Las grandes farmacéuticas, en el ojo del huracán de la epidemia de heroína.
Las demandas se acumulan por el agresivo y engañoso 'marketing' de los opiáceos que engancharon a muchos ciudadanos.
Los reguladores empiezan a endurecer los controles tras asumir "complicidad".
En la crisis de los opiáceos que consume Estados Unidos y ante la que Donald Trump ha anunciado que declarará la emergencia nacional, no en balde las sobredosis de heroína y de estos fármacos causan unas 140 muertes al día, hay tantas responsabilidades que es difícil exculpar a alguien. El consenso, no obstante, es que la industria farmacéutica ha desempeñado un papel clave puesto que contribuyó a inundar el mercado de adictivos fármacos con agresivas y engañosas tácticas de 'marketing' por las que ahora acumula demandas. Los medicamentos, además, allanaron el camino al caballo: cuatro de cada cinco adictos a la heroína fueron antes consumidores de opiáceos de receta. Varios estados, condados y ciudades lideran la campaña en los tribunales y se acusa a las farmacéuticas de gastar millones en campañas que "trivializan el riesgo de los opioides a la vez que exageran los beneficios de usarlos para el dolor crónico".
Ninguna farmacéutica está más señalada que Purdue, que en 1996 sacó al mercado OxyContin, una pastilla de oxicodona pura. Aseguró que permitía aliviar el dolor durante 12 horas y que representaba menor riesgo de abuso y adicción que otros fármacos. Realizó también una intensa campaña de promoción entre médicos. Y solo en el 2001, cuando se comprobó que la adicción y el crimen relacionados con el uso de su medicamento se habían disparado en partes del país, retiró sus afirmaciones fraudulentas.
En el 2007, Purdue y tres de sus directivos se declararon culpables en un caso federal penal por falso 'marketing' y la farmacéutica acordó pagar 635 millones de dólares. Se calcula que la compañía ha ingresado 35.000 millones desde que lanzó OxyContin.
El modelo del tabaco
En las demandas se intenta seguir el modelo usado contra las tabacaleras, pero las posibilidades de éxito son más reducidas. En los casos planteados por demandantes individuales los tribunales han apuntado a la responsabilidad personal en la adicción o la sobredosis, a que a diferencia del tabaco a menudo se usa el fármaco de forma distinta a como está indicado o a que el 'marketing' agresivo se dirigió a los médicos, no a los pacientes. Y aunque los estados han tenido hasta ahora algo más de éxito al poder alegar que las farmacéuticas han provocado una "molestia pública" con costes para los servicios de salud, no ha habido aún una gran victoria.
Otros responsables
En la crisis de los opiáceos, no obstante, hay más responsables, incluyendo doctores que cedieron a la presión y prescribieron a diestro y siniestro. También la comunidad científica y médica de EEUU (el único país que vio el dolor crónico no tratado como una epidemia) que publicó y se apoyó en documentos que minimizaban el riesgo de adicción a los opiáceos. El más llamativo es una carta de cinco frases aparecida en una publicación médica. Aunque hablaba de baja adicción en una pequeña muestra de pacientes medicados durante su hospitalización, los detalles fueron perdiéndose y el párrafo acabó siendo citado repetidamente como "un estudio de referencia".
También empiezan a aceptar su responsabilidad los reguladores y, en especial, la Agencia del Medicamento (FDA), que relajó las normas de pruebas y aprobó un opiáceo tras otro, incluso los que sus propios expertos desaconsejaban por su alto riesgo de adicción. Su nuevo director, Scott Gottlieb, reconoció en febrero que fueron "cómplices" en la crisis, aunque matizó que fue de forma "involuntaria". Y la agencia en junio inició el primer intento de retirar un opiáceo del mercado por las "consecuencias del abuso en la salud pública".
La crisis es también resultado de un sistema de salud que es más industria que servicio
Farmacéuticas, proveedores médicos y aseguradoras tienen capacidad de influir en la política. El foco en el beneficio económico contribuyó a que se diera prioridad a la prescripción de opiáceos frente a tratamientos más caros y complejos para mitigar o controlar el dolor. Se lo decía el año pasado a 'The Guardian' Joe Manchin, senador de Virginia Occidental:
"Es una epidemia porque tenemos un modelo de negocio para ello. Sigan la pista del dinero".
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