Por Juan Manuel de Prada
(ABC, 9 de mayo de 2016)
Anunciábamos hace un año que convenía seguir muy de cerca el destino político de la bruja Hilaria Clinton, hija predilecta del Nuevo Orden Mundial. Un triunfo de la bruja Hilaria –escribíamos entonces— “revelaría que el NOM ha decidido lanzar una ofensiva desatada, sin máscaras ni solapamientos, contra los últimos y maltrechos bastiones de resistencia”. Prueba inequívoca de que esa ofensiva está en marcha han sido las reacciones de los prebostes republicanos ante el arrollador triunfo de Donald Trump en las primarias. Mientras los más sibilinos están buscando, para detener a Trump, un candidato de prestigio que pueda ser impuesto en la convención del partido (como en su día lo fue Eisenhower), los más lacayos y piltrafillas ya anuncian que apoyarán a la bruja Hilaria. Es el caso, por ejemplo, del senador John McCain, marioneta ful del NOM siempre fiel a su apellido; y, sobre todo, el caso de los hermanos Koch, los donantes más poderosos del partido republicano, quienes ya han anunciado que apoyarán con su dinero la campaña de la bruja Hilaria.
¿Por qué Trump provoca tales reacciones pánicas entre los prebostes republicanos? A la llamada cínicamente “opinión pública” se le hace creer que Trump es un orate, un fanfarrón, un populista, un peligroso xenófobo; y tal vez lo sea, pero esto al NOM se la suda. Ya hemos escrito muchas veces que los negociados de izquierda y de derecha escenifican una disputa para alimentar la demogresca; pero que en las cuestiones de veras importantes están plenamente de acuerdo. La unidad de republicanos y demócratas en la demonización de Trump se debe, naturalmente, a que es un tipo como mínimo incómodo para el mundialismo. No hace falta sino leer la conferencia que Trump acaba de pronunciar, invitado por la revista “The National Interest”, para entender esta animadversión. En ella, Trump consideraba que la pretensión de exportar por la fuerza el modelo democrático occidental había sido un craso error, y analizaba los daños humanos y económicos que este empeño había infligido, tanto a los países agredidos como a los Estados Unidos, condenando la “democratización global” impulsada tanto por neocones como por liberales demócratas.
Y frente a este Trump tan incómodo, el NOM tiene su candidata perfecta, la bruja Hilaria, alimentada a sus pechos y programada para defender sus intereses. Auténtica lady Macbeth del bardaje Obama, adoradora confesa de Moloch (que sufraga sus campañas políticas), denodado paladín de la plutocracia (que la recompensa fastuosamente), impulsora en su día de la guerra de Irak, responsable directa del caos libio, defensora a machamartillo de Israel en el conflicto palestino, comprometida con los regímenes sunitas y sus apéndices terroristas, instigadora de una política de mayor beligerancia contra Rusia, la bruja Hilaria es también --junto a su marido—la principal responsable de que el partido demócrata renunciara a sus tradicionales aspiraciones de justicia social (encarnadas en el famoso New Deal), sustituyéndolas por “políticas identitarias” de apoyo a minorías étnicas y aberrantes ideologías de género.
La bruja Hilaria, en fin, es quien ha proclamado sin ambages: “Los códigos culturales profundamente arraigados y las creencias religiosas han de modificarse. Los gobiernos deben emplear sus recursos coercitivos para redefinir los dogmas religiosos tradicionales”. Es la hija predilecta del NOM, encargada de ejecutar a rajatabla sus designios. Por eso es la candidata de los prebostes demócratas y republicanos, que en los asuntos verdaderamente importantes están plenamente de acuerdo.
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