“La percepción geopolítica es la habilidad para percibir la totalidad de los factores geopolíticos conscientemente, con una comprensión explícita tanto de nuestra posición subjetiva como de las regularidades de la estructura de lo que percibimos… No significa solamente ciudadanía y una particular esfera de conocimiento profesional… Quien se ocupa a sí mismo con esto, primero clarifica su propia posición y su relación con el mapa geopolítico del mundo. Esta posición ni es geográfica ni política (teniendo que ver con la ciudadanía de uno mismo), sino que es sociocultural, civilizacional, y axiológica. Toca la propia identidad geopolítica. En ciertos casos, puede cambiarse, pero este cambio es tan serio como un cambio en la confesión religiosa propia o una modificación radical de las opiniones políticas propias” – Alexander Dugin [1].
Europa está en un estado de profunda crisis. Esta es una realidad que un rápidamente creciente número de gente común y analistas no solamente empiezan a deducirlo lógicamente, sino también lo sienten en lo profundo de sus mentes y almas. Los pueblos del continente europeo, los inconscientes herederos de las tradiciones, traumas y luchas de Europa, están conmoviéndose del virtual sueño del “fin de la historia”, que está mostrándose rápidamente que es una pesadilla. Una vez más, y sin el hedor del tópico, un espectro está acechando a Europa. Sin embargo, más que una ola de revoluciones burguesas amenazando derrocar los decadentes remanentes del orden tradicional o una marcha de banderas rojas proclamando llevar la justicia a las masas expropiadas por la cruzada de la “libertad de”, el nuevo espectro es profundamente más siniestro en un sentido escatológico. Lo que está en juego no es una sucesiva transformación del paisaje socio-económico, político o espiritual de Europa en el interés de esta o aquella clase, sino que es el fin de la misma Europa.
Esta vez, además, la oscuridad que devora Europa no es la sombra de sus propias injusticias, sino la desesperación de un suicidio asistido, un empujen en el abismo cortesía de los vástagos traidores de Europa, la superpotencia americana que ha tomado el lado oscuro de la modernidad europea – liberalismo, capitalismo, y escatología herética- hasta el clímax lógico. En la Europa de hoy, como Alexander Dugin ha apuntado, esta amenaza se hace pasar por la ideología del liberalismo, la geopolítica de la subyugación del atlantismo y las catástrofes depositadas por el último capitalismo. Aún todos estos tres indicios cruciales encuentran su expresión en la más crucial de las agonías – el colapso, la decadencia, y el canibalismo de una identidad extraída.
Los diversos pueblos de Europa no pueden invertir la crisis empinada y multi-dimensional, o mucho menos unirse para marchitarse mientras que Europa y sus pueblos permanecen atascados dentro de la trampa liberal de una identidad diluida y auto-destructiva. ¿Cómo puede el trabajo combatir al capital si no se da cuenta de lo que es el trabajo? ¿Cómo puede una nación luchar contra el neocolonialismo si no se reconoce a sí misma? ¿Cómo pueden los pueblos de Europa salvar su continente si no pueden incluso determinar su propio “género” o “sexualidad”? La clásica estrategia de división y conquista ensalzada en el dogma liberal e implementada por el leviatán americano tanto por la fuerza como por adoctrinamiento ideológico ha sido tan efectiva que incluso la noción de identidad europea, ahora está asociada con las estructuras de la Unión Europea manipulada por los Americanos, no solamente ha sido oscurecida, sino que incluso ha llegado a dejar un mal sabor de boca en los pueblos que han tenido que probar las raciones estropeadas de “integración europea” a la americana.
Una corrosión o falta de identidad en sí mismo es una tragedia ya que reduce un sujeto a un objeto, pero la más amplia implicación es mucho más desoladora. Ahora que los pueblos de Europa necesitan ser actores y no objetos más que nunca, y ahora que Europa se enfrenta con, quizá, la última oportunidad para regenerarse como un polo positivo en un mundo multipolar floreciente, los pueblos del continente no pueden incluso reconocerse a sí mismos en el espejo. El conductor de autobuses griego se ve a sí mismo como una víctima torturada injustamente y prisionero del capitalismo de la UE. La visión del panadero alemán en la desilusión y permanece a sí mismo en su culpa histórica que no le permite pensar que algo está mal. El granjero de manzanas polaco, advertido de la inminente “agresión rusa” y limitado a las trincheras del cordón sanitario, no entiende por qué él tiene que regalar las frutas de su trabajo a los soldados americanos. El trabajador francés que se ve a sí mismo y se pregunta que es realmente Francia: Ella misma o la siguiente puerta del norte de áfrica. El joven serbio que no puede llegar a creer que en Serbia puede ondear pronto la bandera bajo la que su infancia fue traumatizada con los sonidos de las bombas y señales del “daño colateral”. El desempleado italiano que rasca su cabeza e intenta recordar cómo llegó a unificarse Italia y por qué la primera Roma está ahora relegada al papel de producir los escándalos más cómicos de Europa (los más embarazosos de Italia) para todo el común de la democracia liberal. Todos los anteriores están confusos por la posible inclusión de un país como Turquía en una unión que lleva el nombre de “Europea” y castigada como “fascistas” por los grandes medios de comunicación, por el más mínimo cuestionamiento de la aceptación sin límite de oleadas de inmigrantes descontentos. Y otras cosas. Atascarse en el ciclo del liberalismo y la atomización del capital y la alienación, no solamente es el reflejo en el espejo que se vuelve invisible, sino un dibujo más grande que se escapa totalmente a la vista.
Desde el punto de vista del reduccionismo geopolítico, Europa ha venido a representar la zona costera, el espacio en liza entre las fuerzas de la tierra y del mar, las fuerzas de la integración continental y conciencia civilizacional versus las fuerzas de la subyugación trans-atlántica y el neo-colonialismo. En el mapa de hoy, esto se manifiesta en la lucha entre el imperio americano, con sus marionetas liberales europeas, y los espíritus continentales de Europa respaldados por una despierta y emergente alternativa euroasiática encabezada por Rusia. Durante los últimos 50 años, Europa se ha restringido a sí misma a ser una marioneta del imperio americano.
Para mantener su imperio, los EEUU quieren y necesitan o una Europa colonizada o una desestabilizada, una Europa de nadie. La primera opción tiene tres escenarios diferentes: 1) Prolongar el estatus quo en que Europa está semi-colonizada por el híper-poder americano unipolar a través de la actual UE y la OTAN encabezada por los EEUU; 2) La absoluta y represiva ocupación de Europa por fuerzas armadas americanas, o 3) La incitación de un nuevo proyecto de “tercera vía” con forma y consecuencias similares a aquel fascismo del siglo 20 [2]. La primera variante está hoy revelándose que es cada vez más insostenible. La “unidad” de la UE está desmoronándose bajo su propio peso artificial y las fuerzas continentales están lenta pero constantemente emergiendo para desafiar la manipulación de la UE contra Rusia y las facetas distintivamente anti-europeas del trans-atlantismo americano. La segunda variante está en el proceso de ser testada, cuantos más y más soldados americanos están siendo desplegados bajo el pretexto de “disuadir a Putin”. La tercera variante, un prototipo de lo que fue realizado en el apoyo de los EEUU a los neo-nazis ucranianos instalados en Kiev allá por 2013, está todavía abierta para la consideración, aunque la completa realización de tal cosa es el principal plan de fin de juego en sí mismo es inverosímil dada la participación creciente de Rusia en proteger las políticas europeas de las campañas americanas provocativas y, en todo caso, el nuevo “totalitarismo” que plaga las sociedades occidentales es esto del “post-liberalismo” que plaga las sociedades occidentales que han superado enormemente los antiguos mecanismos represivos de poder blando y duro.
La segunda opción incluye otros posibles escenarios. El primero está siendo constantemente preparado a través de la instrumentalización de la inmigración masiva y la “crisis de los refugiados”. El objetivo final en este escenario podría ser o una islamización total de Europa en que los EEUU podrían jugar del mismo modo que lo hacen con el wahabismo en oriente medio, la desestabilización causada por una guerra étnica y un “choque de civilizaciones” en suelo europeo, o el despliegue “preventivo” de ejércitos de los EEUU que jugarían el papel de provocaciones de guerras tribales o anuncios hipócritas “unidad en la guerra contra el terror islámico”. La islamización de Europa significaría el fin de la Europa europea, sin importar que cambie y por tanto las garantías de la solución del “problema europeo” por el mantenimiento del imperio americano. La destrucción de las bases antropológicas de Europa, y los europeos mismos, sería justo otro pequeño precio que pagar (que, como siempre, los americanos no pagarán) en la cruzada para sembrar desestabilización y levantar terror en la frontera de Rusia.
Otro resorte podría ser la instigación de una guerra civil europea y que suceda la balcanización de los nuevos nodos estratégicos del continente. Si este escenario pudiera materializarse, por supuesto, depende de la voluntad de los europeos mismos y de hacer caso de su memoria histórica – uno de los objetivos del liberalismo en el poder.
Es importante recalcar que un imperio en colapso cae en parte porque redacta las políticas al vuelo y no puede más formular y perseguir planes coherentes. Esta es una característica distintiva entre las actuales élites americanas y explica la variedad de diferentes escenarios ya visibles en la política de los EEUU hacia Europa, la aparentemente mezcla malabarística de múltiples tácticas de inmediato, y la relativamente rápida ruptura de las iniciativas de los EEUU en Ucrania y Siria. Sin embargo, una bestia arrinconada y moribunda es una que se abalanza e intenta tomar como víctimas todo lo que pueda arrastrar con ella. La amenaza americana solo puede ser subestimada en su propio peligro. Después de todo, estamos tratando con una híper-potencia sin parangón en la historia motivada por la ideología y economía más destructiva y las perversiones de la modernidad que deshumaniza cualquier cosa que esté en el camino de sus intereses. Aquellos que afirman que la amenaza de la islamización, por ejemplo, debería servir como punto de unidad para un “norte (américa + europa) versus el sur”, un eje opuesto a una disposición “este versus oeste” (Eurasia versus Atlantis), que se ve la daga pero no a su portador y está jugando en manos del esquema americano.
La dura ocupación, desestabilización terrible o trágica desaparición de uno de los polos civilizacionales del mundo es una catástrofe que se avecina. Si esto es acomodado por fuerza de las bayonetas americanas, los decapitadores islámicos, o por cualquier guerra civil fratricida es algo abierto a cuestión, condicionada por diferentes factores y el rumbo de los acontecimientos, y hasta cierto alcance irrelevante. La amenaza misma, sin importar quien la encarne, es una llamada a despertarse no solamente para los Europeos, sino también para el resto del mundo. Si la zona costera cae, Eurasia, el Corazón de la Tierra (Heartland), está en peligro, si el Corazón de la Tierra cae, no habrá nada que pueda detener el comienzo de, no importa como sea denominado, el fin de los tiempos, el fin de la historia. Como Alexander Dugin escribió en 1999, “algunos son conscientes de lo que ocurrió en la década de 1990, y que lado abrió el “paradigma del fin” frente a la humanidad…” [3] Este es el común denominador que tanto a antiliberal y anticapitalista “izquierda” y “derecha” pueden solamente ignorar u oscurecer en su propio peligro.
Como la tradición enseña, la oscuridad no es solamente un problema negativo o siniestro. También es el otro lado de la posibilidad de encontrar el ser fuera del olvido, y en algunas interpretaciones es el primer puente que tiene que cruzarse para alcanzar la luz al final del túnel. Mirando al abismo solo deja a reconsiderar el camino. Hoy, la oscuridad no está descendiendo simplemente sobre esta o aquella nación europea, sino sobre Europa en conjunto. Por consiguiente, es Europa como un conjunto quien debe buscar la rectificación, la luz, la regeneración y en la práctica tanto como en términos metafísicos, la unidad civilizacional. Las naciones europeas que luchan por la soberanía y los movimientos en cruzada por una forma u otra de “liberación nacional” deben darse cuenta de que son parte de una lucha común que no importa que connotaciones de “unidad europea” pueda tener gracias a la corrupta y colonial naturaleza de la actual Unión Europea, el enemigo no es Europa sino el poder e ideología extranjeras que han retorcido la “integración europea” para parecerse a la “integración” de los reclusos de prisión más que la libertad de las personas libres y conscientes.
Es la hora para reclamar los términos de “Europa” y “civilización europea” de los liberales y empoderar la lucha anti-atlantista con un nuevo rango de percepción geopolítica, una que tome Europa como un todo y como su sujeto. Esto no pasa por alto las importantes contradicciones dentro de Europa, sino incentiva bastante su resolución y, por así decir, separa el trigo de la paja. Revelará quienes son los herederos reales del continente, y quienes son los traidores beneficiarios y proyectos artificiales puestos para dividirla. Para un gran alcance, esta es una prueba de fe para los pueblos de Europa, y la preparación y realización de Europa cambiará sin duda con ello. “Tradición” y geopolítica” son dos palabras que guían esta lucha.
Aquellos quienes, sumergiéndose a sí mismos en la percepción geopolítica, han seguido el pulso del corazón de una de las civilizaciones del mundo, entenderán el significado que imbuyen estas palabras.
[1] Dugin, Alexander. La última guerra de la Isla Mundial: The Geopolitics of Contemporary Russia. Arktos (2016).
[2] Para una discusión detallada de la falacia geopolítica del proyecto de la llamada "Tercera Vía", ver “Paradigm of the End” de A. Dugin.
[3] Ibid.
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