Solzhenitsyn

“Los dirigentes bolcheviques que tomaron Rusia no eran rusos, ellos odiaban a los rusos y a los cristianos. Impulsados por el odio étnico torturaron y mataron a millones de rusos, sin pizca de remordimiento… El bolchevismo ha comprometido la mayor masacre humana de todos los tiempos. El hecho de que la mayor parte del mundo ignore o sea indiferente a este enorme crimen es prueba de que el dominio del mundo está en manos de sus autores“. Solzhenitsyn

Izquierda-Derecha

El espectro político Izquierda-Derecha es nuestra creación. En realidad, refleja cuidadosamente nuestra minuciosa polarización artificial de la sociedad, dividida en cuestiones menores que impiden que se perciba nuestro poder - (La Tecnocracia oculta del Poder)

viernes, 30 de julio de 2010

Confesiones de un gangster económico (IX): Panamá

Viene de aquí.

Las negociaciones del Canal de Panamá
y Graham Greene

Arabia Saudí ha impulsado muchas carreras. La mía iba bien encaminada desde antes, pero mis éxitos en el reino del desierto desde luego me abrieron puertas nuevas. En 1977 me había montado un pequeño imperio que incluía un equipo de unos veinte profesionales en nuestro cuartel general de Boston y una pléyade de asesores de otros departamentos y despachos de MAIN diseminados por todo el planeta. Me convertí en uno de los socios más jóvenes en la centenaria historia de la compañía. Además de mi título de economista jefe, ostentaba el de gerente de planificación económica y regional. Daba conferencias en Harvard y otros lugares y los periódicos me pedían artículos sobre los acontecimientos de actualidad.1

Tenía un amarre para mi velero en el puerto de Boston al lado del histórico acorazado Constitution, alias «Oíd Ironsides», el mismo que sirvió para someter a los piratas berberiscos poco después de nuestra guerra de Independencia. Cobraba un sueldo excelente y tenía participaciones que prometían elevarme al selecto círculo de los millonarios antes de cumplir los cuarenta. Cierto que mi matrimonio había fracasado, pero amenizaba mi tiempo con bellas y fascinantes mujeres de varios continentes.


Bruno me propuso sus ideas para un planteamiento innovador en predicciones, un modelo econométrico basado en la obra de un matemático ruso de comienzos del siglo XX. El modelo consistía en asignar probabilidades subjetivas a las predicciones de crecimiento de determinados sectores específicos de cualquier economía. Parecía un instrumento ideal para justificar los exagerados índices de crecimiento que solíamos presentar en apoyo de nuestros inflados créditos. Así que Bruno me pidió que estudiase el concepto, a ver si me servía de algo.

Fiché para mi departamento a un joven matemático del MIT, el doctor Nadipuram Prasad, y le asigné un presupuesto. A los seis meses tenía a punto un desarrollo del método de Markov aplicado a los modelos econométricos. Juntos elaboramos una serie de artículos técnicos destinados a presentar el método de Markov como un sistema revolucionario para predecir cómo repercuten sobre el desarrollo económico las inversiones en infraestructuras. Era exactamente lo que necesitábamos: un instrumento que «demostrase» científicamente que estábamos haciéndoles un gran favor a los países cuando los ayudábamos a cargarse de préstamos que jamás estarían en condiciones de devolver. Por otra parte, incluso un economista altamente cualificado necesitaría mucho tiempo y dinero para comprender los intríngulis del método de Markov o cuestionar sus conclusiones. Los artículos fueron publicados por varias instituciones prestigiosas y presentados formalmente por nosotros en conferencias y universidades de varios países. Estos trabajos cobraron mucho prestigio en el sector —y nosotros, sus autores, también.2

Ornar Torrijos y yo hicimos honor a nuestro acuerdo secreto. Me aseguré de que nuestros estudios fuesen correctos y de que nuestras recomendaciones tuvieran presentes las necesidades de los pobres. Aunque llegaron a mis oídos algunas quejas porque mis previsiones para Panamá no aparecían tan infladas como de costumbre, y además se olfateaba en todo ello un recio relente a socialismo, la realidad fue que la administración de Torrijos iba adjudicando contratos a MAIN. En ellos se incluía una novedad: la elaboración de planes maestros innovadores que incluyesen a la agricultura junto con los sectores de infraestructura más tradicionales. Y fui testigo de los contactos entre Torrijos y Jimmy Cárter para la renegociación del tratado del Canal.

Estas negociaciones sobre el Canal generaron mucho interés y mucho apasionamiento en todo el mundo. La opinión pública en todas partes estaba expectante sobre si Estados Unidos iba a hacer lo que parecía justo al resto del mundo —es decir, permitir que los panameños asumieran el control — o si, por el contrario, trataríamos de restablecer nuestra versión global del Destino Manifiesto, algo maltrecha tras el desastre de Vietnam. A muchos les pareció que se había elegido para la presidencia de Estados Unidos a un hombre razonable y compasivo justo en el momento más oportuno. En cambio, los bastiones del conservadurismo en Washington y los púlpitos religiosos retumbaron de indignación. ¿Cómo era posible abandonar aquel baluarte de la defensa nacional, aquel símbolo del ingenio estadounidense, aquella franja de agua que ataba los destinos de Suramérica a los caprichos del interés comercial estadounidense?

Durante mis viajes a Panamá solía alojarme en el hotel Continental. Pero en mi quinta visita me pasé al otro lado de la calle para residir en el Panamá, porque el Continental estaba en obras de reforma y el ruido era insoportable. Al principio la mudanza me molestó un poco, porque el Continental había sido como un segundo hogar. Pero luego, sentado en la fastuosa recepción, con sus sillones de mimbre y sus ventiladores de techo de anchas palas, empezó a gustarme el Panamá. Era como estar en el plató de Casablanca; uno podía imaginar que Humphrey Bogart iba a entrar en cualquier momento. Dejé a un lado el ejemplar de la New York Review of Books, tras acabar de leer un artículo de Graham Greene sobre Panamá, y levanté la mirada hacia los ventiladores mientras recordaba una velada ocurrida casi dos años antes.
—Ford es un presidente débil, que no será reelegido —había predicho Omar Torrijos en 1975, hablando ante un grupo de panameños influyentes y siendo yo el único extranjero invitado al viejo y elegante club también con sus ventiladores de techo—. Por este motivo he decidido agilizar este asunto del Canal. Es el momento idóneo para lanzar una campaña política a todos los niveles con el fin de recuperarlo.

Ese discurso me inspiró. Cuando regresé al hotel escribí rápidamente una carta al Boston Globe. Uno de sus responsables reaccionó y cuando regresé a Boston llamó a mi despacho para invitarme a escribir un artículo de opinión. «En 1975 no ha lugar al colonialismo en Panamá» ocupó casi media plana junto a la página de los artículos editoriales en el número de 19 de septiembre de 1975.

El artículo citaba tres razones concretas para transferir el Canal a los panameños. Primera, «la situación actual es injusta, lo que constituye buen motivo para cualquier decisión». Segunda, «el tratado actual crea riesgos de seguridad mucho más graves de los que resultarían de la devolución a los panameños». Para argumentarlo, citaba un estudio realizado por la Comisión Interoceánica del Canal según cuyas conclusiones «el tráfico podría quedar colapsado durante dos años mediante la colocación de una bomba junto a la presa de Gatún, cosa que plausiblemente podría realizar un solo hombre», punto que el mismo general Torrijos había subrayado en público. Y tercero, «la situación actual origina serios problemas para unas relaciones Estados Unidos - Latinoamérica que no están pasando por su mejor momento». Y concluía diciendo: La mejor manera de asegurar el funcionamiento continuado y eficiente del Canal es ayudar a los panameños para que recuperen el control y la responsabilidad sobre él. Si lo hiciéramos así, podríamos enorgullecemos de iniciar una acción que reafirmaría el compromiso para con la causa de la autodeterminación que nosotros mismos abrazamos hace doscientos años. El colonialismo estaba tan de actualidad a la vuelta del siglo (alrededor del 1900) como en 1775. Es posible que la ratificación de semejante tratado pueda entenderse en el contexto de aquella época. Hoy carece ya de justificación. No ha lugar al colonialismo en 1975. Nosotros, que estamos celebrando nuestro bicentenario, deberíamos comprenderlo así y actuar en consecuencia.3

La publicación de este artículo fue una jugada atrevida por mi parte, sobre todo porque era reciente mi nombramiento como socio de MAIN y se esperaba que los socios evitaran a la prensa y, por supuesto, se abstuvieran de publicar diatribas políticas en las páginas de opinión del periódico más prestigioso de Nueva Inglaterra. Por el correo interior recibí montones de notas hostiles, la mayoría anónimas, grapadas con recortes del artículo. En una de ellas reconocí con toda seguridad la letra de Charlie Illingworth. Mi primer director de proyecto llevaba diez años en MAIN y yo sólo cinco, pero a él todavía no le habían hecho socio. En un lugar destacado de la nota había dibujado una calavera y las tibias cruzadas. El mensaje sólo decía: «¿De veras han hecho socio de nuestra empresa a este comunista?» Bruno me llamó a su despacho y dijo:
— Este asunto te va a crear muchos disgustos. MAIN es una empresa bastante conservadora. Pero quiero que sepas que tu actitud me parece muy astuta. A Torrijos le encantará, supongo que ya le habrás enviado una copia. Bien. En cuanto a esos graciosos de nuestra oficina, los que consideran a Torrijos socialista, en el fondo no les importará un rábano con tal de que los contratos sigan entrando.

Bruno tenía razón, como de costumbre. Estábamos ya en 1977, con Cárter en la Casa Blanca, y las negociaciones sobre el Canal iban en serio. Muchas competidoras de MAIN se habían equivocado de alianzas y no tenían nada que hacer en Panamá, mientras nosotros teníamos trabajo a manos llenas. Y yo estaba sentado en la recepción del hotel Panamá y había acabado de leer el artículo
publicado por Graham Greene en el New York Review of Books.

El articulo, «El país con cinco fronteras», era un texto atrevido que incluía un comentario sobre los casos de corrupción entre la oficialidad superior de la Guardia Nacional panameña. El autor señalaba que el mismo general había confesado la concesión de privilegios especiales a muchos de sus colaboradores, por ejemplo mejores viviendas, diciendo «si no los pago yo, lo hará la CÍA». La implicación evidente era que las organizaciones de inteligencia estadounidenses se hallaban decididas a contrariar los designios del presidente Cárter, y que si fuese necesario no titubearían en sobornar a los jefes militares panameños a fin de sabotear las negociaciones del tratado.4 No pude dejar de preguntarme si los chacales estarían rondando ya a Torrijos.

Yo había visto una fotografía en la sección «Gente» de la revista Time, o quizá fuera en Newsweek, en la que Torrijos aparecía reunido con Greene. El titular decía que el escritor era un invitado especial que había llegado a ser un buen amigo. Me pregunté qué le parecería al general eso de que el novelista, en quien por lo visto confiaba, hubiese escrito un artículo tan crítico.

Este artículo de Graham Greene planteaba otro interrogante, vinculado con aquel día de 1972 en que me vi cara a cara con Torrijos con una mesita y unos servicios de café por medio. En aquella época yo había dado por supuesto que Torrijos sabía que el juego de la ayuda externa estaba planteado para hacerle rico
a él mientras el país quedaba sumido en el endeudamiento. Estaba seguro de que no ignoraba que el proceso se basaba en el supuesto de que todos los hombres son corruptibles, y que su decisión de no lucrarse personalmente y de aplicar la ayuda extranjera en verdadero beneficio de su pueblo sería considerada por algunos una amenaza capaz de arruinar todo el sistema. El mundo miraba a ese hombre, y sus actos tenían ramificaciones que iban mucho más allá de Panamá y por tanto no serían tomados a la ligera.

Me había preguntado cómo reaccionaría la corporatocracia si los créditos concedidos a Panamá se empleaban en beneficio de los pobres sin contribuir a una deuda impagable. Ahora me preguntaba si Torrijos se arrepentiría del acuerdo alcanzado conmigo aquel día —por mi parte, tampoco estaba muy seguro de haber acertado. Había renegado de mi papel de gángster económico. Había jugado su partida, no la mía, al aceptar su proposición de sinceridad mutua a cambio de más contratos. En términos puramente económicos había sido una decisión beneficiosa para MAIN. Pero de todas maneras contradecía lo que me había enseñado Claudine, puesto que no favorecía la expansión del imperio global. ¿Se había soltado a los chacales?

Recuerdo que el día que salí del bungalow de Torrijos pensé que la historia de Latinoamérica abundaba demasiado en héroes muertos. Un sistema basado en corromper a los personajes públicos no suele ser piadoso con los personajes públicos que se niegan a ser corrompidos. En ese momento creí ver visiones. Una figura conocida cruzaba la recepción a paso lento. Estaba tan confuso que llegué a creer que era Humphrey Bogart. Pero hacía años que Bogart estaba muerto. Entonces reconocí en el hombre que pasaba de largo a uno de los genios de la literatura contemporánea en inglés. El autor de El poder y la gloria, de Los comediantes, de Nuestro hombre en La Habana y del artículo que yo acababa de dejar a mi lado sobre la mesita. Graham Greene titubeó un momento, miró a su alrededor y se encaminó hacia la cafetería. Sentí la tentación de llamarlo o de echar a correr detrás de él, pero me contuve. Una voz interior me advirtió que quizá necesitaba estar a solas consigo mismo —otra me dijo que tal vez me rehuiría.

Recogí la New York Review of Books y un instante más tarde me sorprendí al hallarme junto a la entrada de la cafetería. Había desayunado antes y el jefe del servicio me miró con sorpresa. Miré a mi alrededor. Graham Greene estaba solo, sentado a una mesa junto a la pared. Señalé la mesa vecina.
—Allí —le dije al empleado—. ¿Puedo desayunar otra vez?
Como he dicho, yo siempre doy propina. El maítre sonrió con aire de complicidad y me condujo a la mesa. El novelista estaba enfrascado en su periódico. Pedí un café y un cruasán con miel. Deseaba averiguar las opiniones de Greene sobre Panamá, Torrijos y el asunto del Canal, pero no veía la manera de iniciar la conversación. Entonces él alzó los ojos disponiéndose a tomar un sorbo de su vaso.
—Disculpe —dije.
El me miró algo incomodado, o así me lo pareció.
-¿Sí?
—Perdone la molestia, pero ¿usted es Graham Greene, verdad?
—Eso creo — sonrió él —. En Panamá no se me conoce mucho.
Hablando como una ametralladora le dije que él era mi novelista favorito y le expuse mi curriculum, sin omitir mi trabajo en MAIN ni mis reuniones con Torrijos. Él preguntó si era yo el consultor que había escrito un artículo diciendo que Estados Unidos debía dejar Panamá.
— En el Boston Globe, si no recuerdo mal.
Quedé asombrado.
—Un texto valiente, habida cuenta de la situación de usted. ¿Quiere acompañarme?
Me trasladé a su mesa y estuvimos como una hora y media charlando. Durante la conversación me di cuenta de que le había tomado mucho afecto a Torrijos. A ratos hablaba del general como un padre refiriéndose a su hijo.
—El general me invitó a escribir un libro sobre su país —dijo—. Estoy en ello. Esta vez no será una novela... es algo fuera de lo habitual en mí.
Le pregunté por qué solía escribir novelas en vez de obras de no ficción.
—La narrativa es más segura —contestó—. Muchos de mis temas son conflictivos. Vietnam. Haití. La revolución mexicana. Muchos editores tendrían miedo de publicar un libro que tratase de los hechos reales.
Hizo un ademán hacia mi New York Review of Books, que yo había dejado sobre la mesa.
—Una palabra así puede hacer mucho daño —y agregó sonriendo—Además, prefiero la narrativa. Me concede más libertad.
Luego, mirándome con intención, dijo:
—Lo importante es escribir sobre cosas serias. Como su artículo del Globe acerca del Canal.

Su admiración hacia Torrijos era evidente. Por lo visto, el jefe de Estado panameño no impresionaba sólo a los pobres y desheredados. También era obvia la preocupación de Greene por la vida de su amigo.
—Atreverse con el Gigante del Norte es empresa ardua. —Meneó la cabeza, atribulado—. Temo por su seguridad.
Dicho esto se puso en pie.
—Tengo que tomar un avión para Francia. —Al tiempo que me ofrecía la mano y, mirándome fijamente, dijo—: ¿Por qué no escribe usted un libro? —y luego agregó asintiendo con la cabeza como para darme ánimos —: Lo lleva dentro. Pero recuerde, hay que tratar de cosas serias.
Luego giró sobre sus talones y se alejó, pero enseguida volvió sobre sus pasos.
— No se preocupe. El general triunfará y conseguirá la devolución del Canal.

Torrijos lo consiguió. El mismo año 1977 negoció con éxito dos tratados con el presidente Cárter que formalizaban la transferencia tanto de la Zona como del Canal a control panameño. Faltaba que la Casa Blanca persuadiese al Congreso. La batalla de la ratificación fue larga y difícil. En la votación final, el tratado quedó ratificado por mayoría de un solo voto. Los conservadores juraron venganza.

Muchos años después, cuando apareció el libro documental de Graham Greene, Conociendo al General, iba dedicado «a los amigos de mi amigo Omar Torrijos en Nicaragua, El Salvador y Panamá».5

Continúa aquí.

NOTAS


1. Véase por ejemplo John M. Perkins, «Colonialism in Panamá Has No Place in 1975», Boston Evening Globe, página de opinión, 19 de septiembre de 1975; John M. Perkins, «U.S.- Brazil Pact Upsets Ecuador», The Boston Globe, página de opinión, 10 de mayo de 1976.

2. Para ejemplos de comunicaciones enviadas por John Perkins a revistas técnicas, véase: John M. Perkins y otros, «A Markov Process Applied to Forecasting, Part I - Economic Development», y «A Markov Process Applied to Forecasting, Part II - The Demand for Electrichy», The Institute of Electrical and Electronics Engineers, Conference Papers C 73 475- 1 (julio de 1973) y C 74 146-7 (enero de 1974) respectivamente; John M. Perkins y Nadipuram R. Prasad, «A Model for Describing Direct and Indirect Interrelationships Between the Economy and the Environment», Consulting Engineer, abril de 1973; Edwin Vennard, John M.
Perkins y Robert C. Ender, «Electric Demand from Interconnected Systems», TAPPI Journal, Technical Association of the Pulp and Paper Industry, 28th Conference Edition 1974; John M. Perkins y otros, «Iranian Steel: Implications for the Economy and the Demand for Electricity», y «Markov Method Applied to Planning», presentados ante la Fourth Iranian Conference on Engineering, Universidad Pahlavi, Shiraz, Irán, 12 a 16 de mayo de 1974; y Economic Theories and Applications: A Collection of Technical Papers con prólogo por John M. Perkins, Chas. T. Main, Inc., Boston, 1975.

3. John M. Perkins, «Colonialism in Panamá Has No Place in 1975», Boston Evening Globe, página de opinión, 19 de septiembre de 1975.

4. Graham Greene, Getting to Know the General, Pocket Books, Nueva York 1984, pp. 88-90.

5. Graham Greene, íbid.

No hay comentarios: