Mediando 2012, el capitalismo es un pestilente cadáver maquillado en su catafalco —por irresponsabidad, corrupción, idiotez de los líderes politicos, o por la suma de las tres causas— a base de insuflarle dinero público para que no se le vean los gusanos. La crisis mundial no es coyuntural, sino la consecuencia inexorable del capitalismo cuando éste se aplica sin impedimentos, a escala mundial. El capitalismo, en su ceguera por la obtención del beneficio, ha mutado en cada vez más perversas formas que sólo han acelerado su muerte. Los instrumentos financieros sin regulación (over the counter, sobre acciones, bonos, materias primas, swaps o derivados de crédito) han convertido las inversiones mundiales en una timba de apuestas en la que los bancos han sido los crupieres que han hecho jugar a los ahorradores sin saberlo (las viejecitas desconocen que su dinero está siendo apostado en hedge funds y que probablemente no lo recuperarán nunca).
No es posible salvar al capitalismo. Sólo en España, el pasivo financiero de la economía es de 10 billones de euros —10 veces el PIB anual—, de los cuales casi 5 billones yacen en los bancos en depósitos o valores diferentes de las acciones (bonos, letras), mientras, el drenaje de fondos bancarios de España hacia el extranjero supone unos 150.000 millones de euros al año, y acelerando. Eso representa la quiebra técnica del sistema financiero. Lo que vemos no es una aberración del sistema capitalista, sino el sistema capitalista funcionando a pleno rendimiento y matando el cuerpo al que depreda, que es el mundo. Antes hacía lo mismo, pero en países lejos de nuestra vista, en África o América del Sur. Ahora la estafa del capitalismo es global. La economía real del mundo en bienes y servicios —PIB mundial— es de 65 billones de dólares al año, mientras que los valores derivados OTC de acciones y divisas suman 1.650 billones —¡en una década!—. Si esos 1.650 billones reclamaran rentabilidad sólo al 5%, representarían 82,5 billones al año. Es decir: harían falta 1,26 veces el PIB mundial para pagar los intereses del dinero creado mediante la especulación. Como eso no es posible, el capitalismo crea cada año nuevo dinero para pagar los intereses del que anteriormente creó. Eso es lo que se denomina un “esquema de Ponzi” o estafa pirámidal. Y como todos los esquemas de Ponzi (te recordamos, oh, Madoff), cuando es descubierto, arruina a todos los tenedores de los valores especulativos, que no valen nada. Entonces nadie acepta papel para cobrar intereses y lo que quiere que le devuelvan su inversión. Pero ese dinero no existe. Fue creado de la nada usando como contravalor propiedades mobiliarias e inmobiliarias en el mundo entero, que sí valen 1.650 billones de euros.
Como hemos hablado ya muy claro y lo bastante técnicamente como para que las mentes de nuestros lectores se pongan a pensar, paso a las consecuencias, a partir de ahora, de esta crisis que afecta a los fundamentos mismos del capitalismo. En vano el inhumano dinero creado de la nada —recordemos: 1.650 billones de dólares— tratará de especular con los alimentos. Estos representan una pequeña fracción del PIB mundial, y es mucho el dinero que desea invertirse en busca de rentabilidad. Tampoco puede hacerlo con las materias primas. El petróleo representa solamente 3,5 billones al año en valor total de extracción y venta al precio de mercado. El capital inventado no puede ni siquiera quedarse con países enteros en propiedad para explotarlos, pues el capitalismo no sabe hacer nada útil. Sólo especular... Quizás el más afamado y más salvaje especulador del mundo sea el CEO de Goldman Sachs, Lloyd Blankfein. Ese hombre, que hunde estados y hace dinero a espuertas cada dia, es un perfecto inútil si se le deja solo en una isla desierta o al mando de una patrulla en un frente de guerra o explotando una hectárea de huerto para sustentar a su familia. No sabe hacer nada más que crear sofisticados instrumentos de expolio con los que estafar incluso a sus propios clientes. Y como él hay cientos de miles de especuladores que hacen sus fortunas trajinando y timando a sus congéneres.
¿Sabéis lo que todo eso significa de modo obvio? Pues que el producto de su trajín de usureros, el dinero que obtienen, no tiene ningún valor. Por dos razones: no se puede comer... y hay tanto dinero creado que, en cuanto se sepa, no lo querrá nadie. No me estoy refiriendo, quede claro, a los 1.650 dólares que ingresa un asalariado, que puede intercambiar por comida, techo, educación, medicamentos u ocio. Sino a los 1.650 billones que no tienen nada que comprar, pues no existe nada que valga tanto. Ese dinero solamente es útil para inflar burbujas, para ganar más dinero y para satisfacer el ego de pichacortas siniestros como Blankfein.
Dice la gente sabia que el capitalismo es, en sí mismo, injusto e inhumano. Añado yo que es, además, estúpido, ineficiente y suicida. El capitalismo actual ha dejado en mantillas al colonialismo imperialista del siglo XX, pues, en su presión explotadora desde la Sinaquía Financiera Internacional a los estados y las empresas, induce la explotación extrema de los seres humanos, la desolación, el despilfarro y la degeneración de los recursos naturales y de los trabajadores de todo el planeta hasta el punto de poner en riesgo la dignidad humana y vida misma. La destrucción de todo lo colectivo, lo público. Y las multinacionales, presionadas por la SFI, en una huida hacia delante, toman el dinero ilícitamente drenado a través de los instrumentos especulativos e invaden el mundo sin someterse a ley alguna, abriendo nuevos mercados en aras del beneficio de la misma manera que un cáncer de pulmón invade nuevos alvéolos en aras del progreso de la enfermedad. La voracidad del capitalismo, como la del cáncer, no tiene otro límite que la muerte del huésped. Necesita expandirse continuamente para subsistir. El capitalismo es, en sí mismo, un gran esquema de Ponzi.
Los ignorantes confunden el capitalismo con el libre mercado. El capitalismo odia el libre mercado. Lo que hace el capitalismo es retorcer el libre mercado mediante la especulación, la corrupción de las autoridades y las burbujas. Cuando el capitalismo agota a un país, va a la ruina su banca, y ésta exige inmediatamente que la sociedad corra con sus pérdidas. ¿Es privatizar los beneficios y socializar las pérdidas la alternativa que propone el capitalismo al comunismo soviético que derribó en 1991 a base de corrupción y desgaste bélico? El libre mercado nada más puede existir en un ambiente de competencia perfecta. Pero no puede haber tal cosa cuando el capital se concentra en tan pocas manos como las de la Sinarquía Financiera Internacional. El dinero funciona en régimen de oligopolio, estableciendo precios y políticas sin otro objeto que la rentabilidad de él mismo.
Cuando estalló la gran burbuja de los instrumentos financieros derivados, los bancos empezaron a quebrar y, tras ellos, las compañías aseguradoras de las operaciones financieras. Entonces, los capitalistas demostraron de qué pasta están hechos: Los neoliberales seguidores de filosofías del egoísmo, de la búsqueda de la propia felicidad a cualquier precio, como la de la judía rusa Ayn Rand, se echaron a llorar pidiendo la protección de sus estados respectivos. Pero ¿cómo osan pedir dinero a los mismos estados a los que extorsionan mediante el crédito usurario? El argumento es que los bancos, creadores del dinero requerido por todo el estado, deben ser preservadas con leyes draconianas y fondos públicos. Y la corrupción política se puso en marcha...
Desde el estallido de la crisis se han venido produciendo masivas inyecciones de dinero, extraído mágicamente de los futuros impuestos de los contribuyentes. Pero, como el lector imagina, la capacidad de incremento impositivo del planeta es una fracción mínima, un 2-3% como máximo, de ese PIB de 65 billones de dólares. Y el agujero contable de los bancos no tiene fondo. Así que se trata de otra medida inútil, dinero tirado, ruina innecesaria. Para lo único que han servido las transfusiones dinerarias a la banca ha sido para arrasar el sistema de pensiones, el seguro de desempleo, la educación, la sanidad y los derechos fundamentales de los ciudadanos.
La peor consecuencia de la debacle financiera es la devastación de la economía productiva, que no puede competir en un ambiente en el que el dinero corre hacia donde husmea beneficio rápido, sin haber de trabajar. El volumen de la economía especulativa es tan enorme, comparado con el de la economía productiva, que ésta es un escenario enano para mover tanto dinero. Y si es más rentable quebrar una empresa y venderla en pedazos, se quiebra. Es el cáncer que clausura alvéolos pulmonares sanos aún, en vez de seguir respirando con ellos. La asfixia de la base productiva se produce mediante una tenaza inexorable: la mordaza de arriba es la regresión del crédito que implica despidos masivos; y la de abajo, el encogimiento del consumo, que bloquea las ventas. Un ciclo continuo que se retroalimenta.
Pasaremos por alto la crisis en su vertiente ecológica. En estos momento se trata de algo secundario, cuando la vida de cientos de millones de seres humanos está en riesgo cada día. Se dice que los recursos naturales no son suficientes para mantener el actual estilo occidental de vida. Pero es que ese estilo de vida está acabado, no puede sostenerse. Ni el saqueo ecológico ni el calentamiento global son importantes ahora. El hecho de que ciertos foros (dirigidos a distancia por la SFI) los mencionen tanto es sospechoso. El peak oil se alcanzó justamente el año en que estalló la crisis financiera. Y eso no puede ser casual —creer en tales casualidades es una forma de religión: la misma que sacraliza a los árboles o las focas en vez de a los niños que viven en los vertederos de medio mundo—.
En toda esta crisis espectacular que estamos protagonizando, mediática y sonora como ninguna, de dinero que busca inversion especulativa, no podemos dejar de destacar el papel de los EEUU de Norteamérica como instrumento destructor y genocida en manos de la Sinanquía Financiera Internacional. La guerra siempre fue, hasta ahora, la solución final de las crisis financieras de los imperios coloniales. La política de los EEUU en el mundo, orquestando el terrorismo internacional e instrumentalizando las guerras locales, tiene sentido solamente analizándola desde el punto de vista de la devolución de la deuda financiera que tiene contraída con la SFI, que es del orden de 40 billones de dólares —15 billones son de deuda pública—. EEUU está gastando ingentes cantidades de tropas, armamento y munición, bajo la bandera de la libertad y la democracia para mayor desfachatez, invadiendo países con importantes recursos naturales. El esquema es claro: apoyo a sus multinacionales energéticas y constructoras por un lado. Pero por otro, el cobro a precios estratosféricos de su gasto de guerra hasta la última munición de uranio empobrecido. ¿A quién se le cobra? A los derrotados. ¿Cómo lo pagan? En primer lugar, con todo el oro, divisas y valores que poseen, y que pasan directamente a las bóvedas de la SFI. Y en segundo lugar, en crudo y minerales que los EEUU cambian a las multinacionales por dinero, que es devuelto a la SFI. Esta segunda parte es muy limitada. Ya dijimos que todo el crudo anual mueve solo 3,5 billones de dólares al año. Pero ¿Cuánto puede cobrarse en botín de guerra por una bomba de racimo? No, desde luego, su precio en una empresa de armas. No es lo mismo comprar una bomba que comprarla, dotar a un ejército con ella y arrojarla sobre “territorio amigo que ansía la democracia occidental”. Su valor puede multiplicarse por mil. En definitiva: así como otros países pagan a los usureros de la SFI mediante loterías o aeropuertos, EEUU paga a la banca judía que instrumentaliza la FED convirtiendo en cash su armamento —bastante de él, obsoleto— y sus efectivos muertos, al tiempo que obtiene su beneplácito por estar ayudando a la confortable expansión del estado de Israel.
Pero no todo van a ser alegrías para el Sanedrín del dólar. También le han salido algunos forúnculos en el culo. Uno: Los países emergentes —los BRICS— se están desdolarizando y exigiendo el reequilibrio del DEG —moneda sintética respaldada por una cesta de divisas para pagos internacionales— o alguna otra moneda creada por ellos mismos —ojo: lo intentaron antes Saddam y Gaddafi y por ello terminaron uno ahorcado y otro muerto a palos—. La respuesta de la SFI ha sido la continua amenaza militar sobre Rusia desde todas sus fronteras europeas y mediorientales —el escarceo en Osetia, Georgia, llegó a producir bajas entre efectivos rusos y norteamericanos enfrentados—; y el control del suministro de Irán a China a través del oleoducto que atraviesa Afganistán. Dos: Los países de la Alternativa Bolivariana para las Américas) están nacionalizando recursos naturales (REPSOL) y girando fuera de la órbita financiera internacional, sabedores de que todo país que cae en las garras de Fondo Monetario Internacional se arruina absolutamente con sus préstamos usurarios y pierde todos sus recursos en favor de las multinacionales controladas por la SFI. Tres: Rusia-China han puesto fin a la falacia de las “primaveras verdes” en los países productores de crudo, plantándose en Siria frente a la OTAN, y han dotado al gobierno socialista de Al Assad del más moderno armamento defensivo, especialmente de misiles anti aéreos que hacen demasiado arriesgada la misión de los bombarderos de la OTAN que trituraron Trípoli el año pasado, masacrando a decenas de miles de libios.
Y vamos ahora a explicar la verdadera solución a la crisis financiera, que se evidencia en cuanto se comprende la esencia del problema. El problema es el dinero. Sí. Pero no el dinero que sirve para comerciar y ahorrar dentro de la economía productiva, sino el otro: el inventado mediante los instrumentos financieros fraudulentos desregulados aposta mediante la Ley Clinton de 2000. Ése dinero masivo es letal, no sirve más que para destruir la economía productiva. ¿Puede resolverse el problema que representa en el planeta Tierra la anulación de ese dinero que contamina todo esfuerzo humano por superar la crisis? Por supuesto que sí. Mediante medidas fiscales extraordinarias. Justamente las contrarias a las que preconiza el PP a través de sus ministros Montoro y de Guindos. Nada de aministías fiscales, por otra parte injustas e ineficaces. No se trata de atraer dinero ilegitimo, sino de anularlo. Asignarle un valor exactamente cero. Cualquier capital procedente de un paraíso fiscal debe, en España, no valer nada. Conforme entra por las fronteras electrónicas debe ser requisado por el Estado y asignársele el valor nulo. Volatilizarlo. Si esto se hiciera en el mundo entero, todo el dinero creado especulativamente desaparecería. Se sigue luego la inspección de toda fortuna. Todo lo amasado mediante los instrumentos financieros de diseño para la estafa será requisado y puesto a valor cero.
Se me dirá que el resto del mundo, que no sufre nuestra crisis, no va a hacerlo. Y que España no puede salir de la crisis por sí sola. Pero se equivoca quien lo piense. El instrumento es entonces el cambio de moneda de la noche a la mañana, la salida del Euro, la nacionalización de la banca. Y entonces sí, de forma nacional, depurar responsabilidades de los especuladores y sus cómplices en la función pública. No se les arrebata nada que no hayan obtenido ellos de manera fraudulenta, violentando las leyes del libre mercado. Muchos de ellos acabarán en la cárcel por delitos como el fraude a la Hacienda Pública (no podrá Emilio Botín pulsar los mecanismos que le evitaron la cárcel en el caso de las cesiones de crédito de Banesto), pero todos ellos quedarán en ruina, sin el dinero que ganaron especulando. Da igual si han sido reyes del ladrillo, políticos mediáticos, comisionistas reales o financieros de bogavante y prostituta de lujo: la cárcel será su destino, si no optan por el exilio furtivo, al modo de Luis Roldán.
El mundo dominado por la SFI se revolverá contra nosotros, y nos atornillará en los mercados internacionales mientras lloriquea salmodias en yiddish. Así que habremos de tomar medidas adicionales, temporalmente autárquicas: nacionalización de empresas estratégicas, como de la energía, transportes, construcción pesada, industria básica (en vez de criticar a Argentina por nacionalizar REPSOL, hay que imitarla... aunque sólo sea por respeto a que ya pasó por el sendero que transitamos nosotros ahora).
Uno de los muchos tipos lúcidos que comentan por aquí, dijo: “La dialéctica explica que el miedo del Pueblo le auto-infunde valor, al revés que a sus “amos”, cuyo pánico crece en mayor proporción y medida, pero en sensu contrario, por razones atmosféricas absolutamente “naturales”; es decir, estricto y “matemático” cumplimiento de las leyes histórico-económico-políticas.” Y tiene razón: el caso de Islandia lo demuestra: un pueblo acogotado y exhausto se enfrentó con el poder político y financiero —la mafia Rothschild y la City de Londres— y triunfó, metiendo en la cárcel o reclamando busca y captura para quienes habían provocado la crisis de su patria. Siguiendo su receta, encontraremos la salida a esta crisis: Se llama, aunque suene fatal, nacionalismo económico. Y, para que no tenga veleidades fascistas, debe someterse a una democracia real, directa; con un control ciudadano de todas los procesos decisorios, empezando por la redacción y refrendo de una nueva constitución republicana de corte ácrata. Entendiendo por ello que no debe legislarse más que lo imprescindible, de manera clara, concisa, y siempre desde un parlamento con representantes sujetos al mandato imperativo de sus respectivas asambleas ciudadanas, un parlamento que nunca formará parte del Estado, al que dominará —o derrocará en un santiamén— mediante la Ley. Todo ciudadano útil será entrenado para un eventual conflicto con invasores mercenarios que vengan a cobrar las facturas de la Sinarquía Financiera Internacional, y dispondrá, como en Suiza, de una dotación de armas y equipamiento en lugares a su alcance.
Cuando se vive sin usura, aislado del mundo, hay que defender lo que se tiene, que es la libertad. Con la propia sangre, si falta hace. Es entonces cuando tal ínsula Barataria insólita adquiere el carácter de Patria, con mayúscula. Porque la única patria posible es la que hace, sostiene y defiende uno mismo, por el bien de sus hijos, en igualitaria comunión con el resto de sus compatriotas. El resto son palabrería y soflamas. Banderas que apenas disimulan la podredumbre del cadáver que ocultan, que se llama capitalismo, que no es libre mercado, sino la extorsión del mismo mediante la especulación; que no es democracia, sino la putrefacción de ésta mediante la corrupción. El capitalismo es una enfermedad que huele mal y funciona como huele. Un mal que enciega al principio, que te degrada después; y que sólo muere matando antes a las sociedades que parasita, si no se inmunizan antes con grandes dosis de pólvora y algún chasquido de pescuezo descoyuntado meciéndose al sol.
ÁCRATAS
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