Solzhenitsyn

“Los dirigentes bolcheviques que tomaron Rusia no eran rusos, ellos odiaban a los rusos y a los cristianos. Impulsados por el odio étnico torturaron y mataron a millones de rusos, sin pizca de remordimiento… El bolchevismo ha comprometido la mayor masacre humana de todos los tiempos. El hecho de que la mayor parte del mundo ignore o sea indiferente a este enorme crimen es prueba de que el dominio del mundo está en manos de sus autores“. Solzhenitsyn

Izquierda-Derecha

El espectro político Izquierda-Derecha es nuestra creación. En realidad, refleja cuidadosamente nuestra minuciosa polarización artificial de la sociedad, dividida en cuestiones menores que impiden que se perciba nuestro poder - (La Tecnocracia oculta del Poder)

viernes, 6 de marzo de 2015

Mito y realidad de los gigantes

(c) Xavier Bartlett 2014

A continuación reproduzco un extenso artículo que apareció en la revista Dogmacero dedicado al tema de los gigantes, que a pesar de tener una base más que suficiente para ser estudiado de forma seria y rigurosa, sigue siendo objeto de rechazo o ridículo por parte de la ciencia oficial. Esto ha dejado la controversia en manos del ámbito alternativo, que ha sugerido muchas especulaciones y teorías diversas al respecto, e incluso ha lanzado serias acusaciones de encubrimiento sobre los estamentos académicos. En este artículo pretendo exponer el estado de la cuestión de la manera más fiel posible desde todos los puntos de vista, si bien reincido en el grave problema de la falta de información fiable para poder emitir un juicio fundamentado.

Introducción

Desde hace tiempo, uno de los grandes campos de batalla de la arqueología alternativa ha sido tratar de demostrar que buena parte de las antiguas mitologías no son meras fantasías o leyendas, sino recuerdos más o menos distorsionados de hechos que sucedieron en un pasado muy remoto. Así, desde las posiciones alternativas resulta bastante habitual sacar a la palestra el conocido caso de Heinrich Schliemann, que vendría a ser el prototipo de creyente en la mitología con trasfondo histórico. En efecto, el arqueólogo alemán, siguiendo las pistas de las obras de Homero, halló en Turquía los vestigios de la ciudad de Troya, que hasta entonces había sido considerada por los académicos como una mera invención mitológico-literaria [1]. Y más o menos en la misma época, el escritor y político norteamericano Ignatius Donnelly realizó un exhaustivo estudio multidisciplinar para demostrar que el continente de la Atlántida había existido, si bien en esta ocasión su empeño se quedó en una mera hipótesis de trabajo sin ningún tipo de comprobación.

No hace faltar insistir en que los historiadores, si bien reconocen que en algunos casos el mito puede contener un sustrato de realidad sepultado en un pasado indefinido, no lo consideran un material científico “empírico”, pues no admite experimentación, está basado en el mundo de las creencias (la religión) y, por si fuera poco, suele incluir elementos de tipo mágico, paranormal o sobrenatural. Por consiguiente, el salto de la mitología a la realidad histórica pasaría necesariamente por encontrar algún tipo de resto físico o documento que permitiera “objetivizar” de alguna manera los relatos mitológicos (escritos o mantenidos a través de la tradición oral), y sustentar así la hipótesis de que detrás de unas narraciones aparentemente fantásticas existió una realidad subyacente que podemos “tocar y estudiar” de manera científica.

En este ámbito, uno de los casos más extraños y controvertidos es sin duda la propuesta de que en un tiempo muy lejano existió una raza de seres humanos o humanoides de enorme estatura y fuerza, los llamados “gigantes”, que llegaron a convivir con el hombre primitivo. Lo que algunos autores alternativos mantienen es que tal raza no fue una invención o una simple exageración sino que fue absolutamente real, y que la mitología recogió de forma fidedigna el contacto entre estos gigantes y los humanos “normales”.

Por su parte, la arqueología convencional a día de hoy no reconoce la existencia de estos seres fuera del contexto mitológico, pues según se afirma desde el estamento académico no se ha encontrado rastro alguno de tales criaturas, más allá de que se hayan podido confundir determinados restos óseos con tales “gigantes” o que se hayan atribuido –erróneamente– ciertos monumentos de gran tamaño a estos seres. Normalmente, cuando se saca este tema a colación desde la trinchera alternativa, los académicos aluden a historias sensacionalistas o directamente a fraudes, como por ejemplo el famoso caso del Hombre de Cardiff, un supuesto gigante fosilizado hallado en 1869 en esta localidad norteamericana.
Hallazgo del llamado "Hombre de Cardiff"
En realidad se trataba de un burdo montaje perpetrado por un tal George Hull, que quiso hacer negocio exhibiendo tal rareza arqueológica. El gigante no era más que una estatua de yeso, de poco más de tres metros, que por supuesto no engañó a ningún experto, si bien despertó el interés de los seguidores más acérrimos de la Biblia. Y si nos referimos a tiempos más recientes –y con la proliferación de Internet y las nuevas tecnologías– han ido apareciendo noticias y supuestas fotografías de esqueletos de gigantes. Una vez más, la ciencia ha rechazado tales propuestas, por considerarlas manipulaciones o bulos sin ningún fundamento. De hecho, es bien sabido que ciertas imágenes presentadas como de restos de gigantes no eran más que el producto de un concurso “creativo” realizado con un programa informático de retoque de imágenes.

En todo caso, la mención a los gigantes se suele atribuir a una metáfora o ensalzamiento de las cualidades de ciertos personajes o bien a la personificación de ciertas fuerzas de la naturaleza. Así pues, podemos decir que de momento el asunto de los gigantes está fuera de la agenda académica, actitud que tal vez podría cambiar si admitiesen la existencia de restos inequívocos de estos seres [2]. En cambio, en el bando alternativo no se tiene esta misma visión escéptica y se da por hecho que los gigantes sí existieron como tales y que hay numerosas pruebas físicas al respecto que no han sido aceptadas por la ciencia oficial. Sin duda alguna, aquí radica el meollo de la cuestión que trataremos de aclarar en este artículo.

No obstante, para centrar el tema –y antes de adentrarnos en el terreno propiamente arqueológico– es preciso hacer un breve repaso de los que nos dice la mitología acerca de esta supuesta raza o razas de gigantes que habitaron la Tierra y que se extinguieron en un momento indeterminado del pasado.

Las fuentes mitológicas

Sin necesidad de realizar un estudio exhaustivo, podemos ver que el tema de los gigantes no es propio de un pueblo o de un área geográfica determinada, sino que está extendido por gran parte del planeta, y que lo tenemos reflejado tanto en mitologías de las grandes civilizaciones antiguas como en culturas supuestamente inferiores o no tan desarrolladas. Asimismo, la tradición folclórica de muchos pueblos actuales recoge aún la figura del gigante en forma de cuentos, fiestas, representaciones artísticas, etc.

Las referencias quizá más famosas y más repetidas sobre los gigantes son las de la Biblia judeo-cristiana (en el Antiguo Testamento). Así, el Génesis nos habla de los gigantes en relación con la divinidad:
«Por entonces y también en épocas posteriores, cuando los hijos de Dios cohabitaban con las hijas de los hombres y éstas tuvieron hijos, aparecieron en la Tierra los gigantes. Éstos son los esforzados varones de los tiempos primeros, los héroes famosos.» (Génesis 6: 4)
Estos gigantes, los Nefilim, serían pues una especie de híbridos, una mezcolanza entre la raza divina y la raza humana. Por cierto, hay que destacar que la traducción del término Nefilim no ha estado exenta de polémica, pues según el autor alternativo Zecharia Sitchin, la traducción exacta de Nefilim sería “aquellos que bajaron de los cielos a la Tierra”, lo que –aparte de reforzar la condición divina o semidivina de estos seres– abrió la puerta a interpretaciones relacionadas con la llamada “teoría del antiguo astronauta” (o sea, la presencia de extraterrestres en nuestro planeta), tema que dejaremos para más adelante.
David vence al gigante Goliat
La Biblia recoge muchas apariciones de los llamados Refaim o Rafaim (la palabra hebrea que propiamente significa “gigante”) o humanos de gran tamaño, siendo una de las más conocidas la batalla entre David y Goliat. Asimismo, tenemos una referencia a una posible extinción de los gigantes en el “Libro de Baruch”, según el cual tras el Diluvio perecieron los 409.000 gigantes que había en el mundo. Además, existe un texto atribuido al patriarca Enoc titulado “Libro de los Gigantes”, aparecido en los famosos Rollos del Mar Muerto, que –si bien está bastante incompleto– parece confirmar en su contenido que los gigantes eran fruto de la unión entre hembras humanas y unos seres que se corresponderían con los ángeles caídos bíblicos o, más propiamente, los demonios [3].

Y sin salir de Oriente Medio, es bien sabido que la mitología hebrea bebió en las fuentes de la mitología sumeria, y en ella hallamos referencias a los Ari (y también a los Ellu), que eran una estirpe de reyes divinos o descendientes de los dioses. Estos personajes serían de gran estatura, y de hecho, en las representaciones artísticas, aparentan ser gigantes al lado de los humanos. Más al este, la mitología hindú nos habla de una raza de gigantes, llamados Daytias, que se enfrentaron a los dioses. En cuanto al Extremo Oriente, las leyendas chinas se refieren a una raza de gigantes llamados Kua Fu, que tomaron parte en las disputas entre los reyes míticos de origen divino.
Quetzalcoatl
Ya en Occidente, la mitología europea nórdica relaciona el origen del mundo con los gigantes. Así, un gigante primigenio, Ymir, habría creado una raza de gigantes, los Jotuns. Según la leyenda, los descendientes de Ymir decidieron matarlo, pero al darle muerte éste vertió tanta sangre que los ahogó a todos menos a uno de ellos, que sobrevivió y dio origen a una nueva casta de gigantes. Por su parte, la mitología clásica griega nos ofrece el origen etimológico de nuestra palabra “gigantes”. Se trata de los “nacidos de la Tierra (Gaia o Gea)”, la descendencia de Gaia y de Urano (el cielo). En efecto, los mitos griegos nos ofrecen una variedad de gigantes como los tritones, los cíclopes o los titanes, que –dado su tremendo poder– tendrían la capacidad de enfrentarse a los grandes dioses. Asimismo, algunos héroes mitológicos como Atlas, Hércules, Orestes y Áyax podrían considerarse gigantes. De hecho, en varias mitologías vemos repetidamente que estos personajes eran protagonistas de grandes hazañas y prodigios, y a veces eran portadores de la cultura y la civilización. Aparte de los héroes griegos, también podríamos incluir aquí a personajes de otras culturas como Gilgamesh (de Sumeria), los Tuatha Dé Danann y Cuculainn (de la antigua Irlanda), a Quetzalcoatl y Votan (de la América precolombina), etc.

En lo que se refiere al continente americano, la mitología azteca menciona una época o ciclo llamado el Primer Sol en el cual la Tierra estaba poblada por una raza de gigantes de gran fuerza. En Sudamérica, la mitología inca nos dice que su deidad principal, Viracocha, había creado una estirpe de gigantes a su imagen y semejanza para que poblaran el mundo. También cabe destacar los relatos legendarios de los indios nativos de Norteamérica, que coinciden en afirmar que en un tiempo anterior al de sus antepasados sus tierras fueron habitadas por una raza de gigantes. Además, otras leyendas hablan de la llegada de unos dioses blancos de gran estatura que, tras huir de su tierra (destruida por un diluvio), se establecieron entre los indios y coexistieron con ellos. En todo caso, resulta destacable que muchas de estas narraciones nos hablan de continuas confrontaciones entre indios y gigantes en tiempos no demasiado lejanos, y de hecho bastantes tradiciones nativas conservaban un retrato muy vivo de las razas gigantes, como si fueran más “históricas” que “míticas”.

El aspecto y la conducta de los gigantes

Si recopilamos todo el material procedente de la tradición folclórica y la mitología, se puede intentar componer una especie de retrato-robot de la raza gigante, si bien hemos de tener en cuenta que no es un fenómeno perfectamente uniforme y que en las descripciones se entremezclan elementos del todo fantásticos con otros supuestamente más realistas.

Obviamente, la característica principal que destaca al perfil mítico del gigante es su estatura descomunal, acompañada de una gran robustez y fuerza física. En algunos relatos mitológicos disponemos de referencias aproximadas sobre su portentosa altura. Por ejemplo, Goliat es descrito en la Biblia como un gigante de unos 2,90 metros de altura [4] y el rey Og (según la longitud de su cama) podría medir unos cuatro metros. De acuerdo con la mitología griega, Orestes mediría alrededor de 3,30 metros y Áyax, alrededor de 4,30 metros.

En lo que se refiere a la fisonomía, la mayoría de los gigantes tiene un aspecto plenamente humano, con algunas particularidades más o menos extrañas. Así, existen varias referencias en la Biblia sobre la presencia de seis dedos en las manos y pies de los gigantes y en el Talmud babilónico sobre gigantes con doble hilera de dientes. Otro rasgo curioso presente en varias leyendas es la existencia de seres con cráneos excepcionalmente alargados. A su vez, la mitología griega nos habla de los cíclopes, o gigantes con un solo ojo en medio de la frente, o de los llamados hecatónquiros, fantásticas criaturas de 100 brazos y 50 cabezas. En cuanto a la mitología nórdica, tenemos la descripción de un tipo particular de gigantes, los trolls, que medirían entre tres y cinco metros, tendrían la piel gris, tres o cuatro dedos en sus extremidades, y un número de ojos entre uno y tres. En otras mitologías se atribuye a los gigantes singulares capacidades físicas como por ejemplo vomitar fuego o causar todo tipo de desastres, lo que corroboraría la visión convencional de que los gigantes no serían más que la encarnación de fuerzas naturales.

En lo que se refiere a su carácter, costumbres o comportamiento, la mayoría de relatos muestran al gigante como un ser hosco, primitivo y agresivo, involucrado en todo tipo de luchas, pillajes o destrucciones. Su relación con la especie humana es más que conflictiva, tal y como se recoge en prácticamente todas las culturas. Así, la descripción del gigante casa con la clásica imagen mitológica del “ogro” cruel que come carne humana, que asalta a las mujeres, que atemoriza a los viajeros, que saquea cuanto puede... A este respecto, existe en el ya citado Libro de Enoc una referencia bastante clara a la naturaleza maléfica de los gigantes:
«Quedaron embarazadas de ellos y parieron gigantes de unos tres mil codos de altura [5] que nacieron sobre la tierra y conforme a su niñez crecieron; y devoraban el trabajo de todos los hijos de los hombres hasta que los humanos ya no lograban abastecerles. Entonces, los gigantes se volvieron contra los humanos para matarlos y devorarlos; y empezaron a pecar contra todos los pájaros del cielo y contra todas las bestias de la tierra, contra los reptiles y contra los peces del mar y se devoraban los unos la carne de los otros y bebían sangre.» (Libro de Enoc 7, 2-5)
Sin embargo, a modo de contrapunto, en algunas leyendas de la América precolombina se menciona que –pese a su aspecto salvaje y bárbaro– los gigantes eran vegetarianos y se alimentaban de bellotas y de hierbas.

Ahora bien, en cuanto a sus características o capacidades intelectuales, existen claramente dos perfiles bien diferenciados. Por un lado tenemos los gigantes violentos, que serían poco más inteligentes que una bestia salvaje. Por otro lado, existe la versión de los gigantes de mayor inteligencia que el ser humano como resultado de su herencia genética divina. Este sería el caso que ya hemos mencionado de los grandes héroes de leyenda, portadores de la civilización y capaces de grandes proezas.
Conjunto de Teotihuacán
Confirmando esta visión, encontramos bastantes referencias en la mitología a la participación de los gigantes en la realización de ciertos monumentos muy notables, y no sólo por el tamaño de la obra en sí sino por otras características de gran relevancia, como muestra de su alta sabiduría. Así, por ejemplo, el conjunto de Teotihuacán (“el lugar donde los hombres se convierten en dioses”), la pirámide de Cholula o el gran santuario de Baalbek son atribuidos a gigantes de un tiempo muy remoto.

Referencias históricas

Hemos visto que la mitología de varios pueblos nos habla de la existencia de los gigantes, pero lo que quizá sorprendería a más de uno es que tenemos algunos relatos o informes escritos en épocas históricas –y también en varias regiones del planeta– que testimonian la existencia de seres humanos de tamaño enorme que fueron vistos en tiempos relativamente recientes.

Desde luego, sobre estos casos planea la duda de la veracidad de las fuentes, así como la condición relativa de gigante, pues es posible que en determinadas ocasiones se tratara simplemente de personas de una talla superior a la normal. De todos modos, la mayoría de las descripciones inciden en destacar que se trataba de individuos realmente excepcionales y que, si tuviéramos que hacer comparaciones con nuestro mundo actual, superarían la formidable estatura media del pueblo watusi o incluso la de los jugadores de baloncesto más altos.

Si nos referimos a las crónicas del Mundo Antiguo, sabemos por la Historia Augusta que el emperador Maximino el Tracio (siglo III d. C.) alcanzaba una altura de nada menos que 2,60 metros, y que era hombre de gran fuerza; incluso hasta el tamaño de su calzado era legendario [6]. Por su parte, los romanos describieron a algunos pueblos celtas como gentes de gran envergadura, de prodigiosa fuerza y muy fieros en el combate; este sería el caso particular de los cimbrios, que según el historiador Pausanias serían los hombres más altos del mundo.

Ya en la Edad Media, el gran viajero italiano Marco Polo afirmó haber visto gigantes en las costas de Zanzíbar, hombres enormes de gran fuerza capaces de cargar con cuatro hombres normales y de comer por cinco. Luego, a partir de finales del siglo XV e inicios del XVI, se acumulan muchas crónicas sobre gigantes por parte de los primeros navegantes y exploradores europeos (Colón, Magallanes, Drake, Cavendish...) que alcanzaron el continente americano. Cabe subrayar que existen numerosas referencias a indios de enorme estatura en la región de la Patagonia. Parece ser que al menos en un caso se pudieron hacer mediciones directas de los individuos:
«El navegante Anthony Knyvet cruzó el estrecho de Magallanes en 1592 y comunicó no sólo haber visto a los talludos patagones sino que había medido varios cuerpos en Puerto Deseo, todos ellos oscilando en diez y medio y doce pies de estatura [3,20 a 3,66 metros].» (Keel, John A. El enigma de las extrañas criaturas. Ed. Mitre. Barcelona, 1987.)
Del mismo modo, tenemos noticia de varios encuentros en Norteamérica entre conquistadores españoles (Coronado, De Soto, Cabeza de Vaca...) y algunos indios gigantescos. También vale la pena recordar que la expedición holandesa de Jacob Roggeveen que descubrió la famosa isla de Pascua, en 1722, informó de la presencia de gigantes en la isla.
Gigante de la Patagonia
Es interesante observar que estas referencias a gigantes en América se prolongan hasta la época del viaje de Charles Darwin, aunque curiosamente se aprecia que según se avanza en el tiempo, la altura de los gigantes disminuye hasta convertirse simplemente en personas de gran estatura. Por ejemplo, en el siglo XVI el naturalista inglés William Turner menciona la existencia de una tribu de gigantes en las costas de Brasil, cerca del río Polata, el más alto de los cuales mediría, según su apreciación, más de 3,50 metros. A finales de ese mismo siglo, el navegante holandés Sebald de Veert afirmó haber visto en la costa de Patagonia gigantes de entre 3,05 y 3,35 metros. Posteriormente, en 1764, el almirante inglés John Byron daba fe de la presencia de nativos de entre 2,44 y 2,74 metros en el estrecho de Magallanes, pero apenas tres años más tarde el capitán Samuel Wallis vio en la misma región hombres de alrededor de dos metros, pero no más altos. Finalmente, en 1831 (y también en la Patagonia), Darwin describía a los indígenas como de una altura de poco más de 1,80 metros, y por tanto ya no había propiamente “gigantes”.

Por otro lado, existe una larga lista de noticias históricas acerca de personajes de biografía más o menos conocida que en su día fueron celebridades o poco más que una atracción circense, y prácticamente en todos los casos estaríamos hablando de una patología de gigantismo; esto es, de individuos afectados por una disfunción hormonal que conllevaría frecuentemente algunas dolencias y dificultades, especialmente en su movilidad, con una estatura muy superior a la habitual, si bien rara vez por encima de los 2,5 metros.

Otro tema sería valorar que toda una tribu o un grupo racial fuesen de enorme estatura y que tuvieran determinadas particularidades muy características, lo cual sí encajaría de alguna manera en la imagen mítica de los gigantes; o sea, no como una anormalidad esporádica sino como un hecho genético diferencial y propio de una pequeña (o gran) comunidad. En este caso, sí habría lugar para establecer conexiones entre las leyendas de los pueblos primitivos y algunas observaciones realizadas por los viajeros occidentales.

La huella arqueológica

Una vez vistos los argumentos basados en la mitología y en algunas crónicas históricas, es el momento de afrontar la cuestión principal que rodea el tema de los gigantes, que no es otro que la superación del mito a partir de pruebas observables, ya sean directas o indirectas.
El "astronauta" de Nazca
Cuando nos referimos a pruebas directas, estaríamos hablando del hallazgo de esqueletos –­o momias– de gigantes, o al menos de alguna parte lo suficientemente reconocible. Como pruebas indirectas tendríamos las huellas, herramientas u otros artefactos de gran tamaño, así como monumentos o construcciones ciclópeas que “sólo podrían haber sido realizados por y para gigantes”. En esta categoría algunos autores incluyen también las figuras de enorme tamaño representadas básicamente en geoglifos, grabados, relieves o pinturas, entre las cuales se citan imágenes tan típicas como el dios marciano de Tassili (Argelia), el astronauta de Nazca (Perú), el gigante de Atacama (Chile) o el gigante de Cerne Abbas (Gran Bretaña).

Asimismo, se suele recurrir a las comparaciones de proporción en la representación artística de determinados personajes (normalmente héroes, divinidades o monarcas), que son presentados en un tamaño muy superior –y a veces con otras características especiales como los seis dedos, etc.– al de los humanos “normales”.
Relieve acadio en que la divinidad (sentada) se muestra bastante más alta que los humanos
Es obvio que el peso de las pruebas indirectas es bastante problemático, dado que aquí se mezclan elementos interpretativos o especulativos, por no hablar de la influencia o prejuicio procedente de la propia mitología, por ejemplo cuando las leyendas atribuyen la construcción de tal o cual monumento a una antigua raza de gigantes. Aún así, debemos reconocer que el hallazgo de herramientas de gran tamaño y peso puede indicar con una razonable lógica que debían ser usados por seres capaces de emplear tales artefactos con soltura.

Para emprender un análisis riguroso, lo primero que debemos hacer es comprobar si tenemos noticias fiables de hallazgos inequívocos de gigantes. Y en este punto es cuando ya comienzan los problemas, pues –como veremos– existen numerosos relatos, crónicas o noticias de tales hallazgos, pero a la hora de la verdad hay muy poca información acerca de estudios llevados a cabo sobre restos de gigantes, pues o bien las pruebas físicas han desaparecido o bien no han sido reconocidas como una “anormalidad”. En general, existe una cierta opacidad y falta de rigor en la difusión de la información disponible, teniendo en cuenta que la gran mayoría de la documentación existente procede de antiguas publicaciones y de fuentes difusas.

Para empezar, y si nos remontamos a un pasado muy lejano, existe un dudoso relato según el cual los cartagineses habrían desenterrado en el primer milenio antes de Cristo dos esqueletos humanos de unos increíbles 11 metros. Saltando a la Edad Moderna, tenemos algunas crónicas significativas, como es el caso de Bernal Díaz (de la época de la conquista del imperio azteca), al cual los indios le relataron que en la llanura de Tlascala existió una raza de crueles gigantes en el tiempo de los olmecas, y para demostrarlo le mostraron un hueso humano descomunal, tan alto como el propio español. En una época similar, otros relatos –esta vez en Europa– nos hablan de hallazgos aún más sorprendentes si cabe, aunque su fiabilidad está bastante en entredicho. Así, tenemos el descubrimiento en 1456 de un inmenso esqueleto humano de unos siete metros, junto a un río cerca de Valence (Francia). Más tarde, en 1577 se halló un esqueleto gigantesco, de cerca de seis metros, en el cantón de Lucerna (Suiza), y en 1613 se encontró otro aún más grande –alrededor de 7,80 metros– cerca del castillo de Chaumont (Francia) [7]. En Angiers (también en Francia), se desenterró en 1692 un esqueleto de casi 5,30 metros.

Sin embargo, llegados al siglo XIX –coincidiendo con el despegue de la paleontología, la prehistoria y la arqueología en muchos lugares del mundo– las cosas ya toman otro cariz. En efecto, es en este siglo cuando se produce la gran explosión de hallazgos de huesos de gigantes, y muy especialmente en Norteamérica, sobre todo en la cultura de los mound builders (“constructores de túmulos”). Hay que señalar que esta serie de descubrimientos se prolonga hasta el siglo XX, si bien el fenómeno parece entrar en una curva de lenta decadencia. Con todo, y aún con las máximas cautelas, este material ya nos sirve de base para empezar a dar forma física al mito de los gigantes, con algunas sorpresas que resultan no poco desconcertantes pues apuntan a un conjunto de anomalías de difícil explicación.

Casuística de los hallazgos

Una vez vistos los precedentes arqueológicos, pasaremos a revisar algunos de estos hallazgos modernos, si bien hay que admitir que en muchas ocasiones nos falta información clave y que las fuentes originales son problemáticas o inexistentes (sobre todo en la Red). Empezaremos con una selección de ejemplos de todo el mundo excepto Estados Unidos, que merece una consideración aparte:
  • En Nueva Zelanda, un periódico local informaba en 1875 del descubrimiento de un esqueleto de unos 8 metros en la localidad de Timaru. Según las tradiciones nativas maorís, tal ser pertenecía a una raza de gigantes llamada Te Kahui Tipua, que habitó en las cercanías de Timaru hasta el siglo XVIII.
  • En 1890, en Castelnau-le-Lez (Francia), se descubrió en una necrópolis de la Edad del Bronce la calavera de un joven que mediría en total unos 2,13 metros y algunos huesos de un hombre cuya altura se estimó en 3,35 metros. Este hallazgo se publicó en la revista científica francesa La Nature y posteriormente apareció en el New York Times en 1892.
  • Según un recorte de prensa de Nayarit (México), fechado en 14 de mayo de 1926, los capitanes D. W. Page y F. W. Devalda [¿militares?] descubrieron esqueletos de gigantes, con una media superior a los tres metros de altura. Las leyendas locales aseguraban que tales gigantes provenían de Ecuador.
  • A inicios de la década de 1930, en el gran cañón del Barranco del Cobre (al norte de México), el explorador Paxton Hayes encontró 34 momias, todas ellas de pelo rubio y con una altura de entre 2,13 y 2,44 metros. 
  • En 1936, el antropólogo alemán Ludwig Khol-Larsen halló a orillas del lago Elgasi (Tanganika) unos huesos pertenecientes a individuos enormes [8].
  • A finales de los 50 del siglo pasado, mientras se construía una carretera cerca de Homs (al sudeste de Turquía), se hallaron varias tumbas de gigantes. Se recuperó un fémur que medía unos 120 cm., lo que daría una altura total de unos 4,50 metros. Este hueso fue luego reproducido y exhibido en un famoso museo “creacionista” (Mount Blanco Fossil Museum, Texas, EE UU).
  • En 1960, en la localidad de Tura (en el estado de Assam, India), al realizar la cimentación de un edificio, los obreros hallaron un montículo de piedra, bajo el cual había un esqueleto de unos 3,35 metros. Los expertos que lo estudiaron afirmaron que se trataba de un gran simio, si bien algunos testigos se reafirmaron en que los huesos eran indiscutiblemente humanos, y además parece ser que había algunos artefactos junto a los huesos.
  • En 1969, en Terracina (Italia) en una excavación dirigida por el arqueólogo Luigi Cavallucci, se hallaron unos 50 sarcófagos con esqueletos de entre 1,83 y 2,44 metros aproximadamente, bastante bien conservados, todos masculinos y de unos 40 años en el momento de su muerte, según los estudios realizados. Se pensó que se podía tratar de un grupo de legionarios romanos, pero no se encontraron inscripciones ni objetos ni armaduras, e incluso la propia datación de los restos era muy dudosa.
Restos humanos hallados en Borjomi 
Y ya en tiempos muy recientes tenemos noticia de un hallazgo de cierta solidez. Así, en 2008 se hallaron en Borjomi (Georgia) unos huesos humanos de gran tamaño, pertenecientes a un individuo que medía –según las estimaciones– entre 2,50 y 3 metros. Este descubrimiento fue objeto de investigación científica y llegó a difundirse en los noticieros de TV. Los restos fueron datados en una antigüedad de 25.000 años. Sobre este caso, existen varios precedentes de hallazgos insólitos en las montañas del Cáucaso, como un esqueleto de cuatro metros descubierto por dos arqueólogos aficionados en el año 2000, en la localidad de Udabno, o diversos esqueletos gigantes hallados en una cueva cercana al pueblo de Gora Kazbek, Georgia, en los años 20 del pasado siglo.

Centrándonos ya en los descubrimientos realizados en los Estados Unidos, tenemos un gran número de noticias en diferentes partes del país, desde principios del siglo XIX. Buena parte de ellas proceden de la prensa local, pero también existen informes aparecidos en publicaciones científicas o históricas (muchas también de carácter local) como Nature, Ancient American, American Antiquarian, Memoirs of the Historical Society of Pennsylvania, Ohio Historical and Archaoelogical society, 12thAnnual Report of the Bureau of Ethnology to the Secretary of the Smithsonian Institution (1890-91),The American Anthropologist, NEARA Journal, etc. Sólo a efectos ilustrativos vale la pena mencionar algunos casos destacados:
  • John Haywood, en su libro The Natural and Aboriginal History of Tennessee, describe dos hallazgos realizados en Tennessee en 1821: en Williamson County se encontraron huesos muy grandes en unas tumbas de piedra, y en White County se encontró una antigua fortificación que contenía esqueletos humanos de una media de 2,13 metros.
  • Según el libro Forbidden Land (1971) de Robert Lyman, en 1833 unos soldados que estaban cavando un foso en el rancho Lompock (California) hallaron un sarcófago de piedra en cuyo interior había el esqueleto de un gigante de 3,60 metros con una doble hilera de dientes en ambas mandíbulas. En la tumba también se hallaron algunos artefactos, incluyendo unas tablillas de pórfido con un extraño tipo de escritura. Preguntado un chamán nativo por este hallazgo, dijo que se trataba de un alhegewi, una raza de titanes que vivió en aquellas tierras antes de la llegada de los indios.
  • En 1872, según la publicación Historical Collections of Noble County Ohio, se excavó un túmulo en el que se hallaron los restos de tres esqueletos de por lo menos 2,44 metros. Los tres tenían una doble hilera de dientes. Los huesos se deshicieron muy rápidamente al ser expuestos a la atmósfera.
  • En el condado de Bradford (Pennsylvania), en 1880, unos excavadores –entre los que se encontraban dos profesores y un historiador– hallaron en un túmulo sepulcral varios esqueletos humanos cuyos cráneos mostraban unos cuernos de cinco centímetros, por encima de los arcos ciliares. La altura media de los esqueletos era de aproximadamente 2,13 metros y su antigüedad se calculó en unos 800 años. Los huesos fueron llevados alAmerican Investigating Museum de Philadelphia, y allí se perdió su pista.
  • La publicación local St Paul Pioneer Press del 29 de junio de 1888 informaba del hallazgo de seis enormes esqueletos humanos en unos túmulos situados al oeste de Chatfield (Minnesota), todos ellos entre 2,13 y 2,44 metros y con la frente huidiza. En Clearwater (también en Minnesota), se encontraron los esqueletos de siete gigantes con frentes huidizas y doble hilera de dientes.
  • La revista Nature, en su número de 17 de diciembre de 1891, informaba que a una profundidad de unos 4,30 metros bajo un túmulo funerario en Ohio se había encontrado el esqueleto de un hombre enorme envuelto en una armadura completa de cobre y un casco del mismo metal. A su lado yacía una mujer, posiblemente su esposa. 
  • En su edición del 14 de marzo de 1891, el Desert Weekly of Salt Lake City (Utah), informaba de que unos operarios que estaban trabajando en la cimentación de un edificio cerca de Crittenden (Arizona) habían desenterrado un enorme sarcófago de piedra a 2,4 metros bajo la superficie. Al abrirlo, descubrieron una caja antropomórfica de granito, que contenía el cuerpo de un hombre de más de 3,7 metros, con una larga melena y un tocado en forma de pájaro. Lastimosamente, para cuando llegaron unos expertos a examinar el esqueleto, los huesos ya se habían reducido a polvo. La forma de esta caja estaba diseñada para una persona con seis dedos en los pies.
  • Según el Chicago Record (24 de Octubre de 1895), en un túmulo cerca de Toledo (Ohio) se descubrieron 20 esqueletos, sentados mirando hacia el este, cuyas mandíbulas y dientes eran el doble de grandes que los de la gente actual; junto a cada esqueleto había un gran bol con “curiosas figuras jeroglíficas”.
  • En el Indiana History Bulletin (Vol. III, Oct. 1925 - Sept. 1926) se informa de que en 1925 unos arqueólogos aficionados excavaron un túmulo en Walkerton (Indiana) y encontraron ocho esqueletos de entre 2,44 y 2,74 metros, situados en círculo con el cráneo hacia el centro, y al menos uno de ellos con placas de armadura de cobre. Tanto los huesos como los artefactos se perdieron sin dejar rastro.
  • En 1940 el San Antonio Express daba la noticia del hallazgo de un cráneo de tamaño doble del normal por parte de antropólogos de la Universidad de Texas. El texto decía que podía ser la calavera “más grande del mundo” encontrada hasta la fecha. El cráneo se encontró en 1939 en el túmulo de Morhiss, pero al parecer no fue objeto de estudios posteriores (ni se mencionó en los informes de la excavación) y tampoco se expuso al público, siguiendo directrices museísticas.
  • Según Ivan T. Sanderson, en la isla de Shemya (Aleutianas) en 1943, se encontraron varios estratos de fósiles mientras se construía una pista de aterrizaje. Junto a restos de mamuts y mastodontes, se halló lo que parecía un cementerio, con algunos huesos humanos y varios cráneos de tamaño enorme. Los cráneos, que estaban trepanados, medían de 56 a 61 cm. de la base a la coronilla, lo que en proporción suponía una altura de más de 3,50 metros.
  • Según una noticia del San Diego Union (del 5 de agosto de 1947), se habían encontrado en el Death Valley los restos de varias momias de gigantes, extrañamente vestidos, de entre 2,44 y 2,74 metros. Los restos se dataron en una antigüedad de 80.000 años [sin referencia a cómo fue obtenido este dato].
    Noticia periodística sobre el hallazgo de huesos de gigantes (New York Times, 1916)
En lo que serían sólo hallazgos indirectos –esto es, objetos no asociados a huesos– tenemos varias referencias, algunas de las cuales tienen un alto grado de fiabilidad. Por ejemplo, en Australia (en un antiguo lecho de río cerca de Bathurst, NSW) se hallaron artefactos (hachas, cuchillos, azuelas, etc.) de gran tamaño y peso, de entre 3,6 kilos hasta más de 11 kilos, que difícilmente podrían haber sido manejados por humanos de complexión normal [9]. En la misma zona se encontraron huellas de pisadas humanas de gran tamaño, alrededor de 60 cm. lo que daría una altura estimada de 3 a 3,60 metros, así como un descomunal diente molar fosilizado, de 67 mm. de largo, lo que se correspondería con un ser de unos 7,60 metros.[10]
Hachas halladas en Makgadikgadi
En la década de 1990, en el ahora desecado lago de Makgadikgadi, en el desierto de Kalahari (África), unos investigadores de la Universidad de Oxford hallaron cuatro gigantescas hachas de mano, de más de 30 cm. y gran peso [11]. Para el director de la excavación, David Thomas, la supuesta finalidad de estos artefactos era “la pregunta del millón de dólares”. Su explicación es que no eran realmente “herramientas”, sino un recurso para extraer herramientas más pequeñas, sin descartar otras hipótesis como objetos ceremoniales u ornamentales.

Y aunque no es información del todo clara, también cabe citar una referencia del libro “La Tierra sin tiempo” (1966) del escritor Peter Kolosimo, según la cual el capitán francés Lafenechère encontró en Agadir (Marruecos) un arsenal de armas prehistóricas, entre ellas unas 500 hachas de dos filos de unos 8 kilos de peso, con una datación extremadamente antigua de 300.000 años.

Lovelock: ¿encuentro del mito con la arqueología?

Entre los muchos hallazgos de gigantes en Estados Unidos, vale la pena destacar el caso de Lovelock (Nevada), en el que se puede constatar la gran barrera que separa la visión alternativa de la académica. Mientras que para la primera existe aquí una correspondencia directa entre la mitología indígena y los restos físicos, para la segunda no ha habido más que falsedades y exageraciones sobre un yacimiento arqueológico que no encierra ninguna característica “especial”.

Este caso tiene su fundamento en las leyendas de los indios de la tribu paiute, establecidos entre los estados de Nevada, Utah y Arizona, en las que se narraba sus enfrentamientos con un pueblo de gigantes caníbales de pelo rojo que medirían alrededor de 3,60 metros. Estos gigantes vivían junto a un gran lago y eran conocidos por comer y utilizar profusamente una planta de agua, el tule, y de ahí el nombre por el que los conocían los paiute: Si-Te-Cah (“comedores de tule”). Sobre el fin de estos gigantes existe una referencia escrita, ya que a finales del siglo XIX una princesa paiute, Sarah Winnemucca, relató en un libro cómo sus antepasados habían acabado con los últimos de estos Si-Te-Cah, prendiendo fuego a la entrada de la cueva donde se habían refugiado.

Según diversas fuentes alternativas, y ya en el ámbito arqueológico, los hechos arrancan en 1911, momento en que se abrió la cueva de Lovelock para extraer guano de murciélago. Después de meses de trabajos mineros, se empezaron a encontrar muchos artefactos y, supuestamente, grandes huesos y momias de individuos de entre 2 y 2,74 metros y de pelo rojizo. El ingeniero John T. Reid, que era también arqueólogo aficionado, intentó que algunos profesores de la Universidad de California examinasen los extraños restos, pero sólo llegó el antropólogo Llewellyn L. Loud, acompañado de otro experto, procedente de Nueva York (del cual se afirma que ordenó volver a enterrar una momia que se había encontrado en la cueva). Estos investigadores recogieron vasijas y cestería, entre otros objetos, y publicaron sus resultados sobre estos hallazgos, pero no mencionaron el tema de los huesos gigantes. Más tarde, en 1931, se hallaron más esqueletos de entre 2,44 y 3,05 metros en el lecho del lago Humbolt, cerca de la cueva de Lovelock. En este caso, los restos estaban recubiertos de unos vendajes engomados parecidos a los de las momias egipcias [12]. Finalmente, en 1939, se descubrió otro esqueleto, de unos 2,30 metros, en el rancho Friedman, también cercano a Lovelock.
Cráneos de Lovelock (Museo Winnemucca)
Sobre los restos recuperados, el investigador noruego Terje Dahl ha podido confirmar que, pese a que casi todos los huesos de Lovelock se perdieron en un incendio, todavía hoy el Humbolt Museum de Winnemucca conserva algunos de ellos, incluyendo una calavera de grandes proporciones. Como dato a tener en cuenta, un investigador local, Stan Nielsen, fue autorizado a examinar esta calavera. Cuando estuvo allí, pudo comparar un molde de una mandíbula inferior humana normal con la mandíbula inferior de la calavera de Lovelock, y en efecto su molde era mucho más pequeño, y los dientes eran por lo menos la mitad de grandes que los del ejemplar de Lovelock.

Ahora veamos la otra cara de la moneda. Así, según fuentes académicas, la cueva fue examinada por expertos por primera vez en 1912 y se realizaron varias campañas arqueológicas (1924, 1936, 1949, 1950 y 1965) que permitieron datar la ocupación más antigua de la cueva en unos 4.000 años de antigüedad (la llamada “cultura de Lovelock”). Durante estos trabajos se llegaron a desenterrar más de 10.000 artefactos antiguos, pero nunca se halló el más mínimo rastro de “gigantes” de pelo rojo. Para la autora Adrienne Mayor, las confusiones sobre estos grandes huesos tienen su origen en los restos de la megafauna de finales de la edad del hielo, que –dado su gran tamaño– fueron malinterpretados por las personas sin formación. Asimismo, se aporta como explicación adicional el hecho de que muchos cuerpos fueron enterrados desencajados, con los huesos separados de tal modo que para un neófito podrían parecer de una persona de 2,10 ó 2,40 metros.

En lo que concierne a la cuestión del pelo rojo, sólo se trataría de una simple reacción química, pues bajo ciertas condiciones de enterramiento la pigmentación oscura se vuelve rojiza, cosa común en todas las momias del mundo. Por otro lado, parece que se hallaron pruebas de un esporádico canibalismo, pero que se debería a circunstancias temporales de gran hambruna. Finalmente, sobre el relato de Sarah Winnemucca, se sugiere que se manipularon sus palabras, pues nunca se habría referido a “gigantes” sino a una tribu de “bárbaros”.[13]

La sombra del encubrimiento

Para los defensores a ultranza del actual paradigma histórico-arqueológico, todo el tema de los gigantes sobrevive en una esfera pseudocientífica, dado que, en su opinión, los creyentes en los gigantes –a los que se suele relacionar con posiciones creacionistas– recurren básicamente a la invención o manipulación de pruebas. Sin embargo, hablando de pruebas, no todo es tan simple como parece y hay muchos factores que invitan a una reflexión más profunda, aunque ello nos obligue a adentrarnos en terrenos ciertamente pantanosos.

Así, uno de los puntos que más llama la atención cuando se profundiza en esta materia es la recurrente apelación por parte de algunos autores alternativos a la pérdida intencionada de las pruebas. Es decir, se formulan acusaciones directas de prácticas ilícitas de ocultación y/o destrucción de pruebas. En otras palabras: se plantea un escenario conspirativo, según el cual la ciencia oficial impide que salgan a la luz determinados restos, ya que de un modo u otro podrían poner en entredicho ciertos axiomas o teorías del actual paradigma científico. Este no es un tema nuevo, pues la muy citada obra alternativa Forbidden Archaeology (de M. Cremo y R. Thompson) incide exactamente en el mismo punto: durante décadas se habrían ido tapando, eliminando o menospreciando las pruebas contrarias al paradigma oficial para dejarlas fuera del debate científico.

En esta misma línea, y en la cuestión específica de los gigantes, muchos dedos acusatorios han señalado a la misma institución: el Smithsonian Institute, que supuestamente se habría quedado con estos restos y se habría preocupado de que no apareciesen por ningún lado. Esta institución, fundada en 1829 gracias a la herencia del científico y millonario inglés James Smithson, se debía orientar “al aumento y difusión del conocimiento entre las personas” en el Nuevo Mundo. Así pues, el Smithsonian, que es un organismo federal independiente, se ha dedicado durante más de siglo y medio a patrocinar actividades arqueológicas y a acopiar los restos hallados para su grandiosa colección museística [14].

Frente a esta fachada oficial, algunos autores alternativos, como David Hatcher Childress, han denunciado que lo que ha hecho realmente el Smithsonian es ocultar o suprimir determinadas evidencias arqueológicas incómodas, y muy especialmente en lo referente a los mound builders y a posibles culturas foráneas. Así, para la arqueología oficial, los constructores de los túmulos no serían más que los antepasados de las tribus indias. No obstante, ya desde el siglo XIX, varios investigadores habían apuntado a la existencia dos culturas diferentes: una más civilizada y tal vez de origen foráneo, y otra local, que sería propiamente el sustrato nativo indio.
Túmulo funerario indio
Este debate no llegó a ninguna parte pues a finales del siglo XIX el Smithsonian favoreció la idea del autoctonismo (o aislacionismo) frente al difusionismo, que estaba muy en boga en aquellos tiempos. Dicho de otro modo, en la antigua América no habría habido más población que las tribus indígenas, descartando todo posible contacto con cualquier cultura “exterior”. Así pues, los autores alternativos han visto aquí una mano negra que no tiene interés alguno en indagar sobre la extraña presencia de ciertas razas o civilizaciones en el continente americano en tiempos remotos, esto es, antes del descubrimiento “oficial” de América por parte de los europeos.

Ya a mediados del siglo pasado, algunos investigadores habían topado con la extraña política del Smithsonian acerca de los restos hallados. En el caso que ya expusimos de la isla de Shemya, fue un ingeniero el que escribió una carta al zoólogo Ivan Sanderson para darle a conocer los pormenores del descubrimiento. Pero cuando éste quiso investigar el caso, se encontró con la falta de pruebas. Tanto este ingeniero, como después otro colega suyo, le confirmaron que el Smithsonian había recogido los restos, y ya nada más se supo.

David H. Childress ha seguido la pista de algunos casos y ha encontrado indicios de que las consabidas acusaciones de encubrimiento podrían tener algún fundamento. Por ejemplo, un investigador histórico muy conocido (que desea mantenerse en el anonimato) le explicó a Childress en una conversación privada que un antiguo empleado del Smithsonian –que fue despedido por defender el difusionismo en América– le había confesado que una vez el Smithsonian había llenado una barcaza con artefactos anómalos y la había hundido en el Atlántico.

Otro caso se refiere a una carta escrita en 1950 por el investigador americano Frederick J. Pohl al arqueólogo inglés Tom Lethbridge, acerca de un antiguo hallazgo, datado en 1892 y citado en una publicación oficial (el informe anual del U.S. National Museum). En dicha carta se mencionaban unos grandes ataúdes de madera –de unos 2,20 metros de largo– hallados en una cueva (Crumf cave) en Murphy's Valley, Blount (Alabama). Ocho de estos ataúdes fueron llevados al Smithsonian. Childress escribió al Smithsonian preguntando por el paradero de dichos objetos y recibió esta respuesta del conservador jefe del departamento de Antropología, el señor F. M. Seltzer: “No nos ha sido posible encontrar los especímenes en nuestra colección, si bien los registros muestran que fueron recibidos.” Sin embargo, en 1992 David Barron, presidente de la Gungywamp Society, [15] recibió otra información al respecto: los ataúdes no eran tales sino abrevaderos, y no podían exponerse porque estaban en un almacén contaminado de asbesto. Este almacén estaría cerrado durante los siguientes diez años y nadie podía acceder a él, excepto el personal del Smithsonian.

Igualmente, Jim Vieira, investigador especializado en los túmulos funerarios norteamericanos, ha denunciado que el Smithsonian está detrás de la desaparición de pruebas relevantes sobre la existencia de gigantes. En su opinión, tras un extenso trabajo de campo y de documentación sobre el tema, existen miles de relatos o informes sobre hallazgos de enormes esqueletos con doble hilera de dientes, a veces acompañados de armaduras, armas o ricos ajuares. Cuando en 2012 Vieira expuso su visión en un evento TED, fue criticado por estamentos oficiales científicos y su vídeo fue retirado de la página de esta institución por no ajustarse a los patrones científicos aceptados. En una carta que contenía ocho argumentos que justificaban este proceder (incluido el inevitable recurso a los conocidos fraudes), una responsable de TED tocaba el tema del Smithsonian y negaba cualquier tipo de encubrimiento. En su alegato exponía que esta entidad también exhibe artefactos raros y que por política museística, al igual que la mayoría de museos, “sólo mostraba al público menos de un 1% de sus colecciones en un momento dado, lo cual implica que mucho material pasa décadas (o tristemente siglos) [la cursiva es mía] en sus almacenes esperando ser exhibido.”[16]

Como colofón de estas graves sospechas, vale la pena citar las palabras de un experto en el tema de los túmulos funerarios, Vine Deloria, autor y erudito nativo americano:
«El gran intruso de los antiguos enclaves funerarios, la Institución Smithsoniana del siglo XIX, creó un portal de un solo sentido, a través del cual se han esfumado incontables huesos. Esta puerta y el contenido de su cripta están virtualmente sellados a cualquiera, excepto a los funcionarios del gobierno. Entre estos huesos pueden encontrarse respuestas, ni siquiera buscadas por estos funcionarios, acerca del pasado profundo.» (Deloria Jr., Vine. Red Earth, White Lies: Native Americans and the Myth of Scientific Fact. Fulcrum Publications, 1997)
Llegados a este punto, con dos versiones claramente enfrentadas, poco más se puede añadir. A falta de pruebas decisivas, los autores alternativos no pueden aportar más que rumorología conspirativa. Además, como hemos visto, el tema de grandes esqueletos aparecía en los propios informes del Smithsonian de finales del siglo XIX. En todo caso, haya habido o no intención dolosa, casi todos los supuestos restos de gigantes se han perdido o no son accesibles por diversas razones, lo cual –como es lógico– dificulta grandemente la labor de los investigadores desde el punto de vista arqueológico.

Hipótesis y líneas de investigación

Supuesto esqueleto de gigante (Ohio, EEUU)
A partir de este punto, podemos empezar a lanzar hipótesis, aunque sea con datos parciales y poco fundamentados. Por de pronto surgen muchas preguntas previas como estas: ¿quiénes fueron los antiguos constructores de túmulos? ¿En qué momento de la historia (o prehistoria) aparecen los gigantes? ¿Fueron un tipo de homínido distinto del Homo sapiens? ¿Por qué se extinguieron? ¿Cómo se explica su difusión por todo el mundo? ¿Cómo encajan en la cadena evolutiva humana? ¿Cómo explicamos las asombrosas coincidencias de la mitología con el (supuesto) registro arqueológico? ¿Son los gigantes el último testimonio de un pasado muy remoto que nos es completamente desconocido?

Para tratar de dar respuesta a estas preguntas, es conveniente realizar un compendio de los datos o hechos más significativos que nos podrían ayudar a sostener alguna teoría sobre este tema. Así pues, tendríamos lo siguiente:
  1. Si bien encontramos gran cantidad de hallazgos en los EE UU, especialmente en su mitad este (el territorio de los mounds), los restos arqueológicos indican que los gigantes estaban presentes prácticamente en los cinco continentes, lo que coincide con la amplia variedad de mitologías de todo el mundo. En cuanto a su contexto cronológico, desgraciadamente apenas hay unas pocas dataciones fiables de estos supuestos restos de gigantes, si bien los monumentos, como los túmulos funerarios, sí se han datado. No obstante, por la profundidad en que se encontraron algunas tumbas y por el estado de los huesos (en algunas ocasiones mostraban un excelente estado de conservación pero en otros estaban prácticamente deshechos y se convirtieron en polvo al ser abierta la tumba), se podría conceder que la presencia de los gigantes sobre el planeta se remontaría a épocas muy antiguas de la Prehistoria y perduraría hasta hace pocos siglos, según refieren las leyendas de los indios de Norteamérica y los relatos de exploradores y viajeros.
  2. Tanto por las antiguas crónicas como por los hallazgos sobre el terreno, la figura física de los gigantes va más allá de lo que podríamos considerar “personas muy altas”. Prácticamente todas las referencias apuntan a estaturas superiores a 2,13 metros, que sería aproximadamente el valor mínimo del espectro. Existe por lo demás un buen número de valores que oscilan entre los 2,44 y los 2,74 metros (que ya son bastante excepcionales para un humano afectado de gigantismo). Por la parte alta del espectro, nos vamos a los tres metros e incluso más, con esporádicas referencias a alturas superiores a los cuatro metros. Asimismo, la existencia de tantos relatos de comunidades de gigantes, así como de tumbas con muchos individuos de talla enorme podría indicar que no estamos ante casos aislados de gigantismo, sino ante una singularidad genética. Además, el hecho de que aparezcan en algunas tumbas equipados con armadura, podría sugerir que se trataba de personas ágiles y capaces para la lucha y no de personas torpes o enfermas. Esto enlazaría de algún modo con la imagen legendaria (o incluso histórica si nos referimos a los relatos sobre ciertas tribus celtas) del gigante robusto y combativo.
  3. En relación con el punto anterior, vemos que algunas de sus características anatómicas podrían ser distintivas de los gigantes, mostrando una conexión directa con las narraciones míticas. Por ejemplo, se observan dobles denticiones en muchos casos, así como la presencia de seis dedos en pies y manos. Incluso tenemos rasgos muy esporádicos pero más extraños, como la presencia de dos cuernos sobre los arcos ciliares. Todas estas anomalías son conocidas pero extraordinariamente excepcionales en los seres humanos [17]. También está el tema recurrente del pelo rubio o rojizo, pero no está claro si originalmente el pelo era así o si se trata de una simple transformación de la pigmentación después de muchos siglos. Por otra parte, en algunos museos se conservan cráneos muy alargados de tamaño superior al normal (y no todos por deformación artificial).
  4. En cuanto al contexto arqueológico de los hallazgos, se aprecia que los enterramientos típicos de los gigantes americanos tienen lugar en túmulos, pero también en cuevas o en otros lugares. Cabe resaltar también que encontramos una diversidad de ritos funerarios, desde simples fosas a sarcófagos o cistas de piedra, con o sin ajuares o artefactos diversos (incluidos objetos metálicos), y en algún caso con técnicas de momificación. No obstante, en el caso de los mound builders, se mantiene la discusión sobre quiénes fueron realmente los artífices de estas construcciones, pues la arqueología ortodoxa sigue insistiendo en que se trataba de los antepasados de las tribus indias “históricas”. Sin embargo, muchas tradiciones indias insisten en que los túmulos pertenecían a los gigantes, y que en todo caso fueron construidos por los indios como mano de obra esclava. Otras leyendas apuntan a que los indios derrotaron a los gigantes y luego concluyeron los proyectos funerarios iniciados por éstos.
  5. El hallazgo –comprobado científicamente– de ciertos artefactos (normalmente industria lítica) de enorme tamaño y peso sugiere que sus usuarios debían ser personas de gran envergadura y fuerza, se quiera o no llamarles “gigantes”. Otro tema sería especular con que estos gigantes pudiesen manejar piedras imponentes y fuesen los constructores de determinados monumentos megalíticos, como afirman algunas leyendas.
    Supuestos restos de gigante hallados en Arabia Saudí
A la vista de todo lo expuesto, está claro que podemos situar a los gigantes en el espacio con bastante precisión, pero no así en el tiempo. En un marco hipotético, podríamos situar la existencia de los gigantes en un periodo paralelo al del Homo sapiens, o incluso antes, mientras que su decadencia estaría relacionada con una gran catástrofe global (hace unos 12.000 años), según narran las leyendas de muchas culturas. Sin embargo, parece claro que no desparecieron del todo y que de algún modo pervivieron en algunas zonas durante el Neolítico y la Edad de los Metales –según las pruebas arqueológicas– hasta hace no demasiados siglos. De hecho, las dataciones obtenidas para los mound builders sitúan estos restos en un amplio espectro temporal, entre el 3500 a. C. y el siglo XVI de nuestra era.

Sobre la última fase de los gigantes, sólo podemos especular con que se acabarían extinguiendo por degeneración genética, quizá a causa de una progresiva hibridación con el Homo sapiens,[18] o por otros motivos, como la falta de recursos o las guerras contra los vecinos humanos. Como ya vimos en su momento, los exploradores europeos fueron encontrando gigantes cada vez menos altos en América del Sur según avanzaban los siglos, hasta llegar al siglo XIX, en que los gigantes ya serían un fenómeno prácticamente residual. Aún así, no tendríamos que descartar una hipotética retirada final de los últimos gigantes a territorios agrestes o selváticos de difícil acceso durante el siglo XX. Según John Keel, citando una noticia del diario Daily Mirror (16 de mayo de 1966), “una banda de feroces salvajes de más de siete pies de estatura [unos 2,13 m.] estaba aterrorizando a las tribus vecinas en la selva del Amazonas.”

Sin embargo, el origen y la difusión de estos gigantes seguirá siendo un misterio a falta de datos y análisis científicos, sobre todo en el ámbito genético. Por el momento, las teorías más radicales procedentes del ámbito alternativo apuestan por un experimento genético de los dioses (léase alienígenas), en el contexto de la intervención de estos seres en el propio origen del hombre. Esta es la llamada teoría intervencionista, que considera que el Homo sapiens es un producto artificial, obtenido por ingeniería genética a partir de la combinación de un homínido primitivo y de un ser de otro mundo. Así pues, la creación de los gigantes sería una línea paralela a la de los hombres comunes, pero con una mayor cantidad de ADN alienígena, lo que les daría un plus de capacidades físicas e intelectuales (y justificaría así los relatos bíblicos y mitológicos sobre los gigantes-héroes). Además, siguiendo esta argumentación intervencionista, algunos gigantes extraños, como los que poseían cuernos, serían experimentos de cruce entre hombres y animales, lo que daría como resultado seres míticos como el sátiro.

En un campo bien diferente, algunos autores han relacionado la existencia de los gigantes en un pasado antiquísimo con un planeta Tierra más pequeño, con menor gravedad y con especies más grandes y longevas, lo que constituye la teoría de la Tierra en expansión. El autor holandés Jan Peter de Jong, glosando el trabajo del investigador peruano Alfredo Gamarra, afirma lo siguiente:
«Alfredo Gamarra sostenía que, a causa de una menor gravedad y una menor presión atmosférica, las formas de vida en el pasado pudieron haber sido más grandes, como por ejemplo durante la era de los dinosaurios. Asimismo, estableció una relación entre el tamaño de los seres humanos y una gravedad menor, tomando como base las numerosas referencias a los gigantes en el pasado y a algunos hallazgos de huesos gigantes.» (De Jong, J.P. “Los descubrimientos de Alfredo Gamarra”. Dogmacero n.º 2, 2013)
Posteriormente, con la progresiva expansión del planeta, las grandes especies irían desapareciendo o degenerando a especies más pequeñas. Algunas propuestas procedentes del mundo esotérico reinciden en esta línea, como las obras de Madame Blavatsky, que propugnaban la existencia de hasta cinco razas humanas, que habrían ido involucionando desde un gran tamaño al tamaño actual [19].

Fémur de gran tamaño hallado por el Prof. Berger
A modo de contraste, el evolucionismo ortodoxo defiende un crecimiento paulatino de los homínidos, desde los australopitecinos hasta el H. sapiens, pero algunos investigadores, como el profesor Lee Berger de la Universidad de Witwatersrand (Sudáfrica), apuntan a que algunos homínidos que nos precedieron fueron realmente muy altos (recordemos el caso del meganthropus de Australia) y que se podría hablar incluso de un cierto periodo de gigantismo en la evolución humana. Así, Berger asegura que en África –según los huesos fosilizados que se han encontrado– existió un homínido, tal vez un Homo heilderbergiensiso un sapiens arcaico, que superaba normalmente los 2,13 metros [20].

Por otro lado, algunos autores sugieren que el mismo Homo sapiens también redujo su estatura, ya que los ejemplares de Cro-Magnon (de hace unos 30.000 años) hallados en el siglo XIX mostraban una altura media bastante superior a la del hombre moderno (por encima de dos metros). Actualmente la literatura científica ha abandonado el término “Cro-Magnon” y habla de sapiens arcaicos, asignándoles una altura media similar a la nuestra. Asimismo, a partir de los primeros hallazgos del hombre de Neandertal, se asignó a éste una talla y una robustez superior al Homo sapiens, pero en tiempos modernos, su estatura media se ha rebajado a 1,64 metros. Finalmente, el reciente hallazgo de Borjomi (Georgia) nos muestra sin ningún género de dudas la presencia de un homínido de entre 2,5 y 3 metros hace 25.000 años.

En una línea más o menos próxima a estos argumentos, otras teorías insinúan que los gigantes serían en realidad algún tipo de antiguo primate de gran tamaño, el Gigantopithecus, o bien alguna rama desconocida de homínidos medio humanos medio simiescos, como los famosos yeti, bigfoot osasquatch, que para la ciencia actual pertenecen más bien al ámbito del folclore y las leyendas. En todo caso, y aun aceptando su posible existencia, se aprecia –a la vista de los hallazgos– que los esqueletos a) tienen características humanas, b) aparecen en claros rituales funerarios y c) están asociados habitualmente a una cultura material elaborada, lo cual descarta que tales huesos pudiesen pertenecer a alguna especie de primate desconocida. Esto no obsta, naturalmente, a que en ciertos casos se hayan podido producir confusiones respecto a algún resto concreto, como huesos o pisadas.

Conclusiones

Libro de S.Quayle sobre los gigantes
No es fácil adentrarse en el tema de los gigantes sin topar con serias dificultades y con una cierta confusión sobre la veracidad de las supuestas pruebas, por no hablar de la literatura paralela que incluye alienígenas, demonios, experimentos genéticos y conspiraciones científicas, aparte de otras materias más o menos etéreas o esotéricas que no ayudan demasiado a clarificar el panorama.

Con todo, hemos podido verificar la existencia de algunas conexiones entre la mitología, las crónicas históricas y las noticias sobre hallazgos arqueológicos de gigantes. Hemos constatado que junto a numerosos informes periodísticos –que pueden tener más o menos fiabilidad– existen algunas referencias que han aparecido en antiguas publicaciones de carácter histórico, antropológico o geológico, aparte de algunas pruebas físicas y fotográficas. Además, en casos muy puntuales tenemos datos de primera mano como el ya citado hallazgo de Borjomi.

Así pues, no es viable recurrir siempre a las socorridas confusiones o a casos aislados de gigantismo. Por otra parte, el argumento de que la gente “inculta” confundía huesos de primates (u otros animales) con huesos humanos, o que al ver un esqueleto dislocado pensaba que era mucho más alto, no se sostiene. Existen demasiados informes, así como personas implicadas con cierto conocimiento de causa, y no podemos pretender que todos ellos sean fraudes, errores o puro sensacionalismo. No obstante, el problema no parece radicar en que la comunidad arqueológica niegue el hallazgo ocasional de individuos de talla excepcional, sino más bien en que de ningún modo se quiere hablar de “gigantes”.

En definitiva, plantear la existencia de gigantes como una realidad observable del pasado no constituye ninguna fantasía, aunque debemos reconocer que con los antecedentes ya mencionados, es complicado iniciar un estudio sistemático y libre de prejuicios. Sin embargo, y a la vista de tantos indicios, sorprende el hecho de que no tengamos apenas ninguna incursión académica en el tema de estos humanoides. Lamentablemente, parece que para un experto del campo académico emprender una investigación arqueológica de los gigantes puede ser casi un suicidio profesional, mientras que para algunos autores alternativos es un campo abonado para todo tipo de especulaciones y teorías radicales, aun sin disponer de unos mínimos datos fiables para sustentarlas. No obstante, ya hay bastantes investigadores rigurosos que están intentando recoger información para componer un cuadro aproximado de este enigma y quizá en los próximos años, con la aparición de nuevas pruebas, podamos saltar definitivamente del mito a la realidad científica.


© Xavier Bartlett 2014

Fuente.

Epílogo

No quisiera finalizar sin dar un coup de théâtre, como dicen los franceses, a la concepción más o menos convencional sobre este controvertido asunto, a fin de aportar una reflexión sobre las fuentes del conocimiento y la falta de miras de nuestra civilización actual. Así pues, aprovecho la ocasión para referirme a una fugaz incursión de los autores Pauwels y Bergier, promotores del llamado realismo fantástico, en el tema de los gigantes. En un breve fragmento de su célebre libro El retorno de los brujos, los autores sugieren que los gigantes precedieron a la raza humana y alcanzaron un gran desarrollo en lo espiritual y en lo material para luego desaparecer en las profundas aguas del mito, quedando sólo el vago recuerdo de una raza de seres superiores que iniciaron a los humanos. Y mientras tanto, dicen Pauwels y Bergier, la ciencia moderna nos quiere hacer creer en otra cosa (y aquí los autores no se privaron de emplear el término “conspiración”), lo que vendría a coincidir con lo que hemos expuesto al comentar lo que ocurre con las supuestas pruebas físicas que no aparecen por ninguna parte.

He aquí pues este fragmento:
«La idea de que los hombres, partiendo de la bestialidad y del salvajismo, se elevaron lentamente hasta la civilización, es reciente. Es un mito judeocristiano, impuesto a las conciencias, para expulsar un mito más vigoroso y revelador. Cuando la Humanidad era más fresca, más próxima a su pasado, en los tiempos en que ninguna conspiración bien urdida lo había expulsado aún de su propia memoria, sabía que descendía de dioses, de reyes gigantes que le habían enseñado todo. Recordaba una edad de oro en que los superiores, nacidos antes que ella, le enseñaban la agricultura, la metalurgia, las artes, las ciencias y el manejo del Alma. Los griegos evocaban la edad de Saturno y el reconocimiento que sus mayores brindaban a Hércules. Los egipcios y los asirios contaban leyendas sobre reyes gigantes e iniciadores. Los pueblos que hoy llamamos primitivos, los indígenas del Pacífico, por ejemplo, mezclan a su religión, sin duda degenerada, el culto a los buenos gigantes de los orígenes del mundo. En nuestra época, en que todos los factores del espíritu y del conocimiento han sido invertidos, los hombres que han realizado el formidable esfuerzo de escapar a los modos de pensar admitidos, encuentran, en el fondo de su inteligencia, la nostalgia de los tiempos felices, de la aurora de las edades del paraíso perdido, y el recuerdo velado de una iniciación primordial.

Desde Grecia a la Polinesia, desde Egipto a México y a Escandinavia, todas las tradiciones refieren que los hombres fueron iniciados por gigantes. Es la edad de oro del terciario, que dura varios millones de años; en el curso de los cuales la civilización moral, espiritual y tal vez técnica alcanza su apogeo sobre el Globo.»


NOTAS

[1] Cabe señalar, empero, que a día de hoy no existe modo de certificar con seguridad absoluta que los restos localizados por Schliemann correspondan a la Troya homérica. Incluso se han llegado a proponer mediante indicios geográficos y toponímicos otros escenarios muy alejados del Mediterráneo para la guerra de Troya, como las Islas Británicas o la región báltica.

[2] No sería la primera vez que la arqueología topa con ciertas rarezas inesperadas, como fue la aparición hace pocos años del pequeño Homo floresiensis. Por cierto, cabe resaltar que durante algún tiempo hubo fuertes resistencias a considerar al hobbit como un homínido diferente; de hecho, bastantes investigadores abogaron por algún tipo de malformación genética o enanismo.

[3] Cabe destacar que toda esta literatura bíblica ha generado una pléyade de investigadores, sobre todo norteamericanos, enrocados en una línea fundamentalista, con la única intención de demostrar que las escrituras sagradas estaban literalmente en lo cierto en el tema de los gigantes (y en otros muchos, por extensión). Desgraciadamente, muchas de estas posturas han caído en el terreno de la pseudociencia y la radicalidad religiosa y han recibido frecuentes acusaciones de manipulación y fraude, lo que ha restado mucha credibilidad a los esfuerzos realizados con espíritu científico e imparcial.

[4] Para facilitar las comparaciones y unificar las referencias a varios sistemas de medida, en este artículo se presentan todas las medidas trasladadas al sistema métrico decimal.

[5] Traducido a metros daría una increíble altura de ¡900 metros!

[6] En una línea similar a Maximino, las crónicas históricas occidentales describen a otros grandes reyes o emperadores de épocas posteriores, como Carlomagno o Maximiliano, como hombres de enorme estatura, bastante por encima de los dos metros. Asimismo, los soberanos incas también tendrían una altura enorme; de hecho tenemos constancia física de ello, pues se conservan dos momias reales en el Museo del Oro (en Lima, Perú), cuya altura rondaría los 2,90 metros.

[7] El autor alternativo John A. Keel atribuye este hallazgo concreto a un médico llamado Mazurier, que al parecer componía gigantes a partir de enormes huesos que compraba a unos obreros. Según Keel, los huesos están aún en el Museo de Paleontología de París, en su colección de mastodontes.

[8] La presumible fuente de esta información es el libro The Nazi Occult, de Kenneth Hite. De hecho, este antropólogo formó parte de expediciones en busca de pruebas que afirmaran los ideales racistas nazis. Sólo por este motivo ya está desprestigiado ante la comunidad científica, si bien es cierto que no hay más datos específicos sobre el hallazgo.

[9] De hecho en Australia los antropólogos reconocieron la existencia de una raza de homínidos de gran tamaño, a los que se bautizó como meganthropus, que medirían entre 2,13 y 3,60 metros.

[10] Según Rex Gilroy, del Mount York Natural History Museum, en Mount Victoria (Australia)

[11] El informe del hallazgo se puede leer en: www.sciencedaily.com/releases/2009/09/090911134624.htm

[12] Esta información apareció en la publicación Nevada Review-Miner (19 de junio de 1931).

[13] DUNNING, Brian. The Red Haired Giants of Lovelock Cave, artículo de la página web: http://skeptoid.com/episodes/4390

[14] En ámbitos alternativos se suele afirmar que el gigantesco almacén que aparece en las películas de Indiana Jones no es una ficción, sino un fiel reflejo de la realidad del Smithsonian.

[15] Institución cultural que investiga el fenómeno megalítico en Nueva Inglaterra (EE UU).

[16] El texto completo de la carta (en inglés) puede leerse en: http://tedxshelburnefalls.wordpress.com/2012/12/14/jim-vieiras-talk-removed-from-internet/

[17] Existe, sin embargo, el extraño caso de la tribu Waorani, de Ecuador, un pueblo que tiene una alta incidencia de estas anomalías genéticas (seis dedos y doble dentición), y que se muestra muy violento y agresivo, y al mismo tiempo muy fuerte y saludable, pues no padece apenas enfermedades.

[18] Medien o no los gigantes en este asunto, cabe señalar que un estudio genético sobre el ADN de la comunidad india norteamericana realizado en 1997 reveló que existe un pequeño porcentaje de individuos que poseen un grupo muy extraño de ADN mitocondrial (“haplogrupo X”) que sólo existe en unas pocas zonas de Europa y Oriente Medio. Pruebas posteriores demostraron que este ADN no provenía de la época de la conquista, sino de una población foránea que llegó a América hace 36.000-12.000 años). Fuente original: http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/9837837?dopt=Abstract&holding=npg

[19] Blavatsky, basándose en antiguos textos sagrados, consideraba a las dos primeras razas como espirituales o astrales, la tercera como la “raza caída”, la cuarta como los gigantes de la Atlántida y la quinta como el hombre moderno, en la que se produjo el descenso de estatura.

[20] Berger data estos huesos en unos 400.000-350.000 años, lo que supone unas fechas extraordinariamente antiguas para los sapiens, pues las estimaciones obtenidas mediante estudios genéticos (la llamada “Eva mitocondrial”) sitúan los primeros sapiens hace unos 200.000 años como mucho.


Bibliografía y referencias

CHOUINARD, Patrick. Lost Race of the Giants. Bear & Company, 2013.
KEEL, John A. El enigma de las extrañas criaturas. Ed. Mitre. Barcelona, 1987.
KOLOSIMO, Peter. Tierra sin tiempo. Plaza & Janés. 1ª ed. Barcelona, 1969.
LYMAN, Robert. Forbidden land. The Potter Enterprise. Coudersport, 1971.
PAUWELS, L.; BERGIER, J. El retorno de los brujos. Plaza & Janés. Barcelona, 1980.SCOTT LITTLETON, C. (ed.). Mitología. Blume. Barcelona, 2004.

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