«Para toda la vida»
En términos legales podría decirse que MAIN era un coto cerrado. . Apenas un 5 por ciento de sus dos mil empleados, los llamados socios principales, tenían todas las acciones. Su posición era muy envidiada. No sólo mandaban sino que además se llevaban la mayor parte del pastel. Su actitud fundamental, la discreción. Porque trataban con jefes de Estado y otros altos dirigentes acostumbrados a exigir de sus asesores, como abogados y psicoterapeutas por ejemplo, el mayor respeto a las normas de la más estricta confidencialidad. Hablar con la prensa era tabú. No se toleraba, y punto. Como resultado, casi nadie fuera de la empresa sabía quién era MAIN, a diferencia de otras competidoras nuestras más conocidas como Arthur D. Little, Stone & Webster, Brown & Root, Halliburton y Bechtel.
He utilizado la palabra «competidoras» en sentido figurado, porque MAIN en realidad era jugadora única en su propia liga. La mayoría de los profesionales contratados eran ingenieros, pero no teníamos ninguna maquinaria ni construíamos nada, ni que fuese un barracón para guardar trastos. Muchos empleados eran ex oficiales, pero no teníamos ningún contrato con el Departamento de Defensa ni ningún otro organismo de los militares. Estábamos en una rama comercial tan diferente de las normales, que me costó varios meses averiguar de qué se trataba. Sólo sabía que mi primer destino real iba a ser Indonesia y que formaría parte de un equipo de once hombres enviados a elaborar un plan maestro de aprovisionamiento energético para la isla de Java.
También me di cuenta de que Einar y los demás que me comentaban la misión andaban empeñados en persuadirme de que la economía de Java estaba en fase de rápido crecimiento. Y que, si quería perfilarme como buen observador (digno de ofrecerle un ascenso, por tanto), mis proyecciones económicas debían demostrar eso precisamente.
«Están que se salen del mapa», gustaba decir Einar. Alzaba los dedos del papel simulando un vuelo planeado y agregaba: «¡Una economía que va a despegar como un pájaro!» Einar salía a menudo de viaje, pero sus ausencias solían durar sólo dos o tres días. Nadie hablaba mucho de ello, ni parecía que estuvieran enterados de adonde iba. Cuando aparecía por los despachos, a menudo me invitaba al suyo para tomar unos cafés y charlar. Entonces me preguntaba por Ann, por nuestro nuevo apartamento o por el gato que nos habíamos traído de Ecuador. Cuando empecé a conocerlo un poco más, me animé a dirigirle preguntas sobre su trabajo y sobre lo que se esperaba que yo hiciera en el mío. Pero nunca recibí una contestación satisfactoria. Era maestro en el arte de desviar las conversaciones. Una de esas veces me asestó una mirada peculiar.
-No tienes de qué preocuparte -dijo-. Tenemos grandes planes para ti. El otro día estuve en Washington y ... -Se interrumpió a sí mismo, con una sonrisa inescrutable-. En cualquier caso, ya sabes que tenemos un proyecto importante en Kuwait. Será poco antes de que salgas para Indonesia. Te aconsejo que aproveches algo de tu tiempo para informarte acerca de Kuwait.
La biblioteca pública de Boston es un sitio estupendo para ello, y podemos conseguirte pases para la del MIT y la de Harvard. En consecuencia, pasé muchas horas en esas bibliotecas, sobre todo en la pública de Boston, pues quedaba cerca de la oficina y casi pegada a mi apartamento en Back Bay. Me familiaricé con Kuwait y además descubrí muchos libros de estadística económica publicados por Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Sabiendo que se me exigiría la elaboración de modelos econométricos para Indonesia y lava, se me ocurrió que podría entrenarme preparando uno para Kuwait. Sin embargo, yo había estudiado administración de empresas y no estaba preparado para realizar cálculos econométricos, así que dediqué la mayor parte del tiempo a tratar de cubrir esa laguna. Incluso me apunté a un par de cursos sobre la cuestión. En este proceso descubrí que las estadísticas pueden manipularse y dar lugar a una gama de conclusiones muy amplia, incluyendo las que corroboren las preferencias del analista.
MAIN era una corporación machista. En 1971 sólo empleaba a cuatro mujeres en cargos profesionales. Sin embargo, tendrían unas doscientas empleadas entre la dotación de secretarias personales: una para cada vicepresidente y cada director de departamento y el equipo de mecanógrafas a disposición de todos nosotros, los demás. Yo estaba acostumbrado a esta discriminación de género, por lo que me sorprendió especialmente lo que sucedió cierto día en la sala de lectura de la biblioteca pública. Una atractiva morena se acercó y fue a sentarse en el sillón de enfrente. Se veía muy sofisticada con su traje sastre verde. Al observarla mientras procuraba hacerme el indiferente, o el disimulado, me pareció algunos años mayor que yo. Al cabo de un rato, sin decir palabra, ella empujó hacia mí un libro abierto. Contenía una tabla con información sobre Kuwait que yo había solicitado anteriormente, y una tarjeta de visita. El nombre decía Claudine Martin y el cargo: «Asesora especial en Chas. T. Main, Inc.» Al levantar los ojos me tropecé con la seductora mirada de sus ojos verdes. Ella me tendió la mano. «Tengo instrucciones de ayudarte en tu preparación» anunció. No podía creer que aquello me estuviera sucediendo a mí. A partir del día siguiente nos reunimos en el apartamento que Claudine tenía en Beacon Street, no lejos de las oficinas centrales de MAlN en el Prudential Center. En nuestra primera hora de diálogo me manifestó que mi posición era poco común y exigía, entre otras cosas, la más estricta confidencialidad. Me explicó por qué nadie me había dado una descripción de mi puesto de trabajo. Nadie estaba autorizado a hacerlo ... excepto ella. Y por último me aclaró que su misión consistía en hacer de mí un gángster económico.
La expresión evocaba asociaciones de gabardinas largas y revólveres ocultos. Se me escapó una risa nerviosa, que me dejó un poco avergonzado. Ella sonrió y me aseguró que el efecto humorístico era uno de los motivos de la elección del término. «Quién se lo va a tomar en serio», comentó. - Confesé mi total ignorancia en cuanto a las funciones de un gángster económico.
- No eres el único - rió ella -. Somos una especie rara y estamos en un negocio sucio. Nadie debe conocer tu actividad, ni siquiera tu mujer. - A continuación se puso seria y agregó -: Voy a hablarte con plena franqueza y voy a enseñarte todo lo que sé durante las semanas de que disponemos. Después de eso, te tocará a ti decidir. Será una decisión definitiva. Cuando se entra en esto, se entra para toda la vida.
Después de esta conversación casi nunca volvió a utilizar la expresión completa de economic hit man (EHM). Éramos unos EHM y nada más. Ahora sé una cosa que desconocía entonces: que Claudine aprovechó todas mis debilidades, recogidas en el perfil de mi carácter trazado por la NSA. Ignoro quién le comunicaría la información, si fue Einar, la NSA, el departamento de personal de MAIN o alguna otra fuente. Pero supo explotarla con maestría. Aplicó una combinación de seducción física y manipulación verbal que parecía expresamente diseñada para mí. Y sin embargo, luego la he visto utilizada numerosas veces en muchos tipos diferentes de negociación, cuando el envite es cuantioso y hay mucha prisa por cerrar el lucrativo acuerdo. Ella supo desde el primer momento que yo jamás pondría en peligro mi matrimonio con la revelación de unas actividades clandestinas que, según dejó claro con brutal franqueza; me obligarían a sumergirme en aguas más bien turbias. En cuanto a quién le pagaba su salario, en realidad no tengo ni la menor idea, aunque tampoco tengo razones para dudar de que fuese efectivamente MAIN, como decía su tarjeta. En aquella época yo era demasiado ingenuo y muy tímido, y estaba demasiado confuso para formular las preguntas que hoy me parecen obvias.
Claudine enumeró los dos objetivos principales de mi trabajo. En primer lugar, yo debía justificar los grandes créditos internacionales cuyo dinero regresaría canalizado hacia MAIN y otras compañías estadounidenses (como Bechtel, Halliburton, Stone & Webster y Brown & Root) en pago de grandes proyectos de ingeniería y construcción. Segundo, debía conseguir la quiebra de los países que hubiesen recibido esos créditos (aunque no antes de que hubiesen pagado a MAIN y a las demás empresas contratistas estadounidenses, como es natural), a fin de dejarlos prisioneros para siempre de sus acreedores. Y así serían receptivos cuando les pidiéramos favores como bases militares, sus votos en Naciones Unidas o el acceso a sus recursos naturales, como el petróleo y otros.
Mi trabajo, siguió explicando, consistiría en estudiar los países y elaborar previsiones sobre los efectos de esas inversiones multimillonarias en dólares. Concretamente, debía producir estudios que anticipasen el ritmo del desarrollo económico a veinte o veinticinco años vista y que evaluasen el impacto de una serie de proyectos. Por ejemplo, si se tomaba la decisión de prestar 1.000 millones de dólares a un país para disuadir a sus dirigentes de alinearse al lado de la Unión Soviética, yo tendría que comparar las ventajas de invertir dicha suma en centrales generadores de energía o en una nueva red nacional de ferrocarriles, o en un sistema de telecomunicaciones. O si las órdenes eran que se le concediese al país la oportunidad de dotarse de un moderno sistema público de suministro eléctrico, yo debía presentar cifras que demostrasen que dicho sistema produciría un desarrollo económico suficiente para justificar la cuantía del empréstito. En todos los casos, el factor crítico era el producto interior bruto (PIB). Ganaba el proyecto que produjese el mayor crecimiento anual del PIB. Y cuando fuese uno solo el proyecto considerado, mis cifras demostrarían que su realización produciría superiores beneficios en términos del PIB.
En cada uno de estos proyectos, el aspecto tácito era la intención de originar sustanciosos beneficios para las contratistas y hacer muy feliz al puñado de las familias más ricas e influyentes del país receptor. Al mismo tiempo, dicho país quedaba sumido en la dependencia financiera por muchos años, y cautiva la voluntad de sus dirigentes políticos. Y así en todo el mundo: cuanto más grandes los créditos, mejor. La carga de la deuda privaría de atenciones sanitarias, educación y otros beneficios sociales a los ciudadanos más pobres, también durante muchos años, pero eso no se tomaba en consideración.
Claudine y yo discutimos con franqueza la naturaleza engañosa del PIB. Por ejemplo, puede reflejarse un crecimiento del PIB incluso cuando éste aproveche a una sola persona, como podría ser el caso del propietario único de la empresa monopolizadora de un servicio público, y aunque la mayoría de la población quede agobiada por el lastre de la deuda. Los ricos se vuelven cada vez más ricos, y los pobres cada vez más pobres. Pero desde el punto de vista estadístico, el resultado figura como un progreso económico.
Lo mismo que la ciudadanía estadounidense en general, muchos empleados de MAIN creían que estábamos haciendo favores a los países donde se construían las centrales eléctricas, las carreteras y los puertos. Nuestras escuelas y nuestros periódicos nos han enseñado a percibir como actos de altruismo todo lo que hacemos.
En los años transcurridos he escuchado muchas veces comentarios como el siguiente: «Puesto que no hacen más que salir a quemar nuestra bandera y a manifestarse delante de nuestra embajada, ¿por qué no nos vamos de su condenado país y que se revuelquen en su propia miseria?» Las personas que dicen cosas así, muchas veces tienen diplomas que certifican su excelente educación. Pero esas personas no tienen ni idea de que establecemos embajadas en todos los países del mundo para servir a nuestros intereses. Y éstos, durante la segunda mitad del siglo XX, se han concretado en la metamorfosis de la república estadounidense en un imperio global. Pese a sus títulos, las personas aludidas son tan ignorantes como aquellos colonizadores del siglo XVIII cuando creían a pie juntillas que los indios que peleaban por defender sus tierras eran siervos del Diablo.
Transcurridos algunos meses, yo viajaría a la isla de Java, perteneciente al Estado indonesio y descrita en la época como la parcela más superpoblada del planeta. Dicho sea de paso, Indonesia era país productor de petróleo, además de musulmán y semillero de actividades comunistas. «Es la ficha siguiente del dominó después de Vietnam. Es preciso que nos ganemos a los indonesios. Si ellos también se unen al bloque comunista, bueno ... », me dijo una vez Claudine cruzándose la garganta con el dedo índice mientras sonreía dulcemente. «Limitémonos a decir que debes presentar una proyección muy optimista sobre esa economía y de cómo prosperará una vez que estén construidas todas esas centrales y líneas de distribución eléctrica. Eso proporcionará a USAID y a la banca internacional la justificación para los créditos. Tú recibirás una buena remuneración, por supuesto, y podrás pasar a nuevos proyectos en otros lugares exóticos. El mundo es tu carrito del supermercado.» Pero no dejó de advertirme que mi trabajo iba a ser duro. «Los expertos de los bancos irán por ti. El trabajo de ellos consiste en descubrir los fallos de tus proyecciones. Ellos quedan bien cuando consiguen hacerte quedar mal.»
Cierto día le recordé a Claudine que el equipo que MAIN enviaría a Java estaba formado por diez hombres además de mí, y le pregunté si todos estaban recibiendo el mismo tipo de entrenamiento. Ella me aseguró que no. «Ellos son ingenieros - dijo -. Proyectan las centrales, las líneas de transporte y de distribución, así como los puertos y las carreteras para traer el combustible. Tú eres el que predice el futuro. De tus previsiones depende el tamaño de los sistemas que ellos proyecten ... y la magnitud de los créditos. Ya lo ves. Tú eres la clave.»
Al salir del apartamento de Claudine siempre me preguntaba si estaría haciendo bien. En el fondo de mi corazón sospechaba que no. Pero me asediaban las frustraciones de mi pasado. Al parecer, MAIN me ofrecía todo lo que siempre había echado en falta. A pesar de ello, no dejaba de preguntarme qué habría dicho Tom Paine. Por último me convencí de que aprendiendo más, acumulando experiencias, más tarde podría denunciarlo todo. La vieja justificación de «conocer el pecado para combatirlo mejor». Cuando le confié esta idea a Claudine, ella me dirigió una mirada llena de perplejidad. «No seas ridículo. Una vez que has entrado ya no se puede salir. Debes decidirlo tú antes de comprometerte más a fondo.» Lo entendí, pero lo que dijo me espantó. Al salir anduve pensativo por Cornmonwealth Avenue y, después de doblar por Dartmouth Street, me persuadí de que yo sería la excepción.
Una tarde, varios meses después, Claudine y yo estábamos sentados junto a la ventana viendo caer la nieve sobre Bacon Street.
-Formamos parte de un club reducido y selecto -dijo-o Se nos paga, y muy bien por cierto, para estafar miles de millones de dólares a muchos países de todo el mundo. Buena parte de tu trabajo consistirá en estimular a los líderes de esos países para que entren a formar parte de la extensa red que promociona los intereses comerciales de Estados Unidos. En último término esos líderes acaban atrapados en la telaraña del endeudamiento, lo que nos garantiza su lealtad. Podemos recurrir a ellos siempre que los necesitemos para satisfacer nuestras necesidades políticas, económicas o militares. A cambio, ellos consolidan su posición política porque traen a sus países complejos industriales, centrales generadoras de energía y aeropuertos. Y los propietarios de las empresas estadounidenses de ingeniería y construcción se hacen inmensamente ricos.
-Formamos parte de un club reducido y selecto -dijo-o Se nos paga, y muy bien por cierto, para estafar miles de millones de dólares a muchos países de todo el mundo. Buena parte de tu trabajo consistirá en estimular a los líderes de esos países para que entren a formar parte de la extensa red que promociona los intereses comerciales de Estados Unidos. En último término esos líderes acaban atrapados en la telaraña del endeudamiento, lo que nos garantiza su lealtad. Podemos recurrir a ellos siempre que los necesitemos para satisfacer nuestras necesidades políticas, económicas o militares. A cambio, ellos consolidan su posición política porque traen a sus países complejos industriales, centrales generadoras de energía y aeropuertos. Y los propietarios de las empresas estadounidenses de ingeniería y construcción se hacen inmensamente ricos.
Esa tarde, en el idílico ambiente del apartamento de Claudine, descansando junto a la ventana mientras la nieve se arremolinaba en el exterior, conocí la historia de la profesión en que me disponía a ingresar. Claudine me recordó cómo se han construido los imperios de casi todas las épocas: mediante el uso de la fuerza militar, o la amenaza de usarla. Pero después de la Segunda Guerra Mundial, con la emergencia de la Unión Soviética y el espectro del holocausto nuclear, la solución militar llegó a ser demasiado peligrosa. El momento decisivo se produjo en 1951 con la rebelión de Irán contra una compañía petrolera británica que estaba esquilmando los recursos naturales del país y explotando a su gente. Esta compañía fue la antecesora de British Petroleum, la actual BP. En respuesta, un primer ministro iraní democráticamente elegido y muy popular (fue el Personaje del Año de la revista Time en 1951), Mohammad Mosaddeq, nacionalizó todos los yacimientos petrolíferos iraníes. Los indignados ingleses solicitaron ayuda a sus aliados de la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses. Pero ambos países temieron que unas represalias militares provocasen la reacción soviética en favor de Irán. Por tanto, en vez de enviar la Infantería de Marina, Washington despachó a Kermit Roosevelt, nieto de Theodore y agente de la CÍA. SU actuación fue brillante. Conquistó muchas voluntades mediante amenazas y sobornos. Con estas complicidades organizó algaradas callejeras y manifestaciones violentas, lo cual creó la impresión de que Mosaddeq era un ministro tan impopular como inepto. Finalmente Mosaddeq cayó (y pasó el resto de su vida en arresto domiciliario). El proamericano Mohammad Reza Shah se erigió en dictador indiscutible. De esta manera, Kermit Roosevelt creó el escenario para una nueva profesión, la misma a cuyas filas me disponía a sumarme.1
Además de reconfigurar toda la historia del Oriente Próximo, la táctica de Roosevelt arrinconaba de una vez por todas las viejas estrategias de la construcción de imperios. También coincidió con los primeros experimentos de «acciones militares limitadas no nucleares», de cuya doctrina resultaron finalmente para Estados Unidos las humillaciones de Corea y Vietnam. En 1968, el año en que fui entrevistado por la NSA, era ya evidente que si Estados Unidos quería realizar el sueño de un imperio global (tal como lo habían planteado hombres como los presidentes Johnson y Nixon), tendría que recurrir a estrategias calcadas del ejemplo iraní sentado por Roosevelt. Era la única manera de derrotar a los soviéticos sin incurrir en el riesgo de una guerra nuclear.
Restaba un problema, no obstante. Kermit Roosevelt había sido un agente de la CIA. Las consecuencias habrían podido ser funestas si lo hubiesen atrapado. Él orquestó la primera operación de Estados Unidos para derribar a un gobierno extranjero. Era probable que se recurriese a este expediente muchas veces más, pero interesaba buscar un planteamiento que no implicase directamente a Washington. Por fortuna para los estrategas, la década de 1960 fue también testigo de otra revolución: el auge de las corporaciones multinacionales y de los organismos internacionales como el Banco Mundial y el FMl. Estos dependían para su financiación principalmente de Estados Unidos y de nuestros primos europeos, también constructores de imperios. Se desarrolló una relación simbiótica entre el gobierno, las empresas y los organismos internacionales.
En la época en que me matriculé en la EADE de Baston, la solución al problema «Roosevelt percibido como agente de la CIA» estaba ya bien diseñada. Las agencias de inteligencia estadounidenses, entre ellas la NSA, identificarían a posibles EHM y estos podrían a continuación ser contratados por las multinacionales. A los gángsteres económicos jamás les pagaría ningún organismo público, sino que serían asalariados del sector privado. En consecuencia, su trabajo sucio, caso de resultar descubierto, sería atribuido a la codicia de las empresas, no a la política gubernamental. Las compañías que los contratasen, aunque pagadas por las agencias gubernamentales y sus colaboradores necesarios de la banca internacional (con dinero del contribuyente), no estaban sometidas a la fiscalización del Congreso ni a los criterios de la opinión pública. Además quedarían protegidas por un escudo legislativo cada vez más sólido, formado por leyes sobre la propiedad comercial, el comercio internacional y restrictivas de la libertad de información.2
- Ya lo ves -concluyó Claudine-. No somos más que la segunda generación, herederos de la tradición gloriosa que comenzó cuando tú estabas en el tercer año de la escuela elemental.
Indonesia: lecciones de gangsterismo económico
Además de prepararme para mi nueva carrera, hice muchas lecturas sobre Indonesia. «Cuanto más sepas acerca de un país antes de visitarlo, más fácil te resultará la tarea», me había aconsejado Claudine. Me lo tomé a pecho.
Cuando Colón zarpó en 1492, lo que buscaba era Indonesia, conocida entonces como las islas de las especias. En toda la época colonial estuvieron consideradas un tesoro mucho más importante que las Américas. En especial Java, con sus ricas telas, sus fabulosas especias y sus opulentos reinos, era la joya de la corona y el escenario de violentas rivalidades entre los aventureros españoles, holandeses, portugueses y británicos. Holanda quedó vencedora en 1750, pero si bien controlaron Java, los holandeses necesitaron más de ciento cincuenta años para llegar a dominar los confines del archipiélago.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los japoneses invadieron Indonesia. Poca resistencia pudieron ofrecer las guarniciones holandesas. De ello resultaron terribles padecimientos para los indonesios y en especial para los javaneses. Después de la rendición del Japón surgió un líder carismático, Sukarno, que declaró la independencia. Tras cuatro años de hostilidades, los holandeses finalmente arriaron la bandera el 27 de diciembre de 1949, y devolvieron la soberanía a un pueblo que no había conocido otra cosa más que guerras y dominaciones durante más de tres siglos.
Sukarno fue el primer presidente de la nueva república. Gobernar Indonesia, sin embargo, se evidenció corno un reto mucho más difícil que derrotar a los holandeses. Ese archipiélago de unas 17.500 islas, lejos de ser homogéneo, era un hervidero de tribalismos, culturas divergentes, docenas de idiomas y dialectos y grupos étnicos que albergaban enemistades seculares. Los conflictos eran frecuentes y brutales, y Sukarno intervino con mano de hierro. Disolvió el Parlamento en 1960 y se hizo nombrar presidente vitalicio en 1963. Selló estrechas alianzas con los regímenes comunistas a cambio de instructores y material militar. Envió sus tropas pertrechadas por los rusos a la vecina Malasia en un intento de extender el comunismo por el Sudeste asiático y merecer así la aprobación de los líderes socialistas del planeta. Surgió la oposición, y hubo un golpe de Estado en 1965. Sukarno se salvó de ser asesinado sólo gracias a la astucia de su amante. Muchos de sus altos mandos militares y colaboradores más íntimos tuvieron menos suerte. La sucesión de los hechos recuerda la de Irán en 1953. En el desenlace final, se echó la culpa de todo al partido comunista y en especial a sus facciones prochinas. Las matanzas subsiguientes, inducidas por los militares, hicieron de trescientas mil a medio millón de víctimas, según estimaciones. El líder de los golpistas, el general Suharto, asumió la presidencia en 1968. 3
En 1971 el interés de Estados Unidos en alejar a Indonesia de la órbita comunista era enorme, porque el desenlace de la guerra de Vietnam empezaba a verse muy incierto. El presidente Nixon había iniciado una serie de retiradas de tropas en verano de 1969 y Estados Unidos empezaba a adoptar una estrategia nueva, de un tipo más global. El objetivo de dicha estrategia consistía en contrarrestar el «efecto dominó», es decir, evitar que los países fuesen cayendo uno tras otro bajo regímenes comunistas.
Se fijaron las prioridades en un par de países, pero Indonesia era la clave. El proyecto de electrificación de MAIN era parte de un plan más amplio con el objeto de asegurar el dominio estadounidense en el Sudeste asiático.
La premisa de la política exterior estadounidense era que Suharto se pondría al servicio de Washington de la misma manera que el sha en Irán. Además, Estados Unidos confiaba en que aquel país sirviera de modelo para otros de la región. En parte, Washington basaba su estrategia en la suposición de que las ventajas logradas en Indonesia repercutirían positivamente sobre todo el mundo islámico y particularmente en la explosiva región del Oriente Próximo. Por si eso no fuese incentivo suficiente, Indonesia tenía además yacimientos de petróleo. No se conocía con exactitud ni el tamaño ni la calidad de sus reservas, pero los sismólogos de las petroleras rebosaban optimismo en cuanto a sus posibilidades.
Mientras empollaba los libros de la biblioteca pública de Boston mi entusiasmo aumentaba. Mi imaginación me sugería una vida de aventuras. Como empleado de MAIN, iba a reemplazar el espartano estilo de vida del Peace Corps por un tren mucho más espléndido y lujoso. Mis ratos con Claudine habían significado ya la realización de una de mis fantasías. Casi era demasiado bueno para ser cierto, y me sentí resarcido, al menos en parte, por mis años de encierro en el internado masculino. Al mismo tiempo sucedían otras cosas en mi vida. Ann y yo estábamos cada vez más distanciados. Supongo que debió darse cuenta de que yo llevaba una doble vida. Yo me justificaba ante mí mismo acudiendo al resentimiento que había provocado el casarme por obligación. Aunque ella siempre estuvo a mi lado y soportó conmigo la aspereza de la misión del Peace Corps en Ecuador, para mí Ann seguía representando la continuación de aquella pauta de sumisión a las voluntades de mis padres. Ahora que paso revista a los acontecimientos estoy seguro de que mi relación con Claudine también tuvo mucho que ver, por supuesto. Esto no podía mencionárselo a Ann, pero ella lo adivinaba. En cualquier caso, decidimos mudarnos a apartamentos separados.
Cierto día de 1971 -faltaba más o menos una semana para la fecha de partida a Indonesia-, al llegar al piso de Claudine vi la mesita de la sala puesta con un surtido de canapés y quesos variados, y también una buena botella de Beaujolais. Ella me recibió con un brindis. -Lo has conseguido -dijo con una sonrisa, que sin embargo me pareció algo ambigua-. Ya eres de los nuestros. Charlamos alegremente como media hora. Y luego, mientras apurábamos la botella, me dirigió una mirada que nunca le había visto. -Jamás le hables a nadie de nuestros encuentros -dijo con voz enérgica -. Nunca te lo perdonaría, y además negaría haberte conocido alguna vez. Después de asestarme otra ojeada tan severa que por primera vez llegué a sentirme amenazado, soltó una carcajada sarcástica y agregó:
-Si mencionaras algo de esto, la vida podría llegar a ponerse peligrosa para ti. Quedé petrificado. La sensación fue terrible. Pero más tarde, mientras regresaba solo al Prudential Center, admiré la astucia del procedimiento. De hecho, todas nuestras entrevistas habían ocurrido en el apartamento de ella. No existía ninguna prueba de nuestra relación, ni mediación alguna demostrable por parte de nadie de MAIN. Por otro lado, tuve que reconocer que me había hablado con franqueza, sin tratar de torcer mi voluntad como lo hicieron mis padres con lo de Tilton y lo de Middlebury.
Continúa aquí.
NOTAS
1. Para una descripción detallada de esa fatídica operación, véase Stephen Kinzer, All the Shah's Men: An American Coup and tlie Roots of Middle East Terror, John Wiley & Sons, Inc., Hoboken (New Jersey), 2003.
2. Jane Mayer, «Contract Sport: What Did the Vice-President Do for Halliburton?», New Yorker, 16 y 23 de febrero de 2004, p. 83.
3. Más sobre Indonesia y su historia en Jean Gelman Taylor, Indonesia: Peoples and Histories, Yale University Press, New Ha ven y Londres, 2003; y Theodore Friend, Indonesian Destinies, The Belknap Press of Harvard, Cambridge (Massachusetts) y Londres, 2003.
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