La “maldición” de los Kennedy
¿Casualidad o conspiración?
¿Casualidad o conspiración?
1) Desde la muerte de JFK todos los Kennedy que han pretendido acceder a la Casa Blanca han sido apartados de la carrera presidencial por algún suceso violento ocurridoen circunstancias poco claras.
2) El asesinato de John Fitzgerald Kennedy se gestó entre altos funcionarios del gobierno estadounidense y miembros de poderosos grupos de presión próximos a la industria petrolífera y de armamento.
3) Su hermano Robert fue asesinado cinco años después en circunstancias igualmente oscuras.
4) Ted Kennedy tuvo que abandonar sus ambiciones presidenciales a consecuencia de un misterioso accidente de tránsito en el que falleció una de sus colaboradoras de la campaña.
5) John, el hijo del presidente Kennedy, falleció en un accidente de aviación justo en el momento en que iba a comenzar una prometedora carrera política.
Ambición y tragedia, debilidades y logros. Los Kennedy han sido siempre una familia más grande que la vida. El fallecimiento de John-John Kennedy, la última de la larga serie de muertes violentas que parece haberse cebado con la familia, ha reabierto la vieja leyenda sobre la maldición que pesa sobre el clan. Pero ¿existe realmente tal maldición o, por el contrario, hay algo mucho más sórdido y real tras las muertes de los Kennedy?.
Los Kennedy, un apellido de leyenda, son una familia que, si sus peripecias ocurrieran en el marco de un culebrón televisivo, provocarían el cese fulminante del guionista capaz de idear una historia tan recargada de desgracias y poco creíble.
Siendo una de las dinastías más poderosas de Estados Unidos, asesinatos y escándalos parecen haberse cebado con ellos de manera especial. Repasemos siquiera brevemente este impresionante cúmulo de desgracias para hacernos una idea de las dimensiones de lo que estamos hablando.
La considerable fortuna de los Kennedy procede del contrabando de licor en los viejos tiempos de la Ley Seca. Aquellos primeros tiempos reportarían a la familia importantes lazos con algunos miembros prominentes del crimen organizado que serían de crucial importancia en los acontecimientos de los años venideros. Joe Kennedy, el patriarca de la familia, no era sin embargo un gángster corriente, sino más bien un emprendedor que vio en la legislación contra el licor un lucrativo nicho de mercado. Sin embargo, tampoco se puede decir que fuera un santo.
Las desgracias familiares comenzaron oficialmente cuando en 1941 Joe ordenó que a su hija
Rosemary le fuera practicada una lobotomía para curarla de sus frecuentes crisis epilépticas. Esta intervención se llevó a cabo sin el conocimiento de Rose, su madre, aunque no era lo único que ignoraba la señora Kennedy. Por ejemplo, tampoco estaba al corriente de la relación sentimental que mantenía su esposo con la conocida actriz Gloria Swanson. Según el autor Ronald Kessler, Joe sería una de las mayores influencias en el trágico destino de sus hijos y nietos: “La familia Kennedy tiene una larga historia de valor imprudente y eso conlleva que es víctima frecuente de accidentes absurdos. (...) Fue el viejo Joseph -el patriarca del clan- el que inculcó a los suyos el principio de que para los Kennedy no hay reglas que valgan ni límites que puedan detenerlos. Él decía que un Kennedy nunca conoce el miedo y nunca muestra sus emociones”167.
La tragedia visitó por segunda vez al matrimonio Kennedy con la muerte de su hijo mayor Joseph, caído en combate durante la Segunda Guerra Mundial, mientras se encontraba pilotando un bombardero en una peligrosa misión de la que se le había advertido que se abstuviera. Joseph era un gran conocedor de España. Cubrió como periodista la Guerra Civil primero en Barcelona, desde donde marchó a Valencia y luego a Madrid, de donde partió para ocupar el puesto de agregado de prensa de la embajada de Estados Unidos en París. Según parece, en el Madrid republicano entró en contacto con un grupo de partidarios de la causa nacional pertenecientes a la quinta columna y llevó a cabo una misión secreta por encargo del gobierno británico.
Poco más tarde, en 1948, fallecía en Francia como consecuencia de un accidente de aviación Kathleen Kennedy, la hija rebelde que había roto los lazos con la familia a causa de sus desavenencias con su padre.
Con la muerte de Joseph, que se había iniciado en el mundo de la política como delegado en la convención demócrata de 1940, todas las esperanzas del patriarca se centraron en su siguiente hijo, John Fitzgerald. Como su padre, el joven Kennedy incurrió en numerosas infidelidades matrimoniales, entre ellas la más sonada fue la aventura que mantuvo con Marilyn Monroe, a la que hemos dedicado el capítulo anterior. También parecía haber heredado su mala suerte con los hijos. En 1963 John Kennedy lloraba la pérdida de uno de sus hijos, Patrick, fallecido apenas dos días después de su nacimiento. Al parecer, su esposa Jacqueline era propensa a los partos
problemáticos, ya que una niña que tuvo de soltera, antes de su relación con Kennedy, nació muerta. Aparte de esto, seguiría el aciago destino que persigue a los Kennedy, y así, el 22 de Noviembre de 1963, el que fue primer presidente católico de Estados Unidos era asesinado en Dallas en circunstancias aún no aclaradas 168.
John Fitzgerald no fue el único Kennedy en ser sacado violentamente de la escena política. En 1968 Robert Kennedy fue asesinado durante su campaña para la nominación a la presidencia por el Partido Demócrata, un asesinato que presenta tantos o más puntos oscuros que el de su hermano. Poco después, tras una fiesta, el coche del senador Ted Kennedy se precipitaba desde lo alto de un puente en la isla de Chappaquiddick, Massachusetts. Como resultado del accidente murió su secretaria Mary Jo Kopechne. El escándalo suscitado a raíz de este incidente terminaría para siempre con las aspiraciones presidenciales del senador, que fue declarado culpable de
homicidio por imprudencia, si bien se libró de un cargo de denegación de auxilio.
La siguiente generación Kennedy sufrió también en carne propia los efectos de la “maldición”. En 1973 el hijo mayor del senador, Ted, sufrió la amputación de una pierna a consecuencia de un cáncer. El otro hijo de Ted, Patrick (actualmente congresista), abandonó en 1986 cualquier ambición presidencial al ser sometido a un tratamiento para superar su adicción a la cocaína.
La descendencia del malogrado Robert tampoco parece ser ajena a las desgracias. El hijo mayor, Joe II, se vio envuelto en un accidente de tránsito muy similar al sufrido por su tío, en el que su acompañante quedó paralítica de por vida. Por añadidura, se vio convertido en personaje habitual de la prensa sensacionalista a consecuencia de su pretensión de obtener la nulidad matrimonial tras doce años de convivencia con su esposa.
Michael Kennedy, el otro hijo de Robert, se vio envuelto en otro escándalo al asignársele una presunta relación sentimental con una menor que trabajaba como niñera de la familia. En 1998 moría en un accidente de esquí en la estación invernal de Aspen ante la mirada atónita de sus tres hijos, con los que se encontraba jugando una modalidad de fútbol americano sobre esquíes cuando se estrelló contra un árbol fracturándose el cuello.
El último capítulo de esta luctuosa lista lo escribió la muerte de John-John, el hijo del ex presidente, al mando de una avioneta que se estrelló en el Atlántico a pocos kilómetros de la costa.
Lo cierto es que con tal cúmulo de desgracias no nos extraña que haya quien hable de una maldición que persigue a los Kennedy. Pudiera ser así, pero, aplicando el viejo aforismo de los relatos de Sherlock Holmes, cuando se elimina todo lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad. Así pues, ya que no creemos en sortilegios ni en hados fatales, sólo nos resta suponer que alguien está colaborando activamente para que la presunta maldición se convierta en realidad.
JFK
El coronel Fletcher Prouty fue un personaje muy relevante dentro de la comunidad de inteligencia estadounidense, llegando a ser director de planes especiales (un eufemismo para referirse a las operaciones clandestinas que, a fin de cuentas, es otro eufemismo para calificar las actividades criminales que llevan a cabo los servicios de inteligencia) en la junta de Jefes de Estado Mayor169.
Antes de alistarse en la fuerza aérea, Prouty se graduó en ciencias empresariales y bancarias en las universidades de Massachusetts y Wisconsin. En 1964 se retira del ejército y comienza una igualmente notable carrera en el sector privado, llegando a ser vicepresidente de dos bancos. Al
contrario que otros conspiradores, Prouty tiene un conocimiento de primera mano de lo que se cuece en las trastiendas del poder. En su libro “The secret team”170 describe a la perfección cómo este conocimiento privilegiado lo llevó a la conclusión de que los destinos del mundo están regidos por personajes y fuerzas muy alejados de lo que llega al conocimiento de la opinión pública. En el caso que nos ocupa, Prouty cree que el asesinato de John Fitzgerald Kennedy se gestó entre altos funcionarios del gobierno estadounidense y miembros de poderosos grupos de presión próximos a la industria petrolífera y de armamento.
La pretensión del Presidente de retirar las tropas norteamericanas de Vietnam fue lo que puso el sello a su sentencia de muerte. Tras el asesinato, el presidente en funciones, Lyndon B. Johnson, fue víctima de una extorsión mafiosa que lo empujaba a apoyar la actuación norteamericana en Asia -que Kennedy quería finalizar-, y que le provocó una profunda crisis personal de la que ya nunca se recuperaría. Prueba de ello es que en su lecho de muerte confesaría a su gran amigo Tom Janos que Lee Harvey Oswald no había matado a John Fitzgerald Kennedy.
A pesar de lo novelesca que nos parezca la versión presentada por Prouty, existe una prueba objetiva que la apoya. Se trata de la llamada película Zapruder, una de las dos filmaciones tomadas en el momento del asesinato y que muestra claramente que el magnicidio tuvo lugar en un lapso de apenas ocho segundos, durante los cuales Oswald habría disparado tres balas, haciendo blanco sobre Kennedy y el senador Connally, toda una hazaña si tenemos en cuenta que el tirador estaba en una posición pésima, con mal ángulo y la visibilidad entorpecida por los árboles. Para colmo, el Mannlicher-Carcano que presuntamente utilizó era un rifle antiguo, no automático, de pésima calidad y con el punto de mira mal calibrado.
Como éste, existen suficientes cabos sueltos en este caso como para llenar varios libros, incongruencias para las que sólo hay una explicación coherente: que el asesinato de John Fitzgerald Kennedy fue fruto de una conspiración. Pero no estaríamos hablando de una conspiración cualquiera, ya que para el éxito absoluto del plan era necesario el concurso de personajes muy cercanos a la Casa Blanca. De hecho, el día del asesinato el dispositivo de protección del Presidente sufrió una serie de errores garrafales sólo explicables si pensamos que fueron premeditados.
Entonces, si no fue Lee Harvey Oswald el culpable del magnicidio, ¿cómo se llevó a cabo?. Los análisis fotográficos preparados por el experto Richard Sprague nos presentan un aterrador escenario de la ejecución del atentado, que habría sido en realidad una emboscada en la que tres tiradores profesionales cazan literalmente a Kennedy entre su fuego cruzado. De hecho, la película Zapruder deja sumamente claro que el disparo mortal provenía de la parte frontal derecha del Presidente y no de atrás, donde se encontraba el presunto asesino. Para completar la operación sólo faltaba la presencia de Lee Harvey Oswald, un loco solitario que cargase con la culpa y alejase a la opinión pública de la idea de una conspiración.
Entre los elementos más intrigantes de cuantos concurren en el asesinato se encuentra la presencia del denominado “hombre del paraguas”. En un mediodía soleado, sin una nube en el cielo, alguien acudió a la plaza Dealey llevando un paraguas abierto que hizo oscilar de arriba abajo justo antes del tiroteo. Era la señal para los tiradores. El hombre del paraguas fue fotografiado y filmado en el lugar de los hechos. Su presencia fue certificada por decenas de testigos. Sin embargo, la Comisión Warren, encargada de la investigación del caso, ignoró la existencia de este personaje.
También ignoró la presencia en el escenario de los hechos de tres individuos disfrazados de vagabundos que fueron rápidamente desalojados del lugar por la policía, sin que exista ningún informe oficial de este suceso, aunque sí existen varias fotografías y, la verdad, para ser vagabundos estos personajes presentan algunas características sumamente interesantes: buenos cortes de pelo, manicura recién hecha y un desconcertante parecido con Frank Sturgis, E. Howard Hunt y Fred Lee Crisman171, tres siniestros personajes vinculados a la CIA y de sobra conocidos en el mundo de las operaciones clandestinas.
La única explicación para la aparente ceguera y despreocupación de los miembros de la Comisión Warren está en que éstos debían estar al corriente de la conspiración. No sería de extrañar, ya que entre sus miembros se encontraba algún enemigo declarado de los Kennedy, como Allen Dulles, antiguo director de la CIA, que había sido despedido poco antes por el Presidente a raíz de lo cual tuvieron un altercado en el que intercambiaron palabras muy duras. Sea como fuere, la teoría del asesinato que ofreció la comisión es una verdadera chapucería, especialmente
teniendo en cuenta que lo que se está intentando resolver es un crimen de la magnitud del asesinato de un presidente de Estados Unidos. Los informes de la comisión parecían destinados a un único fin: inculpar a Oswald.
RFK debe morir
Casi cinco años después de los sucesos de Dallas, el 5 de Junio de 1968 era asesinado el siguiente de los hermanos Kennedy, Robert, que fue abatido por los disparos de un jordano nacido en Jerusalén, Sirhan Bishara Sirhan. Ocurría pocos minutos después de conocer el éxito obtenido en las elecciones y que le abría las puertas para luchar contra el candidato republicano, Richard Nixon, por la presidencia de Estados Unidos. La posterior investigación que la Cámara de Representantes encargó para dilucidar el trágico asesinato arrojó prácticamente el mismo resultado que el tristemente famoso Informe Warren: la posibilidad de que detrás del asesinato
hubiera una conspiración perfectamente tramada para acabar con un político demasiado molesto para los intereses de Estados Unidos y que además tenía serias posibilidades de acceder a la más alta magistratura del país. Pero ahora la tesis oficial era considerablemente más sólida. Sirhan fue reducido mientras aún sostenía en su mano un revólver humeante. Esta vez el psicópata homicida había sido detenido en el mismo momento de los hechos y nadie podría aventurar ninguna teoría de conspiración. Caso cerrado.
Pero, como suele suceder, la opinión pública no lo tenía ni mucho menos tan claro. Apenas hacía unos meses -el 4 de Abril de 1968- que Martin Luther King había sido asesinado y se necesitaban toneladas de buena voluntad para achacar a la casualidad que las tres figuras más prominentes del progresismo norteamericano hubieran sido abatidas a tiros en el lapso de cinco años por sendos perturbados que actuaron en solitario y cuyas motivaciones no sabían explicar ni ellos mismos.
La historia del psicópata comenzó a tambalear con la publicación en 1970 del libro “RFK debe morir”172, del periodista nominado para el premio Pulitzer Robert Blair Kaiser. En esta obra se denunciaban las numerosas incongruencias en torno al asesinato, entre las que cobra especial importancia el análisis forense del doctor Thomas Noguchi, quien, por una curiosa ironía del destino, era el mismo médico que hizo la autopsia de Marilyn Monroe173. Las pruebas llevadas a cabo por el doctor Noguchi determinaron que Sirhan no podía haber asesinado al antiguo fiscal general de Estados Unidos porque el disparo fatal vino desde un ángulo diferente del lugar donde
se encontraba. La bala asesina entró por detrás de la oreja izquierda del candidato y fue disparada a sólo tres centímetros de distancia, a quemarropa, tal como atestiguan las abundantes quemaduras de pólvora que se encontraron alrededor de la herida.
Sirhan en ningún momento estuvo tan cerca de su presunta víctima y, además, se encontraba justo frente a ella, de forma que es materialmente imposible que realizara el disparo desde detrás. Pero además, la fiscal de Los Ángeles, Barbara Warner Blehr, ha demostrado que el entonces jefe del laboratorio criminológico del Departamento de Policía de la ciudad, DeWayne Wolfer, incurrió en no menos de tres faltas graves a la hora de asegurar que sólo el arma de Sirhan se había visto envuelta en el atentado. Es más, la bala extraída del cuerpo de Kennedy y las de los otros heridos en el atentado no pertenecen a la misma arma, como demostró en su momento el criminólogo William Harper.
Como añadido a los informes de balística que demostraban la presencia de una segunda arma en el lugar de los hechos apareció la conclusión de los psiquiatras que estudiaron a Sirhan, los cuales afirmaban que éste probablemente había “actuado bajo influencia hipnótica”. En relación con esto es conveniente recordar que el Proyecto MkUltra de la CIA, que ya hemos analizado en el capítulo “Asesinos del pensamiento” (pág. 92), aparte de explorar otras formas de control mental, investigó la posibilidad de programar asesinos que fueran incapaces de recordar su condicionamiento. Este subproyecto dentro de MkUltra recibió el nombre de ARTICHOKE. El mecanismo para “disparar” la sugestión poshipnótica, que habría estado durante meses latente en la mente de Sirhan, habría sido la presencia en el salón del hotel de una chica que llevaba un llamativo vestido de lunares, la cual nunca ha podido ser identificada, pero a la que algunos testigos aseguran haber visto abandonar precipitadamente el hotel mientras decía: “Lo hemos matado (...) lo hemos matado”. Por su parte, Sirhan, como quedó de manifiesto en la prueba del polígrafo, no recordaba haber disparado contra nadie. El psiquiatra forense Bernard L. Diamond fue el primero en hipnotizar al reo, pudiendo comprobar no sin cierta sorpresa que éste caía en trance con extremada facilidad, como si estuviera muy acostumbrado a la hipnosis. Al salir de estos trances Sirhan sufría violentos temblores, similares a los que experimentó en el momento de su detención. Las sesiones de hipnosis con el doctor se prolongaron durante semanas.
Las respuestas de Sirhan a las preguntas que le hacían en este estado eran coherentes y fluidas, salvo cuando se llegaba a una cuestión cuya respuesta iba invariablemente precedida de una larga pausa, como si en su cerebro hubiera algún mecanismo que se atascara súbitamente al tratar este tema. La pregunta era: “¿Hay alguien más implicado?”. Desgraciadamente, tras esos instantes de vacilación, el reo siempre contestaba lo mismo: “...no”.
En cuanto al autor del disparo mortal, todos los indicios apuntan en dirección a Eugene Cesar, un esbirro a sueldo que presuntamente habría trabajado para la CIA en otras ocasiones174. Cesar declaró que había vendido su arma previamente al asesinato, pero un recibo demuestra que la compraventa se produjo con posterioridad. Con todas estas pruebas, y algunas más, Kaiser construye un escenario perfectamente posible en el que un asesino ficticio y sin control sobre su propia voluntad crea una distracción para que el asesino real pueda disparar a quemarropa y escapar, dejando que el señuelo cargue con las culpas.
A pesar de las bien fundadas y dramáticas revelaciones que en él se hacían, el libro de Kaiser tuvo escaso éxito de ventas, debido en gran parte a una inteligente campaña de desprestigio dirigida desde The New York Times. Más de treinta años después de los hechos, la familia del presunto homicida, que permanece en prisión, ha iniciado una movilización para reabrir el caso solicitando una nueva vista ante el Tribunal Supremo del Estado de California.
El peso de la amenaza
El siguiente en la dinastía, Edward, no tardó en experimentar los desagradables efectos de la “maldición” que se había cernido sobre su familia. Él también aspiraba a la presidencia, lo que constituía un problema añadido para los responsables de los asesinatos de John y Robert, ya que la muerte de un tercer Kennedy aspirante a la presidencia habría sido algo demasiado llamativo.
Había, pues, que recurrir a otro método si lo que se pretendía era mantener a la familia Kennedy alejada de la Casa Blanca... La historia del drama de Edward Kennedy comienza cuando, tras una fiesta, el candidato se ofrece a acompañar a casa a su secretaria, Mary Jo Kopechne. El trayecto transcurre con normalidad hasta que, al cruzar un puente sobre el lago Chappaquiddick, el coche de Edward Kennedy rompe la baranda y se precipita en las aguas. En un esfuerzo de supervivencia el senador pudo salir del automóvil, pero su joven ayudante tuvo menos suerte y fallece ahogada.
El triste suceso constituía una ocasión de oro para dejar en la banquina la carrera presidencial de otro Kennedy, que, en principio, tenía todas las cartas para salir victorioso, y esta vez sin necesidad de asesinarlo. Se puso en marcha una gigantesca campaña propagandística en contra del senador, convirtiendo el accidente en un escándalo de primera magnitud. Curiosamente, como dos de los mayores voceros de esta intensa campaña aparecen E. Howard Hunt y Frank Sturgis -que incluso escribió al respecto un libro que nunca llegó a ser publicado-175, aquellos agentes de la CIA que tan asombroso parecido tenían con los “vagabundos” evacuados del escenario del asesinato del presidente Kennedy. Juntos inventaron e hicieron correr una siniestra historia de sexo y alcohol en la que el senador aparecía como un ser depravado e inconsciente que había conducido a la muerte a una inocente muchacha a la que, de no haber matado en el accidente, seguramente hubiera violado en algún desértico paraje. No es de extrañar que con este tipo de argumentos en su contra Edward Kennedy se ganara por aquella época el título de “el hombre más odiado de América”.
Los Kennedy han sido tradicionalmente la bestia negra del conservadurismo estadounidense. Durante el juicio del caso Watergate, John Dean, uno de los ayudantes de Richard Nixon, reveló que el Presidente había ordenado mantener bajo vigilancia continua al senador Kennedy. En esas circunstancias, es lícito fantasear sobre si este accidente automovilístico fue realmente tan accidental como se dijo en primera instancia. A este respecto, el propio Richard Nixon hizo un enigmático comentario que quedó reflejado, entre otras muchas intimidades del despacho oval, en las célebres cintas del caso Watergate: “Si Teddy Kennedy hubiera sabido la trampa
para osos en la que se estaba metiendo en Chappaquiddick...”.
El investigador Robert Cutler afirma haber encontrado pruebas suficientes como para demostrar que el presunto accidente no fue sino una trampa tendida al senador Kennedy, al que más tarde se estuvo presionando durante algún tiempo con amenazas de muerte sobre sí mismo y su familia en caso de que pensara contar la verdad. Según Cutler, la pareja fue abordada poco antes de llegar al puente. Los dejaron inconscientes a ambos y procedieron a simular el accidente, dejando que la joven secretaria se ahogase en el interior del coche. Cuando Ted despertó en su habitación del hotel al día siguiente no tuvo ni la menor ¡dea del lío en el que había sido metido
hasta que recibió una llamada de teléfono en la que le recomendaban que se hiciera responsable del “accidente” si no quería que algo similar les sucediera a sus hijos176.
A primera vista, la teoría de Robert Cutler nos hace esbozar una sonrisa de incredulidad, pero existen pruebas materiales que parecen confirmar que algo extraño sucedió en aquel puente. Para empezar, las marcas de neumáticos en el suelo indican que el coche estaba parado cuando aceleró súbitamente, precipitándose contra la baranda. Además, la blusa de Mary Jo estaba profusamente manchada de sangre, algo imposible si las heridas hubieran sido producidas por el choque contra el agua y la hemorragia hubiera ocurrido debajo de la superficie del lago. Es más, la blusa tenía sangre coagulada, lo que indica que dio tiempo a que se secara antes de que el
cadáver fuera introducido en el agua.
La renuncia de Edward Kennedy en 1975 a la candidatura para la presidencia de Estados Unidos también tiene una historia secreta. Nadie ha explicado aún por qué, tal como figura en los registros, cinco días antes del anuncio de su abandono de la carrera electoral los hijos del senador fueron puestos bajo la protección del servicio secreto, que les asignó un dispositivo de máxima seguridad. Una posible explicación podría ser una amenaza que pesara sobre ellos en el caso de que su padre decidiera continuar con sus aspiraciones a la Casa Blanca. Esto quedaría confirmado por el hecho de que veinticuatro horas después del anuncio de su renuncia se suspendiera la
vigilancia sobre los hijos del candidato a petición de éste. ¿Por qué ese súbito cambio de opinión?. Obviamente porque el peligro había pasado. Pero la amenaza de un simple perturbado no hubiera bastado para que un Kennedy renunciase a la presidencia. No obstante, Ted recordaba muy bien lo que les había ocurrido a sus hermanos, cuyo poder y carisma no los había hecho inmunes a las balas de los conspiradores y, además, sólo él sabía realmente lo sucedido en el lago
Chappaquiddick. No es de extrañar, dados estos precedentes, que Ted fuera el último Kennedy en aspirar a la presidencia. Al menos así fue hasta que a mediados de la década del noventa un nombre comenzó a sonar con especial fuerza en los medios de comunicación y los foros de opinión pública norteamericana: John Kennedy hijo, la gran esperanza de la familia Kennedy.
El heredero de Camelot
John Kennedy hijo... Era difícil en los últimos tiempos encontrar otro personaje público en Estados Unidos con una imagen que se pudiera comparar a la suya. Él era el auténtico heredero del toque Kennedy, del fabuloso reino de Camelot que fue el mandato de su padre. Cuando se hablaba del joven Kennedy nadie parecía recordar las desgracias y escándalos en los que durante décadas se había visto envuelta su familia.
En su juventud había llevado una vida de playboy que lo había convertido en habitual de la prensa rosa. Más tarde, decidió sentar cabeza y dedicarse a los negocios, donde tuvo notorios éxitos en el sector de los medios de comunicación. Oficialmente parecía no mostrarse especialmente interesado por la carrera política, pero lo cierto es que su trayectoria pública le había dado el nombre, el dinero y la popularidad necesarios para convertirse en presidente de Estados Unidos en el momento en que lo decidiera177.
Se suele decir que las luces que brillan con mayor intensidad son las primeras en apagarse, y en el caso de John Kennedy esta sentencia se hizo trágicamente realidad el 17 de Julio de 1999. Aquel día, los medios de comunicación de todo el mundo informaron de su desaparición mientras pilotaba una avioneta a pocos kilómetros de la costa atlántica de Estados Unidos en compañía de su esposa y de su cuñada. Horas después se confirmaba su muerte. Un Kennedy más había desaparecido en trágicas circunstancias. Mucho antes de que hubiera un informe oficial, los expertos consultados por los medios de comunicación dieron un veredicto de lo sucedido que
fue aceptado por la opinión pública con sorprendente facilidad: desorientación espacial.
El joven Kennedy era un piloto inexperto que cometió la imprudencia de volar con malas condiciones atmosféricas, incurriendo en un lamentable error humano que le costó la vida a él y a sus pasajeros.
Sin embargo, no todo parece estar tan claro. Entre sus allegados nadie está de acuerdo con la teoría que señala a John como un mal piloto, una opinión ratificada por John McColgan, que fue el instructor federal que examinó a John Kennedy cuando obtuvo la licencia de vuelo. Al día siguiente del accidente, McColgan hizo unas declaraciones al rotativo Orlando Sentinel que, inexplicablemente a pesar de su valor testimonial, no encontraron eco en ningún otro medio de comunicación mundial: “Era un excelente piloto. (...) Superó todas las pruebas de manera brillante”178.
Debemos tener en cuenta que la opinión de McColgan está avalada por su condición de reputado profesional que ejerce su labor en la Academia de Seguridad en el Vuelo sita en Vero Beach (Florida). Antiguo mecánico de vuelo de la Fuerza Aérea, da la casualidad de que formó parte de la tripulación del Air Force One, el avión presidencial, precisamente durante el mandato de John Fitzgerald Kennedy: “Esta noticia me ha impactado porque volé con él cuando sólo tenía tres años y luego, cuando era un hombre de 37, se presentó aquí como si tal cosa, con la mayor sencillez...”. McColgan asegura que John hijo “volaba prácticamente todos los días. (...) De hecho, actualmente tendría horas de vuelo suficientes para convertirse en piloto comercial”. Como vemos, la teoría generalmente aceptada en cuanto a la competencia del joven Kennedy como piloto es, cuanto menos, inexacta. ¿Interesadamente inexacta?. Podría ser, aunque ello implicaría que la conspiración que ha puesto cerco a la familia Kennedy durante los últimos cuarenta años habría convertido a John en su última presa.
Existe un artículo de la United Press International en el que se afirma que John estuvo en contacto con el control de vuelo del aeropuerto de Martha's Vineyard a las 9:39 de la tarde del Viernes 16 de Julio, segundos antes del accidente. Durante esa comunicación no se pudo apreciar que sucediera nada extraño en el aparato, ni que el piloto estuviera nervioso o desorientado: “A las 9:39 PM del Viernes, Kennedy llamó al aeropuerto y dijo que se encontraba a 13 millas de éste y a 10 de la costa, como confirman las noticias de la WCVB-TV de Boston. (...) Momentos después, el radar de la Administración Federal de Aviación indicó que el aparato emprendió un vertiginoso descenso de 1200 pies en doce segundos, según la ABC News”. Es más, esa comunicación aporta un factor fundamental para descartar la tan cacareada desorientación del piloto: éste sabía con total precisión dónde se encontraba, no sólo en relación con la costa (10 millas), sino también con el aeropuerto (13 millas).
Llama igualmente la atención el vertiginoso descenso de 365 metros (1200 pies) en doce segundos, es decir, un desplome casi en picada, así como el hecho de que la cola del aparato apareciese a considerable distancia del resto del fuselaje, como si se hubiera desprendido en vuelo, algo que, por otro lado, explicaría la velocidad de la caída.
La visibilidad aquella noche en la costa de Connecticut era excelente, entre 16 y 19 kilómetros, lo cual hace sumamente difícil que Kennedy no viera al menos el brillo del alumbrado público de una zona tan densamente poblada como aquella. Así pues, nos encontramos con que los medios de comunicación de todo el mundo hablaron de unas malas condiciones meteorológicas que no eran tan malas y de un piloto inexperto que no lo era tanto. Por otra parte, en los mentideros políticos de Washington se daba por seguro que John se presentaría a senador, posiblemente en el Estado de Nueva York, haciendo sombra a la mismísima Hilary Clinton.
Sherman Skolnick, periodista de investigación y personaje cercano a la familia Kennedy, afirma que el clan sabía que el 1 de Agosto de 1999 John iba a anunciar su intención de presentarse a las elecciones presidenciales. El resultado habría sido una incógnita, puesto que Kennedy no tenía experiencia política, aunque era un orador sumamente eficaz y habría aportado a la historia del clan Kennedy algo que adora el público norteamericano, un final feliz. Todo ello le habría valido el apoyo de un amplio sector del electorado, formado tanto por conservadores como por liberales.
Skolnick también habla de la existencia de un informe confidencial del FBI en el que se confirma
que el avión de John cayó a consecuencia de la detonación de un pequeño explosivo a bordo.
Conclusión
Sea conspiración o fatalidad lo que persigue a los Kennedy, el caso es que con John se ha esfumado su última esperanza de volver a alcanzar la Casa Blanca. Se han barajado varios nombres como sucesores dentro del clan, pero ninguno de ellos cuenta con el carisma y la imagen pública del malogrado hijo del ex-presidente. Tal vez sea mejor así, y sólo de esta manera se acabe con el inexplicable rosario de muertes violentas.
NOTAS
167 Ronald Kessler, “The sins of the father: Joseph Kennedy and the dinasty he founded”, Warner Books, Nueva York, 1996.
168 La mejor fuente de información disponible en nuestro idioma sobre el asesinato del presidente Kennedy se encuentra en http://www.terra.es/personal/amestu/home.htm, una página web que en volumen, rigor y calidad supera por amplio margen a cualquier libro publicado en España sobre este tema.
169 Se da como cierto que Prouty fue quien inspiró el personaje que aparece en la película JFK como un alto funcionario que revela al fiscal de Nueva Orleans, Jim Garrison, la existencia de un complot para asesinar al presidente Kennedy. De hecho, fue uno de los asesores con los que contó el director Oliver Stone para escribir el guión de la película.
170 Fletcher Prouty, “The secret team”. Prentice-Hall, Nueva Jersey, 1973. El coronel Prouty también tiene una página web: http://www.prouty.org.
171 Como curiosidad apuntaremos que este personaje adquirió cierta popularidad en 1947, al estar implicado en uno de los primeros casos de avistamiento de OVNI’s de la Historia.
172 Robert Blair Kaiser, “RFK must die!: A history of the Robert Kennedy assassination and its aftermath illustrations”. Dutton, Nueva York, 1970.
173 Thomas T. Noguchi, op. cit.
174 William Turner y John Christian, “The assassination of Robert F. Kennedy: The conspiracy and coverup”. Thunder’s Mouth Press, Nueva York, 1993.
175 “Senatorial privilege: The Chappaquiddick cover-up” de Leo Damore (Regnery Publishing Inc., Washington, 1988) es un libro que refleja a la perfección el tipo de extrañas teorías que aún siguen siendo de consumo común entre la derecha estadounidense respecto al asunto del accidente.
176 Robert Cutler, “You the jury”. Edición del autor, Boston, 1974.
177 Uno de los mejores retratos de John Kennedy hijo es el libro “American son: A portrait of John F. Kennedy Jr.” (Henry Holt & Company, Nueva York, 2002) escrito por Richard Blow, uno de sus más estrechos colaboradores en la redacción de George Magazine, revista de la que Kennedy era director.
178 “Pilot Kennedy was ‘conscientious guy’”. USA Today, 21 de Julio de 1999.
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