etc., recordaban a los rabanitas los tiempos en que el genio de Grecia, al conquistar parte de Israel, casi los había vencido. Sabían que el partido saduceo, amigo de los griegos, había abierto el camino al cristianismo, como también, por lo demás, los alejandrinos y todos aquellos que afirmaban que "las disposiciones legales, claramente formuladas en la ley mosaica, son las únicas obligatorias. Todas las otras, procedan de tradiciones locales o de promulgaciones posteriores, no obligan a una rigurosa observancia". Bajo la influencia griega habían surgido los libros y los oráculos que prepararon al Mesías. Los judíos helenizantes, Filón y Aristóbulo, el pseudo Focilida y el pseudo Longin, los autores de los oráculos sibilinos y los pseudo órficos, todos estos herederos de los profetas, cuya obra revivía, conducían los pueblos a Cristo. Y se puede decir que el verdadero mosaísmo, depurado y engrandecido por Isaías, Jeremías y Ezequiel, y también abierto a lo universal por los judeohelenistas, habría llevado a Israel al cristianismo si el esdraísmo, el fariseísmo y el talmudismo no hubieran mantenido a la masa de los judíos en los vínculos de las observaciones estrictas y de las estrechas prácticas rituales.

Para proteger al pueblo de Dios, para ponerlo al amparo de las malas influencias, los doctores exaltaron su ley por encima de todo. Declararon que sólo su estudio debía gustar a los israelitas y, puesto que la vida entera apenas bastaba para conocer y profundizar todas las sutilezas y toda la casuística de esta ley, prohibieron dedicarse al estudio de las ciencias profanas y de los idiomas extranjeros. "No se estiman entre nosotros los que aprenden varios idiomas", ya decía Josefo. Pronto no fueron solamente despreciados sino excomulgados. Tales exclusiones no parecieron suficientes a los rabanitas. A defecto de Platón, ¿no tenía el judío la Biblia, y no podría llegar a escuchar la voz de los profetas? Puesto que no se podía proscribir el Libro, se disminuyó su importancia y se lo hizo tributario del Talmud. Los doctores declararon: "La Ley es agua; la Mischna es vino". Y la lectura de la Biblia se consideró menos provechosa, menos útil para la salvación, que la Mischna.

Sin embargo, los rabanitas no consiguieron matar del primer golpe la curiosidad de Israel. Necesitaron siglos para ello, y recién en el siglo XIV fueron victoriosos: cuando Ibn Esra, E. Bechai, Maimónides, Bedarchi, Joseph Caspi, Levi ben Gerson, Moisés de Narbona y muchos otros más – todos aquellos que, hijos de Filón y de los alejandrinos, querían vivificar el judaísmo con la filosofía extranjera – hubieron desaparecido; cuando Ascher ben Jechiel hubo llevado a la asamblea de los rabinos de Barcelona a excomulgar a quienes se ocuparan de ciencia profana; cuando R. Schalem de Montpellier hubo denunciado a los dominicos el More Nebouchim; y cuando este libro, la más alta expresión del pensamiento de Maimónides, hubo sido quemado. Entonces los rabinos triunfaron.

Habían alcanzado su meta. Habían segregado a Israel de la comunidad de los pueblos. Habían hecho de él un solitario huraño, rebelde a toda ley, hostil a toda fraternidad y cerrado a toda idea bella, noble o generosa, Habían hecho de él una nación miserable y pequeña, agriada por el aislamiento, embrutecida por una educación estrecha, desmoralizada y corrompida por un injustificable orgullo.

Con esta transformación del espíritu judío, con la victoria de los doctores sectarios, coincide el comienzo de las persecuciones oficiales. Hasta esa época, casi no había habido sino explosiones de odios locales, pero no vejaciones sistemáticas.

Con el triunfo de los rabanitas nacen los ghettos mientras que la expulsiones y las matanzas empiezan. Los judíos quieren vivir aparte: la gente se aleja de ellos. Detestan el espíritu de las naciones en medio de las cuales viven: las naciones los echan. Queman el More: se les quema el Talmud y se los quema a ellos mismos.

Parece que nada más podía actuar para separar completamente a los judíos del resto de los hombres y hacer de ellos un objeto de horror y reprobación. Sin embargo, otra causa vino, a agregarse a las que acabamos de exponer: el indomable y tenaz patriotismo de Israel.

Por cierto, todos los pueblos estuvieron apegados al suelo en el cual habían nacido. Vencidos, abatidos por conquistadores y obligados al exilio o a la esclavitud, permanecían fieles al dulce recuerdo de la ciudad saqueada o de la patria perdida. Pero ninguno conoció el patriotismo exaltado de los judíos. Es que el griego cuya ciudad estaba destruida podía en algún otro lugar reconstruir el hogar que bendecían los antepasados. El romano que se exilaba llevaba con él sus penates. Atenas y Roma no eran la patria mística que fue Jerusalén.

Jerusalén era el custodio del tabernáculo que contenía las palabras divinas. Era la ciudad del Templo único, el único lugar del mundo donde se podía eficazmente adorar a Dios y ofrecerle sacrificios. Sólo más tarde, muy tarde, casas de plegaria se alzaron en otras ciudades de Judea, o de Grecia, o de Italia. Pero en estas casas, el culto se limitaba a lecturas de la Ley y a discusiones teológicas. Sólo en Jerusalén, el santuario elegido, se manifestaba la pompa de Jehová. Cuando en Alejandría se edificó un templo, se lo consideró herético; y, de hecho, las ceremonias que en él se celebraban no tenían sentido alguno, pues hubieran debido cumplirse en el templo verdadero. San Juan Crisóstomo, después de la dispersión de los judíos y la destrucción de su ciudad, pudo decir muy justamente: "Los judíos sacrifican en todos los lugares de la tierra, menos donde el sacrificio es permitido y válido, vale decir en Jerusalén".

Por ello, para los hebreos, el aire de Palestina es el mejor: basta para hacerlo sabio al hombre. Su santidad es tan eficaz que cualquiera que more fuera de sus límites es como si no tuviera Dios. Por eso no se puede vivir en otro lugar y el Talmud excomulga a quienes coman el cordero pascual en un país extranjero.

Todos los judíos de la dispersión mandaban a Jerusalén el impuesto de la didracma, para el mantenimiento del templo. Una vez en su vida iban a la ciudad sagrada, como más tarde los musulmanes fueron a La Meca. Después de muertos se hacían transportar a Palestina y eran numerosas las embarcaciones que llegaban a la costa, cargadas con pequeños féretros que se transportaban a lomo de camello.

Es que sólo en Jerusalén y en el país dado por Dios a los antepasados los cuerpos resucitarían. Allá, los que hubieran creído en Iahvé, observado su ley y obedecido su palabra se despertarían ante el clamor de los últimos clarines y comparecerían ante el Señor. Sólo allá podrían levantarse a la hora marcada. Pues cualquier otra tierra que la que riega el Jordán amarillo es una tierra vil, podrida por la idolatría y privada de Dios.

Cuando la patria hubo muerto, cuando destinos contrarios esparcieron a Israel por el mundo, cuando el templo hubo desaparecido en las llamas y cuando idólatras ocuparon el suelo santísimo, la añoranza de los países pasados se perpetuó en el alma de los judíos. Todo había terminado. Ya no podrían, el día del Perdón, ver al chivo negro llevarse sus pecados al desierto, ni ver matar el cordero para la noche de Pascua, ni llevar al altar sus ofrendas. Y, privados de Jerusalén durante su vida, no serían llevados allá después de muertos.

Dios no debía de abandonar a sus hijos, pensaban los piadosos. Leyendas ingenuas vinieron a sostener a los exilados. Cerca de la tumba de los judíos fallecidos en el exilio, se decía, Jehováh abría largas cuevas a través de las cuales los cadáveres rodaban hasta Palestina, mientras que el pagano que moría allá, cerca de las colinas sagradas, salía de la tierra de elección, pues no era digno de permanecer donde se produciría la resurrección.

Esto no les bastaba. No se resignaban a no ir a Jerusalén sino como peregrinos lamentables que lloraban ante los muros derrumbados, tan insensibles en su dolor que algunos se dejaban aplastar por los cascos de los caballos cuando, gimiendo, besaban el suelo: no creían que Dios ni la ciudad bienaventurada los hubieran abandonado. Con Judás Levita, exclamaban: "¿Sión, has olvidado a tus desgraciados hijos que gimen en la esclavitud?"

Esperaban que su Señor, con su mano poderosa, levantara las murallas caídas. Esperaban que un profeta – un elegido – los llevara de vuelta a la tierra prometida. ¡Y cuántas veces se los vio, en el curso de los siglos – ellos, a quienes se reprocha aferrarse demasiado a los bienes terrenales – abandonar casa y fortuna para seguir un mesías falaz que se ofrecía para conducirlos y prometía el tan esperado retorno! Fueron millares los que arrastraron así Sereno, Moisés de Creta y Alroi, los que se dejaron exterminar en espera del día de la felicidad.

En los talmudistas, estos sentimientos de exaltación popular – estos místicos heroísmos – se transformaron. Los doctores enseñaron el restablecimiento del Imperio judío y, para que Jerusalén naciera de sus ruinas, quisieron conservar puro al pueblo de Israel, impedirle mezclarse y penetrarlo de la idea de que en todas partes estaba exilado, en medio de enemigos que lo mantenían cautivo. Decían a sus alumnos: "No cultives el suelo extranjero: pronto cultivarás el tuyo. No te apegues a ninguna tierra, pues, al hacerlo, serías infiel al recuerdo de tu patria. No te sometas a ningún rey, puesto que no tienes otro amo que el Señor del país santo, Jehová. No te disperses en el seno de las naciones: comprometerías tu salvación y no verías el día de la resurrección. Consérvate tal como saliste de tu casa: llegará la hora en que vuelvas a ver las colinas de tus antepasados, y estas colinas serán entonces el centro del mundo, del mundo que te estará sometido".

Así, todos estos sentimientos diversos que habían servido en otros tiempos para constituir la hegemonía de Israel, para conservarle su carácter de pueblo y para permitirle desarrollarse con una muy poderosa y muy elevada originalidad; todas estas virtudes y todos estos vicios que le dieron la mentalidad especial y la fisonomía necesarias para conservar una nación y que le permitieron alcanzar su grandeza y, más tarde, defender su independencia con férrea y admirable energía; todo esto contribuyó, cuando los judíos dejaron de tener un Estado, a encerrarlos en el aislamiento más completo y más absoluto.

Tal aislamiento ha sido el factor de su fuerza, afirman algunos apologistas. Si quieren decir que gracias a él los judíos persistieron, esto es cierto. Pero si se consideran las condiciones en las cuales permanecieron como pueblo, se verá que dicho aislamiento fue el factor de su debilidad y que sobrevivieron hasta los tiempos modernos, como una legión de parias, de perseguidos y a menudo, de mártires. Por lo demás, no fue exclusivamente a su reclusión que debieron tal sorprendente persistencia. Su excepcional solidaridad, debida a su desdicha – el apoyo mutuo que se prestaron – desempeñó un papel fundamental. Aun hoy en día, cuando en algunos países se mezclan en la vida política después de abandonar sus dogmas confesionales, es esta misma solidaridad la que les impide mezclarse y desaparecer, al conferirles posiciones a las que no son indiferentes.

Esta preocupación por los intereses mundanos, que marca un lado del carácter hebraico no dejó de actuar sobre la conducta de los judíos, sobre todo cuando hubieron abandonado Palestina. Y, al orientarlos en ciertas vías, con exclusión de tantas otras, provocó contra ellos animosidades más violentas y sobre todo más directas.

El alma del judío es doble: mística y positiva. Su misticismo va de las teofanías del desierto a los ensueños metafísicos de la Cábala. Su positivismo, o más bien su racionalismo, se manifiesta tanto en las sentencias del Eclesiastés como en las disposiciones legislativas de los rabinos y las controversias dogmáticas de los teólogos. Pero si el misticismo lleva a un Filón o a un Spinoza, el racionalismo conduce al usurero, al traficante de oro: hace surgir al comerciante ávido. Es cierto que a veces las dos mentalidades se yuxtaponen, y el israelita, como sucedió en la Edad Media, puede dividir su vida en dos partes: una dedicada al sueño del absoluto y la otra, al comercio más astuto.

De este amor de los judíos por el oro no podemos tratar aquí. Si se exacerbó hasta el punto de convertirse, para esta raza, casi en el único motor de sus actos y si engendró un antisemitismo violentísimo y durísimo, no por ello puede considerarse una de sus causas generales. Por el contrario, fue el resultado de dichas causas y veremos que fue en parte el exclusivismo, el persistente patriotismo y el orgullo de Israel lo que lo llevó a convertirse en el usurero odiado por el mundo entero.

En efecto, todas estas causas que acabamos de enunciar, si bien son generales, no son únicas. Las he llamado generales porque dependen de un elemento fijo: el judío. Sin embargo, el judío no es sino uno de los factores del antisemitismo. Lo provoca por su presencia, pero no lo determina por sí solo.

De las naciones en medio de las cuales han vivido los israelitas, del modo de vivir, de las costumbres, de la religión, del gobierno y de la filosofía misma de los pueblos entre los cuales se ha desarrollado Israel dependen los caracteres particulares del antisemitismo, caracteres éstos que cambian con la época y con el país.

BERNARD LAZARE
Periodista crítico político, anarquista y judío sefardita
Prefacio de su libro 'EL ANTISEMITISMO, SU HISTORIA Y SUS CAUSAS'
Edición Original (1894)


NOTA: El siglo XX ha supuesto el desarrollo y consolidación del sionismo y la recuperación del Estado de Israel. Hoy puede decirse que los judíos dominan el mundo financiero, político y cultural, sobre todo en Occidente. Por ello es interesante el texto, muy anterior a los últimos acontecimientos: la II Guerra Mundial, el Holocausto como liturgia (al leer el texto se comprende que los judíos no podían aceptar la propuesta de Hitler de regalarles una nueva patria en Madagascar, como tampoco aceptaron la Región Autónoma Hebrea de Stalin) y el camino sin retorno hacia la consecución del Gran Israel bíblico.

lunes, 19 de agosto de 2013

La verdad indeseable de la quimioterapia en el cáncer

Boletín Armas para defender la salud nº 221

La verdad indeseable de la quimioterapia en el cáncer

Alter info / l’info Alternative


La verdad indeseable de la quimioterapia en el cáncer

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Hace años que la quimioterapia es denigrada por numerosos cancerólogos, franceses y norteamericanos y no de los menores, los cuales han osado expresar su duda en cuanto a las curaciones obtenidas por las vías clásicas. Hardin B Jones, entonces profesor de física médica y de fisiología en Berkeley, había comunicado ya en 1956 a la prensa los resultados alarmantes de un estudio sobre el cáncer que había llevado a cabo durante veintitrés años sobre enfermos de cáncer y que le había llevado a la conclusión de que los pacientes no tratados no morirían antes que los que recibían la quimioterapia, más bien al contrario.
«Los pacientes que han rechazado todo tratamiento han vivido una media de doce años y medio. Los que se han sometido a la intervención quirúrgica y a los otros tratamientos tradicionales han vivido una media de tres años solamente [1] ». 
El Dr Jones desvelaba también la cuestión de las sumas fabulosas generadas por el «Cancer business». Las conclusiones desestabilizadoras del Dr Jones no han sido jamás refutadas. (Walter Last, The Ecologist, vol. 28, n°2, Marzo-abril 1998).

El 4 de octubre de 1985, el Pr. Georges Mathé confirmaba a L’Express:
«Hay cada vez más cánceres porque el diagnóstico es mucho más precoz (*), pero no lo controlan tan bien como dicen, a pesar de que la quimioterapia es defendida sobre todo por los quimioterapeutas y por los laboratorios [lo que él llamaba la “cancer-connection”], y por una buena razón: viven de ello. Si yo tuviera un tumor, no iría a un centro anticanceroso» (cf. Le Monde, 4 mayo 1988). 
A su vez, el Dr. Martin Shapiro escribía en un artículo «Chimiothérapie: Huile de perlimpinpin? » (Quimioterapia: ¿Aceite de serpiente?):
«Ciertos cancerólogos informan a sus pacientes de la falta de evidencias de que este tratamiento sea útil, otros son engañados, sin duda, por el optimismo de las publicaciones científicas sobre la quimioterapia. Otros responden a una estimulación económica. Los que la practican pueden ganar más practicando la quimioterapia que prodigando consuelo y alivio a los pacientes moribundos y a sus familias». (cf. Los Angeles Times, 1 septiembre 1987). 

Este punto de vista es ampliamente compartido por los doctores E. Pommateau y M. d’Argent que piensan que la quimioterapia
 «no es nada más que un procedimiento de destrucción de células malignas como la cirugía o la radioterapia. No resuelve el problema crucial de la reacción del huésped que debería ser, como último recurso, la única en investigar para parar el crecimiento canceroso»  (Leçons de cancérologie pratique). 

Por su parte, el Pr. Henri Joyeux, cancerólogo en Montpellier, ha declarado en varias ocasiones que
«son los intereses financieros gigantescos los que permiten explicar que la verdad científica esté, todavía hoy en día, a menudo demasiado oculta: el 85 % de las quimioterapias son cuestionables, es decir, inútiles». 
Para ellos, como para muchos otros médicos, los únicos casos de curación con esta terapéutica son casos que pueden curar espontáneamente, es decir, en los cuales el  huésped puede organizar sus propias defensas. Es difícil ser más claro: ¡la quimioterapia no sirve para nada! Y para la progresión de los casos de curación, el Dr. Jean-Claude Salomon, director de investigación del CNRS, cancerólogo, estima que el porcentaje de supervivencia a cinco años después del diagnóstico inicial se ha acrecentado por la única razón de que se saben hacer diagnósticos más precoces, pero que si no va acompañado de un descenso de la mortalidad, el aumento del porcentaje de supervivencia a cinco años no es un índice de progreso.
«El diagnóstico precoz sólo tiene a menudo el efecto de alargar la duración de la enfermedad con su cortejo de angustia. Esto contradice las afirmaciones que conciernen a los pretendidos avances terapéuticos». (cf. Qui décide de notre santé. Le citoyen face aux experts,Bernard Cassou et Michel Schiff, 1998). 
El Dr. Salomon precisa que se contabilizan sin distinción los verdaderos cánceres y los tumores que sin duda no habrían provocado jamás la enfermedad cancerosa, lo que contribuye a aumentar artificialmente el porcentaje de cánceres «curados». Esto aumenta también, evidentemente, los de los cánceres «declarados». 

Más aún, un  hecho confirmado por el Dr Thomas Dao, que fue director del departamento de cirugía mamaria en el Roswell Park Cancer Institute de Buffalo de 1957 a 1988: 
«A pesar del uso extendido de la quimioterapia, la tasa de mortalidad por cáncer de mama no ha cambiado en  estos 70 últimos años». 
Así como por John Cairns, profesor de microbiología en la universidad de Harvard, quien publicó en 1985 una crítica en Scientific American:
 «Aparte de algunos cánceres raros, es imposible detectar alguna mejoría por la quimioterapia en la mortalidad de los cánceres más importantes. Jamás se ha establecido que cualquier cáncer pueda ser curado con la quimioterapia». 
Nueva confirmación del Dr. Albert Braverman, hematólogo y cancerólogo de New York, en Lancet:
«Numerosos cancerólogos recomiendan la quimioterapia para prácticamente todos los tumores, con un optimismo no desalentado por un fracaso casi inevitable […] ninguna neoplasia diseminada, incurable en 1975, es curable actualmente» (cf. La Cancérologie dans les années 1990,  vol. 337, 1991, p.901). 
En cuanto al Dr. Charles Moertal, cancerólogo de la Clínica Mayo, admite que:
 «Nuestros  protocolos más eficaces están llenos de riesgos y de efectos secundarios; y después de que todos los pacientes que hemos tratado hayan pagado este precio, sólo una pequeña fracción es recompensada por un periodo transitorio de regresión incompleta del tumor». 
Alan Nixon, antiguo presidente de la American Chemical Society, es todavía más radical:
«En tanto que químico, entrenado en interpretar publicaciones, me es difícil comprender cómo los médicos pueden ignorar la evidencia de que la quimioterapia hace mucho, mucho más mal que bien». 
Ralph Moss es un científico no médico que estudia el cáncer desde hace lustros. Escribe artículos sobre este tema en revistas prestigiosas, tales como Lancet, Journal of the National Cancer Institute, Journal of the American Medical Association, New Scientist, y ha publicado una obra The Cancer Industry [2]: 
«Finalmente, no existe ninguna prueba de que la quimioterapia prolongue la vida en la mayoría de los casos, y es una gran mentira afirmar que existe una correlación entre la disminución de un tumor y el alargamiento de la vida del paciente».  
Confiesa que él creía antes en la quimioterapia, pero que la experiencia le ha demostrado su error:
«El tratamiento convencional del cáncer es tan tóxico e inhumano que lo temo más que morir de un cáncer. Sabemos que este terapia no funciona –si funcionara no lamentaríamos más el cáncer que una neumonía. […] Sin embargo, la mayor parte de los tratamientos alternativos, independientemente de las pruebas de su eficacia, están prohibidos, lo que obliga a los pacientes a dirigirse hacia el fracaso pues no tienen alternativa». 
El Dr. Maurice Fox, profesor emérito de biología en el MIT (Massachusetts Institute of Technology) [3] ha constatado, como muchos de sus pares, que los enfermos de cáncer que rechazaban los tratamientos médicos tenían una tasa de mortalidad inferior a los que los aceptaban.

El Centro del Cáncer de la Universidad McGill en Canadá ha enviado un cuestionario a 118 médicos especialistas en cáncer de pulmón a fin de determinar el grado de confianza que se concedía a los productos que los científicos de la universidad estaban evaluando. Les pedía que imaginaran que ellos tenían un cáncer y que dijeran qué medicamento elegirían entre seis en curso de ensayos. Hubo 79 respuestas de médicos, entre los cuales 64, es decir, el 81% no aceptarían participar en los ensayos de quimioterapia a base de Cisplatino que ellos estaban testando y otros 58 médicos entre los 79, es decir, el 73%, estimaban que los ensayos en cuestión eran inaceptables, teniendo en cuenta la ineficacia de los productos y su elevado grado de toxicidad [4] . 

Por otra parte el Dr. Ulrich Abel, epidemiólogo alemán del Centro del Cáncer de Heidelberg-Mannheim, ha pasado revista a todos los documentos publicados sobre la quimioterapia en más de 350 centros médicos en todo el mundo. Tras haber analizado, durante muchos años, millares de publicaciones, ha descubierto que la tasa global de éxito de la quimioterapia en todo el mundo era «lamentable», solamente el 3 %, y que simplemente no existe ninguna prueba científica que indique que la quimioterapia podía 
«prolongar de forma sensible la vida de los pacientes que sufrían cánceres orgánicos los más corrientes». 
Él califica la quimioterapia de «terreno científicvago» y afirma que al menos el 80% de la quimioterapia administrada en todo el mundo es inútil y se parece a los «trajes nuevos del emperador», por lo que ni el doctor ni el paciente desean renunciar a la quimioterapia. El Dr. Abel concluye: 
«Numerosos cancerólogos tienen por admitido que la quimioterapia prolonga la vida de los pacientes. Es una opinión fundada sobre una ilusión que no está apoyada por ningún estudio clínico» [5]. 
Este estudio no ha sido comentado jamás en los grandes medios de comunicación y ha sido completamente enterrado. Se comprende el porqué.

En resumen, la quimioterapia es muy tóxica y no puede diferenciar entre las células sanas y las células cancerosas. Destruye poco a poco el sistema inmunitario que ya no puede proteger más el cuerpo humano de las enfermedades ordinarias. Un 67% de personas que mueren durante el tratamiento del cáncer lo hacen debido a infecciones oportunistas que no han sido combatidas por el sistema inmunitario

El estudio más reciente y significativo ha sido publicado por la revista Clinical Oncology [6] y llevado a cabo por tres famosos oncólogos australianos, el Pr. Graeme Morgan del Royal North Shore Hospital de Sydney, el Pr Robyn Ward [7] de la Universidad de New South Wales-St. Vincent's Hospital y el Dr Michael Barton, miembro de la Collaboration for Cancer Outcomes Research and Evaluation del Liverpool Health Service en Sydney.  Su minucioso trabajo está basado en el análisis de los resultados de todos los estudios controlados en doble ciego llevados a cabo en Australia y Estados Unidos, que conciernen a la supervivencia de 5 años acreditada por la quimioterapia en casos de adultos durante el período de enero de 1990 a enero de 2004, con un total de 72.964 pacientes en Australia y de 154.971 en Estados Unidos, todos tratados con quimioterapia. Este vasto estudio demuestra que no se puede pretender, como de costumbre, que no se trata de nada más que de algunos pacientes, lo que permite a los sistemas establecidos barrerlos de un plumazo. Los autores han optado deliberadamente por una estimación optimista de los beneficios, pero a pesar de esta precaución, su publicación prueba que la quimioterapia no contribuye nada más que en un 2% más o menos a la supervivencia de los pacientes después de 5 años, es decir, el 2,3% en Australia, y el 2,1% en Estados Unidos.
«Algunos terapeutas siguen siendo sin embargo optimistas y esperan que la quimioterapia citotóxica [8] prolongará la vida de los enfermos de cáncer», han declarado los autores en su introducción. 
Se preguntan con razón, cómo es posible que una terapia que ha contribuido tan poco a la supervivencia de los pacientes en el transcurso de los 20 últimos años, continúe teniendo tal éxito en las estadísticas de ventas. Es verdad que se les puede responder que los pacientes poco curiosos o simplemente turbados no tienen ninguna elección: no se le propone ninguna otra.

Massoud Mirshahi, investigador en la universidad Pierre et Marie Curie y su equipo descubrieron en 2009 que nuevas células del micro-medioambiente tumoral estarían implicadas en la resistencia a la quimioterapia de las células cancerosas y las recidivas con la aparición de metástasis. Estas células han sido llamadas «Hospicel», pues sirven de nichos que tienen la propiedad de fijar un gran número de células cancerosas y de protegerlas de la acción de la quimioterapia. Las «Hospicel», provienen de la diferenciación de las células madre de la médula ósea, y están presentes en los derrames en los enfermos afectados de cáncer (líquido ascítico, derrames pleurales). Las células cancerosas aglutinadas alrededor de una «Hospicel», forman verdaderos pequeños nódulos cancerosos. En estos nódulos han sido igualmente identificadas células inmuno-inflamatorias. La microscopía electrónica ha demostrado que había zonas de fusión entre las membranas de las «Hospicel» y las de las células cancerosas, que permiten el paso de material de una célula a otra. Además, los investigadores han observado la transferencia de material membranario de la «Hospicel», a las células cancerosas, fenómeno llamado trogocitosis. Otros muchos mecanismos, como el reclutamiento de las células inmunitarias supresivas o la secreción de factores solubles por las « Hospicel», ayudan también a la resistencia de las células cancerosas contra la quimioterapia. A tenor de esta importancia, sugiere que las células cancerosas «anidadas» sobre una «Hospicel», podrían ser consideradas como responsables de la enfermedad residual. Para la investigación lo importante es encontrar drogas susceptibles a la vez de destruir las células cancerosas y las «Hospicel». [9]

Otros estudios han aparecido últimamente: El primero, publicado en la revista Nature, indica que una gran mayoría de estudios sobre el cáncer son inexactos y potencialmente fraudulentos. Los investigadores no llegan nada más que raramente a replicar los resultados de los grandes estudios “de referencia”. Entre 53 estudios importantes sobre el cáncer, por tanto, publicados en las revistas científicas de alto nivel, 47 no han podido ser reproducidos jamás con resultados semejantes. Esto, sin embargo, no es una novedad, ya que, en 2009, investigadores del Comprehensive Cancer Center de la Universidad de Michigan, habían igualmente publicado conclusiones de célebres estudios sobre el cáncer, todas sesgadas a favor de la industria farmacéutica. Y resta notoriedad pública a que ciertos medicamentos contra el cáncer provocan metástasis.

Esta larga lista de publicaciones, todas negativas y no exhaustivas en cuanto a los “beneficios” de la quimioterapia, podrían explicarse con los trabajos de ciertos investigadores de la Harvard Medical School de Boston (USA), que han constatado que dos medicamentos utilizados en quimioterapia provocan el desarrollo de nuevos tumores, ¡y no al contrario! Se trata de los nuevos medicamentos que bloquean los vasos sanguíneos que “alimentan” el tumor. Los especialistas los llaman tratamientos “anti-angiogénesis”. Estos medicamentos, el Glivec y el Sutent (principios activos imatinib y sunitinib), tienen un efecto demostrado para reducir el tamaño del tumor. Sin embargo, destruyen pequeñas células poco estudiadas hasta el momento, los pericitos, que mantienen bajo control el desarrollo del tumor. Liberado de los pericitos, el tumor tiene mucha más facilidad para extenderse y producir metástasis en otros órganos. Los investigadores de Harvard consideran ahora que, aunque el tumor principal disminuye de volumen gracias a estos medicamentos, ¡el cáncer se convierte también en mucho más peligroso para los pacientes! (Cancer Cell, 10 junio 2012). El profesor Raghu Kalluri, que ha publicado estos resultados en la revista Cancer Cell, ha declarado: 
«Si Vds. solamente tienen en cuenta el desarrollo del tumor, los resultados estarían bien. Pero si Vds. Toman distancia y miran el conjunto, inhibir los vasos sanguíneos del tumor no permite contener la progresión del cáncer. En efecto, el cáncer se extiende».
En fin, un estudio publicado en la revista Nature Medicine en 2012, podría cambiar la idea que nos hemos hecho de la quimioterapia. Los investigadores del Fred Hutchinson Cancer Research Center de Seattle habrían descubierto, en efecto, que esto desencadenaría, en el caso de las células sanas, la producción de una proteína que alimenta los tumores.

Mientras que los investigadores trabajan sobre la resistencia a la quimioterapia en los casos de cánceres metastaseados de mama, de próstata, de pulmón y de colon, han descubierto por azar que la quimioterapia, no solamente no cura el cáncer, sino que activa mucho más el crecimiento y la extensión de las células cancerosas. 

La quimioterapia, método estándar de tratamiento del cáncer hoy en día, obliga a las células sanas a liberar una proteína que en realidad alimenta las células cancerosas y las hace prosperar y proliferar. Según el estudio, la quimioterapia induce la liberación en las células sanas de una proteína, WNT16B, que ayuda a promover la supervivencia y el desarrollo de las células cancerosas. La quimioterapia daña también definitivamente el ADN de las células sanas, perjuicio a largo plazo que persiste mucho tiempo después del fin del tratamiento con la quimio.
«Cuando la proteína WNT16B es secretada, interactúa con las células cancerosas próximas y las hace crecer, expandirse y, lo más importante, resistir a una terapia ulterior», 
ha explicado el coautor del estudio Peter Nelson del Centre de Recherche Fred Hutchinson sobre el cáncer en Seattle, en lo que concierne a este descubrimiento totalmente inesperado. 
«Nuestro resultados indican que en las células benignas las respuestas, de rechazo, pueden contribuir directamente a una dinámica de aumento del tumor», ha añadido el equipo al completo según lo que han observado.
Lo que viene a decir: Evitar la quimioterapia aumenta las posibilidades de recuperar la salud.

¿Cómo es posible que una terapia que ha contribuido tan poco a la supervivencia de los pacientes en el transcurso de los 20 últimos años, continúe teniendo tal éxito en las estadísticas de ventas?. Es verdad que se les puede responder que los pacientes poco curiosos o simplemente turbados no tienen ninguna elección: no se le propone ninguna otra salvo el “protocolo”. ¿A qué presión es sometido el cancerólogo actual para elegir el tratamiento del paciente? Antes, el buen médico elegía en su alma y conciencia, según el juramento de Hipócrates, el mejor tratamiento para su paciente. Él comprometía así su responsabilidad personal tras un tratamiento prolongado con su paciente.
«Desde los años 1990 –y singularmente de forma cada vez más autoritaria desde el plan cáncer de 2004- la libertad de tratar del cancerólogo ha desaparecido en Francia y en ciertos países occidentales. Con el pretexto falaz de la calidad de los cuidados, todos los dosieres de pacientes son “discutidos” en una reunión multidisciplinaria, donde, de hecho, el ensayo terapéutico en curso que testan las drogas nuevas es impuesto por la “comunidad”. El terapeuta que desea derogar este sistema, se encuentra con todos los problemas posibles, en particular los de ver el servicio en el que participa perder su autorización para practicar la cancerología». 
La Dra. Nicole Delépine resume así lo que puede ocurrir cuando uno se aleja de los estrictos protocolos para adaptarlos a la situación personal de los enfermos. 

Sin embargo, tres médicos sobre cuatro osan rehusar la quimio para ellos mismos, en caso de cáncer, en razón de su ineficacia sobre la enfermedad y de sus efectos devastadores sobre la totalidad del organismo humano. Pero este detalle se oculta muy bien a los enfermos.

El doctor Jacques Lacaze, diplomado en cancerología y ardiente defensor de los trabajos del Dr. Gernez sobre el tema, estima que la única verdadera solución es la prevención. 
«En efecto, un cáncer tiene una vida oculta de 8 años de media. Durante este largo período, el embrión del cáncer es muy vulnerable, puede irse a pique por nada. TODOS los especialistas admiten esta realidad, pero pocos entre ellos preconizan una política de prevención. Sin embargo, es fácil hacerlo y poner manos a la obra. Sabemos que la curva de incidencia del cáncer arranca hacia los 40 años, por lo que un futuro cáncer se instala hacia los 32 años. El estudio SUVIMAX ha mostrado que una simple complementación en vitaminas y sales minerales es suficiente para hacer bajar esta incidencia de cánceres alrededor de un 30%. Este estudio ha durado 8 años. No se ha producido ninguna consecuencia en política de salud pública. Entendámoslo bien, la industria farmacéutica no quiere ni oír hablar de ello: no se sierra la rama en la que uno está sentado.
El cuerpo médico está bajo el paraguas de los “grandes patrones” que hacen la lluvia y el buen tiempo y que son generosamente remunerados por esta industria (buscad en internet, veréis que la mayor parte de estos grandes patronos forman parte de una u otra forma de un laboratorio). ¡Y la mayoría de los médicos de base siguen sin rechistar! Y desgraciados los que piensen lo contrario y que contesten la quimioterapia, las vacunas o la antibioterapia […] Debo añadir, pues esto corresponde a mi práctica y a estudios reales hechos por algunos servicios especializados, que numerosos productos calificados de complementarios o alternativos son eficaces, pero prohibidos y perseguidos por las autoridades a las órdenes de la industria farmacéutica».
Para saber más sobre la prevención del cáncer, podéis consultar la web gernez.asso.fr.
No hay que olvidar en este asunto que sólo la presión de las personas concernidas, es decir, todos nosotros, hará doblegar este sistema.

(*) Nota de Alfredo Embid
Es discutible que haya más cánceres porque se diagnostiquen antes. El aumento de cáncer se debe al aumento ubicuo de la contaminación química y radiactiva, y si no lo crees pregúntaselo a los niños iraquíes o bielorrusos.

Referencias
[1] Transactions of the N.Y. Academy of Medical Sciences, vol 6, 1956.
[2] Equinox Press, 1996.
[3] Membre de la National Academy of Sciences, de l’Institute of Medicine et de l’American Academy of Arts and Sciences.
[4] Cité par le Dr Allen Levin, dans son ouvrage The Healing of Cancer.
[5] Abel U. « Chemotherapy of advanced epithelial cancer, a critical review ». Biomed Pharmacother. 1992 ; 46(10) : (439-52).
[6] « The Contribution of Cytotoxic Chemotherapy to 5-year Survival in Adult Malignancies », Clin Oncol (R Coll Radiol). 2005 Jun ; 17(4) : 294.
[7] Le Pr Ward fait également partie du département du ministère de la Santé qui conseille le gouvernement australien sur l’effet des médicaments autorisés, semblable à la Food and Drug Administration américaine.
[8] Propriété qu'a un agent chimique ou biologique d'altérer et éventuellement détruire des cellules.
[9] Oncologic trogocytosis of an original stromal cells induces chemoresistance of ovarian tumours. Rafii A, Mirshahi P, Poupot M, Faussat AM, Simon A, Ducros E, Mery E, Couderc B, Lis R, Capdet J, Bergalet J, Querleu D, Dagonnet F, Fournié JJ, Marie JP, Pujade-Lauraine E, Favre G, Soria J, Mirshahi M.
[10] « The Contribution of Cytotoxic Chemotherapy to 5-year Survival in Adult Malignancies », Clin Oncol (R Coll Radiol). 2005 Jun ; 17(4) : 294.
[11] Le Pr Ward fait également partie du département du ministère de la Santé qui conseille le gouvernement australien sur l’effet des médicaments autorisés, semblable à la Food and Drug Administration américaine.
[12] « The Contribution of Cytotoxic Chemotherapy to 5-year Survival in Adult Malignancies », Clin Oncol (R Coll Radiol). 2005 Jun ; 17(4) : 294.
[13] Le Pr Ward fait également partie du département du ministère de la Santé qui conseille le gouvernement australien sur l’effet des médicaments autorisés, semblable à la Food and Drug Administration américaine.

Fuente:
Alter info / l’info Alternative
La verdad indeseable de la quimioterapia en el cáncer 
Sábado 6 julio 2013
http://www.alterinfo.net/La-verite-tres-indesirable-sur-la-chimio_a92233.html