Solzhenitsyn

“Los dirigentes bolcheviques que tomaron Rusia no eran rusos, ellos odiaban a los rusos y a los cristianos. Impulsados por el odio étnico torturaron y mataron a millones de rusos, sin pizca de remordimiento… El bolchevismo ha comprometido la mayor masacre humana de todos los tiempos. El hecho de que la mayor parte del mundo ignore o sea indiferente a este enorme crimen es prueba de que el dominio del mundo está en manos de sus autores“. Solzhenitsyn

Izquierda-Derecha

El espectro político Izquierda-Derecha es nuestra creación. En realidad, refleja cuidadosamente nuestra minuciosa polarización artificial de la sociedad, dividida en cuestiones menores que impiden que se perciba nuestro poder - (La Tecnocracia oculta del Poder)

martes, 25 de enero de 2011

Islandia: la revolución silenciada


La Revolución Silenciada enero 25, 2011

Extraido de www.nosinmibici.com


Recientemente nos han sorprendido los acontecimientos de Túnez que han desembocado en la huida del tirano Ben Alí, tan demócrata para occidente hasta anteayer y alumno ejemplar del FMI. Sin embargo, otra “revolución” que tiene lugar desde hace dos años ha sido convenientemente silenciada por los medios de comunicación al servicio de las plutocracias europeas. Ha ocurrido en la mismísima Europa (en el sentido geopolítico), en un país con la democracia probablemente más antigua del mundo, cuyos orígenes se remontan al año 930, y que ocupó el primer lugar en el informe de la ONU del Índice de Desarrollo Humano de 2007/2008. ¿Adivináis de qué país se trata? Estoy seguro de que la mayoría no tiene ni idea, como no la tenía yo hasta que me he enterado por casualidad (a pesar de haber estado allí en el 2009 y el 2010). Se trata de Islandia, donde se hizo dimitir a un gobierno al completo, se nacionalizaron los principales bancos, se decidió no pagar la deuda que estos han creado con Gran Bretaña y Holanda a causa de su execrable política financiera y se acaba de crear una asamblea popular para reescribir su constitución. Y todo ello de forma pacífica: a golpe de cacerola, gritos y certero lanzamiento de huevos. Esta ha sido una revolución contra el poder político-financiero neoliberal que nos ha conducido hasta la crisis actual. He aquí por qué no se han dado a conocer apenas estos hechos durante dos años o se ha informado frivolamente y de refilón: ¿Qué pasaría si el resto de ciudadanos europeos tomaran ejemplo? Y de paso confirmamos, una vez más por si todavía no estaba claro, al servicio de quién están los medios de comunicación y cómo nos restringen el derecho a la información en la plutocracia globalizada de Planeta S.A.


Esta es, brevemente, la historia de los hechos:
  • A finales de 2008, los efectos de la crisis en la economía islandesa son devastadores. En octubre se nacionaliza Landsbanki, principal banco del país. El gobierno británico congela todos los activos de su subsidiaria IceSave, con 300.000 clientes británicos y 910 millones de euros invertidos por administraciones locales y entidades públicas del Reino Unido. A Landsbanki le seguirán los otros dos bancos principales, el Kaupthing el Glitnir. Sus principales clientes están en ese país y en Holanda, clientes a los que sus estados tienen que reembolsar sus ahorros con 3.700 millones de euros de dinero público. Por entonces, el conjunto de las deudas bancarias de Islandia equivale a varias veces su PIB. Por otro lado, la moneda se desploma y la bolsa suspende su actividad tras un hundimiento del 76%. El país está en bancarrota.
  • El gobierno solicita oficialmente ayuda al Fondo Monetario Internacional (FMI), que aprueba un préstamo de 2.100 millones de dólares, completado por otros 2.500 millones de algunos países nórdicos.
  • Las protestas ciudadanas frente al parlamento en Reykjavik van en aumento. El 23 de enero de 2009 se convocan elecciones anticipadas y tres días después, las caceroladas ya son multitudinarias y provocan la dimisión del Primer Ministro, el conservador Geir H. Haarden, y de todo su gobierno en bloque. Es el primer gobierno (y único que yo sepa) que cae víctima de la crisis mundial.
  • El 25 de abril se celebran elecciones generales de las que sale un gobierno de coalición formado por la Alianza Social-demócrata y el Movimiento de Izquierda Verde, encabezado por la nueva Primera Ministra Jóhanna Sigurðardóttir.
  • A lo largo del 2009 continúa la pésima situación económica del país y el año cierra con una caída del PIB del 7%.
  • Mediante una ley ampliamente discutida en el parlamento se propone la devolución de la deuda a Gran Bretaña y Holanda mediante el pago de 3.500 millones de euros, suma que pagarán todos las familias islandesas mensualmente durante los próximos 15 años al 5,5% de interés. La gente se vuelve a echar a la calle y solicita someter la ley a referéndum. En enero de 2010 el Presidente, Ólafur Ragnar Grímsson, se niega a ratificarla y anuncia que habrá consulta popular.
  • En marzo se celebra el referéndum y el NO al pago de la deuda arrasa con un 93% de los votos. La revolución islandesa consigue una nueva victoria de forma pacífica.
  • El FMI congela las ayudas económicas a Islandia a la espera de que se resuelva la devolución de su deuda.
  • A todo esto, el gobierno ha iniciado una investigación para dirimir jurídicamente las responsabilidades de la crisis. Comienzan las detenciones de varios banqueros y altos ejecutivos. La Interpol dicta una orden internacional de arresto contra el ex-Presidente del Kaupthing, Sigurdur Einarsson.
  • En este contexto de crisis, se elige una asamblea constituyente el pasado mes de noviembre para redactar una nueva constitución que recoja las lecciones aprendidas de la crisis y que sustituya a la actual, una copia de la constitución danesa. Para ello, se recurre directamente al pueblo soberano. Se eligen 25 ciudadanos sin filiación política de los 522 que se han presentado a las candidaturas, para lo cual sólo era necesario ser mayor de edad y tener el apoyo de 30 personas. La asamblea constitucional comenzará su trabajo en febrero de 2011 y presentará un proyecto de carta magna a partir de las recomendaciones consensuadas en distintas asambleas que se celebrarán por todo el país. Deberá ser aprobada por el actual Parlamento y por el que se constituya tras las próximas elecciones legislativas.
  • Y para terminar, otra medida “revolucionaria” del parlamento islandés: la Iniciativa Islandesa Moderna para Medios de Comunicación (Icelandic Modern Media Initiative), un proyecto de ley que pretende crear un marco jurídico destinado a la protección de la libertad de información y de expresión. Se pretende hacer del país un refugio seguro para el periodismo de investigación y la libertad de información donde se protegan fuentes, periodistas y proveedores de Internet que alojen información periodística; el infierno para EEUU y el paraíso para Wikileaks.
Pues esta es la breve historia de la Revolución Islandesa: dimisión de todo un gobierno en bloque, nacionalización de la banca, referéndum para que el pueblo decida sobre las decisiones económicas trascendentales, encarcelación de responsables de la crisis, reescritura de la constitución por los ciudadanos y un proyecto de blindaje de la libertad de información y de expresión. ¿Se nos ha hablado de esto en los medios de comunicación europeos? ¿Se ha comentado en las repugnantes tertulias radiofónicas de politicastros de medio pelo y mercenarios de la desinformación? ¿Se han visto imágenes de los hechos por la TV? Claro que no. Debe ser que a los Estados Unidos de Europa no les parece suficientemente importante que un pueblo coja las riendas de su soberanía y plante cara al rodillo neoliberal. O quizás teman que se les caiga la cara de vergüenza al quedar una vez más en evidencia que han convertido la democracia en un sistema plutocrático donde nada ha cambiado con la crisis, excepto el inicio de un proceso de socialización de las pérdidas con recortes sociales y precarización de las condiciones laborales. Es muy probable también que piensen que todavía quede vida inteligente entre sus unidades de consumo, que tanto gustan en llamar ciudadanos, y teman un efecto contagio. Aunque lo más seguro es que esta calculada minusvaloración informativa, cuando no silencio clamoroso, se deba a todas estas causas juntas.

Algunos dirán que Islandia es una pequeña isla de tan sólo 300.000 habitantes, con un entramado social, político, económico y administrativo mucho menos complejo que el de un gran país europeo, por lo que es más fácil organizarse y llevar a cabo este tipo de cambios. Sin embargo es un país que, aunque tienen gran independencia energética gracias a sus centrales geotérmicas, cuenta con muy pocos recursos naturales y tiene una economía vulnerable cuyas exportaciones dependen en un 40% de la pesca. También los hay que dirán que han vivido por encima de sus posibilidades endeudándose y especulando en el casino financiero como el que más, y es cierto. Igual que lo han hecho el resto de los países guiados por un sistema financiero liberalizado hasta el infinito por los mismos gobiernos irresponsables y suicidas que ahora se echan las manos a la cabeza . Yo simplemente pienso que el pueblo islandés es un pueblo culto, solidario, optimista y valiente, que ha sabido rectificar echándole dos cojones, plantándole cara al sistema y dando una lección de democracia al resto del mundo.

El país ya ha iniciado negociaciones para entrar en la Unión Europea. Espero, por su bien y tal y como están poniéndose las cosas en el continente con la plaga de farsantes que nos gobiernan, que el pueblo islandés complete su revolución rechazando la adhesión. Y ojalá ocurriera lo contrario, que fuera Europa la que entrase en Islandia, porque esa sí sería la verdadera Europa de los pueblos.
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También en El País.

REPORTAJE: Primer plano
Islandia se queda sin felicidad

La deuda dejada por los bancos toca a unos 50.000 euros por familia, Los excesos de la banca acaban con un modelo que muchos habían tomado como referencia

CLAUDI PÉREZ

Una caminata por algunos parajes de Islandia es el equivalente a un paseo lunar, y, en cambio, apenas una hora en el despacho del ministro de Finanzas islandés devuelve inmediatamente a tierra: papeles amontonados, revistas, el molesto y continuo tableteo de un teléfono móvil, un desorden organizado alrededor de un ordenador de mesa y, sobre todo, unas tremendas, estupendas pantuflas que dominan el escenario desde un rincón e inducen a pensar que su dueño se pasa el día entero en el ministerio. "Y la mayoría de los fines de semana desde hace meses; y lo que queda por delante", resopla el ministro. No es para menos. Los islandeses se fueron a dormir un martes de octubre de 2008 como los más felices del mundo -y entre los más ricos, aunque suene redundante- y despertaron al día siguiente con el país en bancarrota, asfixiados por las deudas, golpeados por el paro. Quince meses después, donde reinaba la felicidad, según varios estudios académicos serios e incluso la ONU, hay ahora frustración, desesperación. Ira.

"Aquí lo llamamos kreppa: ésa es la áspera variedad de la crisis del Atlántico Norte, con los grandes bancos y algunos políticos como directores, productores, guionistas y acaparando los papeles estelares", trona Eirikur Bergman, director del Centro de Estudios Europeos en Reikiavik, la fría -pero al cabo no tan fría- capital islandesa.

Esta historia empieza a finales de los ochenta. Un país casi autárquico, que peleaba con Irlanda por el dudoso honor de encabezar los índices de pobreza en Europa occidental, dependiente en extremo de sus recursos naturales, decide dividir sus capturas pesqueras en cuotas, las trocea, las reparte entre unos pocos y crea de la nada un puñado de multimillonarios. Esa jugada estrena una era de crecimiento, que incluye la entrada en el espacio económico europeo, y a finales de los noventa los islandeses son ya comparativamente tan ricos como los alemanes. No es suficiente: hace justo 10 años, el país da un inesperado golpe de timón para convertirse en una economía basada en los servicios financieros; "en el Wall Street del Ártico", resume el economista Magnus Skulasson.

El Estado privatiza los tres grandes bancos -en un cóctel con ingredientes de nepotismo, capitalismo de amiguetes en los puestos directivos, muy laxos controles regulatorios-, los deja en manos de gente sin apenas experiencia (Islandia no es Suiza) y el sistema financiero se adentra en una bacanal de excesos. Con el país encaramado a lo más alto de los índices de libertad económica, los banqueros se lanzan a comprar empresas en toda Europa, se endeudan hasta las cejas, atraen capitales de todo el mundo, pagan salarios estratosféricos, celebran sonadas fiestas con superestrellas regadas con champán...

Crecen a toda velocidad en un relato de colosal locura, en el que son capaces de encontrar formas complejas de disimular los riesgos y, de paso, convierten a sus habitantes en hijos predilectos de Milton Friedman y del modelo neoliberal. Hasta que el vendaval de la crisis se los lleva por delante. A los bancos y, con ellos, a todo el país.

Islandia pasó en unas horas de modelo de libre mercado a la bancarrota sin solución de continuidad: "Un caso de libro sobre el nivel de toxicidad que resulta de combinar desregulación y laissez faire, libre movilidad de capitales y una oligarquía empresarial y financiera que, con el apoyo del Gobierno, se comportaba como una banda de vikingos temerarios dispuestos a todo para conquistar el mundo", describe con indisimulada acritud Halla Tómasdóttir, presidenta de Audur Capital y activista islandesa. Pero es evidente que la desmesurada ambición del capitalismo en los últimos años no es patrimonio del pequeño país nórdico. En Nueva York, en Londres, en Tokio y en la Costa del Sol sucedió algo parecido, con las correspondientes mutaciones locales de ese virus general y potencialmente mortífero.

Los milagros económicos de ayer (Islandia, Irlanda, Estonia, tal vez España en algún sentido) suelen ser los casos perdidos de hoy. En Islandia, el factor diferencial es el tamaño: el balance de los tres grandes bancos llegó a multiplicar por 10 el PIB en los años en los que el país volaba alto, una cifra que no resiste comparación. Cuando esos números empezaron a despertar recelos y a poner en peligro la formidable expansión económica, el presidente islandés, Olafur Grimsson, decretó la supremacía del empresariado vikingo: hombres capaces de arriesgar más, de endeudarse más, de competir con las mayores plazas financieras sin pestañear. Una campaña de propaganda en toda regla que dio los resultados esperados: Moody's otorgó la consabida triple A (la máxima calificación de solvencia) a la banca islandesa en 2007, y las entidades se lanzaron a captar depósitos en toda Europa para paliar sus crecientes dificultades de financiación en los mercados.

Pero no son sólo los bancos. En el momento de mayor exuberancia, el país entero les sigue. Vaya si les sigue: las empresas, las familias y el Estado se endeudan por encima de sus posibilidades, con préstamos en moneda extranjera o ligados a la inflación y demás innovaciones financieras. El cuento de la lechera, el ungüento de serpiente, el crecepelo dorado islandés, el relato que la gente creyó se basaba en esa osadía, esa exuberancia vikinga, esa valiente superioridad unida a la supuesta infalibilidad del capitalismo libertario y de las innovaciones financieras, que prometían un futuro sin sobresaltos. Cuando llegó el petardazo: la quiebra de Lehman Brothers secó el océano de liquidez que inundaba el sector financiero mundial. Y de la noche a la mañana quedó claro que los bancos islandeses estaban nadando desnudos y sin salvavidas. No pudieron hacer frente a sus obligaciones de pago y quebraron: sólo el agujero de Lehman Brothers supera el castañazo de los tres grandes bancos del país tomados como uno solo. El Estado, con apenas 330.000 contribuyentes, tampoco pudo inyectar dinero para mantener a flote semejante castillo de naipes y los países europeos miraron hacia otro lado: en realidad, miraron hacia sus propios bancos, metidos en muchos casos en el mismo cenagal. Los bancos (especialmente los de los países más pequeños) son internacionales hasta que quiebran. Entonces son nacionales.

Toda generalización es errónea (incluida ésta), pero Islandia es un ejemplo paradigmático de una gran, una tremenda verdad: antes o después, todas las burbujas estallan; antes o después, la codicia se convierte en temor, y el crash acaba dejando un (nuevo) reguero de víctimas. Islandia fue la primera. Y está lejos de armar el complejo puzzle de la recuperación.

El que hace apenas dos años era el país más feliz del mundo es hoy un manojo de nervios. Los islandeses no acaban de decidir con quién están más indignados, si con los bancos o con los políticos. La economía ha estado en caída libre durante meses, con la inflación disparada. Hay controles de capital. La moneda se ha desplomado. El consumo se ha hundido. Proliferan las tiendas vacías. Y los edificios a medio construir; también aquí hay burbuja inmobiliaria. El agujero del déficit y la deuda pública obligan a subir impuestos en plena recesión. El desempleo está en máximos históricos y en apenas un año ha escalado del 1% al 8% (cifra risible con coordenadas españolas, pero increíble por estos lares), y superará la cota del 10% en 2010. En fin, Islandia se pasea por el precipicio después de una década de excesos con la banca como mascarón de proa.

De golpe, hemos perdido una década: hemos vuelto donde estábamos 10 años atrás en calidad de vida, en poder de compra", reconoce el dueño de las zapatillas del primer párrafo, el ministro Sigfusson, conocido por haber repetido durante años, en la oposición, que todo era un espejismo.

El seísmo fue de tal magnitud que provocó una pequeña revolución y derivó en un cambio de Gobierno, una coalición de socialdemócratas y verdes, en los que milita Sigfusson. Y el nuevo Gobierno tuvo que pedir prestado al FMI, que tutela la política monetaria y la fiscal con las recetas habituales. Con un desafío mayúsculo como envenenada guinda final: uno de los tres grandes bancos, cuando ya no podía financiarse en los mercados, abrió una sucursal por Internet -denominada Icesave, ahorros congelados en traducción libre- y captó miles de millones de euros en Holanda y Reino Unido. Ahora los dos países reclaman esa deuda: casi 4.000 millones de euros a pagar en 15 años con intereses del 5,5%. El Ejecutivo acaba de firmar el acuerdo. Nada es gratis: es el contribuyente quien tiene que pagar. "Toca a 50.000 euros por familia, poco más o menos, y todo eso con la gente viéndole las orejas al paro y con serias dificultades para hacer frente a las deudas (en moneda extranjera o ligadas a la inflación, lo que complica las cosas por la devaluación de la corona y la inflación)", describe el economista Jon Danielsson, de la London School of Economics. "Se trata de un acuerdo a todas luces injusto y que puede llevar a la ruina a centenares de familias", advierte.

El Gobierno cedió a las pretensiones de británicos y holandeses para no retrasar los planes de rescate internacionales, pero el presidente -el mismo del orgullo vikingo y un cargo en teoría no ejecutivo, similar al Rey en España- marcó hace unos días una línea en el hielo: no quiso sancionar la ley que mete a los ciudadanos en una suerte de prisión de deuda. 60.000 personas (de los 330.000 islandeses) argumentan, con razón, que el acuerdo es abusivo en una carta demoledora que ha provocado la convocatoria de un referéndum. El lío es monumental. "La pregunta no se ha formulado aún, pero podría sonar así: ¿acepta usted pagar 50.000 euros por familia por los desmanes que cometieron los bancos, con un tipo de interés por encima del de mercado y con cláusulas que podrían darle las llaves de la economía al Reino Unido y Holanda si finalmente no hay dinero para pagar?", describe Skulasson, uno de los que organizaron la contestación popular. La respuesta es previsible: no.

La consecuencia es aún más incertidumbre, justo lo contrario de lo que se necesita para la resurrección de la economía. Pero el trato no convence a casi nadie. El profesor Bergmann traza un paralelismo con un hipotético caso en España: "Se trata de forzar a asumir un acuerdo intragable a gente que no tiene responsabilidad legal ni moral sobre los desvaríos de los banqueros. ¿Cómo se sentirían los españoles si se vieran obligados a pagar casi la mitad de la riqueza que produce España en un año en caso de que el Santander quebrara en Reino Unido tras una gestión desastrosa?".

La historia tiene ribetes delirantes. Los británicos precipitaron la quiebra de la banca islandesa al aplicarle la ley antiterrorista en octubre de 2008, para evitar una repatriación de capitales como la que llevó a cabo Lehman Brothers con su filial británica, y ahora, junto a los holandeses, aprietan todas las clavijas: presionan a la UE, al FMI, a los países escandinavos y, cómo no, al Ejecutivo islandés. Detalles como ése han desatado una oleada de indignación. "Los islandeses quieren pagar, y van a pagar, pero con un acuerdo justo. Con tanto ruido, los jóvenes empiezan a emigrar, las empresas no invierten, los consumidores no consumen. El referéndum, además, retrasa las ayudas del FMI y de los vecinos escandinavos", sostiene Halla Tómasdóttir. "Se trata de una espiral muy difícil de romper. Y lo más diabólico es que, sea cual sea la respuesta, Islandia sale perdiendo: el sí dejaría una factura colosal para la próxima generación; y el no supone una crisis política, deja al Gobierno pendiente de un hilo y pone en cuestión el plan de rescate internacional y el debate sobre la entrada en la UE; al cabo, eso dejará una cicatriz aún más profunda. Demos gracias a los bancos, que nos metieron en este embrollo", remata.

Sigfusson, el titular de Finanzas -geólogo de formación y un hombre preparado, firme y decidido, capaz de hablar varias lenguas, como muchos islandeses-, admite que la cólera popular es comprensible: "El acuerdo no es justo. Pero desgraciadamente eso es lo que ocurre en cualquier crisis financiera: los Estados salen al rescate y los contribuyentes son quienes pagan la cuenta por la irresponsabilidad de los banqueros. La cuestión es que se trata del mejor trato que hemos podido conseguir en este momento. Y que si no desbloqueamos este problema, se presentarán otros: necesitamos una segunda ronda de ayudas y acabar con la incertidumbre asociada a la economía para salir adelante". Inmediatamente, pasa al ataque: "El problema es que si vemos la crisis en su conjunto, Icesave es tal vez el cuarto o el quinto problema de Islandia y le dedicamos el 150% de nuestro tiempo y de nuestra energía". "Es menos importante que las pérdidas en el banco central, que los problemas derivados del endeudamiento privado o del enorme déficit público. Pero el foco está puesto en el acuerdo con Reino Unido y Holanda. La gente cree que ése es el problema. Y no es verdad: es sólo una parte, que debe resolverse ya para acometer el resto. Es algo intencionado, claro: los partidos del anterior Gobierno prefieren quedarse en este debate y no reconocer los errores cometidos, los efectos perversos de la desregulación descontrolada, las privatizaciones, el pésimo trabajo de supervisión o la deuda pública acumulada".

Reikiavik tiene poco más o menos el tamaño de Alicante (Islandia entera tiene una superficie similar a Andalucía). Desde el ventanal que preside el despacho del ministro se ve a lo lejos un paisaje impresionante: las montañas, el mar, un puñado de casas bajas entre las que destaca el edificio del banco central. A apenas 150 metros del ministerio, el gobernador, Mar Gudmúnsson, define la situación como "una compleja saga con muchos capítulos". Gudmúnsson prepara un viaje a Alemania para participar en una sesión con un encabezamiento muy literario: Misterios islandeses. "Esa frase es más acertada de lo que muchos piensan", argumenta. Al cabo, una comisión parlamentaria investiga lo que pasó y presentará en breve un informe que se adivina demoledor. Y también está en marcha una investigación criminal que dirige la francesa Eva Joly. Ahí terminan las bromas del gobernador: "La economía islandesa cerrará el conjunto de 2010 en recesión, tras caer casi un 8% en 2009, aunque la economía podría darse la vuelta a final de año. Pero ocurre que, justo cuando empezaba a estabilizarse, vuelve la incertidumbre: el referéndum sobre Icesave puede afectar esas previsiones". "Puedo entender el tremendo enfado de la gente con los bancos y con los supervisores", añade, "pero estamos contemplando la venganza del exceso: los niveles de vida han caído al nivel de muchos años atrás". Gudmúnsson, que llegó al banco central de la mano del nuevo Gobierno, remacha abriendo la puerta al optimismo: "Hay que aprender de esto, recordar que Islandia ya ha salido de otras crisis y que también ahora se dan las condiciones para salir de ésta".

Y así es. Cuando pase la tormenta y los islandeses se recuperen del tremendo sopapo de realidad, seguirán teniendo uno de los mejores sistemas de salud del mundo. Un gran sistema educativo. Admirables infraestructuras. Y una renta per cápita similar a la de los grandes países europeos, a pesar del tijeretazo, de la discutible gestión política. A pesar de todo. Incluso en mitad de la peor recesión que se recuerda, las exportaciones y el turismo se han convertido en un bálsamo, al calor de la devaluación de la corona. El representante del FMI en Islandia, Franek Rozwadowski, explica que aun ahora el país impresiona por "una población muy joven con un alto grado de formación, con idiomas, con gran capacidad de trabajo; empresas de alta tecnología en varios sectores, con una competitividad creciente por la devaluación y una gran vocación exportadora. Por no hablar de los recursos naturales, de las energías limpias, del potencial de sus plantas de aluminio y de la industria pesquera".

La paradoja es que, a pesar de ese inmenso capital que no se va a evaporar como hicieron algunos activos financieros, "queda crisis para rato", explica Ásgeir Jónsson, economista jefe de uno de los grandes bancos, Kaupthing, transformado tras la crisis -y una buena inyección económica- en Arion, un nombre que recuerda vagamente a algún personaje de Tolkien. Arion es el único de los tres grandes bancos que se aviene a hablar con este periódico, en una larga entrevista que se desarrolla en un coqueto despacho acristalado de la estupenda sede de la entidad. Jónsson acaba de publicar un libro excelente, Why Iceland?, con todas las claves de lo que ha pasado. Además, es hijo del ministro de Pesca: así suele ser en esta pequeña comunidad donde todo el mundo se conoce, donde todas las familias tienen a alguien en la banca, en la industria pesquera, a alguien metido en política. Admite errores; habla del futuro con una mezcla de realismo, orgullo y cariño por su país; escruta las relaciones con Europa con pragmatismo; opina con agudeza de cualquier cosa con franca naturalidad. Y cuando se le pregunta por la ira y la frustración de los islandeses para con los banqueros, esboza media sonrisa y lanza una mirada azul: "Bueno, los banqueros no son populares en Islandia ni van a serlo durante mucho tiempo después de lo que ha pasado, ésa es la verdad. Pero, dígame, ¿dónde lo son? ¿Dónde?".

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